• Por Miguel Laborde Duronea
  • Fotografía: Karina Fuenzalida

Letras

Elizabeth Horan, biógrafa de Gabriela Mistral: “En ella hay mucho que está escondido”

Con varios años de dedicación intensa a la vida y obra de la poeta –desde la Universidad Estatal de Arizona–, la autora estadounidense ya sacó a la luz el primer tomo de una trilogía que la consolida como una de sus biógrafas más reconocidas a nivel mundial. Al cumplirse 80 años desde que la chilena recibiera el Premio Nobel de Literatura, Horan revela detalles desconocidos de su biografía.

Una conversación casual con una amiga chilena en California le cambió la vida. Folclorista de Talcahuano y amiga de las tradiciones, esta le preguntó si sabía que Chile contaba con una mujer que era Premio Nobel: Gabriela Mistral. Como no la conocía, partió a la biblioteca donde encontró sus Lecturas para mujeres (1925), título que le interesó: “¿Por qué solo para mujeres?”.

Con una introducción de Palma Guillén sobre el México postrevolucionario –al que llegó Gabriela–, se fascinó con esa época, cuando José Vasconcelos exploraba la identidad regional: “Quise conocer mejor la historia de América Latina, me pareció que no había nada más; ahí comencé a estudiar castellano”.

—¿Cómo se acerca al mundo literario hispano, en general?

—Siempre tuve interés en las lenguas, pero en el colegio me impusieron el francés, que no me llamó la atención. Entonces miré el mapa de América y vi tantos países que hablan español que me impresionó, pero las clases eran muy malas. Solo cuando llegué a Nueva York, a los 19 años, al estudiar la literatura contemporánea me fascinaron Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Alguien me prestó El obsceno pájaro de la noche, en inglés, y también me sorprendió; yo soy bostoniana, crecí con mis abuelos, mi bisabuela, y encontré que el mundo de José Donoso era igual al mío: Boston y Santiago de Chile, similares, eso me llamó mucho la atención.

La bandera mestiza

Actualmente, es una de las biógrafas más reconocidas de Gabriela Mistral a nivel mundial. Un hecho
reforzado con la aparición del primer libro de una trilogía dedicado a la niñez y juventud: Mistral, una vida. Solo me halla quien me ama (2023, Lumen). Un título que refleja su propia experiencia: la primera vez que vino a Chile, en 1985, no se leía a Mistral.

No culpa a los chilenos. Agradece el apoyo que tuvo de los mistralianos y considera que conocerla
requiere tiempo. En eso, ella tuvo ventajas: “Yo fui muy afortunada de estar en una universidad estadounidense que me dio eso, el poder dedicarme a esta autora, pedir cualquier libro y que te lo hagan llegar, eso ayuda mucho para investigar”.

Con tiempo y recursos, comenzó a aparecer una Mistral más compleja.

“Es muy interesante la imagen del volcán, en eso estaría de acuerdo, porque en ella hay mucho que está escondido, vivió descubriendo y encubriendo… No es fácil acercarse a alguien así”.

—Se sabía que Gabriela Mistral dijo que era “india”, que reivindicó su origen mestizo, pero usted presenta a una joven pionera en el indigenismo, casi adolescente, que tiene el sueño de irse al sur y aprender la lengua indígena de la Araucanía: ¿Cómo explica usted esa rareza?

—Es sorprendente. Busqué más, por si tenía contactos, pero el único indigenista oficial era Pascual
Coña, y era poco probable que se relacionaran. Más tarde aparece José Cayupí, hay una carta de él para que los mapuches pudieran asistir a las escuelas chilenas normales. También Manuel Manquilef, dos años mayor que ella, que tradujo algunos poemas suyos, pero no antes del año 1913. Entonces, ¿de dónde obtuvo esa idea cuando ella era muy mala para aprender lenguas? Hasta su francés era “execrable”, según una editora suya, y siempre debió depender de otros para eso. Es algo muy curioso.

—¿Tal vez tenía conciencia de su árbol genealógico? ¿Habrá sabido de sus antecedentes diaguitas?

—Parece que ella supo de su abuelo paterno, que era de Alto del Carmen en el Valle de Huasco, que
hasta hoy es un lugar de indígenas. Por fotos, también se ve que su padre era de ascendencia mixta.
En todo caso, Mistral cada vez reivindicó más ese origen, en especial –por lo prejuicios raciales de la época– tras la muerte de su madre.

—La naturaleza es muy central en ella y hay varias fuentes posibles para eso. Desde los 11 años, cuando la expulsan de la escuela y se refugia en el huerto de la casa, pero también por su trabajo en la Araucanía, donde admira la relación del mapuche con la naturaleza. Su interés en la teosofía y su cercanía con San Francisco de Asís también la acercan al grado de ver en la naturaleza algo trascendente, un “evangelio natural”. ¿De dónde proviene esa sensibilidad medio indígena, de naturaleza sagrada?

—Cuando uno va al Valle de Elqui, el paisaje impresiona. Yo no soy muy mística, pero estoy de acuerdo con ella cuando dice que el territorio de la infancia te marca para siempre. Haber crecido en ese valle tan estrecho, rodeada de la cordillera, creo que influye mucho. Yo fui en 1985 por primera vez, joven y con mochila para acampar junto al río, y era todavía muy fuerte el paisaje, más diverso que hoy. El cielo también es muy especial, las noches y esa luminosidad sin sol en las mañanas, porque la montaña lo esconde.

—Hay en Chile grandes mistralianos, como Roque Esteban Scarpa, Jaime Quezada, Luis Vargas Saavedra, Pedro Pablo Zegers, pero persiste la idea de que aquí no se le conoce. Ella habla de Chile como un volcán, majestuoso y solemne por fuera, ardiente por dentro, y pareciera que ella misma era así, difícil de conocer, compleja. ¿Con su trilogía, con tanto material nuevo, cree que Mistral podrá resultar más cercana?

—Es muy interesante la imagen del volcán, en eso estaría de acuerdo, porque en ella hay mucho que
está escondido, vivió descubriendo y encubriendo. Además, conoció la teosofía muy joven, la que exige una meditación diaria, que ella practicó muchos años y favorece una conexión profunda con su interior. No es fácil acercarse a alguien así, hay que leer mucho y poca gente lee mucho. Luis Vargas Saavedra sabe mucho de ella, valoro mucho mi amistad con él, fue muy paciente conmigo y, aunque no estuviéramos de acuerdo, siempre fue cortés. Scarpa también fue muy bondadoso. Le debo mucho a los chilenos. Es cierto que se requiere tiempo, pero el que se dedica la puede encontrar, como hicieron ellos.

 

“Es cierto que su condición sexual o de mestiza la hace ser cuidadosa, pero ella buscaba algo más en la vida siempre. Antes de partir a México ya leía mucho de lo que allá sucedía, siempre tuvo ese impulso de irse a lugares donde estaban sucediendo cosas. Escogía lugares de acción, incluso de guerras y posguerras”.

LA INABORDABLE

Vivir en Estados Unidos fue una ventaja importante para Horan. Si Doris Dana, albacea de Mistral, fue reacia a compartir documentos, todo cambió con su muerte; su sobrina, Doris Atkinson, tuvo una actitud opuesta: “Esperé a ver qué pasaba con la sobrina, le escribí una carta, y un día, preparando mi clase de literatura en mi oficina, ella misma me llamó”. Pudo tener acceso cercano a material nuevo en
cantidades, lo que aumentó su conocimiento de la Premio Nobel. Pudo acercarse mejor a su compleja
personalidad social e intelectual, la que atribuye a su condición de autodidacta, que la llevó a manejar
sus influencias a su manera, menos previsible, libre de las bibliografías de moda.

—Usted dice que ella sería la primera de las escritoras y escritores latinoamericanos que considera el valor del folclor, de la tradición oral.

—Efectivamente, es la primera de nivel continental que lo hace. Había folcloristas como Rodolfo
Lenz, pero dentro de una especialidad; ella tiene una búsqueda más personal, descubre cosas, relaciona, comunica muy bien. Creo que en España se hace fuerte ese tema en ella, de lo chileno tradicional.

—¿No fue en México?

—En España, como reacción, al estar entre españoles, se le acentuó la valoración de lo propio, lo diferente.

—También dice usted que ella tiene un lenguaje que viene del cuento oral, del propio Valle de Elqui, de su casa, portadora así de un “capital cultural”. Es muy interesante que ella, en 1913 y en un Chile muy afrancesado, valore la cultura popular.

—Pero también hay una abertura al mundo, están las dos influencias. Me llamó la atención ver que, estando en Antofagasta, escribiera cartas sobre lo que sucedía en todo el mundo; tenía un compromiso periodístico por estar informada, incluso en bibliotecas. Hay una rica tradición en Chile, profunda, que lleva a la gente a buscar la prensa; en Coquimbo había 18 revistas y diarios, y en varios escribió ella. El funeral de Frederic Mistral en 1914, por ejemplo, tuvo una enorme cobertura en Chile, por eso se piensa que fue la razón de tomar su apellido; es curioso ese interés en el mundo de los chilenos. Ella lo mantiene a pesar de tantas clases, cartas, lecturas de libros y escritura de poemas. A pesar de eso, leía mucha prensa.

—¿Era ambiciosa?

—A Pedro Aguirre Cerda lo presiona con cartas y más cartas, pobrecito, y él le consigue algo nuevo
cada dos años, siempre mejor.

—Ellos se respetaban y querían.

—Además, ella vivió en la tierra de él, en Aconcagua, tenían ese territorio en común que a los dos les
importaba mucho. Y luego, él nunca dejó de ser un educador, siempre interesado en la pedagogía, y ella escribía sobre sistemas educativos. Él estaba realmente interesado en la cultura, además, y ella, al respecto, era de una agudeza muy penetrante que a él le debió interesar. Tenían muchos intereses en común.

—Que Gabriela Mistral escribiera en la prensa contra los lujos del Centenario de 1910, cuando apenas tenía 21 años, también revela un lado político que podía compartir con Aguirre Cerda.

—Creo que sí, que era ambiciosa. Lo incluyo en mi libro. Es algo que no aparece mucho en otras biografías que se fijan en otras cosas. Yo pienso que no habría sobrevivido de no ser así. Llegar a dirigir un liceo de niñas en Santiago, sin tener título universitario, es un ejemplo. Tenía una veta política y mucho coraje. Salir del Valle de Elqui y buscar puestos en otros lugares requiere mucho coraje. Además, debía moverse y tener buenos puestos para poder mantener a su madre; no conozco a muchos jóvenes de 21 años que hagan eso.

“Creo que sí, que era ambiciosa. Lo incluyo en mi libro. Es algo que no aparece mucho en otras biografías que se fijan en otras cosas. Yo pienso que no habría sobrevivido de no ser así. Llegar a dirigir un liceo de niñas en Santiago, sin tener título universitario, es un ejemplo”.

—Hay un rumor popular de que por su condición de lesbiana o bisexual se aleja del Valle de Elqui y luego de Chile.
—Es una combinación de cosas. Debe pensarse lo que era Chile entonces, la fuerte batalla que
sufrió cuando le dan el Liceo 6 para dirigir. O el millonario de Los Andes que compró una revista, Sucesos, para insultarla. Ella, como maestra, no podía defenderse por la prensa, tenía que recurrir a amigos que lo hicieran, y como los buenos puestos de maestra eran muy restringidos, tenía que cuidarse, llevar dos o tres vidas –profesora, poeta, periodista–, pero yo no diría que tuvo que salir de
Chile porque el ambiente era restringido. Es cierto que su condición sexual o de mestiza la hace ser cuidadosa, pero ella buscaba algo más en la vida siempre. Antes de partir a México ya leía mucho de lo que allá sucedía, siempre tuvo ese impulso de irse a lugares donde estaban sucediendo cosas. Escogía lugares de acción, incluso de guerras y postguerras.

—Era su vocación de periodista.
—Sí, lo hizo siempre, a veces casi adivinando dónde iba a suceder algo fuerte. Cerca del final de
su vida pidió ser trasladada a Cuba, en 1954; si se lo hubieran aceptado, habría vivido el nacimiento de una revolución.

—Hay una frase, tal vez es un mito, que dice que a Vasconcelos le ofrecieron a Amanda Labarca para dirigir la reforma educacional de México, y que él insistió en Mistral porque era única.

—Yo no sé si es tradición oral, nunca lo vi escrito, pero Vasconcelos escribía pocas cartas. Él la estimaba mucho, la lleva a México no solo para la reforma de la educación sino también para promocionar esos cambios. Él entendía que eso era importante, y que ella sabía relacionarse a un alto nivel internacional, lo que sería útil para la reforma.

—Hay nombres que aparecen ligados a ella: Bergson, Mauriac o Bernanos. En España: Jiménez y Unamuno… ¿Cómo es que ella se relaciona a ese nivel, siendo latinoamericana?
—Hay algunos que ella conoce bien, otros no mucho, hay que distinguir. Con Unamuno tuvo una relación que fue importante para los dos, a Juan Ramón Jiménez comenzó a tratarlo después de estar en España, no allá; él era bien insoportable, pero su esposa era simpatiquísima. Son varios los casos en que ella toma contacto a través de las esposas, como sucedió con Georges Duhamel. Incluso, en el caso de Pedro Aguirre Cerda es con doña Juanita, su esposa, que comienza la relación. Ellas eran mujeres inteligentes además, interesantes por ellas mismas, lo que explica esas relaciones.

Dejamos a Horan, la biógrafa dispuesta a consagrarle más décadas y libros a esa mujer que, como ha escrito ella misma, salió de un valle pequeño, sin apellidos ni relaciones, siendo mestiza y sin la belleza valorada en la época, carente de recursos económicos, y que, por sus muchos talentos, se consagró a nivel mundial. Aunque permaneciera –errante, lejana– envuelta en un aura de misterio que recién ahora, con un interés renovado en su figura, comienza a revelarse.