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  • Revista Nº 159
  • Por Sergio Urzúa

Columnas

Pandemia: Y después del virus ¿Qué?

Como en toda crisis mundial, la pregunta recurrente es cuándo el drama terminará.  La incertidumbre es aún demasiado grande como para aventurar una respuesta. Hay que estar preparados para el cambio. La historia ha demostrado con crudeza que, independiente de la naturaleza del conflicto, hay un antes y un después asociado a toda crisis mundial.

La primera mitad del siglo XX demostró ese principio con crueldad y lo ilustra el retroceso económico y social. La Primera Guerra Mundial (1914-18) desestabilizó al planeta, afectando los canales de comercio y promoviendo el proteccionismo.

Al unísono, las cuatro olas de la pandemia de la influenza española (1918-20) mataron a más de 50 millones de personas en el mundo, destruyendo mercados laborales y la producción global. Incluso existe evidencia que sugiere que sus efectos explican el surgimiento del nazismo (1932- 33) en Alemania (Blickle, 2020).

Entre 1929- 32, por su parte, la Gran Depresión significó una caída de 15% del producto mundial, redefiniendo la pobreza y vulnerabilidad. Al listado hay que agregar el inmenso impacto económico-social de la Segunda Guerra Mundial (1939-45).

Cinco décadas de terror que demostraron con crudeza la inferioridad del ser humano frente a la naturaleza, incluyendo la propia. El resultado fue un planeta más pobre de lo que se imaginaba a finales del siglo anterior. Así que, en perspectiva, no hay que confundirse: la incertidumbre que rodea la fecha del desenlace de la emergencia sanitaria y económica actual nada tiene que ver con la certeza de su gran impacto final. Basta observar las cifras de China (caída de 6,8% del PIB en el primer trimestre del 2020), los niveles de desempleo en Estados Unidos (20 millones de desempleados en abril) y el colapso de los sistemas de protección social en España e Italia para reconocer que las cosas cambiarán.

Frente a esta realidad, en el corto plazo deberíamos observar un salto relevante en los niveles de pobreza en el mundo.

Parte de los esfuerzos de la política estarán puestos en esto. Sin embargo, ojalá la problemática social, que eventualmente se tome el debate reflexivo, responda también a los elementos estructurales que mueven al virus mortal.

La evidencia comienza a sustentar tal visión. una vez que se controla por la edad, parte importante de la mortalidad del covid-19 se encuentra en los grupos que han tenido peor acceso a oportunidades no solamente de salud, sino también educacionales y laborales.

¿Cómo así? Case y Deaton (2017, 2020) utilizan esta idea, esto es, la acumulación de desventajas en distintos ámbitos y por años, para explicar algo de total sentido común: a menor suma de recursos en la vida, peor debe ser la salud individual.

Algo de eso observamos en la crisis presente. Por ejemplo, enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT) como la hipertensión, diabetes y obesidad son prevalentes en grupos imposibilitados de invertir constantemente en su salud, y ahora han sido asociados a altos niveles de mortalidad ante el coronavirus. De hecho, en los estados unidos las ECNT explican parte de la mayor mortalidad por covid-19 entre afroamericanos y latinos, grupos crónicamente atrasados en el acceso a oportunidades.

Será fundamental, entonces, observar cómo evoluciona el debate en torno al ajuste de la humanidad frente a la nueva realidad. En lo social, ojalá las discusiones de mediano plazo pasen por la modernización de la red de protección social con una perspectiva de ciclo de vida integral. Tal enfoque sería una señal de progreso.

Pero en lo más inmediato, la contención de los casos y prevención de fallecimientos representa el desafío colosal. Frente a esta urgencia y comprensible desesperación, el populismo probablemente verá un apogeo por un rato, pero dadas las lecciones del siglo XX y la aversión al riesgo del votante mediano, mi apuesta en el occidente pasa más por el fortalecimiento de la democracia liberal que por alternativas de gran volatilidad.

Y mi moderado optimismo también se extiende a lo económico. Como en crisis anteriores, en un comienzo la respuesta instintiva será la de apostar por el estado, el proteccionismo y cerrarse al comercio internacional. Sin embargo, basta ver la competencia por desarrollar vacunas, la colaboración internacional por tratamientos y las inmensas demandas de progreso, para suponer que el primitivo instinto dará espacio a cambios que aseguren el óptimo funcionamiento de las fuerzas de mercado, la libertad de emprendimiento y el mejoramiento de la globalización.

Donde sí, reconozco, tengo serias dudas es en el desenlace de la otra batalla, esa por la supremacía mundial. Si el coronavirus eleva las tensiones entre China y Estados Unidos, será necesario modificar nuestro optimismo sobre el futuro de las siguientes décadas.

Si la historia nos ha enseñado algo, es que esa posibilidad no se puede descartar.

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