• Revista Nº 175
  • Por Raimon Ramis

Arte fresco

Eduardo Chillida y la pequeñez de la condición humana

La obra gráfica del artista español y las maquetas de algunos de sus proyectos abrirán la temporada 2024 de la galería de arte del Centro de Extensión Alameda, de la Universidad Católica.

El artista español Eduardo Chillida (1924-2002) es considerado como uno de los escultores más importantes del siglo XX, siendo equiparado con Henry Moore o Arthur Calder.

Antes de adentrarse en la escultura fue arquero de la Real Sociedad de Fútbol, equipo del que se retiró por una lesión. Más tarde inició sus estudios de arquitectura, pero enseguida vio que la escultura era su mundo. Estudió en París, pero decidió volver a su Donostia natal, pues necesitaba la conexión con su tierra. Humanista por definición, reivindicaba el hermanamiento de la humanidad y el respeto a la diversidad. Su trabajo destaca tanto por llevar los materiales con los que trabaja hasta el límite de sus características como por poner el espacio en el centro de su interés, transformando la propia idea de escultura.

La obra de Chillida gravita entre la levedad de Calder y la contundencia de Moore: esculturas que rompen con la tradicional pesantez, creando un mundo de formas ágiles y móviles, versus unos volúmenes orgánicos, contundentes, pero a la vez llenos de sensualidad. Su producción escultórica, monumental y de gran contundencia, contrasta con la delicadeza de las manchas y hendidos que realiza en sus trabajos sobre papel que, a pesar de su aparente ligereza, nos remiten a la misma firmeza con la que realiza sus esculturas. Chillida crea una obra que se desentiende del volumen para dialogar con el espacio: el vacío, como él afirma. “En el proceso de mi trabajo, se da siempre un diálogo entre los dos, entre lo lleno y lo vacío. He llegado a pensar en algunas ocasiones que esta conversación es entre dos cosas, la materia y el vacío, muy similares, y que lo único que los diferencia es la velocidad (…) La materia sería un espacio muy lento o el espacio una materia muy rápida” (Chillida, Susana; 2003).

Eduardo Chillida. Gravitación, 1991. Fotografía Mikel Chillida. Cortesía de la sucesión Eduardo Chillida y Hauser & Wirth. © Zabalaga-leku. Santiago. Vegap, 2023.

 

Las formas, a veces pesadas, otras ligeras, de los materiales empleados en sus esculturas o las manchas negras o formas hendidas en el papel, conforman las líneas –escultóricas o gráficas– que en su obra hacen emerger el vacío. Son la materialización de esta conversación de la que nos habla.

En las obras de Chillida el espacio se escapa. Un espacio que no está limitado por la materialidad de la obra, sino por cómo esta se relaciona con el lugar donde se ubica. Las formas son el límite que el escultor pone para evidenciar esta área que, sin su intervención, no percibiríamos.

Eduardo Chillida y Martin Heidegger. “Die kunst und der raum”, 1969. Libro de artista. Fotografía de Alberto Cobo, cortesía de la sucesión Eduardo Chillida y Hauser & Wirth. © Zabalaga-leku. Santiago. Vegap, 2023.

 

Todo ello acerca a Chillida a un sentimiento existencialista, que puede parecer que entra en contradicción con su religiosidad. Por un lado, nos invita a percibir la existencia de algo; por el otro, nos muestra espacios que no son tangibles. Estos buscan la relación del hombre con su espíritu. Sus intervenciones subrayan la pequeñez de la condición humana frente a la inmensidad del universo.

 

Eduardo Chillida. “Elogio del horizonte”, 1989. Hormigón. Fotografía de Alejandro Braña. Cortesía de la sucesión Eduardo Chillida y Hauser & Wirth. © Zabalaga-leku. Santiago. Vegap, 2023.