Ana Filipa Vrdoljak: “Si hablamos de patrimonio, no se trata de propiedad sino de custodia”
De visita en Chile para realizar una clase magistral en el ciclo bianual de conferencias internacionales que realiza la Association of Critical Heritage Studies (ACHS), la abogada australiana de la Unesco se refiere a los desafíos y oportunidades que implica la repatriación de objetos patrimoniales, confrontando visiones diferentes sobre la propiedad de lo que fue robado en sus lugares de origen, en un contexto que lo permitía, valoraba e incluso premiaba.
Era 1995 cuando la abogada Ana Filipa Vrdoljak –australiana, de padres croatas– fue, en el contexto de su investigación doctoral, a visitar la exposición “África, el arte de un continente”, que entonces se exhibía en la Royal Academy of Arts, en Londres. La muestra, según la institución, buscaba relevar las artes nacidas en un continente que estaba emergiendo luego de años de humillación. Pero salió de ahí con un sabor amargo. Había pocos datos sobre los objetos exhibidos, más allá de que en su mayoría pertenecían a coleccionistas privados europeos o estadounidenses. Y la puesta en escena, a su modo de ver, no cuestionaba el pasado colonialista y su impacto actual en las culturas locales.
A comienzos de diciembre, durante una clase magistral en el ciclo bianual de conferencias que realiza la Association of Critical Heritage Studies (ACHS, ver recuadro), Ana recordó esa experiencia y habló sobre cómo fue fundamental para definir su camino profesional, que hoy la tiene como profesora de la Facultad de Leyes de la Universidad Tecnológica de Sídney, además de ser presidenta de la Sociedad Internacional de Propiedad Cultural (Estados Unidos) y de la sección de derecho internacional y patrimonio cultural de la Unesco. En el resto de su extenso currículo destaca también su labor como coeditora del Oxford Handbook on International Cultural Heritage Law (2020) y la publicación de varios libros, entre los cuales quizás el más conocido e influyente es International law, museums and the return of cultural objects, editado en 2006 y 2008 por Cambridge University Press y con una nueva edición pronta a salir.
Durante su conferencia, Ana abordó la legislación internacional en torno al patrimonio y el rol de las relaciones interculturales al hablar de la restitución de objetos. Algo que, para ella, implica un profundo respeto por las personas y sus culturas, en un contexto que confronta visiones diferentes sobre la propiedad de lo que fue robado en sus lugares de origen cuando esto se permitía, valoraba e incluso premiaba. Hoy, explica en esta entrevista, el principal desafío al hablar de repatriación está cambiando. “Antes, los que se conocen como ‘países del mercado’, porque tienen las más grandes casas de subastas, dealers de arte y museos (como Estados Unidos, Suiza y el Reino Unido), argumentaban que ellos eran los que tenían los recursos para cuidar estos materiales que son importantes para toda la humanidad. Pero hoy, el orden global y el balance de poder es diferente y otros países, como China, están redefiniendo el debate y pidiendo una regulación internacional efectiva. Hay una negociación en curso y, con ello, un balance”.
Además, según Ana, en los últimos 20 años diversos acontecimientos han obligado a repensar esta discusión. Entre ellos, la destrucción, en mayo de 2015, del templo de Baalshamin en Palmira, Siria, con más de 1900 años de antigüedad, y el saqueo de la ciudad romana de Apamea, que dio luces sobre la venta de objetos patrimoniales para el financiamiento de grupos extremistas. “Luego de ver cómo ISIS comenzó a vender patrimonio para financiarse, el debate cambió y ya no se puede volver atrás –dice–. Se vio que había mucho entrando al circuito internacional del arte con un origen ilícito, lo que cuestionó al mercado, al no poder decirse que había un intercambio limpio”.
—¿Cómo ve el rol de los coleccionistas privados en este escenario?
—Hay una organización, liderada por coleccionistas y dealers, que está tratando de que los objetos huérfanos (sobre los que, debido al tráfico ilícito, no existen datos sobre cuándo y dónde fueron removidos) puedan ser “limpiados” en el mercado del arte. Lo siento, pero para mí, eso es un problema. Argumentan que en algunos casos se trata de objetos extraordinarios que están en una bodega y nadie tiene acceso a ellos; ni los académicos, ni los investigadores, ni la comunidad. Y que, si se permitiera su venta en el mercado internacional, sería distinto. Mi inquietud es que ello estimula el tráfico ilícito. Se necesita analizar cómo equilibrar esto.
—Lo cual lleva a la pregunta de base: ¿quién o quiénes son realmente los dueños del patrimonio cultural? ¿Quiénes debieran serlo?
—En la mentalidad occidental siempre se trata de propiedad; de que si tú tienes esto, es tuyo, y yo no te lo puedo quitar. Hay un investigador estadounidense que habla sobre la propiedad de las obras de arte y básicamente dice que, si tú eres dueño de algo, lo puedes destruir, no importa si es la Mona Lisa. Pero si hablamos de patrimonio de la humanidad, no se trata de propiedad, sino de custodia. Tienes la responsabilidad de cuidar estas cosas hoy y pasarlas a las futuras generaciones. Es un concepto que sí está presente, por ejemplo, en las leyes ambientales, donde está inserta la idea de lo intergeneracional y de una propiedad común. Pero esto choca con las leyes occidentales de propiedad.
REPATRIACIÓN Y MEMORIA
En Chile, el ícono en torno a la discusión sobre repatriación de patrimonio es el moai Hoa Hakananai’a, exhibido en el British Museum en Londres. En 2018, el país inició gestiones para traer esta pieza de basalto de 2,4 metros de altura, cuatro toneladas y más de mil años de antigüedad a donde fue sacada en 1868. Pero hay quienes estiman que es más útil que esté en Europa, donde muchas más personas pueden aprender sobre la cultura Rapa Nui gracias a él. “Pienso que es la gente rapa nui la que debería decidir sobre esto; si quisieran que siga en el British Museum, está bien”, dice Ana, y añade: “Tampoco se trata de devolver todo. Se necesita saber sobre los sistemas financieros asociados al traslado y tener la seguridad de que se podrá cuidar el patrimonio retornado. Pueden no contar con los recursos económicos para construir museos, si eso quisieran hacer. Es un asunto mucho más complejo que el simple hecho de retornar algo”, afirma.
—Al hacer una restitución, luego de cientos de años el lugar de origen ya no es el mismo. ¿A dónde vuelven los objetos repatriados y cómo cambia esto su significado?
—Hay dos temas aquí. Lo primero es que nuestro sentido del tiempo es diferente al de los pueblos originarios; para ellos es como hablar de algo que hubiera pasado ayer. Lo otro es que tampoco se quiere volver al mismo lugar, porque hay una razón por la que pasó lo que pasó. Lo que se necesita es que ese lugar se transforme, que se convierta en algo mejor, para que todo esto no vuelva a suceder.
—Es una discusión en torno a la memoria.
—Por supuesto. No se trata de repetir, sino de recordar para que no vuelva a ocurrir.
—¿Puede decirse lo mismo en el caso de la repatriación de restos humanos?
—No me he involucrado con ese tema: mi área son los objetos culturales y, para mí, el debate es diferente en ese caso. Ni siquiera entiendo por qué es un tema. Si tienes restos humanos en una colección, ¿qué dice eso sobre tu colección? Si la gente a la cual le quitaron esos restos los quiere de vuelta, ¿por qué no dárselos?
—¿Qué sucede con los objetos sobre los que no hay total claridad en torno a su origen?
—En Australia hay un ejemplo sobre esto. Se han llevado colecciones que se sabe que son originales pero no de qué parte del país son. En el caso de los restos humanos, esto es particularmente sensible, porque llevarlos a una zona a la que no se sabe si pertenecen es contrario a las creencias de los pueblos originarios. Así me lo han descrito ellos a mí: “si tú naciste en una tierra, necesitas ser llevado de vuelta a ella. De otro modo, nunca descansarás. Y las personas de tu pueblo o nación tienen la obligación de asegurarse de que regreses”. Por eso, luego de un proceso liderado por indígenas que ha tomado muchos años, se está creando en Canberra un espacio que llaman “zona de descanso”. Una idea que, sin duda, será imitada en otros puntos del planeta.
Encuentro de la ACHS: interculturalidad y patrimonio Ana fue uno de los dos invitados internacionales que participaron en la ACHS 2022, sexta versión del ciclo bienal de conferencias que realiza la Association of Critical Heritage Studies (ACHS), la instancia académica más grande de su tipo en el campo de los estudios del patrimonio. Es la primera vez que este encuentro se realiza en América Latina, coincidiendo con los diez años de la institución.
Organizado por el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR) y presidido por la historiadora Olaya Sanfuentes, el encuentro –que se desarrolló entre el 4 y el 7 de diciembre en la Pontificia Universidad Católica de Chile– incluyó 49 ponencias, seis mesas redondas y una sesión audiovisual, siempre en torno al tema del patrimonio desde la interculturalidad. Además, en forma paralela a la agenda académica se realizaron actividades culturales.
EL PROTAGONISMO DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
Ana ha observado que cada vez más personas de pueblos originarios –o que vienen de los países en cuyos territorios estaban los objetos saqueados– están hoy en los museos, trabajando en posiciones de influencia. Esto, asegura, está cambiando el enfoque de muchas exhibiciones hacia una mirada más horizontal. “Ellos están en la mesa, insertos en la discusión y en los debates políticos. Eso no ocurría veinte años atrás y realmente hace la diferencia. Tenemos a representantes de los pueblos indígenas en las instituciones, son creadores de las políticas que los afectan y están liderando estas temáticas, empujando las agendas, porque pueden hablar el lenguaje que se requiere para ello”, dice y agrega: “Tengo un ejemplo muy decidor de esto. En el oeste de Australia se exhibió una feather bag (bolsa de plumas) de más de cien años, que estaba seca y llena de polvo. Cuando la vio una mujer indígena, dijo: Les daremos una nueva, pero ¡por favor no sigan mostrando esa, porque no nos representa! Le parecía vergonzoso que se exhibiera en ese estado. Estamos tan obsesionados con la idea de lo auténtico, que confundimos eso con lo que es de verdad”.
—¿Hay cierto paternalismo en la mirada de muchos museos?
—Totalmente. Se ponen por encima de las comunidades para decirles a ellos de qué se trata su propia cultura. Es terrible. Pero es también un tema de poder. Los museos tienen interés en mantener y cuidar sus colecciones, es su trabajo, ¿cierto? Entonces si empiezas a decir que esto no es correcto, ellos pueden perder su trabajo.
Según Ana, los museos no deben tener miedo a que, si comienzan a devolver objetos, van a quedar vacíos. Asegura que ocurre justamente lo contrario. “Con la reposición, las colecciones no se están achicando, están creciendo. Es impresionante. Además, este proceso está haciendo que los museos comiencen a entender mejor sus colecciones. Muchas veces tienen objeto tras objeto y no tienen idea de qué son. Hoy, las comunidades de origen les están diciendo de qué se tratan y por qué son importantes. La repatriación es el reverso de la pérdida; es la ganancia de más conocimiento