• Revista Nº 170
  • Por Claudia Matus
  • Ilustraciones PÁJARO/FLÚORFILMS

Dossier

Acoso: ¿Por qué eres tan linda tú?

La pregunta retórica con la que se inicia el corto “#NormaDeGéneroBinaria: Niñas”, inspirado en un estudio del Centro de Estudios Avanzados sobre Justicia Educacional y la Plataforma de Investigación Interdisciplinaria NDE, y que millones de mujeres han escuchado a lo largo de su vida, es solo la punta de un iceberg. La magnitud de los efectos de este sistema normativo tiene múltiples manifestaciones, una de las cuales es el acoso sexual en las calles. Es así como la definición dominante de género, que nos han enseñado a asumir pero no cuestionar, tiene distintas implicancias que es necesario revertir con un adecuado plan educativo.

Históricamente las mujeres han sufrido las consecuencias del lugar que se les otorga en un sistema binario y normativo de género, que se nos inculca desde que nacemos. Desde ese orden se les construye como subordinadas, condicionadas a roles y trabajos de menor valoración y remuneración, objetos sexuales, dependientes para la toma de decisiones y vulnerables por naturaleza. Esto tiene distintas consecuencias y expresiones. Una de estas es el acoso sexual callejero, que es parte de las prácticas casi rutinarias de cómo se narra el hecho de ser mujer en el espacio público. Además, es importante ampliar la conceptualización de lo público a lo que ocurre hoy en las redes sociales.

¿Se están tomando en serio las consecuencias de estas prácticas recurrentes en la actualidad? La mayoría de las veces esta problemática ha sido relegada a un segundo plano, sin grandes consecuencias más que las vivencias propias y particulares de las víctimas. Así, se da por sentado que son ellas las responsables de generar estrategias, ajustar sus comportamientos, vigilar sus patrones de viaje y rutinas para acomodar este temor en las calles y se ha normalizado el acoso a lo largo de los años.

CUESTIONAR LA NORMA DE GÉNERO DOMINANTE

Para entender el fenómeno del acoso sexual callejero es vital problematizar la norma de género binaria y lo que este orden produce. Dado su estatus de verdad, esta convención dispone el mundo biológico, social y cultural de tal manera que se parece al aire que respiramos. Parte de esta cotidianidad es hablar de roles diferenciados y con distinto valor para hombres y mujeres; seguir documentando la brecha salarial o hablar de disidencias sexuales, cuando las personas no se alinean con lo que se espera de la correcta ejecución de este orden establecido por la sociedad.

Es así como la definición dominante de género, que nos han enseñado a asumir pero no cuestionar, propone que existen dos grupos distintos: hombre y mujer. Cada uno es asumido como inherentemente homogéneo (“los hombres son salvajes”, “las mujeres son vulnerables”).

Lo anterior tiene distintas implicancias, tales como asumir que hay profesiones que son más aptas para unos u otros. Que las mujeres disfrutan las labores domésticas y de cuidado y que el acoso callejero es parte de la cultura. Entonces, la pregunta es: ¿Dónde aprendimos esto? Educar a la sociedad en general sobre los efectos indeseados de un orden binario es fundamental para revertirlos. Cuestionar esta enseñanza es la única manera de enfrentar el problema.

 

Segunda clase. El corto “#NormaDeGéneroBinaria: Niñas” grafica conductas arraigadas en los colegios investigados. Estas muestran a la mujer como un sujeto de segunda clase en las escuelas.

¿CÓMO FORMAR A LAS FUTURAS GENERACIONES?

En los últimos años se ha avanzado en las maneras en que se abordan estas temáticas. Desde el año 2018, las instituciones educativas y la sociedad en general han sido interpeladas por mujeres que han hecho visible la violencia de género, el acoso y otras prácticas discriminatorias que, históricamente, han sido naturalizadas. En este sentido, el movimiento internacional del #metoo y en Chile #niunamenos han sido cruciales para levantar demandas por equidad y el fin de la violencia. Así, la exigencia de una política de educación no sexista es muy relevante. Esta no solo se refiere a la visibilización de prácticas misóginas, sino también a la elaboración de una propuesta educativa que problematiza la idea normativa de género que todos y todas aprendemos en el colegio.

Qué se considera apropiado como conductas y actividades en niños y niñas en la escuela, y de qué forma se reproducen patrones que buscan definir una forma correcta de ser niña o niño son las preguntas tras la investigación “Género y Escuela”. Este estudio, del Centro de Estudios Avanzados sobre Justicia Educacional (CJE), fue realizado por el Proyecto Anillos en Ciencias Sociales y Humanidades “La Producción de la Norma de Género” (2019-2021). Este analizó los datos producidos en etnografías en establecimientos educacionales (ver recuadro al final), en distintas comunas de Santiago, y desarrolló como formato final de difusión una serie de cortometrajes de animación a cargo del estudio Pájaro. El corto “#NormaDeGéneroBinaria: Niñas” grafica conductas arraigadas en los colegios investigados: que no es adecuado que las niñas griten fuerte o que realicen actividades que son consideradas para niños; asumir que son las encargadas del cuidado y deben ser más responsables por considerarse más maduras que sus compañeros, son algunos ejemplos. La norma de género binaria implica que hoy se produzca a la mujer como un sujeto de segunda clase en las escuelas.

Esto implica que las formas en que las niñas aprenden a someterse a patrones o roles que son menos valorados o de falta de autonomía las posiciona como sujetos con menos posibilidades, más restricciones y menos derechos. El que se eduque a las jóvenes más calladas, más responsables de las labores domésticas y de cuidado tiene efectos importantes en el aprendizaje de sus potencialidades y futuros.

A su vez, ¿qué consecuencias tiene para los niños la norma de género binaria? Basta con pensar la última vez que vimos a uno ser objeto de burla por conductas como llorar, por ser consideradas “de niñita”. Las ideas dominantes son inalcanzables y los somete a estar permanentemente probando su masculinidad. Esto trae como consecuencia que quienes no cumplen al ciento por ciento con estos estándares son maltratados por sus pares.

Así como se muestra en los videos, los espacios escolares se caracterizan por el aprendizaje persistente de la norma de género. A estas alturas, es importante indicar que la diferencia entre los distintos sexos en sí misma no es el problema, sino que es el uso que hacemos de ella. Por lo tanto, en la propuesta de una educación antisexista, todos y todas debemos estar involucrados y se debe revertir el aprendizaje de la norma de género.

Esta transformación debe proveer de información acerca de cómo los mecanismos de producción, reproducción y circulación de conocimiento normativo sobre estas temáticas son inculcados, y también requiere de programas de intervención para la transformación de dichos conocimientos.

 


Ciudadanas y ciudadanos iguales en el aula

Del estudio “Producción de mujeres como sujetos de segunda categoría en el espacio escolar: más allá de las ideas normativas de género y ciudadanía”, de Claudia Matus, Valentina Errázuriz y Luna Follegati, en el libro Ciudadanías, educación y juventudes. Investigaciones y debates para el Chile del futuro.

La ciudadanía –en su versión tradicional democrática– es un concepto teórico-político que supone el ejercicio pleno de los derechos civiles. Para que esta sea efectiva requiere la vigencia de derechos universales asociados como son la igualdad y la participación. En este contexto, el género –en su versión normativa–, entendido como la producción de diferencia entre hombres y mujeres, debe ser problematizado para que se transforme en un concepto y práctica ciudadana que responda a los contextos de desigualdad actuales.

 

 

La investigación documenta que las “diferencias de género” son el resultado de pensar este concepto como un orden binario –hombre, mujer– que los posiciona en lugares particulares, con roles, cualidades y atributos distintivos y complementarios. Específicamente, se argumenta que la producción de niñas y de lo femenino en el espacio escolar –sin cuestionamiento ni problematización de los efectos discriminatorios del concepto normativo de género– produce a la mujer como un sujeto de segunda categoría.

Para argumentar se utiliza la información producida en una investigación etnográfica desarrollada entre los años 2016 y 2019, en dos establecimientos educacionales de la Región Metropolitana (una escuela privada y la otra de dependencia estatal). El objetivo principal se centró en comprender cómo se producen y circulan sistemas para razonar la normalidad y la diferencia en las categorías de género, sexualidad, raza y clase social. Con particular atención a lo que ocurría en las clases de Historia y Ciencias Sociales y Ciencias Naturales del currículum oficial. La experiencia escolar está llena de interpelaciones que indican las trayectorias que debieran seguir tanto mujeres como hombres. Esto ocurre, muchas veces, de manera sutil y espontánea, a través de múltiples y siempre cambiantes dinámicas, lo que hace más difícil singularizar el origen del problema.

Así, durante una clase de Historia de octavo básico, mientras la profesora mostraba una presentación sobre la Toma de la Bastilla, las imágenes mostraron la alegoría de la libertad guiando al pueblo representada por una mujer con un seno al desnudo. Esto causó risa general en el curso, hecho que la profesora dejó pasar sin decir nada, ni explicar quién era ese personaje femenino. En esta situación podemos ver cómo, incluso en una imagen que es mundialmente reconocida por su simbología política, la corporalidad expuesta de una mujer es entendida como graciosa, no cívica, digna de pudor, no de análisis político. El silencio de la profesora y su rápido cambio de diapositiva, para no referirse a la risa colectiva, constituye un momento importante en la producción del binario de género antes mencionado.

En un curso de cuarto básico, con estudiantes de entre 9 y 10 años, durante un consejo de curso, la profesora informaba a los y las estudiantes que habían sido invitados a una inauguración en la comuna. Para asistir debían ir con su uniforme completo y enfatizó que en el caso de las mujeres había que ir con falda y polera. La profesora llamó a la estudiante Consuelo adelante y anunció en voz alta: “la Consu viene con pantalones, no quiere venir con falda porque dice que los niños andan a manotazos con las niñas… ya lo hemos conversado varias veces y también lo hablé en reunión con sus apoderados, aquí no se viene a pololear, están muy chicos todavía… acá tengo que aprender, mi vida la hago afuera”. Esto no solo muestra cómo

las acciones e interacciones en el colegio continúan reproduciendo el cuerpo de las mujeres como abierto y accesible para cualquiera, sino también ejemplifica qué tipos de consecuencias implica la producción de género normativo y jerarquizado para niños y niñas. Ellas experimentan de primera mano y aprenden a temprana edad que sus cuerpos pueden ser tocados por sus compañeros, y que los adultos no penalizan estas acciones en sí mismas, sino solo porque son supuestamente muy jóvenes para “andar pololeando”.

 

 

En otra instancia se observó a un I medio. En la clase de Educación Física los estudiantes jugaban fútbol, mientras las estudiantes se cambiaban de ropa en los camarines. El profesor le comentó a la investigadora: “acá a las mujeres no les gusta hacer Educación Física”. Al preguntarle por qué pensaba eso, explicó: “porque a las mujeres no les gusta sentir cansancio muscular, biológicamente no están preparadas (…). Tampoco les gusta hacer Educación Física cuando están con la menstruación o el periodo, porque sienten pudor y no se quieren bañar junto con otras compañeras”. Así, la corporalidad femenina es reproducida por el profesor como un elemento que marca la vida de las estudiantes y su desempeño educativo. El proceso de biologización de esta corporalidad y los problemas educativos asociados a esta justifican discursos sobre la debilidad femenina y, al mismo tiempo, se reproduce la idea de fuerza y superioridad del cuerpo masculino. De esta forma, apelamos a una educación transformadora, donde conceptos como el de ciudadanía puedan reconocerse como un goce efectivo de derechos, sin binarios excluyentes, jerarquías o dicotomías que posicionan estructuras de subordinación.