Carmen Gloria López: “el sesgo de género es la ceguera que nos divide”
Carmen Gloria López, autora del libro Ojos que no ven, es optimista con respecto del avance que han logrado las mujeres en Chile en los últimos años. Sin embargo, considera que los estereotipos y sesgos que contribuyen a alimentar el acoso callejero permanecen profundamente enraizados en nuestra cultura: “Va a demorar un siglo más para que hombres y mujeres nos tratemos como iguales”, afirma.
A la tercera vez se acabó todo. Carmen Gloria López Moure (56) se había puesto ese límite. “Three strikes and you are out”. Como en el béisbol, supo que ya no seguiría aguantando más golpes de la pareja que había mantenido por tantos años. Se avergüenza de haber soportado y de no haber denunciado a su agresor, tal como confiesa en el último capítulo de su libro Ojos que no ven. “Yo, ‘la chorita de las pampas’. Yo, que nunca escuché a alguien en mi casa levantar la voz”. Sin embargo, la periodista y escritora también cree que fue la conciencia feminista la que le permitió salir de esa relación cargada de violencia física y verbal.
Desde pequeña se percató de los sesgos y estereotipos que hay frente a la mujer en la sociedad. Mientras sus hermanos tenían permiso para ir a la casa de sus pololas, ella no. Ellos podían salir a comprar parafina y a Carmen Gloria le tocaba poner la mesa. Aunque su madre consideraba que los trataba por igual, en la práctica ella confirmaba que la única diferencia que tenía con sus hermanos –habiendo nacido en la misma casa– era que ella era mujer y ellos, hombres. Su forma de reaccionar era cuestionar y rebelarse frente a su entorno, incluso a través de situaciones muy cotidianas.
A las lecturas de la filósofa francesa Simone de Beauvoir (El segundo sexo) y la académica inglesa Mary Beard (Mujeres y poder) le siguieron investigaciones por su propia cuenta, que fue además complementando con reportajes de TV del desaparecido programa Contacto, donde abordó la violencia ejercida contra mujeres chilenas.
Carmen Gloria López, quien además de ejercer como directora ejecutiva de Televisión Nacional entre 2014 y 2016, y ser panelista de Tele13 Radio, es autora de tres novelas (Fugitiva, La venganza de las cautivas y Cómo sujetar mi alma para que no roce la tuya), en las que las voces y el rol de las mujeres son reivindicadas. Como creadora del podcast “Género” ha contribuido a documentar con estudios, estadísticas y bibliografía los sesgos que reproducen los medios de comunicación y la historia, que contribuyen a una aniquilación simbólica, término desarrollado por el teórico George Gerbner. ¿Algunas cifras? De cada diez personas que hablan en las películas tres son mujeres. El 28% de los personajes femeninos de las 500 películas más vistas aparece parcialmente desnudo. En el caso de los hombres, el número es tres veces menor. Pero el tema adquiere un tenor más complejo cuando se revisan las cifras de violencia física contra la mujer, que en algunos casos resulta fatal. En 2018 hubo 42 femicidios consumados en Chile, la cifra subió a 46 en 2019, en 2020 retrocedió marginalmente a 43 y en 2021 se incrementó a 44.
—Uno revisa las cifras de femicidio en Chile y pareciera haber un estancamiento en los últimos años. ¿Qué explica ese nivel de violencia contra la mujer?
—Yo creo que el femicidio es un tema estancado aquí y en casi todos los lados, y pienso que se debe a que nos hemos olvidado de educar en el tema profundo que es cultural. Cuando se habla de una educación de género, no es que estemos enseñando en los colegios a decirles “niñes”. No. Una educación de género debería apuntar a lo más profundo del estereotipo de lo masculino y lo femenino. En el fondo, esta jaula en la que hemos estado todos encerrados, hombres y mujeres, donde se asignan espacios sobre los cuales creemos que debemos estar y le asignamos un determinado lugar al otro. Yo no he hecho una investigación profunda sobre los femicidios, pero tengo la sensación de que, al menos la violencia intrafamiliar que yo he estudiado, es empujada por muchos de estos sesgos.
—¿Un problema que se profundiza entonces, porque la mujer interviene en un espacio que algunos hombres perciben que no le corresponde?
—Se supone que el mundo femenino es el privado. Por lo tanto, muchos hombres se sienten amenazados o sienten que su mujer deja de serlo si interviene con mucha fuerza y éxito en el mundo público. En una pareja nosotras deberíamos estar sometidas y hay quienes perciben que su obligación estereotípica y ancestral es precisamente eso, dominar a ese ser. Si nosotros somos como un objeto que adornamos la vida de alguien, ¿qué se suele hacer con los objetos? Desecharlos, cambiarlos, golpearlos y botarlos. Yo creo que en muchos de los homicidios el problema es cultural. Cuando uno ve ataques feroces como los que hemos visto, de mujeres a las que les sacan los ojos, se trata de un hombre que cree que tiene el derecho de decidir dónde ella puede mirar y dónde no.
—En tu libro Ojos que no ven profundizas en la importancia que ocupan los estereotipos en la relegación de la mujer. ¿Cómo determinan esta situación?
—Los estereotipos nos ahorran tiempo y mucha energía humana, son muy útiles para las personas, pero el problema es que se quedan muy pegados, porque se retroalimentan con la cultura y los medios de comunicación. Esos estereotipos cuando entran muy profundo se transforman en sesgos inconscientes, que crean brechas laborales, profesionales, sexuales y de todo tipo. Para mí el sesgo es ver algo de manera distorsionada, es como ser daltónico, y mi libro trata un poco de eso, de que tenemos un montón de miradas torcidas sobre la realidad, que son también cegueras parciales que hemos normalizado tanto que creemos que así es la realidad. Son discursos milenarios que nosotros tenemos instalados en nuestro inconsciente, porque siguen repitiéndose de sutiles maneras en miles de mensajes que escuchamos todo el día.
—Estas “cegueras” que mencionas ¿Han estado operando desde hace muchos años?, ¿cómo incide esta trayectoria histórica?
—Hay muchos estudios fascinantes como Mujeres y poder, de Mary Beard, que resume la cantidad de mensajes milenarios de nuestra cultura grecolatina y judeocristiana, que son dos ramas de nuestra cultura que han cantado la canción del dominio masculino sobre la mujer. La mujer como un ser defectuoso. Creo que es el discurso que también afecta al inconsciente de Freud. Entonces, la mujer es un ser al que le falta… el pene. Aristóteles diría que es un ser al que le falta una mente coherente. Entonces debe ser gobernada, encerrada y reprimida, porque salió media fallada. Está la mirada androcéntrica, en la cultura cristiana: Eva es como un apéndice, que sale de la costilla de Adán. Se trata de una repetición de muchos mitos anteriores más antiguos. Fuimos hombres y después apareció la mujer.
Y la única manera de saber que eso no es verdad es que hubo culturas que no creyeron eso y que eran más antiguas, culturas matriarcales donde al revés, está el concepto de que la especie es más bien femenina, que duró por mucho tiempo, porque nosotras éramos las que dábamos vida y nadie sabía muy bien qué rol jugaba el hombre. Yo creo que eso fue parte del miedo que nos agarró el sexo masculino. El mundo público que le pertenece a los hombres, desde Telémaco, un cabro chico de 15 años que le dice a su madre que el habla le pertenece a él y que a ella le corresponde el telar. ¿Quién nos habla desde el pódium? ¿Quién nos habla desde los altares? Y si ahí no están las mujeres eso significa que los hombres son superiores y el hombre también cree que es superior. ¿Y si no se le acepta como ser superior? Bueno, entonces liquida a su desobediente.
—¿Cómo determinan el cine, los medios de comunicación y la publicidad estos sesgos?
—A veces de manera muy sutil. Los que vivimos hoy, en esta época aquí en Chile y en el mundo, nos hemos alimentado de un cine donde las mujeres hablan en un 30% de la películas, cuando somos la mitad de la población. Como tenemos estos mitos en nuestra cabeza inconsciente, escritores, pintores, fotógrafos y cineastas sin querer los van replicando con distinta forma.
—Comprendiendo que existen sesgos y estereotipos muy arraigados, ¿logran efectivamente explicar la violencia física y psicológica?
—Yo estoy segura de que muchos hombres agreden porque tienen un serio problema psicológico. Te lo demuestra el hecho de que todos ellos han recibido este mensaje cultural sobre el que hablábamos, pero no todos agreden. Sin embargo, evidentemente este problema psicológico está alimentado por este discurso. Hay hombres que creen que su deber es dominar y conquistar.
—La espiral de violencia en una relación de pareja tóxica genera, además, contradicciones muy profun das. A menudo muchas pueden sentirse culpables del abuso que sufren.
—Cada caso es muy particular. En mi caso, cuando yo sufrí violencia –y lo he escuchado de personas que sufrieron abuso homosexual, como las víctimas de Karadima– es la sensación de que tú provocas eso negativo en otro. ¿Qué tengo yo de malo que hago que esta otra persona haga esto que es tan malo? Entonces hay una culpa instalada en uno de ser el gatillador. Hasta que te demoras años de terapia en darte cuenta de que el problema es del otro y no existe nada que merezca esa reacción, solo que el otro tiene un problema. La culpa también viene de que uno no quiere ser víctima, porque vivimos en una sociedad muy exitista, donde todos queremos estar en el lado del que le fue más o menos bien.
—En tu propio caso, mencionas que te habías puesto un límite mental de aguantar tres veces, ¿pero por qué resistir?
—En mi caso creo que fue mucho el deber ser. Mi religión católica, que me hizo muchas veces cantar en misa: “el amor todo lo puede, el amor todo lo perdona y el amor todo lo resiste”. Te enseñan desde chiquitita que cuando las cosas se ponen difíciles, uno tiene que estar ahí, peleándola. Aunque nunca en mi vida había visto algo así en mi casa. Debería haberme dado cuenta de que esta no era de las cosas que se peleaban, sino que era de las cosas de las que una debía arrancar. Pero eso me ayudó a ponerme un límite, como decir ya, ok, pero van a ser tres veces. Es una estupidez, pero fue una defensa mental. “Three strikes, you are out”. Todos tienen tres oportunidades en Estados Unidos. Así que, claro, lo digo con vergüenza en el libro, pero también con felicidad: “dije tres”. Ahora mi recomendación sería salir inmediatamente.
—¿Qué crees tú que te dio fuerzas en ese momento como para reaccionar?
—Yo creo que quizá me ayudó haber tenido toda esta conciencia feminista en mi cabeza, que no sé por qué no me apareció a la primera agresión. Fue como un switch eléctrico, en ese segundo supe que era el fin. Me habría gustado tener esa claridad la primera vez que ocurrió.
—Mencionabas las exigencias y estereotipos que tiene hoy el hombre frente a cómo debe ser y el rol que debe desempeñar. Crecientemente se habla de la crisis de la masculinidad actual, al parecer tampoco la tenemos tan fácil…
—Debemos preocuparnos de los hombres, pero también ellos son los que tendrían que preocuparse. Deberían salir a luchar por sus derechos. Hay una crisis profunda de la masculinidad. Siempre he dicho que los más liberados cuando borremos los sesgos van a ser ellos. Sin embargo, no veo desde los hombres un movimiento con el mismo empuje para entrar al territorio femenino. La salud mental masculina es un desastre, porque ellos se demoran mucho en pedir ayuda. Se cree que pedir ayuda es ser poco hombre. Están bien atrapados ahí.
“LA CALLE ES MÍA”
En las fiestas, Carmen Gloria era una de las pocas mujeres que junto a una prima sacaba a bailar a los hombres. En el caso de su actual marido, el exalcalde de Santiago Raúl Alcaíno, fue también ella quien tuvo la iniciativa de acercarse. En su época universitaria en la década de los 80 –estudió Periodismo en la Universidad Católica– reivindicaba la importancia del feminismo, pero no se sentía muy acompañada. “Muchas compañeras me decían que era algo pasado de moda, una discusión antigua”, comenta. Sin embargo, cuestiones tan simples como abrir una cuenta corriente sin permiso del marido o la imposibilidad de incluir al esposo en un plan de isapre eran ejemplos que evidenciaban los rezagos del país en este ámbito. Realidad que se sigue manifestando ahora, por ejemplo, con el temor con el que transitan por las calles cientos de chilenas.
—En el debate sobre el acoso callejero hay quienes ven todavía un difuso límite con lo que es el piropo, o un halago bien entendido, algo que tiende a agudizarse en las sociedades latinoamericanas…
—Sí, yo creo que ahí necesitamos más educación. El acoso callejero es muy cultural, muy latinoamericano. Está muy instalado como algo aceptado e incluso deseado por algunas mujeres. Todavía hay algunas que dicen, “pucha, ¡qué lata que nadie me grite nada en la calle!”. Aún hay cierta ascendencia de lo masculino sobre lo femenino. Mientras eso esté, los hombres se van a sentir con el derecho a decirle en la calle a estos seres que están un poquito por debajo lo que se les antoje. Es un ejercicio cultural muy profundo, muy largo. Va a demorar un siglo más para que nos tratemos como iguales.
—No es muy optimista ese plazo…
—Cien años no es nada, si ya llevamos siete mil de la otra manera. Yo creo que estamos avanzando un montón. Esta nueva generación de verdad está haciendo un cambio cultural profundo. El acoso callejero tiene que ver con ese poder de decir que la calle es mía y quiero que tú tengas un poquito de susto, para que no andes en la calle tanto. Todavía creemos que es normal que una mujer se asuste en la noche al ir a su casa sola.
—Mencionabas que la educación es importante. ¿Cómo avanzamos más rápido y no en 100 años?
—Creo que la primera acción es que debemos visibilizar el tema. Yo hago talleres en empresas y me gusta mostrar, como periodista que soy, con cifras y evidencia. Mira, esto es lo que te alimenta todos los días. Así se muestra a la mujer en el mundo en las noticias, en la publicidad, en el cine, en la literatura. ¿Qué le preguntan a ellas en las entrevistas de trabajo? ¿Qué le preguntan a él? Luego, un segundo paso es actuar. Y aquí es donde es complicada la acción, porque hay toda una corriente de feminismo que propone que esto significa ponerse a quemar libros, películas y “funar” todo lo que se pueda. Yo no, pienso que la acción es establecer ciertos protocolos de recomendación, o sea, esta visibilización situarla en cosas concretas. El Ministerio de la Mujer en Chile, en el segundo período de la Presidenta Bachelet, hizo una guía ilustrada muy útil sobre cómo debe sacarse una foto publicitaria, por ejemplo. Es un trabajo muy profundo que tiene que ser realizado desde el jardín infantil, donde no haya derechos especiales para unos y otras por un tema de género. La acción es ir sacando del inconsciente todas las cosas que uno hace en piloto automático. Y yo creo que lo tercero es la conciencia y el estar mucho más despierto. Es latero por un rato estar diciéndole a un amigo, “oye, ese chiste no corresponde”, pero es necesario.