Joaquín Fermandois en clave China
Con medio siglo dedicado a la historia de las relaciones internacionales, Joaquín Fermandois es uno de los analistas más respetados del país. Con los ojos puestos en China hace años, cuando solo era un país más en el tablero, observa en detalle su creciente protagonismo mundial, sin que logre todavía un liderazgo claro. En tanto, Estados Unidos se retira al interior de sus fronteras.
Lo dicen sus alumnos, no es fácil visitarlo en su casa; hay tantos libros en todos los rincones que no hay espacio para sentarse. Para esta entrevista, a distancia, su figura también aparece circundada de estantes cargados. La conversación transcurre desde su departamento junto a su mujer, donde pasa los días de cuarentena, acumulando los meses sin ver a sus hijos y nietos, salvo por la seudorrealidad de las videoconferencias.
En cuanto a su interés por las relaciones internacionales, explica que es una atracción que siente desde niño, por pura curiosidad: “De cuando tenía unos 9 años me llamó la atención lo que sucede en el mundo. Tal vez lo primero que vi fue un artículo que decía que Nikita Kruschev era ‘un viejo zorro’ igual que Stalin, pero más simpático. Luego empecé a fijarme en los presidentes y cancilleres de los países. En ese momento se le rezaba a la Virgen de Fátima por la conversión de Rusia, por lo que quería conocer ese país, y por ahí comencé a leer los diarios todos los días. También me acerqué a la historia a través de Lautaro, joven libertador de Arauco, libro de Fernando Alegría, que me dejó con ganas de ser mapuche. Como no era bueno en deportes, tenía tiempo para leer más”.
Viñamarino, una y otra vez vuelve a pasear en la Avenida Perú, y allá quiere ser enterrado: “El mito del mar no me abandona. Aunque de niño, como mis primos de Santiago se reían de lo pequeña que era mi ciudad, quería que creciera como Santiago”.
Formado allá, en la Universidad Católica de Valparaíso, y luego en la de Sevilla donde obtuvo su doctorado, su larga trayectoria le ha permitido enfrentar estudios complejos, como el que publicó en un libro que hoy es un referente: Mundo y fin de mundo. Chile en la política mundial, 1900-2004 (Ediciones UC, 2005).
De vocación clara y distinguida –miembro de la Academia Chilena de la Historia y del Instituto de Historia de la UC–, no se restringe en el tiempo que podemos hablar del gigante asiático. Como buen historiador, le gustan los ciclos largos.
Aunque aclara que no es un experto en China, por ser especialista en historia contemporánea, desde el año 1981 y para sus clases en la Universidad Católica, ha mantenido un seguimiento permanente en el devenir de ese país y de Japón.
—Por la opacidad del régimen chino cuesta leer sus cambios; ¿en esta nueva China es relevante la personalidad de Xi Jinping o todo es parte de un proceso que se veía venir?
—Es un factor importante, pero no es el único. Tal vez desde Mao no veíamos una figura tan ambiciosa, pero estamos hablando de un nacionalismo que tiene 3.000 años de civilización y el Estado con vida más larga, 2.000 años de historia unida, por lo que es natural que Jinping quiera hacer sentir su presencia. Por otra parte, también es cierto que los países cambian de carácter cuando tienen más poder.
Para Fermandois, este nuevo protagonismo de China tiene algunos elementos similares con los de otros actores internacionales:
—Los estados alemanes eran muy desiguales en el siglo XIX, de economías diferentes incluso, y de pronto surge el nacionalismo y se unifica una gran potencia, con ciencia e industria, lo que produjo su envanecimiento. Estados Unidos también, porque al crecer los países sienten que pueden dirigir. Cualquier estadounidense de hoy tiene mejor calidad de vida que un chino, pero en el siglo XIX la situación en Estados Unidos no era muy distinta de la que se vive en la China de hoy.
Es una realidad que, según este historiador, para mantener los equilibrios hay que saber asimilar: “Con Alemania, por ejemplo, luego de su aparición disruptiva se creó una situación de polaridad sin sentido y no supieron darle un lugar bajo el sol”.
—Usted lo ve como un fenómeno natural…
—Es realismo. Si hacia el 1900 ya había un prestigio de la industria alemana y sus componentes estaban en muchos productos, sin que hubiera un plan de dominio mundial había un querer hacerse sentir en el mundo, incluso más allá de sus intereses directos; tener colonias, una flota, un espacio “propio en medio de las potencias”.
—¿Lo que estamos viendo no lo considera, entonces, como una cruda guerra de poderes?
—Yo hablo de fenómenos mentales. China es tan grande que durante siglos tuvo su energía concentrada en mantenerse unida y defenderse de los bárbaros, y es así que, más allá de su muralla, se transformó en el país, relativamente, más aislado de la historia. Siempre tuvo algunas interacciones, pero sicoculturalmente, quedó separada.
—Hasta esta apertura…
—No, a fines del siglo XIX y a comienzos del XX ya hubo grandes debates en China y Japón, si abrirse o no. Para Japón fue más fácil asimilar el shock del futuro, para China ha sido más difícil aceptar cosas de “los bárbaros”. Cada vez se reconoce más la influencia de lo cultural en la política, esos fenómenos mentales que llevan a situaciones como la del nacionalismo catalán.
El factor cultural
Tal como lo ha dado a entender a lo largo de la entrevista, Fermandois le asigna una relevancia particular a lo que llama fenómenos mentales y sicoculturales. Lo que tendría más sentido aún tratándose de una cultura como la china, que se estableció con otras coordenadas, muy distintas de las occidentales.
—A veces se habla de Confucio y sus ideas, como un aspecto influyente en el presente…
—Es que luego del comunismo ha habido un renacer religioso, incluso alentado por el régimen, que tiene grandes efectos. Si los comunistas derrotaron a los nacionalistas y se impusieron con Mao, eso comenzó a cambiar con Deng Xiaoping, quien llegó a decir que el gobierno de Mao había sido 80% bueno y 20% malo. Del comunismo ahora queda el partido único y un Estado más liberalizado que permite viajar, por ejemplo, pero solo es un nacionalismo con maquillaje comunista.
—¿Es cierto, en este escenario cultural, que China se siente portadora de valores superiores a los occidentales, capaz de aportar un modelo mejor?
—No me parece. Eso sí, aunque no lo piensen racionalmente, creen que la democracia está en crisis, que no es el camino y esperan que pierda fuerzas. Por otra parte, todas las culturas se sienten superiores y también China. No olvidemos que el carácter tipográfico de China se traduce como “el centro del mundo”. Confucio es una gran figura, denso, pero su cultura quedó desnuda frente a lo moderno. Max Weber escribió que el confucianismo era contradictorio con el capitalismo, pero se equivocó; es lo que ellos están haciendo ahora, aunque para Confucio había que adaptarse al mundo, más que intentar transformarlo.
Una situación que Fermandois asocia a otros autoritarismos del siglo XX, dedicados a modernizarse desde arriba: “Es un fenómeno típico del siglo XX, en la Turquía de Ataturk, el Egipto de Nasser, la España de Franco. El problema de los autoritarismos es que son fuertes pero débiles al mismo tiempo, pueden caer con facilidad”.
—¿Usted ve en riesgo al régimen actual? Porque se dice que le faltaría una gran clase media, más libertades, para seguir creciendo.
—Se vio ahora con la pandemia cuando, más allá del ocultamiento inicial, que golpeó su imagen, ha luchado con éxito gracias a su poder autoritario. En las democracias se tienden a distender las lealtades éticas, cuesta más, pero igual les está costando más a los chinos, perdieron el ritmo de crecimiento, más que Japón o Corea del Sur, que son fenómenos extraordinarios.
—¿China habría podido iniciar su camino sin los enclaves de apertura de Taiwán y Hong Kong tan a la mano?
—Taiwán es otro fenómeno, 23 millones de habitantes y una democracia ultradesarrollada. Deng los invitó cuando comenzó su apertura, incluso con derecho a doble pasaporte, pero eso no demuestra todo el desarrollo chino; lo de Hong Kong está dividido, es menos relevante. Igualmente podemos hablar de robos de patentes para lograr avances en China, lo que también hacían los soviéticos –9 de cada 10 de sus espías estaban dedicados a esto–, pero esta tampoco es la explicación completa. Lo cierto es que hay una importante fuerza organizada en China, de siglos, y solo fueron unas pocas décadas sin propiedad privada. Su cultura también está ahí, influye.
El temible vacío
El historiador no se atreve a hacer pronósticos en cuanto a qué implicará la expansión de China en el mundo, pero se reconoce preocupado por la situación mundial al observar un escenario sin liderazgos definidos:
—Creo que este mundo está al garete. En China hay tendencias que pueden llegar a generar cambios, porque de los mismos jóvenes que protestaban en la plaza de Tiananmen, de sus líderes, salieron varios dirigentes y empresarios de hoy, modernos y buenos gestores; eso sí, el régimen, como todo poder autoritario, teme que si se abre pueda caer. Así, no es claro qué va a predominar. Por otra parte, son clave los centros de gravedad para manejar los cambios en el mundo, crear alianzas, buscar equilibrios, pero estos ahora se están erosionando; el occidente político se ha ido alejando de cuando París, Londres y Nueva York eran fábricas de ideas y sensibilidades.
—Hay un vacío, que inquieta…
—Claro, porque varios de los actores tienen bombas nucleares. En ese sentido, yo prefiero una China protagónica antes que el vacío. Europa y Estados Unidos están como en la época de la Primera Guerra Mundial, con actitudes nacionalistas y una competencia desnuda, sin aportar al equilibrio de poderes, sin ofrecer caminos. Hay algunos, como Trump, que de pronto parecen matones de barrio. Uno esperaría algo más de esos países, esfuerzos colaborativos, pero hay pocos, salvo los de Alemania y Francia.
Un escenario que Fermandois lamenta, porque considera que si la democracia decae, es posible que lo haga en el resto del mundo: “Es una hipótesis mía, en todo caso, creer que si la democracia sucumbe en su lugar de origen caerá en el resto”, confiesa.
No ve claro lo que viene: “Japón es la tercera economía del mundo, pero no tiene peso político, en una época en la que solo se respeta el poder nuclear. En este momento, el prestigio de Xi se ha visto golpeado por la pandemia y cierta prepotencia suya y de su gobierno, les está pasando la cuenta. Pero, por otra parte, hay grandes dependencias del mundo respecto de China, de su producción y comercio. Esta todavía es la fábrica del mundo. Habrá que esperar, comenta, hasta poder ver hacia qué lado se inclinarán estas tendencias del momento actual. Y, por ahora, como Fermandois, seguir observando qué sucede en el gran fenómeno de los años recientes; qué nación, qué región, logrará alzarse para ocupar un espacio en medio del vacío.
Lo dejamos entre sus libros, en una cuarentena que vive acompañado de su mujer y, a la distancia, también de sus 3 hijos y 4 nietos.