• Revista Nº 172
  • Por María José Navia

Cultura

Annie Ernaux y la generosidad de la memoria

Sus libros, que ella ha llamado “autosociobiografías”, levantan un “yo” que es como un paraguas en el que caben diversas mujeres con sus experiencias y sus cuerpos, esa mirada inflexible sobre lo cotidiano con todo lo que tiene de miseria y maravilla.

En  El acontecimiento de Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura 2022, nos encontramos con el siguiente epígrafe de Yuko Tsushima: “Quizá la memoria solo consista en mirar las cosas hasta el final”. Ese “solo”, por cierto, es engañoso y se queda como latiendo en la página, pues, y bien lo sabe esta autora francesa, hay que ser valientes para atreverse a mantener los ojos abiertos frente a todo lo que nos coloca la vida por delante.

Y, qué duda cabe, la obra de Ernaux, conformada por más de veinte libros (con tres de ellos adaptados al cine), nos abre los ojos. Lo hace también (y tan bien) con un engaño, el de una prosa que parece simple, que nos limpia la mirada y no nos da tregua. Ernaux nos confronta con ese deseo que se apodera de la vida echando a perder planes y brújulas, una escritura del desnudo y de la vulnerabilidad, de la piel que se hace página en blanco y se quiebra. Sus libros, que ella ha llamado “autosociobiografías”, levantan un “yo” que es como un paraguas en el que caben diversas mujeres con sus experiencias y sus cuerpos, esa mirada inflexible sobre lo cotidiano con todo lo que tiene de miseria y maravilla. Así, por ejemplo, en Mira las luces, amor mío, reflexiona sobre el espacio del supermercado. Para Ernaux, la observación de la rutina trae belleza, lo que pasa todos los días y lejos de los titulares de los diarios también vale la pena y puede y debe contarse.

Sin embargo, la mirada de la autora se encuentra siempre desdoblada. Ella misma se refiere a su lugar como el de alguien que escribe “a distancia”, siempre en dos planos, el de la vida y el de la escritura, y de qué manera esta nos vuelve a todos extranjeros y, quizás también, intrusos en nuestras propias familias. Como la distancia entre una hija que cuida de su madre con Alzheimer, en No he salido de mi noche o lo que separa a una hija que consigue trabajo como profesora de su padre que se reconoce de otra clase social en El lugar. Dice allí la narradora, sobre su abuelo: “Lo que más le irritaba era ver en su casa a alguien de su familia ensimismado en un libro o en un periódico. Él no había tenido tiempo de aprender a leer y a escribir”. Para Ernaux, envolverse de lenguaje la separa de la familia, pero es también la forma que tiene de volver a acercarse a esa historia, a esa infancia en la que buscaba perderse en los libros. Esa infancia atravesada por la Segunda Guerra Mundial, por ese sentimiento de traición a su clase una vez que elige el camino de las letras para contar esa otra realidad en la que, nos dice, “las cosas cuestan tanto”. Quizás por eso la mirada de Ernaux es tan valiosa. Con esa prosa que algunos críticos han calificado de “quirúrgica”, porque incluso en los arrebatos del deseo más demoledor la reflexión es afilada e inmisericorde. Así, por ejemplo, comienza Pura pasión: “Desde septiembre del año pasado no he hecho más que esperar a un hombre: he estado esperando que me llamara y que viniera a verme”.

Si bien Ernaux comenzó publicando libros de ficción, con novelas como Los armarios vacíos, es El lugar el que marca un punto de inflexión según la propia autora, apostando por una estética de cortes limpios. En él, es la muerte del padre la que la enfrenta a la vulnerabilidad de su cuerpo y la experiencia la desarma. Con la enfermedad y muerte de la madre, registrada en No he salido de mi noche, en cambio, la mirada vuelve a la anotación inmisericorde. Allí, leemos: “Había dejado de ser la mujer que había conocido, que velaba por mi vida y, sin embargo, bajo ese rostro inhumano, por su voz, sus gestos, su risa, era mi madre, más que nunca” y, también, “escribir sobre la propia madre plantea, a la fuerza, el problema de la escritura”. Perder a la madre, quizás no sea sino otra forma de perder la lengua. Volverse huérfana de la lengua materna y buscar otra forma de habitar el lenguaje y entenderse como escritora.

La literatura de Annie Ernaux busca una manera de resguardar y cuidar, incluso cuando no se quiere. Hay quienes han llamado a esta autora una “guardiana de la memoria”. Ernaux va más lejos y usa la palabra “salvar”. En No he salido de mi noche dice: “He buscado el amor de mi madre por todas partes en este mundo. No es literatura esto que estoy escribiendo. Veo la diferencia con los libros que he hecho, o más bien no, porque no sé hacer libros que no sean esto, este deseo de salvar, de comprender, pero de salvar primero”. Y este salvar, para la autora, es un preocuparse especialmente por la memoria de las mujeres que el mundo parece siempre muy pronto a desmerecer. En la obra de Ernaux, contar y contarse se convierten en una forma de la generosidad; abrir los ojos es también abrirse, dejarse atravesar por el mundo, quizás incluso disolverse en él, mezclando lo colectivo y lo privado, como en su novela Los años. O como leemos en No he salido de mi noche, “Le gustaba dar, más que recibir. ¿Hacerse valer, ser reconocida? De pequeña a mí también me gustaba dar, estampas, caramelos, para que me quisieran y ser popular. Luego ya no. ¿No es escribir lo que escribo una manera de dar?”.