• Por Miguel Laborde Duronea

Americana

Juan Pablo Luna: “Somos huérfanos de un pasado que es imposible de reencontrar”

Doctor en Ciencia Política, profesor titular de la Escuela de Gobierno UC, varias veces publicado por la Cambridge University Press y su símil de Oxford, en su nuevo libro ¿Democracia muerta? desmenuza los diferentes desafíos a la estabilidad democrática en América Latina.

Desde este año dirige una cátedra de Estudios Democráticos en la Universidad de McGill, en Canadá, lo que refuerza –y reconoce–, su larga trayectoria como estudioso de la realidad política de toda la región. Uruguayo de origen, es testigo de cómo se han debilitado los grandes factores que integraban a nuestras sociedades, pasado que enumera en su libro: “La educación, el trabajo, el barrio, la familia, los bienes públicos, las expectativas de un futuro mejor, etc.”

Ese gran edificio, levantado con esfuerzos, es el que ve tambalearse debido, considera él, al modelo de crecimiento, las fallas institucionales de nuestros Estados-nación, la expansión de los mercados ilegales y los problemas mismos de nuestras democracias. Dice no ser pesimista, pero lo parece. Resiente – con un sentido de urgencia- que no nos orientemos hacia los que considera nuestros flancos más expuestos.

Instalado en parte en Canadá – la mitad de su tiempo-, desde allá nos llega su presencia, siempre dispuesto a hablar del núcleo central de sus estudios, América Latina. Comenzamos por preguntarle si esa vieja esperanza, la democracia, ha dejado de ser el arcoíris que antes nos permitía mirar un horizonte lejano y luminoso.

Ese mismo día había estado leyendo al respecto, comenta: “Es una reacción mundial. Más allá de América Latina, hay una decepción de los jóvenes y los hombres de mediana edad, los que se han vuelto recalcitrantes ante la política. El voto femenino, también en la escala internacional, es ahora un bastión, desde la agenda de género. Chile es un caso un poco diferente, de jóvenes también desafiliados y desencantados, los que se movilizaron por un movimiento estudiantil que se integró a la política y los llevó al poder, con todos sus problemas.

 

– ¿Existe una decepción de tener que entrar a la “máquina del poder”?

– El que la democracia aparezca ahora como una “máquina de poder”, que es útil solo para unos pocos, es parte del desencanto global. En América Latina es muy fuerte esto, que ella misma reproduzca las altas desigualdades de las sociedades contemporáneas. Es un tema que he estado trabajando para Naciones Unidas, democracia y desigualdad en nuestra región en los últimos cuarenta años, y resulta que bajó la desigualdad, pero muy poco. Esto es parte del desencanto, las expectativas frustradas. La gente siente que nuestros países están gobernados por “castas”, como dice Milei, que miran el beneficio propio.

 

Juan Pablo Luna. Fotografía por Karina Fuenzalida.

Ideales frustrados

Magíster en ciencia política de la University of North Carolina-Chapel Hill y licenciado en Ciencias Sociales aplicadas de la Universidad Católica de Uruguay, sus consultorías para la OEA, CEPAL, PNUD, Segpres, IDEA-Internacional, y las fundaciones Frederick Ebert Stiftung y Konrad Adenauer, le han permitido profundizar su visión de la región, lo que también le ha abierto las puertas como profesor visitante en las universidades de Princeton, Harvard, Brown, Columbia y Sciences Po. También se desempeña como editor asociado de Latin American Politics and Society y de la Serie Elements Politics and Society in Latin America, ambos editados por Cambridge University Press.

Por lo mismo, ha podido explorar el desarrollo histórico de nuestras sociedades a lo largo del siglo XX, sus muchos ideales y muchas frustraciones.

 

-¿Cómo parte históricamente la frustración, comenzando por esos millones de campesinos que llegaron a las ciudades en los años 30 y 40, atraídos por la ciudad, la modernidad?

-Hay distintos descontentos. Esos campesinos, por ejemplo, terminaron en unas periferias urbanas donde los derechos de ciudadanía, esos que supuestamente garantiza la democracia, se cumplen de manera muy desigual. Su experiencia de vida es que el Estado llega muy poco ahí, casi de modo policial solamente, sin afectar sus vidas. Esa opacidad del Estado es clave para comprender el descontento de los hijos y nietos de esos campesinos. Aquí en Chile se logró que sectores importantes vivieran una movilidad social ascendente, con más educación y mejores trabajos que sus padres, pero ahora se toparon con que tienen techos de cristal. Ven una distancia entre sus expectativas y lo que pueden lograr, esas “clases medias frustradas” como se les llama, que están mejor que antes pero que son y se saben vulnerables, de pronto pueden perderlo todo.

Luna aprecia el país que lo acogió, este Chile que vio cambiar y crecer, pero, al leer su último libro, pareciera que las élites aparecen como responsables del retroceso posterior, el actual.

-¿Las élites uruguayas o argentinas, por ejemplo, están mejor integradas que las nuestras?

-A Chile le pesa mucho la altísima homogeneidad social de sus élites. Distintos partidos e ideologías, pero da lo mismo; es un sistema monolítico, homogéneo, poco permeable en su roce y conocimiento y exposición a otros sectores. Hay un sistema político de alta calidad técnica, formado en las mejores universidades, pero que no cuenta con enraizamiento en la sociedad que dice representar. Entonces, esta solo logra hacerse visible cuando protesta e irrumpe, y así surgen iniciativas como la Lista del Pueblo y cosas así, que no se institucionalizan ni producen sentido, tampoco un relato, ni políticas públicas nuevas que puedan modificar el sistema. Las élites argentinas y uruguayas son menos pulidas, pero cuentan con más roce.

-Y aquí terminamos distanciados, polarizándonos…

-Acá la gente en general es más razonable y está menos polarizada que las élites. Estas se enfrascan y dividen, crean distancias, mientras los sectores populares, al final, son más razonables de lo que creen las élites.

“Más que un pacto entre políticos se necesita un pacto social, para relegitimar el modelo de desarrollo, una visión de futuro, de lo que se quiere buscar hacia adelante. Es algo que hay que construir desde abajo hacia arriba”.

Pigmentos de la piel

Juan Pablo Luna fue muy entrevistado en nuestros medios tras ocurrir el estallido social del año 2019. Un proceso que nunca consideró como un hito fundante del deterioro de lo que parecía llevar a Chile a ser un “país modelo”, quebrantado por la llamada trampa del ingreso medio, que surge por expectativas desmedidas que surgen junto con el crecimiento y el desarrollo. No creyó en ese análisis.


-Tú hablas de un problema más esencial, de fondo, necesitado de un “cambio civilizatorio”: ¿Cuál sería la herida íntima detrás de todo esto, de las distancias sociales, la fragmentación? ¿Puede ser racismo?

-Lo plantea un sociólogo de Princeton, Edward Telles, el que ha escrito sobre la pigmentocracia en nuestras sociedades, de cómo el color de la piel es un fuerte marcador en toda América Latina.

-En Argentina y Uruguay parece haber menos, por la persecución más intensa al indígena…

-Allá hubo grandes inmigraciones tempranas, y más persecuciones al indígena, de ahí matrices más blancas. Son dos países productores de ganado y granos, más urbanos porque no requerían mucho trabajo esclavo o semi-esclavo para producir, lo que generó sectores medios muy urbanos y con más educación. El caso de países como Chile es distinto, requerían más trabajo rural y se urbanizaron más tarde, se concentraron más, de ahí lo que hablábamos antes, la cerrazón de sus élites. Un investigador de la Adolfo Ibáñez, Naim Bro, trabajó la genealogía de las elites chilenas desde el siglo XV, de cómo hay algunas familias que siempre aparecen entre los legisladores. Es una concentración del poder que dificulta el representar a otros.

-En el libro indicas que, sin embargo, las élites chilenas tienen ciertas ventajas comparativas.

-Es cierto, lograron crear uno de los Estados más capaces de América Latina, tienen una trayectoria en cuanto a desarrollo social y económico que es indiscutible y una capacidad de abrirse a nuevos sectores económicos como es el caso reciente de las energías renovables

-Lo que nos lleva a lo que falta para enfrentar nuestros problemas actuales.

-Sí, está el funcionamiento del sistema político, para comenzar, la dinámica entre los actores sociales, y luego los gaps entre las expectativas y las realidades. Chile sigue siendo un caso en América Latina, el problema es cómo apalancar esas ventajas que tiene y cómo mitigar los riesgos. Lo fundamental no es lo que pasa entre las élites sino su capacidad de arraigar en sectores que hoy están recalcitrantes a los políticos, a todos. Más que un pacto entre políticos se necesita un pacto social, para relegitimar el modelo de desarrollo, una visión de futuro, de lo que se quiere buscar hacia adelante. Es algo que hay que construir desde abajo hacia arriba.

-No parece ser tiempo de estadistas, que lo hacían todo desde arriba…

-Estamos todos esperando que surjan, porque somos huérfanos de un pasado que es imposible de reencontrar, con partidos políticos fuertes, programáticos, disciplinados. Al contrario, ahora son cada vez más débiles, de ahí el desafío, intelectualmente estimulante en nuestros países, de ver cómo reinventamos un ideal democrático más horizontal y, muy importante, al ritmo y a la velocidad acelerada del presente; un sistema que se adecúe a los cambios sociales del presente. Los estadistas y los partidos políticos ayudan, y se gana tiempo, pero lo que realmente importa es el desafío civilizatorio, la creación de un sentido, un relato, una visión de futuro que haga sentido a las mayorías.

“Los estadistas y los partidos políticos ayudan, y se gana tiempo, pero lo que realmente importa es el desafío civilizatorio, la creación de un sentido, un relato, una visión de futuro que haga sentido a las mayorías”.

-En el pasado de América Latina hay grandes poetas y novelistas, músicos y pintores, que parecían ser los capaces de aportar esas visiones.

-Es cierto. Ahora, en cambio las vanguardias artísticas más exitosas, como el reguetón, los narcocorridos, el cine, la literatura y la música urbana se relacionan a los narcotraficantes como los personajes de nuestro tiempo. Pareciera que son artes que legitiman la insurgencia, las ganas de vivir asociadas a la ilegalidad para tener acceso a mucho de lo que no se siente accesible. La idea es tener una vida corta pero bien vivida, no ser como los abuelos, no llegar a viejos pobres, sino vivir ahora con mucho hedonismo, machismo, consumo suntuario, aunque mueran jóvenes.

-Pero hay otras búsquedas…

-Sí, pero antes que buscar cómo mejorar la realidad de América Latina, cómo encontrar una modernidad con bajadas asociadas a la región, tienden más bien a registrar los deterioros sociales o ambientales del presente, sin proyección hacia el futuro.

-Y con una Venezuela en el horizonte posible: ¿Te parece que es el símbolo de una democracia muerta, el riesgo transformado en realidad?

-Lo de Venezuela es, hace años, una dictadura pura y dura. Mi preocupación en el libro es más bien la de tratar de entender la “languidez” democrática que caracteriza a democracias que han probado ser durables, pero que al mismo tiempo son democracias fuertemente desiguales, profundamente violentas y sistemáticamente corruptas. Esas democracias y los estados débiles que las alojan, más que retrocesos autoritarios completos – como el de Venezuela-, producen un descontento e ilegitimidad que resulta muy difícil de canalizar por parte de liderazgos políticos cada vez más débiles.  

-Ahora iniciamos otro tiempo, con Donald Trump en un nuevo periodo: ¿Coincides con quienes creen que él se interesará más en nuestra región que los que lo antecedieron, porque quiere disputarle América Latina a China?

-Las relaciones internacionales no son mi especialidad, pero en términos bien generales creo que estamos viviendo una transición hegemónica a nivel internacional, con el ascenso de China y el declive de EEUU. Hasta el momento, EEUU. ha estado poco interesado en América Latina, sobre todo en comparación con períodos anteriores. Al mismo tiempo, China ha incursionado fuertemente en la región. A nivel de América del Sur, por ejemplo, lo ha hecho muy fuertemente en Brasil y Perú. En ese contexto, el país de Trump podría estar interesado en contrarrestar esa incursión, fundamentalmente intentando fortalecer su relación y presencia en Argentina y Chile, por ejemplo, involucrándose en proyectos asociados a energías sostenibles en la Patagonia. 

Lo dejamos. Y él nos deja con ese “desafío civilizatorio” que se arrastra permanentemente en la región; el encontrar el relato, crear un sentido, una visión de futuro que represente a las mayorías, con “bajadas” propias de América Latina.