Ganar o perder, lo importante es saber convivir
Muchos autores, autoras y libros han marcado mi camino en la vida. Desde Michel de Montaigne hasta Philippe Claudel, junto a Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Heinrich Böll, Fernando Pessoa, Giuseppe Ungaretti y tantos otros. Indudablemente hay algo en común en ellos, y que me ha conmovido particularmente, que es esa valoración de la humanidad en su compleja particularidad. Es lo que el autor en quien me detengo hoy, Humberto Maturana, comparte tan plenamente en un libro que marcó mi mirada en la docencia, en mi vida como músico intérprete y también en mi oficio colateral, el de tirador deportivo.
Tuve la dicha de conocer a Humberto Maturana a finales de los años 90 y un libro que definitivamente estimuló mi reflexión fue Transformación en la convivencia (Dolmen Ensayo, Santiago, 1999), con la colaboración de Sima Nisis. En él, Maturana aborda de manera muy sistémica nuestra relación con la competencia en varios ámbitos de la vida. Particularmente, fue una enorme fuente de energía para replantear, desandar y corregir rumbos que había marcado ese “deber ser” tan asentado en los espacios académicos en formación de intérpretes. Especialmente en Europa viví una cultura de sobrevivencia del más fuerte, donde se sostiene ilusamente que quien no se rompe se fortalece. Tuve la fortuna de hacer mis estudios de posgrado en una de las más prestigiosas clases de Europa, dictada de forma exclusiva a ocho cursantes que accedían a su plaza a través de un muy exigente concurso.
La competencia instalada en una clase como “combustible de progreso” puede causar, al igual que el estrés sostenido que sufre un músico de orquesta, severas lesiones psicológicas.
A través de la lectura y relectura de los trabajos de Maturana logré, si no aplacar todos los “caballos locos” de mi subconsciente, al menos construir –en mi oficio como docente– un espacio donde el aprendiz se sienta “acogido a cabalidad”, en palabras de Maturana, y respetado en su esencia.
Entendí que cada persona, artista, miembro de un equipo o comunidad puede encontrar su espacio y su función si se acepta su esencia. Sin considerar que hay solo una manera de ser para cada rol que nos toca cumplir en un espacio comunitario. La competencia en la vida del músico intérprete está muy presente, pues se evidencia tempranamente en las audiciones para ingresar a una clase, en concursos de interpretación, en selecciones para acceder a puestos académicos o plazas en orquesta. La mirada lineal que sitúa a la persona en un espacio solitario, bastión a defender para permanecer en ese anhelado éxito personal, pierde total sentido si aceptamos que el precavido, el reflexivo, el temeroso, el dubitativo, el tímido, aportarán –desde su esencia– tanto como el decidido, el sagaz, el valiente o el extrovertido.
En nuestra labor como docentes en interpretación musical, sobre un lenguaje en continua transformación, trabajamos por mantener un espacio de aprendizaje basado en la aceptación del otro como un actor fundamental en el propio proceso. Hacerse cargo del crecimiento del otro, en un ámbito de trabajo común, no me librará del momento en que tengamos que sortear una prueba como rivales, sino que ponderará el crecimiento general sobre el efímero momento de una justa. Aprender a valorar la riqueza del par es, quizás, la muestra de que hemos ingresado a un espacio relacional en el que seremos no solamente más dichosos, sino también valiosos aportes al bien común.