• Por Miguel Laborde Duronea
  • Director Revista Universitaria

Cultura

El novelista de la Amazonía boliviana

Para el escritor Edmundo Paz Soldán, de una generación latinoamericana abierta al mundo –integrante de los escritores de la antología McOndo (Mondadori 1996)–, fue casi natural que contara y novelara la próspera y moderna Amazonía de su país, centrada en la ciudad de Santa Cruz y distante del mundo andino.

Cientista político de formación, no pudo dejar de interesarse en los cambios que produjo la Reforma Agraria de Bolivia de 1952. Este proceso dinamizó el oriente rico en llanuras y bosques, con ríos caudalosos, y que se transformó en un polo conectado a Argentina y Brasil, agroganadero y exportador. El hallazgo de gas y petróleo potenció aún más esa región que, liderada por la ciudad de Santa Cruz y con inmigrantes de Europa y Asia, parece otro país.

Él mismo estudió dos semestres de Ingeniería en Petróleo, antes de dar curso a su interés en la cosa pública. Todo lo preparó para relatar esa nueva Bolivia, incluso su nacimiento en Cochabamba, una ciudad que, en el centro geográfico, está ubicada entre el altiplano andino y los llanos orientales.

Nos recibe en una visita intensa de pocos días a Chile. Paciente y disciplinado, el autor expone una mirada particular sobre la transformación de su país.

—Usted ha estado trabajando en torno a la Amazonía, la que hoy hace noticia no solo por su devastación o el cambio climático sino también por el descubrimiento de ciudades antiguas, mucho más intervenidas de lo que se creía. ¿Cómo percibe ese mundo desconocido?

—Lo que están diciendo los arqueólogos es algo que nos llevará a repensar esas categorías fáciles de lo urbano y lo rural o lo urbano y selvático. Tendemos a creer que la Amazonía estaba casi deshabitada, disponible para admirarla o explotarla, pero ahora que está cambiando su bioma, de bosque tropical a bosque seco, debemos planificar qué hacer para salvar ese pulmón del mundo. Debido a su influencia planetaria, estamos obligados a salir de los límites mentales de lo nacional y pensar en otras magnitudes.

—Incluso dentro del cine boliviano o su literatura, uno ve que el país parecía limitado a lo andino.

—Esto ha comenzado a cambiar. En mi infancia, en mi adolescencia, uno aprendía que éramos un país andino. Cuando me fui, a mediados de los 80, todavía era así, pero justo entonces comenzó a despegar Santa Cruz como el gran motor de la economía boliviana; cerca del 45% del PIB se genera desde esa ciudad enclavada en medio de la Amazonía boliviana, lo que generó mucha migración interna hacia esa región. Ahora ya se habla de un país andino-amazónico, lo que es muy real porque cerca del 60% del territorio es amazónico.

—Hubo un periodo de tensiones, rumores de separatismo desde Santa Cruz, uso de banderas propias… ¿Ha cambiado esa situación?

—Hace poco, el historiador argentino Hernán Pruden publicó un libro muy interesante sobre eso. Él lo analiza desde el siglo XIX y habla de una Santa Cruz que se siente muy boliviana. Sus demandas no eran separatistas sino de más autonomía, para que los recursos no se vayan todos a La Paz. Nuestro país, como varios en la región, está muy centralizado, y su demanda es muy natural. Hubo algunos discursos más radicales, incluso reaccionarios, en referencia a una “Medialuna” más blanca, más atada a lo hispano que el resto del país, con una geografía y una historia diferentes, pero eso ha sido mínimo. Lo cierto es que ha habido errores de ambas partes, sobre todo por la desconfianza.

—Hace algunos años los universitarios de Santa Cruz se iban a Argentina o Brasil a estudiar sus postgrados. ¿Sigue siendo así?

—Sucedió durante un tiempo, sobre todo en la clase media, yo mismo me fui un tiempo a Argentina porque en los años 80 la situación era muy inestable y la oferta educativa era escasa, pero eso cambió en los 90. Han surgido varias universidades, con más ofertas y hay más estabilidad. Nos faltan posgrados todavía, doctorados, pero, para licenciaturas, Bolivia es hoy un buen país para estudiar.

—Se ha visto un aumento del indianismo más que del indigenismo, postura que plantea que solo los indígenas pueden representarse, expresarse o referirse a sus culturas, no los blancos disfrazados de indigenistas. ¿Qué opina usted al respecto?

—Hay una variedad de discursos, no es algo monolítico. Hay grupos más radicales, como los de aimaras que se sienten más cercanos a los aimaras de Perú que a los de Bolivia, que desconocen las fronteras, pero también hay otros que buscan alianzas políticas convencionales, como ha sucedido en este año electoral. En el gobierno de Evo Morales avanzó el movimiento a favor de las reivindicaciones indígenas, hubo cambios desde lo simbólico y ahora los próceres no son solo Bolívar y Sucre, sino también Túpac Katari, el caudillo aimara. Aunque el racismo no se va a erradicar por ley. Para ello, hay otros cambios necesarios: más conocimiento de las tradiciones indígenas y más participación de ellos en la esfera política y pública en general.

“Hay una desconfianza natural en un país de tantos recursos materiales porque persiste la pregunta sobre cómo un lugar de tantas riquezas sigue siendo pobre. Si te han saqueado los minerales desde la Colonia, la plata, el oro, el estaño, ahora el gas y el petróleo, y todo se va fuera o favorece solo a unos cuantos, es natural”.

Un espacio perfecto

Un espacio perfecto

En la actualidad, con sus libros sobre la Amazonía y su modernización, como La mirada de las plantas (Almadia, 2022), Paz Soldán encontró el nicho perfecto; ahí está el país, más de la mitad de su geografía, pero también lo urbano y lo moderno. Fotografía: Editorial Páginas de Espuma.

Racismo presente

Invitado al exitoso encuentro “La ciudad y las palabras” –del Programa de Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la UC–, dedicado justamente a escritores que reflejan fenómenos urbanos en su literatura, no fue fácil su trayectoria inicial. Le criticaron sus primeros libros porque no se refería a los dolores de su país. Luego, cuando publicó Alrededor de la torre, novela que sí lo hacía, lo acusaron de que él, por su tez blanca, no podía representar las tensiones raciales que padecen los indígenas de su país. Al anterior prejuicio contribuyeron sus estudios de Ciencia Política y doctorado en Lenguas y Literatura realizados en Estados Unidos, país en el que se radicó en 1991 y donde es profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell.

Que dos chilenos, Alberto Fuguet y Sergio Gómez, lo incluyeran en “la generación MacOndo”, la que buscaba dar cuenta de una América Latina más urbana y moderna, abierta al mundo y lejana al realismo mágico, le dio un primer aire, una libertad que le permitió dejarse llevar por sus propios impulsos. Esto se tradujo en su llegada a la ciencia ficción con la novela Iris. Ahora, con sus libros sobre la Amazonía y su modernización –como La mirada de las plantas (Almadia, 2022)–, encontró el nicho perfecto; ahí está el país, más de la mitad de su geografía, pero también lo urbano y lo moderno. Hoy, cuando es una figura internacional premiada y traducida a varios idiomas, enorgullece a sus compatriotas.

—El arquitecto de nuestra universidad Cristián Fernández Cox planteó hace varios años una tesis que ha tenido acogida en varios países. Se refiere a que no hemos sabido modernizarnos a nuestra manera sino de un modo forzado, que necesitamos descubrir una “modernidad apropiada” para nuestra cultura. Lo digo a propósito de algunas manifestaciones en Bolivia que han levantado banderas contra la modernidad.

—No diría tanto, hay una desconfianza natural en un país de tantos recursos materiales porque persiste la pregunta sobre cómo un lugar de tantas riquezas sigue siendo pobre. Si te han saqueado los minerales desde la Colonia, la plata, el oro, el estaño, ahora el gas y el petróleo, y todo se va afuera o favorece solo a unos cuantos, es natural. Hace 20 años había un 53% de pobreza extrema, la cual bajó después al 26%. Ha habido una mejoría, pero no es un salto como para pensar en un futuro próspero. Sigue la desconfianza ante los discursos modernizadores y la pregunta de dónde se irán los dineros. Lo del litio, por ejemplo, que en Bolivia comenzó antes que en Chile o Argentina, es un problema. Este mineral requiere agua para su explotación, la cual es escasa en la zona de Potosí y la necesitan las comunidades indígenas. Por desgracia, pagan justos por pecadores, buenos proyectos no avanzan por recelos de larga data.

—Al respecto, los sociólogos dicen que el desarrollo depende de contar con una clase media educada, un número mínimo. En el caso de Bolivia, ¿la reducción de la desigualdad se reflejó en un aumento de la clase media?

—Estadísticamente, en estos últimos 20 años hubo una clase media baja que ascendió, pero fue algo limitado. Ahora mismo, en la crisis actual, muchos retrocedieron. No hay todavía una clase media fuerte y pujante; la hay en algunos sectores –lo que nos permite respirar–, pero otros quedaron muy afectados.

—A propósito de la muerte de Vargas Llosa, se ha recordado su libro Utopía arcaica. Tu propia tesis doctoral sobre Alcides Arguedas se refiere a esa idealización de lo precolombino, y demonización de lo hispánico como un trauma cultural que nos hace daño. ¿Qué piensas al respecto?

—Yo creo que eso quedó atrás hace tiempo. La revolución de Paz Estensoro, de 1952, cambió mucho las cosas. Hasta ahí, como en varios países de la región, había una idealización de lo indígena precolombino y un rechazo al indio contemporáneo. Era un paternalismo condescendiente, un preguntarse cómo aprovechar esa mano de obra, cómo emplearla –las comunidades indígenas–, sin imaginar que entre ellos pudieran aparecer futuros ministros y menos un presidente. Lo de Evo Morales fue un parteaguas, un gran logro que hay que celebrar, pero ahora su partido de entonces, el MAS, ha usado de manera instrumental el indigenismo; dentro de ese movimiento, y dentro de la izquierda, surgieron entonces las críticas porque su gobierno no sirvió tanto para ellos. Y está nuestro gran problema: el caudillismo desde la Colonia, en este caso por la incapacidad de Evo Morales de dar un paso al costado para que el partido contara con nuevos líderes, lo que nos ha llevado a la debacle actual.

La madre naturaleza

—¿Luego de estas novelas y cuentos amazónicos, seguirás cultivando ese espacio o tienes algún proyecto diferente?

—Estoy con otros proyectos, que están relacionados, pero que responden a un espectro más amplio; quiero escribir cuentos y novelas donde lo humano esté descentrado y que en la narrativa aparezcan volcanes, ríos, animales. Es algo que me viene como inquietud filosófica, epistemológica: pensar nuestro lugar en el mundo. Creo que gran parte de la crisis que vivimos se relaciona con la poca atención que le damos a lo que nos rodea; lo tratamos como un escenario de utilería, para ambientar el drama humano. Acabo de leer una novela de la uruguaya Fernanda Trías, El monte de las furias (2025, Literatura Random House), sobre una mujer que cuida una montaña y en la que hay narrativas desde la mirada de esta, con su voz; cosas así son mi desafío para los próximos años, porque te obligan a preguntarte cosas.

—¿Está conectado entonces con las tradiciones indígenas, en las que los seres de la naturaleza son personajes?

—La cosmovisión indígena es fundamental. En la misma Amazonía los animales son personas disfrazadas de otra manera, tal como en el mundo andino las montañas son dioses protectores. Es una naturaleza viva, y es así, creo, como debemos volver a verla. Por ahí va mi interés actual.


“La cosmovisión indígena es fundamental. En la misma Amazonía los animales son personas disfrazadas de otra manera, tal como en el mundo andino las montañas son dioses protectores. Es una naturaleza viva, y es así, creo, como debemos volver a verla. Por ahí va mi interés actual”.