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  • Revista Nº 164
  • Por Fabían Jaksic

Columnas

La dimensión humana y ecosistémica del agua

De toda el agua existente en el planeta, 97,5% corresponde a los océanos y solo 2,5% a agua dulce. De esta última, 70% está almacenada como glaciares, hielos y nieves, casi 30% en aguas subterráneas y apenas 0,3% en aguas superficiales como ríos, lagos y humedales. Todos estos compartimentos están fuertemente interconectados. En efecto, el agua se acumula en las cumbres en forma de hielo y nieve, parte de esta se derrite y comienza su recorrido hacia zonas más bajas, infiltrándose parcialmente hacia acuíferos subterráneos, evaporándose hacia la tropósfera o escurriéndose entre las laderas para conformar cauces superficiales que llegan a quebradas o ríos que típicamente concluyen su viaje en el mar, enriqueciéndolo con los nutrientes aportados en el camino.

La evaporación desde el mar genera nubes que eventualmente descargan su contenido sobre las tierras emergidas, y el ciclo se cierra. Esto es lo que conocemos como ciclo del agua o ciclo hidrológico, y la diversidad de ecosistemas y especies que existen en la tierra, incluyendo a la humanidad, dependen de la conectividad funcional de este ciclo.

Aunque el total de agua presente en el planeta permanece relativamente constante en el tiempo, independiente de los cambios y fluctuaciones en el ciclo hidrológico, la disponibilidad de agua para la humanidad y demás especies resulta vulnerable a variaciones, en especial, las inducidas por el cambio climático. En este contexto, se espera una reducción del agua fresca disponible como consecuencia del retroceso de los glaciares. Esto es particularmente importante en Chile, donde la mayor parte de su población se abastece del líquido elemento proveniente de estas fuentes, tanto para agua potable y desechos como para riego y producción de alimentos. También se predicen modificaciones en la frecuencia e intensidad de lluvias y en el caudal de los ríos, las que conducirán probablemente a inundaciones repentinas del estilo aluviones, impactando viviendas, infraestructura y sistemas naturales.

A la esperable escasez de agua se suma la contaminación de la misma, una muy mala combinación de factores que incide en la salud humana y la calidad de vida, pero también fuertemente en la integridad de los ecosistemas, los que ya padecen las repercusiones de la sobreexplotación y la degradación de sus hábitats.

En 2005, la Evaluación de Ecosistemas del Milenio puso sobre la mesa información valiosa acerca del vínculo entre ecosistemas y bienestar humano, los llamados “servicios ecosistémicos” o “servicios que presta la naturaleza”. En este análisis planetario se identificó el agua tanto como un servicio de abastecimiento –aquellos necesarios para la subsistencia humana– como un servicio de regulación –que modula el clima y la meteorología y permite el funcionamiento de nuestro planeta–.

Existe entonces una relación profunda y recíproca entre el agua y la naturaleza, donde ambas dependen de la otra para su mantención. Pero estas no son las únicas partes de la ecuación. El bienestar humano y el desarrollo económico dependen del agua, los alimentos y otros servicios que brinda la naturaleza. Sin embargo, las actividades necesarias para este desarrollo –minería, agricultura, energía, silvicultura– generan presiones y amenazas sobre los ecosistemas, disminuyendo la capacidad de estos para satisfacer tales demandas.

Así, nos mantenemos en un círculo vicioso donde todos, naturaleza y humanidad, salimos perjudicados. Hoy más que nunca, tenemos que romper ese círculo, y convertirlo en uno nuevo, virtuoso, respetuoso y sustentable. A lo menos, debemos prepararnos para un futuro cercano de escasez de agua, incrementando nuestra eficiencia de procesos domiciliarios e industriales y disminuyendo la carga de contaminantes en nuestras aguas servidas. Sobre todo, debemos siempre recordar que el planeta puede sobrevivir sin nosotros, pero la humanidad no puede sin la naturaleza y sus servicios.