• Por Miguel Laborde Duronea
  • Director de Revista Universitaria

Cultura

Adelanto RU 182 | René Olivares: indio hermano

Cuando se conocieron el músico Eduardo “Gato” Alquinta de Los Jaivas y el pintor Olivares, lo que los unió fue el interés en el mundo indígena. América, antes de ser América.

Los Jaivas y René Olivares no eran los únicos interesados en la América precolombina en los años 60. Había un asombro que recorría el continente, entre artistas e intelectuales, historiadores y teólogos, ante culturas hasta entonces ignoradas.

En el entorno de Los Jaivas, en Valparaíso y Viña del Mar, esto se produjo por una influencia entusiasta del poeta Godofredo Iommi, a través de la Universidad Católica de Valparaíso. La pionera Reforma Universitaria de 1967, así como la Conferencia de Medellín al año siguiente, de los obispos de América Latina, coincidían en ese nuevo “descubrimiento” de América.

La cultura popular, puesta en valor por la Iglesia Católica, llevó a valorar el sincretismo de la religiosidad popular, y también el respeto de las espiritualidades precolombinas; una empatía hacia el ser humano que busca lo divino.

Grandes artistas nacionales —Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Violeta Parra— ya habían explorado lo indígena, pero no habían permeado la sociedad. En 1968, el propio Alquinta recorrió varios países de la región para intentar acercarse a ese mundo. Volvió cargado de inspiraciones, lo que contagió a los demás Jaivas.

Como el poeta Iommi, se había convencido de que había un mundo por descubrir al interior de América Latina, uno que no había sido visto. Había que conocer esta geografía, estos territorios, sus culturas. Una de las primeras presentaciones de Los Jaivas como banda fue para la Católica de Valparaíso, cuando dejaron atrás el rock anglo para experimentar con el folclor regional y los instrumentos indígenas, viraje que culminaría, años después en su obra cumbre: Alturas de Machu Picchu.

René Olivares era santiaguino. Creció en una casa llena de libros de arte y revistas. Que su padre homónimo fuera el director de la revista humorística Topaze, de la Editorial Zigzag, donde su amigo Pepo creaba las aventuras de Condorito, y que Marcela Paz le encargara ilustrar una revista de niños, marcó su trayectoria. Rodeado de imágenes —su madre era pintora—, sus ojos y su mente se abrieron a la fantasía, la imaginación y el interés por lo desconocido.

No entró al mundo universitario. Prefirió la aventura de Europa —meses en Italia, en el París de Mayo del ’68, en Madrid— y, como tantos, allá aprendió a mirar América Latina. Un viaje a Rapa Nui completó su iniciación, al descubrir que había, en este mismo continente, mitos y leyendas propios; de otra estética. Sus dibujos registraron ese proceso de transformación