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  • Por Carmen Figueroa Cox

Reseñas

Del gabinete a la vitrina


Soy periodista y la mayor parte de mi carrera la he dedicado a la divulgación de la ciencia en un medio escrito, donde cada centímetro de papel es un tesoro.

Cuando Daniela me pidió comentar su libro desde el punto de vista de mi experiencia como periodista del área de la ciencia y tecnología, pensé en lo difícil que sería para mí enfocarme en el proceso más que en el resultado.

El desafío me quedó claro cuando vi la portada. De la Naturaleza a la Vitrina: Claudio Gay y el Gabinete de Historia Natural de Santiago. Spoiler total. Ya sé el final: el protagonista, Claudio Gay, logra crear un gabinete de historia natural; el muerto y el asesino son conocidos desde el principio. El detective que investiga: Daniela Serra

Confieso que cuando me adentré en sus páginas llevaba a cuestas los prejuicios de una periodista acostumbrada a ahorrar palabras. Pensé: si se trata de una tesis de Historia (y de la ciencia, además) debe ser muy larga, tendrá mucha información, no siempre entretenida, y estará salpicada de un sinfín de fechas y detalles poco atractivos para mí por mi deformación profesional.

Aunque igual tenía ciertas expectativas por el personaje central de la historia, porque conocí a Claudio Gay desde muy chica. En mi casa, mi mamá tenía en su dormitorio y a la subida de la escalera, varios cuadros con dibujos del naturalista. Miles de veces miré esos paisajes y escenas de la vida cotidiana, dibujados con trazos y tonos suaves, de un Chile poscolonial.

Con lo poco que conocía de su vida, lo imaginé siempre como una especie de Indiana Jones, luchando con el indómito paisaje del sur del mundo para intentar aprehender su naturaleza.

Y ese creo es el principal valor de este libro. Daniela pone luz, a través de una investigación profunda y exhaustiva, sobre un personaje idealizado por la época como por su propio deseo de prestigio personal.

En este pedazo de nuestra historia de la ciencia, que Daniela nos comparte, conocemos al hombre real, con ambiciones y deseos de éxito; apasionado, pero racional a la hora de jugársela por lograr sus objetivos. Inteligente en sus estrategias y hábil para arrimarse a quienes lo podían ayudar a alcanzarlos. Otros naturalistas como él cayeron en el camino.

Pero el libro tiene más de una lectura. Es como una muñeca rusa que se va abriendo y sorprendiendo al lector. Poco a poco, con el pretexto de perfilar a Gay, su trabajo en Chile y el nacimiento del primer gabinete de historia natural, vamos conociendo la realidad de la naciente república, pobre económicamente, políticamente inestable y escasamente educada, pero con una voluntad y mirada de futuro que ojalá estuviera presente en nuestros días.

Conocemos la calidad de sus gentes, de capitán a paje, lo que da luces de cómo se fue forjando la tan esquiva identidad nacional.

La excelente y profunda investigación que da vida al libro, la gran diversidad de fuentes y un sinfín de detalles sabrosos e incluso divertidos, permiten al lector ir reconstruyendo en su mente, a través de la historia de este primer gabinete, el Chile real, sin romanticismo, de mitad del siglo XIX.

Entre las varias capas que pude distinguir en sus páginas, las que acapararon mi mayor atención no fueron, contrariamente a lo que hubiera pensado, la historia del desarrollo de la ciencia natural en Europa y en las colonias, que se relata con interesantes detalles. O la dificultosa construcción del gabinete, que actúa como un hilo conductor del relato a lo largo del libro.

Sí, en cambio, me cautivaron las descripciones de las varias expediciones que realizó Gay en todo Chile entre 1830 y 1842 y los matices que Daniela va sumando a través de distintas fuentes y que reflejan lo difícil y esforzado que era hacer ciencia en esos años. Algo que el naturalista solía dejar en claro a través de sus informes a la comisión que revisaba su trabajo.

Observen el tono épico con que describe su recorrido por la provincia de Colchagua entre diciembre de 1830 y febrero de 1831:

 “No duden, señores, de los trabajos que hemos debido sufrir en este viaje tan avanzado a las cordilleras, por caminos las mas (sic) veces borrados, en algunas partes llenos de zarzales espesos que los hombres tenían que cortar. Por mi parte, jamás olvidaré los peligros a los que nos expusimos, ya para atravesar los ríos y los bancos de nieve, ya para bajar a ciertas rocas, ni las grandes fatigas que necesariamente deberían resultar de estos penosos trabajos; pero estas penas y peligros estaban de tal modo compensados por los bellos descubrimientos que hicimos, que nos preparamos para otra excursión. Esta nos enriqueció con muchos pájaros e insectos particularmente de aquellas frías regiones, con algunos animales (…), y sobre todo con una gran cantidad de plantas, tan notables por su rareza, como por sus singulares formas. Desde que me ocupo de las Ciencias Naturales, puedo decirlo, jamás la herborización me había parecido tan brillante y, sin embargo, ¿cuántas contrariedades no hemos tenido que sufrir?”.

Al avanzar la lectura conocemos las dificultades logísticas, administrativas y físicas de las expediciones. Cómo en este país de escasa cultura y recursos, un puñado de criollos visionarios apoya y empuja la producción de conocimiento científico.

Las múltiples fuentes van sumando detalles que permiten completar lo que por lo general Gay omite. Que la hazaña fue un trabajo colectivo de autoridades y particulares que aportaron a la logística, junto a peones, guías, criados, cazadores, preparadores de especímenes, intérpretes, soldados y hasta espías… Una comitiva que podía agrupar hasta 25 almas que hicieron mucho del trabajo de campo.

A medida que la información va completando el paisaje, aparece la persona tras la figura del naturalista, con sus pasiones e intereses, aciertos y errores profesionales, la exageración de sus hazañas y la omisión de quienes colaboraron en su trabajo. Se me descascara Indiana Jones, y emerge un hombre como muchos, con claros y oscuros.

Me entero de su doble contrato, como naturalista de campo con el gobierno de Chile y el de corresponsal con el Museo de Historia Natural de París, detalle que no informa a su primer empleador. Que puso mucho más cuidado en las colecciones que mandó a París, que en las que quedaron en Santiago. También quedan claras las condiciones precarias en que debía hacer su trabajo.

Sin desconocer su gran aporte, lo que terminó por destronarlo de los pocos héroes de mi panteón fue la exigua referencia a la ayuda que se cree recibió de su mujer, Hermance Sougniez, que habría pintado algunos de los objetos recolectados. Esto, según él mismo reconoce, “me ahorrará un tiempo que puedo emplear mucho más útilmente”. Y no hay más mención de ella. Por algo el matrimonió se divorció en 1845, el que, según el historiador Rafael Sagredo, fue “muy desgraciado”.

Y esta es otra virtud del libro: la investigación pone luz sobre el personaje con hechos y sin juicios de valor, que dan al científico su dimensión humana. Hoy, tanto como ayer, la sociedad ve a quienes hacen ciencia como seres superiores, que se mueven en un mundo incomprensible para el común de los mortales.

El humanizar al científico lo hace más cercano y, por lo tanto, no tan difícil de imitar en su quehacer. Esto ayuda también a aterrizar la ciencia en la vida cotidiana, espantando ese temor reverencial a un área del conocimiento que parece ser solo para iniciados.

Otra de las capas del libro que me cautivaron fue el reconocimiento que se hace en sus páginas a un puñado de intelectuales de la época que, a pesar del difícil contexto político, económico y cultural de la incipiente República, empujaron con un arrojo admirable y mirada de largo plazo, el desarrollo del conocimiento científico.

Personajes convencidos de que la enseñanza de la ciencia y su práctica en Chile serían fundamentales en la agenda educacional independentista. Es el caso del abogado, intelectual y político progresista Manuel de Salas, que, convencido de la urgencia de desarrollar la minería del reino a través del fomento de su enseñanza, impulsó la formación de un gabinete de historia natural con una primera colección de minerales para su estudio y promoción, consciente de la importancia que la minería podría representar para la economía del Chile colonial.

O Juan Egaña, filósofo, político, abogado y escritor criollo, ideólogo de la Independencia, que empujó la creación de un Instituto Nacional en 1813 y que impulsó la urgencia de la educación científica en el país. Visionario, argumenta que “siendo Chile un país donde no había pasado histórico sino naturales, era posible educar sabios dedicados a la ciencia”. En su modelo Egaña incluye el Gabinete de Historia Natural para la educación química y mineralógica.

Más de 200 años después, ProChile promocionará al país en el extranjero “como un laboratorio natural”.

También está José Vicente Bustillos, José Alejo Bezanilla y Francisco García Huidobro –descritos como los chilenos más ilustrados en ciencias físicas y naturales–, miembros de la comisión designada por el ministro Portales para revisar el trabajo de Gay. Por décadas, estos tres personajes fueron actores claves del proceso de formación del Gabinete de Historia Natural de Santiago.

Por último, me gustaría destacar la importancia que en el contexto del relato adquieren los múltiples detalles que sin aspavientos van iluminando con realidad cotidiana esta historia de la ciencia criolla.

La reparación de goteras y reposición de vidrios rotos que se realizaron en esa primera sede del incipiente gabinete, en 1804, mucho antes de la llegada de Gay. La perspectiva que da al lector el conocer el nombre de José del Tránsito Cárdenas, carpintero que en 1849 construyó los estantes del ya formado gabinete de Gay en el nuevo edificio emplazado en el centro de la capital. O el Excel de la época que Gay envía en 1836 a la comisión en Santiago para informar sobre los resultados de su recolección en Valdivia y Chiloé, y que deja en claro que la caza de mamíferos se le va en collera:

Enumera:

Insectos y otros animales invertebrados … 2.557

Pájaros …. 213

Peces… 47

Reptiles… 21

Cuadrúpedos …. 5

La falta de alcohol para conservar las muestras o de papel secante, que durante su trabajo en terreno debía reutilizar previo secado en la fogata del campamento.

Y ya al final de la lectura, con un Gay de vuelta en Francia, acaparó también mi atención la lista de artículos que el naturalista mandó a Chile para enriquecer el gabinete: “Un paquete de ojos de color para poner a los pájaros y animales que se arman en el museo, y otro de candados de secreto para asegurar los estantes que no lo estaban bastantemente con las cerraduras que tenían”. Pero su mayor satisfacción fue el envío de “un soberbio León de África bien armado, digno de adornar el dicho museo como animal algo escaso y nunca visto en Chile”.

Y aquí surge la gran pregunta: ¿quién se quedó con el rey de la selva? Porque al museo nunca llegó. Un misterio que quizás Daniela, gran detective de la historia científica, podría develarnos.

Daniela Serra, De la Naturaleza a la vitrina. Claudio Gay y el Gabinete de Historia Natural de Santiago, Ediciones UC, 2023.