Camila Lobos: abrir las fronteras, echar raíces
En una esquina de su taller, la artista guarda una caja de acrílico completamente transparente. Ese volumen diáfano atravesado por perforaciones fue expuesto en 2018 en Londres bajo el título de “Geofencing” (restricción perimetral). Camila Lobos ofrecía esta urna para pensar en el vacío que encierra un símbolo patrio, porque las perforaciones que cruzan la pieza traslúcida dibujan el perfil reconocible de la bandera de Chile. Una bandera incolora e inalcanzable; un efecto óptico y nada más. Ahí está la pregunta por el espejismo que sostiene un símbolo de la nación.
Ese mismo año, en la prensa pasaban imágenes de una caravana de migrantes avanzando a pie desde el sur de América a través de las fronteras de distintos países. Empujados por la miseria, esos peregrinos buscaban vadear de alguna forma la fortaleza geopolítica y el poder de la gran frontera. En ese punto de la complejidad contemporánea, Camila Lobos ha buscado instalar sus preguntas. La simple idea de nación en base a un perímetro reductivo obliga a cuestionar los signos hegemónicos y su mandato absurdo y cruel.
En 2022, en la muestra “El límite es geométrico y su frontera es política”, en el Parque Cultural de Valparaíso, expuso una serie de instalaciones para hacer visible su crítica política a la globalidad contemporánea que se sostiene en la exclusión y la negligencia de la periferia. En esa ocasión, la gran sala lucía cubierta por decenas de globos reventados con las banderas de distintos países. El mundo mostraba ahí un nudo absurdo entre los códigos identitarios y los símbolos patrios en detrimento del territorio real.
Tal como recuerda el curador Sebastián Vidal, “esta conjunción de elementos manifiesta la tensión entre vida y desarraigo, y sugiere el complejo tránsito entre territorios”.
Un año más tarde, en su montaje titulado “Paisajes rotos” (2023), desplegado en las salas del MAC de Quinta Normal, la artista hace evidente la necesidad de reconsiderar la unión con la tierra que pisamos y donde hunde sus raíces el mundo vegetal que nos sustenta. Este giro hacia el subsuelo supone también la posibilidad de “especular sobre orígenes e historias que forman un momento en el presente”, como sugería Joselyne Contreras, curadora de esa muestra.
El planeta no es propiedad de una sociedad, sino un entramado vivo al que pertenecemos. Bajo nosotros está el sustrato de nuestro origen y otra forma de entendernos con lo terrenal. A partir de ahí, el trabajo de Camila Lobos se cuela por las grietas del suelo, más allá de la superficie que dividimos y parcelamos como lotes. Eso asoma en su exposición “Del espacio quebrado” (Matucana 100, 2024) y en su muestra más reciente, “Líneas que estremecen el borde” (Sala CCU, 2025), donde un bosque de raíces y luces de neón se combinan en un sistema de tensión y espera. Tal como recuerda el curador Sebastián Vidal, “esta conjunción de elementos manifiesta la tensión entre vida y desarraigo, y sugiere el complejo tránsito entre territorios”. Las imágenes de los migrantes vuelven a asolarnos, lo que no es otra cosa que bajarnos al suelo.