• Por Alberto Vega
  • FOTOGRAFÍA PORTADA LIBRO MÍRAME A LOS OJOS. GENTILEZA DE LUIS POIROT, EDITORIAL RANDOM HOUSE MONDADORI

Cultura

El renacer de Alberto Vega

El siguiente texto es parte del número 126 de Revista Universitaria, de 2014, año en el que el recientemente fallecido actor Alberto Vega presentó su libro Mírame a los ojos, de editorial Random House Mondadori. Este fue redactado gracias a la ayuda de una tecnología de rastreo ocular llamada MyTobii (elaborada por CEDETi UC). En la obra autobiográfica el actor repasa su historia y el “el accidente” (extracto que se presenta a continuación), que fue el momento en que la vida lo encerró en su cuerpo. “Fue una aventura, una catarsis. Priman la verdad y la sencillez”, afirmó Vega sobre esta aventura que lo hizo brillar de nuevo desde la literatura.

Fue la mañana de un domingo cualquiera. Había ido a hacer ejercicio a San Carlos de Apoquindo. Andaba en una bicicleta nueva. La compré en Sparta. Era algo más barata que las habituales, pero no mucho más. Tenía los mismos elementos. Iba rápido en bajada. De pronto, un gran silencio.

No podía frenar. Choqué con un lomo de toro.

Muy cerca de la portería volé por los aires. Andaba sin casco protector. Aterricé en el pavimento. Me saqué la cresta. Me rompí los huesos de la cara y mis dientes; quedé con un TEC abierto; me quebré mi columna cervical.

Y estaba lleno de magulladuras. Naturalmente perdí el conocimiento. De la misma portería le avisaron a mi mujer. Lo supo mi familia “para adelante y para atrás”. Toda la familia, mis amigos y conocidos.

Me operaron en la clínica UC, en San Carlos de Apoquindo. Luego me trasladaron al hospital clínico, en Marcoleta. Cuando “volví” no tenía voz ni movimientos. Soy actor: me quitaron mis instrumentos.

Me acuerdo de cuando me llevaron de Los Coihues, en Puente Alto, donde tuve una muy mala experiencia: el lugar era hermoso, pero pasé frío y me enfermé de neumonía.

Tuve que volver al hospital de la UC, después vinieron las solitarias casas de reposo. Recuerdo cuatro. Fue muy triste. Después terminé en la Casa Central, donde creí que estaba en mi casa, pero era una trampa. Debí estar unos días allí, quería arrancarme: me rescató mi mujer.

Fui a mi casa, al segundo piso; también pasé frío y me dio neumonía. Debieron llevarme al hospital UC nuevamente. Volví y murió mi perro Bassett, fue terrible. Me sacaron de la pieza y me llevaron a un departamento especial. Dejaba el centro de la casa, fue doloroso.

Me llevaron con un chino que ponía electricidad en la cabeza.

Quisieron llevarme a una casa de reposo. Pero terminé viviendo en la casa de mi madre, una vieja casona ñuñoína. En mi pieza de soltero comparto con mis auxiliares, Clarita y Katya, de la enfermería San Alberto, de quienes espero nunca me separen.

Rezo todos los días por ellas aunque no lo saben. He tenido otras auxiliares, pero con malas experiencias.

Vivo acompañado de MyTobii, un computador que se maneja con los ojos.

Agradezco a la actriz Elena Muñoz y a Cedeti (Centro de Tecnologías de Inclusión), del campus San Joaquín.

Fotografías Programa de Investigación y Archivo de la escena teatral de la Escuela de Teatro UC.

Me ayudan con su amistad y económicamente las actrices Elena Muñoz y Macarena Baeza, el actor Cristián Campos y Antonio Castell (excompañero de colegio), que viene a leerme poesía.

Me ayudan mi tío Benigno Melero, que me trae pañales, y Ricardo a través del principado de Asturias.

Me ayudan mis auxiliares de enfermería, Clarita y Katya. Toda la Escuela de Teatro de la Universidad Católica y, aunque parezca increíble, tendré una pensión de gobierno. También me ayudan mi mujer y el departamento de Bienestar de la universidad. Me ayudan mis enfermeras Verónica García y Marta García, el doctor Hernández y la doctora Nervi, mi kinesióloga Francisca Cañete, que no me cobra.

También mis sentidos fueron afectados. La vista tuvo unos movimientos involuntarios.

El oído es el único sentido que resultó indemne, incluso ha mejorado. El olfato está disminuido. El gusto permanece, especialmente en los reflujos. El tacto permanece, en todo. El cuerpo, tengo alucinaciones táctiles: siento un llavero antiguo entre las manos.

Como no movilizo secreciones, deben aspirarme dos veces al día por la nariz, es lo peor, y por la boca a cada momento. También deben nebulizarme. Sin embargo, me levanto un par de veces al día y escribo, escribo, escribo para ti.