Devoción por la Tierra Media
El libro sobre el cual quiero manifestar mi devoción es El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien.
Descubrí este texto el año 1994, a través de un regalo de Marcela, mi esposa. Digo que es una especie de devoción porque después de mi primera absorta lectura, durante al menos unos cuatro años y, en cada invierno, en un acto casi ritual volvía a leer la saga completa –sí, los tres libros–.
Esta relectura me convocaba cada vez a disfrutar, no ya de las aventuras y desventuras de Frodo y la compañía del anillo, sino que me permitía deleitarme con el universo creado por Tolkien, sus colores, texturas y veleidades. Este placer perdura hasta hoy, aunque el rito ahora se remite solo a capítulos o momentos de la historia que a veces quiero rememorar.
La pasión que me provocó El señor de los anillos me parece digna de compartir, porque este libro es el primero que ha logrado secuestrarme de la realidad. Recuerdo que no solamente mi mente se vio comprometida con la Tierra Media y sus parajes, sino que, además, comencé a eludir el contacto con mi familia y mis seres queridos. Repaso momentos en los cuales inventaba resquicios, más bien subterfugios para seguir leyendo, como excusa para tener tiempo para viajar junto a Gandalf, los hobbits, elfos, enanos y hombres. No estoy seguro de que esta actitud sea recomendable, pero ciertamente era una respuesta a un ímpetu singular provocado por este maravilloso libro.
Más allá de la calidad de esta obra maestra de la literatura fantástica –la cual defiendo–, mi experiencia con su lectura es una vivencia de gozo, magia y lealtad. Este texto no solo es un retrato asombrosamente verosímil de un universo fantástico, sino que es una travesía arquetípica donde los protagonistas son receptores de una gran empatía con sus lectores, de manera que uno siente que está caminando con el anillo o que acompaña a Frodo y a Sam a la montaña del destino. De hecho, en algunos pasajes me identificaba con Sam Gamyi, en otras (como no) con Aragorn. Por otra parte, es una experiencia fantástica de goce, porque por un lado nos eleva al mundo de la imaginación y, por otro, nos acerca de una manera pura y casi ingenua a la naturaleza del cariño, la nobleza y la inocencia.
Nos recuerda que estas virtudes florecen en los más arduos caminos, donde a pesar de lo duro del periplo, la amistad es siempre la mejor compañera.