lienzo colgado donde se lee "este es mi hogar"
  • Revista Nº 165
  • Por Paula Brown
  • Fotografía Karina Fuenzalida

Dossier

Campamentos: el sueño fracturado

Para muchos chilenos, obtener una casa propia toma años, a veces, décadas de espera que se diluyen sin éxito en largos procesos habitacionales. Comités para la vivienda que se desgastan buscando terrenos para poder postular a un subsidio habitacional estatal, estructura administrativa que es incapaz de responder a un déficit de viviendas estimado en 600.000 familias, según el Minvu, en el país. Una carrera de obstáculos que deja muchos lesionados en el camino, con tomas de terrenos particulares, campamentos, miedo al desalojo, carencia de servicios básicos, hacinamiento, frío y miseria.

“Este es mi hogar"

Las 180 familias que habitan la toma “17 de Mayo” se definen como una comunidad autosustentable, instalada desde hace más de dos años en un predio particular en Cerro Navia, casi al final de la avenida Costanera Sur. Demandados ante la justicia por usurpación de terrenos, las vecinas y vecinos del campamento dicen estar “cansados de años de espera por soluciones habitacionales que nunca llegan” y decidieron luchar por el derecho a la vivienda digna.  Así lo advierte un gran letrero instalado en el acceso principal de la espontánea urbanización: “Este es mi hogar”.

Ese mismo otoño de 2019, Pamela Rojas (42) vivía en la población Los Lagos, colindante a la toma. “Era una locura el precio que pagábamos por el arriendo de nuestra casa y la dueña finalmente nos pidió la propiedad”, recuerda esta comerciante, dedicada por años a la venta de completos y sopaipillas. “Como no sabíamos dónde irnos, pensamos incluso en repartir a nuestros hijos con familiares e instalarnos a la orilla del río Mapocho”, agrega. Hasta que su pareja, el fletero Manuel Muñoz (49), le propuso postular a uno de los terrenos de la nueva toma. “Mi ‘no’ incial fue rotundo. Pero él prometió construirnos un gran baño. Con eso nos convenció y aquí estamos. Ya no me quiero ir, ¡si hasta tina tenemos!”, exclama Pamela.

Fotografía Jazmín Varas

Manuel escucha con atención el relato de su mujer. “Me demoré tres meses en la obra. Como soy hombre de campo, fui sacando las ideas de lo que me tocó conocer de niño. Quería tener un comedor y una cocina así, como esta”, dice orgulloso, sentado en el amplio living de su casa. Y agrega con voz pausada: “Este es mi sueño. Jamás habríamos podido tener este espacio con un subsidio. Y bueno, si finalmente nos desalojan, hemos pensado en irnos fuera de Santiago”.

Pamela Rojas es coordinadora de la mesa de trabajo de la toma, estructura que les permite una organización horizontal y eficiente. El grupo –integrado por quince vecinos y vecinas– se reúne todos los jueves en la tarde y aborda las distintas temáticas que van surgiendo en la comunidad. “Una vez estuvimos dos semanas sin luz, y decidimos comprar nuestro propio transformador para generarla. En otra oportunidad, la Municipalidad de Cerro Navia nos negaba el retiro de la basura, situación que revertimos con protestas en la calle”, cuenta.

La mesa, asimismo, gestiona y lleva a la aprobación de la asamblea de vecinos, la implementación de distintos proyectos para mejorar las condiciones de habitabilidad del lugar: apoyo escolar y nivelación de estudios; desarrollo deportivo para niños, niñas y adultos; talleres culturales, huertas y, próximamente, la construcción de un anfiteatro.

Fotografía de Pamela Rojas con su pareja en el living de su casa

Jazmín Varas (38), también coordinadora de la mesa de trabajo, agrega: “En la toma somos una comunidad. Nuestro sueño es comprar el terreno. No queremos subsidios, porque conllevan a lo que ya conocemos: estrechez y hacinamiento. Durante diez años postulé a este sistema. Nunca tuve respuestas. Y ahora que estoy acá, me vienen a ofrecer un departamento. ¿Por qué el Estado espera a que tengamos que tomarnos un terreno para darnos una solución? Yo voy a luchar por este sitio, por el espacio. Mis hijos tienen un mejor futuro aquí”.

Más allá del frío y del barro, que ambas mujeres reconocen son las principales dificultades de la vida en la toma, el miedo al desalojo no las deja tranquilas. “La gente cree que quienes vivimos en campamentos queremos todo gratis. No es así. ¿Por qué nos tienen que dar? Somos una comunidad autosustentable. Este terreno lo queremos comprar y tenemos el pie para hacerlo. Pero estamos demandados y nos pueden venir a desalojar en cualquier minuto”, dice Pamela y agrega: “El sueño es poder quedarnos, ser dueños de este espacio. Aquí somos una gran familia”.

Calle de tierra con casas de un campamento

“He dado el alma para tener esta casa”

Hace doce años, Marlene Barría (33) obtuvo en la Municipalidad de Pudahuel, comuna en la que vive desde que se emparejó con Sergio Villavicencio (40), una caseta de 6×6 m2 para instalar en el patio de un sitio familiar de su suegra. Con ayuda de un subsidio consiguió el dinero para forrarla y remodelarla de acuerdo a las necesidades de ellos dos y de sus cinco hijos.

“La dejamos bien linda, pero con el tiempo se ha ido deteriorando y las cosas son distintas. Duermen casi todos los niños juntos en una pieza. Porque el mayor, de 18 años, decidió irse a vivir con mi suegra. Y mi niña, que ya está entrando en la adolescencia, anhela tener su propio espacio”, explica. Marlene ya tiene listo el plan para resolverlo: apenas baje el costo de los materiales de construcción, encarecidos por la pandemia, convertirán el actual comedor familiar en dormitorio. “Quisiera que cada uno de mis hijos tuviera su pieza, un lugar propio, con su escritorio para estudiar y espacio para recibir a sus amigos. Es que viviendo aquí, nadie puede estar un minuto solo. Ni siquiera en el baño”, se lamenta.

Fotografía de Marlene Barría

Sergio Villavicencio trabaja como dimensionador en una tienda de artículos de construcción y mejoramiento del hogar. “Como es part-time, gana menos del sueldo mínimo. Con eso, claramente, no vivimos, sobrevivimos”, explica. Ella, por su parte, además de cuidar a los niños, cocinar y hacer todas las labores de la casa, postuló al Programa Chile Seguridades y Oportunidades, y montó una pequeña pyme de fotocopiado e impresión, instalada en el rincón de lo que va quedando del living. Además, en los últimos años logró estudiar farmacéutica y realiza su práctica dos tardes a la semana, cerca de su casa.

Marlene tiene poca confianza en el sistema. Dice que en Pudahuel nunca hay viviendas disponibles y que no dan terrenos para construir, por lo que las familias tienen que emigrar lejos de sus redes de apoyo. “En Chile hay pobreza y el Estado trata de esconderlo. La realidad es que una persona tiene que hacer tres o cuatro trabajos para poder mantener a su familia. El sueldo mínimo no alcanza. Nosotros, por ejemplo, llevamos más de diez años postulando a una casa propia. Primero a través de comités, que siempre quedan en nada. Estoy postulando por tercera vez a un subsidio, con los $900.000 que he logrado ahorrar. Nunca me lo han dado, siempre me faltan puntos. Espero tener más suerte esta vez, porque todos deberíamos poder vivir en una vivienda digna y en un barrio seguro. Yo no quiero que me regalen nada. Me he esforzado durante doce años, he luchado porque nos salga una casa. Sé que la recompensa llegará. Pero, si no es así, no sé en qué voy a creer. He dado el alma para poder tener una casa digna para mis hijos”.

Hijo de Marlene Barría dentro de su casa

Réquiem por las “casas copeva”

Los Godoy Taris llegaron a Bajos de Mena en 1996, cuando la zona recién comenzaba a poblarse. Ocuparon uno de los primeros departamentos entregados como subsidio habitacional en el sector de “El Volcán 2”, en la comuna de Puente Alto. Para Mariana y Alejandro, entonces con 21 años, el lugar era ideal para iniciar una nueva vida junto a sus dos pequeños hijos: Darling y Jairo. “Vivíamos en el paradero 21 de Santa Rosa, en la comuna de La Granja. La casa que arrendábamos nos salía más de $100.000 mensuales, demasiado cara para lo que podíamos pagar”, recuerda Mariana y agrega: “A unos tíos que llevaban años postulando al subsidio les salió el departamento en Bajos de Mena. Para ellos, sin embargo, cambiarse no era posible. El barrio quedaba muy lejos de todo y no había locomoción. Para no perder lo que habían logrado, nos lo ofrecieron a cambio de pagar el dividendo de solo $20.000”, cuenta.

El resto del relato de Mariana es parte de una de las más tristes historias de la construcción de viviendas sociales en Chile. Los muros de los nuevos departamentos no resistieron las fuertes lluvias del invierno de 1997 y comenzó la interminable pesadilla de sus propietarios. La explicación de la constructora Copeva fue que el material utilizado no era el adecuado para climas lluviosos.

“Nos tocó vivir este episodio. Las paredes se pasaban de humedad y se llenaban de hongos. Trataron varias veces de reparar, impermeabilizar, pero nunca quedó bien. Los blocks estaban mal construidos. Nuestros vecinos comenzaron a irse. Algunos vendieron, otros fueron reubicados. Quedaron varios departamentos desocupados que fueron ocupados por personas de distintos campamentos de Santiago. Empezó el hacinamiento y el barrio se fue poniendo peligroso”, dice.

Los Godoy Taris optaron por quedarse. Con los años, se les traspasó la propiedad y luego, cuando en 2009 se decretó que los departamentos eran invivibles, el Estado les compró el inmueble y también los indemnizó. Con el dinero lograron pagar una casa en la Villa San Guillermo, a pocas cuadras de “El Volcán 2”.

Familia Godoy Taris

“La plata que nos dieron no nos alcanzaba para nada. Pero gracias a una corredora, encontramos una casa que estaba prácticamente desmantelada. Con el apoyo de vecinos y familiares pudimos limpiar la tierra de los muros, cerramos el techo con planchas de zinc y con los años la hemos ido terminando. ¡Cómo olvidar el frío que pasamos ese invierno! ¡Si no tenía vidrios! Tuvimos que tapar las ventanas con nylon y cartón. Solo después de cinco años la casa ya estaba habitable, aunque todavía –después de doce años– nos faltan cosas. El año pasado, con el retiro del 10% de la AFP, pudimos poner los ventanales. Aún hay que pintar, pero son detalles que seguiremos resolviendo de a poco”.

De su historia en “El Volcán 2” ya no queda nada. Al poco tiempo que dejaron el departamento, se demolieron los blocks y el recinto donde crecieron sus hijos hoy es un sitio eriazo. “Igual me dio pena dejar el departamento. Pero era imposible seguir viviendo ahí. Poco antes de cambiarnos, me asaltaron camino al trabajo. Fue traumático cuando me di cuenta que la mujer que me atacó era una de mis nuevas vecinas”, relata.

Su hija, Darling Godoy (28), quien trabaja como sicóloga en el departamento de Fomento Productivo de la Municipalidad de Puente Alto, sabe bien que tendrá pocas posibilidades de acceder a un subsidio estatal para la vivienda. “Mi opción hoy probablemente será pedir un crédito hipotecario. Varias de mis amigas, profesionales igual que yo, han postulado sin éxito al sistema porque claramente no somos prioridad”, dice con resignación.

Mariana, por su parte, asegura que querer es poder. “Hay que tener claro, eso sí, cuáles son las prioridades. Es verdad que tenemos malos recuerdos de esos tiempos, pero también hay buenos. Todo en la vida cuesta trabajo, hay que hacer sacrificios. Pero con esfuerzo, siempre es posible alcanzar un sueño”.

Recuadro con cifras sobre la realidad de los campamentos en Chile