• Por Francisco Ortega Ruiz

Cultura

Nuestra parte de noche: Una novela apocalíptica para tiempos apocalípticos

La exitosa escritora argentina Mariana Enríquez reflexiona sobre la inteligencia artificial y el papel del género fantástico y el horror en la historia de América Latina. Asume que ser publicada en Anagrama consiguió que mucho “lector literario” se abriera a la opción de leer una novela que, básicamente, es un best seller a lo Stephen King.

Nuestra generación creció bajo la idea de que algún día las máquinas nos iban a invadir mediante helicópteros de ataque controlados por inteligencias artificiales. Resulta que la guerra apocalíptica contra las computadoras comenzó en 2023, con robots escribiendo cuentos y poemas, sacando fotografías y realizando videos e ilustraciones.

“En realidad empezó antes. Matrix y Terminator partieron con las lavadoras automáticas y las impresoras, ¡qué jodidas que son! Es broma”, se justifica, sin necesidad de justificarse, Mariana Enríquez, exitosa autora argentina invitada por la Universidad Católica y Fundación Plagio a realizar una charla magistral en el Centro de Extensión de la casa de estudios pontificia.

Nacida en 1973 y formada como periodista, Enríquez es hoy la voz más importante de la literatura fantástica no solo a nivel continental, sino en nuestro idioma. Desde Borges que ningún narrador en castellano había alterado las reglas de esta narrativa como ella, desdoblando el presente en un espejo poblado de monstruos y horrores. Mientras en nuestro mundo de tres dimensiones las madres de Plaza de Mayo (y sus símiles locales) lloran por sus hijos perdidos, en los versos y universos de Mariana Enríquez esos hijos perdidos regresan en edificios poseídos o zombies resucitados en busca de la carne de sus torturadores y carceleros.

Premios y lectores solo se han sumado libro tras libro, en especial tras su premiado y celebrado Nuestra parte de noche (Anagrama, 2019), y le han dado a la escritora oriunda de Buenos Aires eso tan difícil que es pararse justo al medio del respeto crítico y el éxito comercial, del culto y la masividad.

         Como Suede y Nick Cave, le comento, citando a dos de sus ídolos.

         “Como Stephen King o Neil Gaiman”, me devuelve con complicidad, muy cómoda de permanecer en ese perfecto equilibrio, buscado y deseado por casi todos sus colegas.

Con un café y una botella de agua regresamos a la conversación, protagonizada en una primera escala por un tema de mucha actualidad: el advenimiento de ChatGPT y las Inteligencias Artificiales (a partir de ahora IA).

Hace unos días, Neil Clarke, editor de la revista de ciencia ficción Clarkesworld, se quejaba en redes de la cantidad de cuentos escritos por IA que les estaban llegando.

—Qué peculiar sentido del humor, ¿no? Un antologador de cuentos sobre robots reclamando porque los robots están escribiendo cuentos. Pero, poniéndonos serios –da un trago a su botella de agua–, más que un debate, veo un problema en esto de las IA y ChatGPT: un problema que es el problema.

¿Cómo así?

—Que las IA no los tienen… Me refiero a problemas en el amplio sentido: psicológicos, personales, sociales, etcétera. No pueden sentir, al menos no por ahora, que sepamos –subraya–. Lo que yo veo en ChatGTP es una buena herramienta, un superprocesador de textos. Una aplicación que reproduce y lo hace muy bien, que genera titulares.

Como el que podríamos usar para esta entrevista.

—Preferiría que usaras algo más ambiguo, más literario –se ríe, para luego retomar el hilo–. Tal vez lo más interesante de esta IA es lo mentirosa que es. Cuando no sabe de un tema, inventa una respuesta.

O sea, crea, escribe…

—Visto desde esa perspectiva, sí lo hace, porque la mentira es la base de la ficción.

¿No te da miedo ser reemplazada por una máquina? Hasta hace solo unos años la capacidad de escribir, leer, crear arte era lo que nos diferenciada de otras criaturas.

—Y de mentir –piensa en voz alta–.

Te quedaste fija en el tema.

—Es que no lo había visto de esa manera hasta esta charla. Haberlo expresado me causó un escalofrío. La palabra construye realidad es el dicho, ¿no? Pero es cierto lo que apuntas, estamos en un punto cero de una revolución ante la cual soy bastante optimista. Nuestro papel de usuario y compañero de las IA será clave. La ventaja que nos dan los problemas comunes y corrientes nos hará ser buenos compañeros de creación para y con las IA.

 ¿Te interesa leer una novela escrita por una IA?

—Para nada. Tal vez solo por morbo, porque es probable que suceda más pronto de lo esperado. El interés comercial está, va a gatillar que suceda. Pero, insisto, una novela escrita por una IA quizás sea una buena novela, una novela increíble, incluso… Pero le va a faltar el lado humano, los líos de pareja, los problemas económicos, las risas y llantos de un hijo; el perdón, el rencor.

 Los fantasmas.

Ghost in the Shell –cierra con el nombre del manga y animé de 1995 acerca de una máquina que empieza a experimentar problemas para hacerse humano–.

Al final, todo es circular.

 

Las diversas partes de la noche

En 2012, los académicos Elizabeth Ginway y Andrew Brown de la Universidad de Washington, en Saint Louis, publicaron el ensayo Latin American Science Fiction. En sus 217 páginas teorizan acerca de que el realismo mágico de García Márquez y sus imitadores eclipsó el desarrollo de la fantasía, la ciencia ficción y el horror en nuestro continente. “Y estoy de acuerdo con ellos. En efecto, robó y borró el fantástico latinoamericano al reducirle a un término, en este caso dos palabras”, subraya Mariana Enríquez. “Y creó esa idea un poco boba de que por no ser países industrializados o con nulo desarrollo científico no podíamos desarrollar anticipación. Me agrada que esta idea esté diluyéndose y que hoy se escriba y se teorice de literatura de género latinoamericana fuera de los márgenes del realismo mágico. Es bonito que, mientras en el mundo anglosajón lo fantástico sea muy de mainstream, acá aparezca como una suerte de punk contra lo establecido representado por García Márquez”.

 —¿No te gusta Gabriel García Márquez?

—No he dicho eso. Para mí, es un muy buen autor de literatura fantástica. Mi reclamo es contra el manto de invisibilidad que un mote comercial, como fue el realismo mágico, un invento de agentes, editoriales y prensa, causó sobre un montón de autores. Pienso en El Eternauta, una novela gráfica de ciencia ficción clave a nivel continental y que recién, tras su edición inglesa y pronta versión televisiva por Netflix, está teniendo un impacto global. Y es una obra de 1957, muy urbana y muy latinoamericana. Cierto, es sobre un tropo muy anglosajón como es la invasión extraterrestre, pero la perspectiva es tan nuestra, tan única, tan de barrio, tan de tercer mundo, que yo la ubico a la par de El Aleph o La invención de Morel. Es como Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, pero con extraterrestres.

 En Nuestra parte de noche haces algo parecido.

—Exactamente. Por encima es una historia de fantasmas, sociedades secretas, seres sobrenaturales, muy en la tradición anglosajona de Lovecraft, pero por debajo, por lo importante, mi novela es sobre Argentina.

 —Volviendo al realismo mágico, se te apunta como responsable de un realismo mágico 2.0.

—Otro mote de la prensa. Lo que rescato de este 2.0 es que se destaque que es una visión femenina del género.

 —¿Muy machista el realismo mágico original?

—Mucho, y no solo porque la mayoría de los autores fueran hombres. Se invisibilizó a las autoras, pero también los temas y las aproximaciones a estos. Cien años de soledad es una obra muy de su tiempo, muy patriarcal en términos del hoy.

 Que tal vez hoy sería reescrita.

—Qué espanto solo pensarlo. La corrección llega a absurdos bien fascistas. Las obras son a su contexto y deben leerse así, con el pasado como marco. Si seguimos cancelando hacia atrás vamos a terminar cancelando todo Occidente, que es un absurdo, pero un absurdo posible, lo que me parece más aterrador que las inteligencias artificiales.

—¿Y te acomoda que te definan como escritora de terror?

—Es que es lo que hago: escribo cuentos y novelas de terror. Así que me acomoda mucho. Por otra parte, me gusta mucho lo que le escuché a Rodrigo Fresán cuando presentó su novela La parte del cielo. Le preguntaron si se había convertido en un autor de ciencia ficción y él respondió que en realidad era un autor “con” ciencia ficción.

 —Mariana Enríquez es una autora “con” horror.

—Y con terror. Horror es cuando el miedo viene de lo sobrenatural, como un demonio, y terror cuando viene de algo natural o probable, como un perro o un asesino.

 —Es factible que en otro tiempo Nuestra parte… hubiese sido publicada en un sello de literatura comercial, con una portada chillona, un monstruo de ojos amarillos y tu nombre con grandes letras rojas.

—Y te confieso que me hubiese encantado, como esas ediciones antiguas de Pomaire o Javier Vergara.

 A eso voy. Tu libro, al ser publicado en un sello de ficción literaria tan prestigioso como Anagrama, te permitió llegar a un público lector que, ya sea por prejuicio o ignorancia, jamás tomaría un best seller de Clive Barker o Stephen King.

—Lo tengo muy claro y me hago cargo de ello. Anagrama y el premio Herralde vistieron con un traje de alta literatura una novela que desde un inicio planteé y planeé como un tributo a Stephen King, pero desde mi “yo” narrativo argentino.

 Un padre y un hijo huyendo de lo desconocido: el planteo inicial de tu libro es, en lo básico, el mismo de Salem’s Lot, de King.

—Que de niña leí en la traducción de Pomaire como La hora del vampiro. También tiene mucho de Firestarter, por el lazo filial entre los personajes, que no lo tienen Ben y Mark de Salem’s Lot. Y el detalle no menor: que tanto en Firestarter como en Nuestra parte… el padre trata de proteger a un hijo con poderes extraordinarios.

—¿Un remix kingiano?

—Es que no voy a hacerme la loca con mi deuda con Stephen King. Él es mi educación literaria. Por otra parte, me pregunto qué autor de mi generación, interesado en el terror, no está marcado por Stephen King. Es ineludible e inevitable.

 —Sin embargo y volviendo a los prejuicios, es probable que muchos de tus lectores jamás hubiesen leído a Stephen King.

—Prefiero creer que a través de mí van a descubrir todo lo que se han perdido, con el riesgo que ello puede acarrear para mí.

 —¿Riesgo?

—Pues claro. Que descubran lo que acabas de apuntar en la pregunta anterior: que Nuestra parte… es un pastiche argentino de Salem´s Lot y otros clásicos del “rey”.

          Nuestra parte de noche fue publicada en 2019, tras ganar el prestigioso premio Herralde de la editorial Anagrama. Una portentosa novela de casi 700 páginas que, en cuatro años, ha sumado más de 20 ediciones y traducciones, las que han puesto a obra y autora en lo más alto de la pirámide de la narrativa hispanoamericana. Estructurada en tres partes que funcionan como tres novelas, es “una trilogía en un solo volumen, dividido a su vez en seis secciones”, según la propia escritora.

La historia transcurre en 1981, en plena dictadura argentina, y se centra en Juan, un médium que escapa hacia el norte del país junto a su hijo Gaspar, quien posee un don que el niño desconoce y que puede desatar el apocalipsis. La metáfora política es evidente: Juan huye y aparta a su pequeño de La Orden, una sociedad secreta muy elitista que canaliza a la Oscuridad, manifestación de las fuerzas sombrías del caos.

—¿Hay mucho de Drácula de Bram Stoker en la estructura fragmentada de tu libro?

—Es el taller literario que me formó. Y también de Lovecraft en las sociedades secretas que sirven de inspiración a la Orden. Toda esa idea del mal primordial. Y Clive Barker en los detalles con sangre extrema y body horror. Shirley Jackson a la hora de construir las casas embrujadas, Mary Shelley en los homínidos: el cóctel completo.

 —La educación del horror.

—Sumada al folklore, nuestros folklore, mi Argentina. La que me interesa, al menos.

 —También la forma de una road movie, de la carretera, del viaje.

—Es que el camino del héroe… o del antihéroe, en el caso de mi novela, está en los caminos. Las carreteras son claves en nuestros países: tan largas, tan eternas. Te pueden llevar donde quieras.

         Antecedida de tres novelas –Bajar es lo peor, Cómo desaparecer completamente y Este es el mar– varios libros de ensayos, incluida esa imprescindible declaración de amor a los cementerios que es Alguien camina sobre mi tumba, y un par de volúmenes de cuentos, fue Nuestra parte de la noche la obra que convirtió a Mariana Enríquez en un fenómeno.

—Más que el premio Herralde, pienso que la pandemia posibilitó, a través del encierro, que fuera el mometo propicio para leer una novela tan fuera de época. Es decir, son casi 700 páginas. ¡¿Quién en su sano juicio escribe una novela de este tamaño hoy en día?!

—Una novela apocalíptica para tiempos apocalípticos. Pero no solo me refiero a los lectores, sino al abrazo de la crítica y de los colegas escritores.

—Que me da pudor hablar de eso.

 —Una frase de Alan Moore apoyando la edición británica…

—Que aún no me la creo. Moore es uno de los autores clave a la hora de escribir el libro. En From hell, Moore se extiende en la idea de cómo ciertos lugares funcionan como imanes para el mal tras ser cargados por este. Mi Buenos Aires maldito se origina en el mal desatado por la dictadura y la represión. Eso es puro Alan Moore.

 Te convertiste en una especie de escritora rockera, que llena teatros hablando de literatura, como una estrella pop.

—Es bonito eso, charlar desde una tarima por tres horas de lo que a uno le gusta. Tiene algo de esa tradición oral tan nuestra, tan latinoamericana.

 

Los fantasmas de Latinoamérica

Cierto es que en Nuestra parte de noche y en la obra de Enríquez abunda el horror en la tradición del relato arquetípico de espanto impuesto por la narrativa anglosajona. Pero también lo es que, por encima de estos tópicos, es muy potente la influencia del folklore y el mito latinoamericano, tanto de la herencia escrita como la oral.

—El invunche es un monstruo que me interesa mucho. Es del sur de Argentina, pero también está presente en el folklore chileno, además de Paraguay y Uruguay, y de alguna manera representa la mezcla, lo heterogéneo de nuestra identidad que es tan deforme.

 Y que aparece en nuestra literatura. Pienso, por ejemplo, en El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso.

—Novelón que es puro gótico sudamericano. Casonas, mujeres llenas de secretos, un niño maldito que es un invunche. Los brujos: esa cosa maravillosa que tienen los brujos de esta parte del mundo y que tan distintos son de la tradición narrativa del norte del planeta. La idea de hombres y mujeres que separan sus cabezas del cuerpo y vuelan con sus orejas convertidas en alas, graznando como fantasmas sobre las noches rurales.

 —“Tue-tue” en la tradición chilena.

—Y en la argentina. Pasa que compartimos una mitología y no nos damos cuenta. Mónica Ojeda, por ejemplo, autora ecuatoriana, toma estos seres desde una perspectiva femenina y feminista en Las voladoras, su muy buen libro de cuentos.

 Los fantasmas de la América Latina.

—Que por supuesto no son solo mitológicos, sino también políticos. Los muertos y desaparecidos de las diversas dictaduras son hoy nuevas criaturas folklóricas, por macabro y complejo que suene. De niña, mi padre me hacía escuchar los informes de los fiscales que procesaron a los militares criminales que desaparecieron a la mitad del país. Según papá, era necesario que entendiera este horror para que tomara conciencia de que no volviera a repetirse. Y estaban ahí en la radio, junto a los radioteatros de miedo. Para mí, era parte de un mismo relato. Por eso, uno ambas dimensiones en Nuestra parte de noche. No veo una sin la otra.

 El gótico sudamericano es eso, una cazuela de estímulos.

—De tradiciones. Quizás por eso jamás me ha interesado mucho Horacio Quiroga: porque, a pesar de estar ahí, viviendo en la selva, en medio del mito viviente, no hay nada de eso en su obra. Sus vampiros son insectos gigantes, no invunches o voladoras. Por lo mismo, desde la óptica del miedo local que a mí me interesa, veo a Donoso mucho más original que a Quiroga, comprendiendo la palabra origen desde lo propio, no desde lo nuevo. Eso no quita que me aterre leyendo El almohadón de plumas o La gallina degollada, en especial este último.

—Antes de terminar, volvamos a Stephen King. ¿Le darías el Nobel de Literatura?

—Por supuesto, y hace rato. King es el gran narrador de esta época, infinitamente superior a tantos apuntados en eso que llaman ficción literaria. King tiene ese toque que tenía Dickens, tan masivo como hermoso. Por otro lado, me pregunto si King quiere el Nobel. Tiendo a creer que no le interesa. Tampoco lo necesita. Ya es un mito.

—Y a ti, ¿te interesa convertirte en un mito?

—No voy a responderte eso –otra vez se ríe antes de acabar su botella de agua–.

 

VER VIDEO COMPLETO DE LA ENTREVISTA: