René Olivares (1946-2025): Indio hermano
El reciente fallecimiento del mítico “sexto Jaiva” recibió una gran cobertura de prensa. El artista incógnito dejó de serlo. El encargado de la visualidad del grupo más importante de Chile se hizo, finalmente, visible. Justo cuando ya no está; la paradoja final.
La poderosa geografía sudamericana sería su segunda inspiración. Misteriosa, sugestiva, de paisajes aún no vistos, de noches cuajadas de estrellas y, en sus dibujos, con oscuridades interestelares que se dilatan en dimensiones cósmicas: “Las alturas andinas nos están lanzando hacia el cielo”, diría alguna vez. Esto dio vida a una imaginería que fue esencial en la identidad de la banda.
Cuando el músico Eduardo “Gato” Alquinta de Los Jaivas y el pintor René Olivares se conocieron, lo que los unió fue el interés por el mundo indígena. América antes de ser América. En ese entonces, Los Jaivas y René Olivares no eran los únicos fascinados con la América precolombina en los años 60.
Había un asombro que recorría el continente entre artistas e intelectuales, historiadores y teólogos,
ante culturas hasta entonces ignoradas. En el entorno de Los Jaivas, en Valparaíso y Viña del Mar, por una influencia entusiasta del poeta Godofredo Iommi, a través de la Universidad Católica de Valparaíso. Con la pionera Reforma Universitaria de 1967, así como con la Conferencia de Medellín al año siguiente, de los obispos de Amgérica Latina, coincidían en ese nuevo “descubrimiento” de América.
La cultura popular, por su parte, puesta en valor por la Iglesia católica, llevó a valorar el sincretismo de la religiosidad popular y también al respeto de las espiritualidades precolombinas; una empatía hacia el ser humano que busca lo divino.
Grandes artistas nacionales –Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Violeta Parra– ya habían explorado lo indígena pero no habían permeado a la sociedad. El propio Alquinta recorrió varios países de la región, en 1968, para intentar acercarse a ese mundo; volvió cargado de inspiraciones, lo que contagió a los demás Jaivas.
Como el poeta Iommi, se había convencido de que había un mundo por descubrir al interior de América Latina, uno que no había sido visto; había que conocer esta geografía, estos territorios, sus culturas. Una de las primeras presentaciones de Los Jaivas como banda fue para la UC de Valparaíso, cuando dejaron atrás el rock anglo para experimentar con el folclor regional y los instrumentos indígenas, viraje que culminaría –años después– en su obra cumbre Alturas de Machu Picchu.
El aventurero
René Olivares era santiaguino. Su casa siempre estaba llena de libros de arte y revistas, ya que su padre
homónimo fue el director de la revista humorística Topaze, en la Editorial Zig-zag, donde su amigo Pepo creaba las aventuras de Condorito. El hecho de que Marcela Paz le encargara ilustrar una revista de niños marcó su trayectoria. Rodeado de imágenes –su madre era pintora–, sus ojos y su mente se abrieron a la fantasía, la imaginación y el interés por lo desconocido.
No entró al mundo universitario, prefirió la aventura de Europa –estuvo meses en Italia y luego en París en el mayo del año 68, más tarde en Madrid– y, como tantos, allá aprendió a mirar América Latina. Un viaje a Rapa Nui completó su iniciación, al descubrir que en este mismo continente había mitos y leyendas propios, de otra estética. Sus dibujos registraron ese proceso de transformación.
El "sexto" Jaiva
Desde el comienzo se dio ese “maridaje” entre la banda Los Jaivas y el pintor René Olivares. Por una parte, el torrente sonoro; por la otra, la poderosa y atractiva propuesta visual andina de Olivares.
Todos juntos
Un día de 1972, en Providencia, se inició uno de los proyectos artísticos más celebrados del continente: Los Jaivas, cuya fama se multiplicó en toda América y Europa. En ese momento, un encuentro entre René Olivares y el “Gato” Alquinta, en la avenida de ese nombre, los hizo caminar hasta el taller del pintor, en Pedro de Valdivia Norte. Uno de los dibujos deslumbró al músico. Era un indio que emergía detrás de las cumbres andinas, con un sol en las manos. Un sol luminoso, cargado de futuro.
Alquinta le contó de un tema de la banda, pronto a aparecer en un disco con el que esperaban darse a conocer. Era una canción llamada “Indio hermano”, y el disco, que fue un éxito, apareció con esa imagen en la carátula.
Así, desde el comienzo se dio ese “maridaje” entre música y artes visuales. Entre la banda Los Jaivas y el pintor René Olivares, “el sexto Jaiva”. Por una parte, el torrente sonoro; por la otra, la poderosa y atrayente visualidad de la banda, en afiches, carátulas, escenografías e indumentarias.
Una paradoja, porque el creador de la imagen de la banda, el encargado de lo visual, sería el menos conocido de la banda; el Jaiva incógnito, como diría uno de los músicos, Eduardo Parra.
Los neoindios
Su acercamiento a lo precolombino llevó a Olivares a estudiar los textiles de Paracas (en Pérú), los códices mesoamericanos, las cabezas olmecas, las esculturas de Tiahuanaco y San Agustín, los murales de los templos mayas y la orfebrería inca, lo que lo hizo incluir símbolos, motivos geométricos, animales tutelares –cóndores, jaguares, serpientes–, todo un repertorio de las artes visuales de la América Antigua, que se fue infiltrando en sus dibujos. Aunque en ciertos aspectos parecieran más perfectas las obras mesoamericanas, y aunque el logo de la banda fuera de inspiración maya –un indígena alado con guitarra–, su cercanía fue mayor con lo andino. Sus mismos perfiles icónicos, de narices algo aguileñas y altas frentes rectas, son propios de estos territorios.
La estética de Olivares pone en valor y, a veces idealiza, los rasgos de esos hombres y mujeres de las culturas andinas, demostrando que existe una belleza diferente al canon europeo caucásico. Al enaltecer sus rasgos, en un continente racista, enseñó a mirar y admirar al “indio hermano”.
La poderosa geografía sudamericana sería su segunda inspiración. Misteriosa, sugestiva, de paisajes aún no vistos, de noches cuajadas de estrellas y, en sus dibujos, con oscuridades interestelares que se dilatan en dimensiones cósmicas: “Las alturas andinas nos están lanzando hacia el cielo”, diría alguna vez. Esto dio vida a una imaginería que fue esencial en la identidad de la banda.
Los Jaivas no eran un grupo de canciones de protesta en los años 70, pero el ambiente con la dictadura en Chile los hizo emigrar a Argentina y, cuando lo mismo sucedió allá, a Francia. Gran parte de la juventud bonaerense fue a despedirlos a los muelles. Cuando comenzó a moverse el gran barco, en lo más alto se vio –y oyó– a los músicos tocando unas trutrucas roncas, solemnes; era el fin de una etapa. René Olivares, ya parte de la comunidad Jaiva, partió con ellos, en 1977.
La estética de Olivares pone en valor, y a veces idealiza, los rasgos de esos hombres y mujeres de las culturas andinas, demostrando que existe una belleza diferente al canon europeo caucásico.
Pintor se ofrece
René Olivares volvió a Chile pocas veces, aunque siempre encantado de recuperar geografías y amigos. A distancia, varias carátulas para Los Jaivas lo llevarían a evocar días enteros mientras dibujaba los paisajes de Sudamérica. Instalado en el célebre Distrito 5 –que incluye al Barrio Latino–, cumplió su sueño infantil de ser pintor en París. Pero cuando los músicos volvieron –luego de largas giras por Europa donde también iba Olivares–, este, ya enamorado de una francesa que lo acompañó de por vida, decidió quedarse.
Olivares reconocía con sencillez que nunca fue famoso. Las galerías de arte de París, orientadas a
lo conceptual, a lo minimalista, no se conmovieron con su expresión neoandina. Puso su visualidad en oferta; para escenografías de teatro –en especial para la compañía El Aleph, de Óscar Castro, también instalada allá-, afiches para actividades artísticas, interiores de bares, fondos de piscinas en mansiones de las islas mediterráneas, letreros comerciales. Eso sí, como buen fin de carrera, el año 2020 presentó su “Exposition de dessins” para el público parisino.
Nacido en 1946, tenía más de seis décadas cuando tuvo la alegría de cerrar su trayectoria en Chile, primero el año 2010, en la Galería Montegrande junto al Cerro Santa Lucía, y luego en 2013, con la gran exposición “Los Jaivas: cinco décadas del rock chileno”, en el Museo Nacional de Bellas Artes. Sus dibujos y diseños fueron protagónicos en la primera vez que un grupo de músicos recibía esa invitación.
Ese mismo año, la Editorial Ocho Libros lanzó dos libros, el primero con el apoyo de la Fundación Mustakis: Los Jaivas: cancionero ilustrado (cada canción con un dibujo de Olivares), y el segundo, Cultura alternativa: Los Jaivas, medio siglo, obra de Olivares que también contó con los archivos de los propios músicos y de sus seguidores.
El año 2023, MetroArte incorporó un mural de su autoría en la Estación Puente Cal y Canto en homenaje a Los Jaivas, una obra de 30 metros de largo que quedará de testimonio de su trayectoria. La obra, naturalmente liderada por Olivares como autor, un homenaje al río y a las altas cumbres que son su origen; será su legado a la ciudad, su última obra.
Su deceso, en octubre de 2025, recibió una gran cobertura de prensa. El artista incógnito dejó de serlo. El encargado de la visualidad se hizo, finalmente, visible. Justo cuando ya no está; la paradoja
final.