Humanos: lo que nos hace únicos
Lo que separa biológicamente al ser humano de otros animales es algo más que sus características anatómicas. Como especie no somos más fuertes, no vivimos más años, no corremos más rápido, no vemos o escuchamos mejor. En este sentido, lo que nos diferencia de otros animales es el funcionamiento de nuestro cerebro y lo que este órgano aprende depende del aprendizaje y la cultura. Es decir, de los tiempos que nos ha tocado vivir.
Desde la biología, el ser humano es uno más de las varias especies del género Homo, animales que aparecieron como consecuencia de un largo proceso evolutivo, hace unos cuatro millones de años. Durante la mayor parte de este tiempo, vivieron humanos que eventualmente dieron origen a la especie Homo sapiens entre 200.000 y 300.000 años atrás. Lo que nos diferenció de las especies que nos antecedieron o convivieron con nosotros (como los Neandertales) fue el estilo de vida. Neandertales y otros ancestros eran cazadores-recolectores, mientras que los sapiens han tenido una vida mayoritariamente sedentaria, realizada a través de la domesticación de animales y la agricultura.
Los Neandertales desaparecieron hace “solo” 40.000 años. Evidencia reciente ha mostrado que los humanos modernos compartimos muchos genes con esta otra especie humana. Producto de la evolución, todos los animales se diferencian por sus rasgos anatómicos, que son las consecuencias del desarrollo de un plan genético. Estos rasgos anatómicos y genéticos son aquellos que son usados para distinguir entre los diferentes animales.
Los homínidos se caracterizan, entre otras cosas, por poseer muy poco pelo, especialmente los sapiens. Asimismo, los humanos dominamos el fuego, nos sonrojamos, caminamos erguidos y tenemos una laringe especial que permite nuestro lenguaje.
Por otro lado, las similitudes de nuestro cuerpo con el de los otros animales son más extensas que nuestras diferencias. Como escribió Charles Darwin en su libro The descent of man: “Con todos sus exaltados poderes, el hombre todavía lleva en su cuerpo el sello indeleble de su humilde origen”.
UNA LÁMINA DE TEJIDO NEURONAL
Pareciera entonces que lo que biológicamente separa al ser humano de otros animales es algo más que sus características anatómicas únicas. Como especie no somos más fuertes, no vivimos más años, no tenemos más descendencia, no corremos más rápido, no vemos, escuchamos ni olemos mejor que otros animales. En este sentido, lo que nos diferencia de otros animales son nuestras habilidades cognitivas, o sea el funcionamiento de nuestro cerebro. En nuestra especie este es un enorme órgano en comparación con el tamaño de nuestro cuerpo. Con una proporción de peso del 2% del cuerpo, es definitivamente el más grande, aunque si los Neandertales aún vivieran, sería el segundo tras ellos.
Lo interesante del cerebro humano reside en que gran parte de él está formado por una estructura evolutivamente nueva, que conocemos como la corteza cerebral. Esta estructura es una lámina de tejido neuronal que tiene un espesor de aproximadamente 2,5 milímetros y una superficie de como un metro cuadrado. Para acomodarse dentro de nuestras cabezas, esta lámina se encuentra arrugada en muchos pliegues y es lo que le da la apariencia típica que se observa en fotografías o dibujos. En humanos la corteza cerebral constituye aproximadamente un 80% del total del órgano.
¿Qué tiene de especial la corteza cerebral y, sobre todo, su tamaño, que nos hace tan únicos entre los animales? Aparentemente, esta contiene circuitos neuronales que son capaces de ejecutar muchas conductas diferentes y adaptarlas a las demandas del medio ambiente. Y con una corteza especialmente grande, esta habilidad de adaptación cognitiva es única.
La mayor parte del resto del cerebro cumple funciones de manejo básico del cuerpo, tales como nuestras funciones vitales. Basta recordar que la ausencia de actividad eléctrica en la corteza cerebral es un criterio médico y legal de muerte en nuestra sociedad.
NO HAY DOS CEREBROS IDÉNTICOS
Hasta ahora he discutido cómo la biología ha caracterizado al ser humano como Homo sapiens, una de tantas especies animales, pero ¿qué es ser… humano? Es decir, ¿qué características de nuestra especie nos identifican como parte de este grupo? Se puede responder esta pregunta descartando aquellas cosas que podríamos perder de nuestro cuerpo y todavía ser identificados como tales. Más bien, la distinción tiene que ver con nuestras conductas y, en especial, por aquellas que forman parte de nuestra avanzada cognición. Aquí es donde el cerebro humano juega su rol crucial y la corteza cerebral parece ser esencial en constituir la mayoría de los comportamientos que nos hacen humanos.
La neurociencia ha demostrado que los humanos somos diferentes a otros animales. Tenemos lenguaje, sistemas de memoria avanzada, imaginación, habilidades creativas, inteligencia, conciencia o la habilidad de evaluar acciones futuras y cultura. Cada uno de estos aspectos no son exclusivamente humanos, ya que se han mostrado en algún grado en otros animales, pero en ninguno de ellos con este nivel de desarrollo, ni combinados todos en una sola especie. Estas habilidades requieren un largo proceso de aprendizaje de parte del cerebro.
En humanos, este transcurso demora más de 25 años. Este desarrollo de lenta modificación de los circuitos de la corteza está detrás de nuestra construcción mental como humanos. Nuestra personalidad, nuestras creencias religiosas o políticas, nuestras convicciones morales o nuestra concepción de justicia son la consecuencia de la actividad de miles de millones de neuronas en nuestro cerebro. Pero también son producto del aprendizaje y de la cultura. Lo que nuestro cerebro aprende depende de los tiempos que nos han tocado vivir. Un humano de la Edad Media usaba su gran capacidad cerebral para lidiar con la compleja existencia de un agricultor de entonces. Un humano que nació en 1950 se vio enfrentado a desafíos de aprendizaje diferentes a los de quienes nacieron el año 2000 pero, en cada caso, usaron el mismo cerebro para aprender las competencias necesarias para operar en el mundo que les tocó. Además, adoptaron las características propias de cada cultura, al aprender las concepciones colectivas del mundo.
Es importante destacar que en cada individuo el cerebro es diferente. En parte, la combinación genética de una persona es particular y también porque desde el nacimiento el cerebro va modificando las conexiones entre las neuronas, lo que depende en gran parte de la experiencia que le toca vivir. Nuestro cerebro va construyendo entonces un mundo, basado en su propia experiencia y en la cultura de la cual aprende. No hay dos cerebros idénticos, lo que nos hace a cada uno de nosotros único e irrepetible.
¿Es factible “mejorar” al ser humano con nuevas capacidades? Claro que sí. Desde que el ser humano inventó las herramientas pudimos mejorar las destrezas físicas. Una palanca o una polea levanta y mueve cargas muchísimas veces más pesadas de lo que podría una persona a través de sus propios músculos. Pero, ¿qué hay del propio cuerpo? La ciencia lo ha intervenido con avances para aumentar nuestra capacidad inmune o mejorar a través de la nutrición. Al mismo tiempo, en los últimos años han aparecido dos aspectos importantes de mejora del ser humano que podrían tener un impacto nunca antes visto en la historia de la humanidad. Por un lado, existen técnicas de biología molecular que permiten modificar los genes con que nacimos. Inicialmente, esta tecnología se ha diseñado para alterar aquellas características genéticas que producen enfermedades. Sin embargo, reconociendo que muchas de nuestras características físicas se manifiestan a través de los genes, podríamos modificarlos para aumentar algunas de nuestras capacidades físicas o mentales. Teóricamente se puede considerar que eventualmente se identificarán y modificarán componentes genéticos que permitan elevar nuestra inteligencia. De hecho, hay estudios recientes que muestran que en primates no humanos esto ya es posible.
Una segunda área de mejoras se puede producir conectando nuestro cerebro a máquinas externas como computadores o incluso máquinas mecánicas, a través de la conexión directa entre ambos. Esta área de la neurociencia conocida como la interfaz cerebro-máquina (BMI) se inició hace como dos décadas con la motivación de devolver el movimiento a personas que estaban tetrapléjicas o que han perdido extremidades. En estas personas, el cerebro mantiene la capacidad para generar comandos de movimiento y esta tecnología les permite restaurar algún grado de movimiento. Sin embargo, hoy en día el mundo de la BMI se está extendiendo muchísimo más allá de la medicina.
En principio, el cerebro podría conectarse eléctricamente no solo a una máquina mecánica, sino también a componentes computacionales, como nuestro teléfono o computador. Este avance podría permitir el aumento de algunas capacidades mentales, particularmente la memoria, el acceso inmediato a información o el aumento en nuestras características sensoriales si nuestro cerebro recibiese señales eléctricas de sensores que hoy no tenemos, como de energía infrarroja, magnética o de otra naturaleza.
Cabe destacar la relevancia de la discusión acerca de los aspectos éticos que se relacionan con estas innovaciones. Estos van desde la equidad del acceso y del mejoramiento de las personas como seres humanos hasta la reflexión sobre la identidad y privacidad de nuestra mente.
PARA LEER MÁS
- Herculano-Houzel, S.; The human advantage: how our brains became remarkable. The MIT Press, 2017.
- Maldonado, P.; ¿Por qué tenemos el cerebro en la cabeza? Editorial Debate, 2019.
- Sigman, M.; La vida secreta de la mente. Editorial Debate, 2019.
- Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso (CINV). DeMente: el cerebro, un hueso duro de roer. (2019), Editorial Catalonia, 2019.