Daniel Innerarity: “Nunca ha sido tan difícil gobernar bien como ahora”
Es uno de los pensadores más relevantes de esta década, con sus numerosos libros traducidos y publicados, desde el Instituto Europeo de Florencia, la Universidad de La Sorbona (Paris I), la Universidad del País Vasco o el London School of Economics. El filósofo, ensayista y académico español comparte sus ideas en torno a las debilidades de las democracias y de los partidos políticos que las articulan.
A pesar de su trayectoria académica excepcional, que se refiere en gran parte a la necesidad de preparar ciudadanos para que sean un aporte en los tiempos que vienen, inquietud chilena que compartimos, su postura apunta más a lo humano: “La política actual, en Chile y en todo el mundo, padece un déficit de inteligibilidad, no hay quién la entienda. La cultura política que la ciudadanía requiere no implica conocer el derecho constitucional a cabalidad, pero sí es relevante entender la lógica de la política. No hace falta saber mucho derecho fiscal para empatizar con aquellos que serán beneficiados por nuestra contribución económica al bien común, y quien se sienta responsable del medioambiente que compartimos entenderá fácilmente nuestras obligaciones de no contaminación y reciclaje… Es más una cuestión de sensibilidad y empatía que de conocimientos técnicos”, explica el filósofo.
Le inquietan los partidos políticos que en su libro La transformación de la política, afirma, ya no pueden limitarse a “administrar el estancamiento”. Luego de años pragmáticos, ante un mundo nuevo necesitarían pensarse de nuevo.
En sus muy citados libros desarrolla su visión ante el complejo presente, postulando que la filosofía política está llamada a pensar en un contexto actual que se caracteriza por tres aspectos: el creciente número de actores, la complejidad de las lógicas (eficacia, legitimidad, solidaridad, prevención) y los tiempos que se entrelazan (financiero, constitucional, comunicativo, medioambiental). Plantea que estos deben ser considerados en la toma de decisiones, para que esta sea oportuna.
—Hoy se han debilitado los grandes partidos y se multiplican “los colectivos” o los movimientos, con lo que se fragmenta la actividad política. Pareciera que todo se hace aún más difícil…
—Las sociedades democráticas tienen esos dos tipos de entidades, movimientos y partidos, con dos tareas diferentes, y confundirlas suele dar lugar a grandes errores. En el libro que escribí tras la indignación en España, La política en tiempos de indignación, explicaba que los partidos se dedican a contar votos y los movimientos sociales a modificar los términos de ese recuento. Ambas cosas no se llevan del todo bien, pero de esa tensión cabe esperar una revitalización de nuestro sistema político, siempre y cuando no confundamos lo uno con lo otro. Una cosa es modificar la agenda política, por ejemplo, y otra cambiar efectivamente la sociedad.
—Esto en Chile se ha relacionado con errores de los partidos, de estar inmersos en lo suyo, el cortoplacismo, cada vez más distantes de la ciudadanía: ¿Hasta qué punto diría usted que el fenómeno es mundial u occidental al menos?
—Lo que se ha acabado en casi todo el mundo es lo que me gusta llamar el partido-contenedor, pero no la idea de que una organización política que contribuya a hacer inteligible el mundo, que oriente las decisiones de la ciudadanía, que pueda ofrecer cauces de participación política y articule el control cívico sobre sus representantes. Los partidos, aunque no siempre lo hagan bien, tratan de asegurar que la influencia de los ciudadanos no sea dispersa, episódica o desigual. Es evidente que los partidos actuales están muy lejos de cumplir satisfactoriamente tales expectativas; tras la crisis de estos conglomerados, estamos en la encrucijada de hacer mejores partidos o bien ingresar en un espacio amorfo cuyo territorio será ocupado por tecnócratas y populistas, definiendo así un nuevo campo de batalla que sería todavía peor que el actual.
El filósofo no está dispuesto a entrar a ese “espacio amorfo”, como lo revelan los títulos de algunos de sus muchos libros: Un mundo de todos y de nadie (2013); La democracia del conocimiento (2011), Premio Euskadi de Ensayo 2012; La humanidad amenazada: gobernar los riesgos globales (con Javier Solana, año 2011); La sociedad invisible (2004), Premio Espasa de Ensayo 2004; La transformación de la política (2002), III Premio de Ensayo Miguel de Unamuno y Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Ensayo 2003; La política en tiempos de indignación (2015); La democracia en Europa (2017); Política para perplejos (2019), Premio Euskadi de Ensayo 2019, entre otros textos.
En ellos se hace visible su convicción de que los problemas de hoy, de creciente complejidad, exigen respuestas interdisciplinarias y también una mayor participación del Estado, el mercado y la sociedad civil. Para Innerarity, el tiempo de los modernos de antes, obsesionados con la idea de “parcelarlo todo” y separar lo público de lo privado, la religión de la política, quedó atrás; y que empresas y universidades de hoy ya perciben que las claves actuales están en la integración y lo transdisciplinar.
—En Chile hay también una demanda creciente de integraciones a distintos niveles, de lo público con lo privado, de redes entre las instituciones, de las universidades, de una sociedad civil más activa, de las empresas con un nuevo rol. ¿Cuán viable es esta tendencia? ¿Tenemos tiempo?
—En cualquier país no habrá cambios relevantes si se impulsan desde una estructura jerárquica y sin contar con la sociedad cuya transformación se desea. El gobierno no puede ser eficaz si no interactúa con los elementos que constituyen la vida del país. Los recursos de gobierno se encuentran en los intereses, pasiones y opiniones de la sociedad. Pensemos en la transformación ecológica, en el cambio de modelo productivo, en la digitalización… Nada de ello se impone desde arriba; son cambios de los que la gente debe estar bien informada, sentirse implicada, hacerlos propios y considerarse de hecho los verdaderos protagonistas. Cualquier otra forma de mandar es incompatible con la complejidad de la sociedad contemporánea, y sería el preámbulo de futuras frustraciones.
—Hay una dimensión contemporánea que parece avanzar en contra, como si las tecnologías llevaran a la paradoja de que uno ya no sabe nada de los diferentes, sino solo de los que son como uno. ¿Esta extrema subjetividad no es también un riesgo?
—La pregunta que deberíamos hacernos, tras el éxtasis de las posibilidades democratizadoras de internet y la digitalización forzada a la que nos obligó la pandemia, es si nuestro ideal de ciudadanía puede reducirse a la mera agregación de lo que unos sujetos aislados emiten como sus intereses y preferencias en una pantalla o aspiramos a una ciudadanía que delibere acerca de todo ello.
—A pesar de todas las incertidumbres, y de lo lejano que se ve ese mundo más justo, igualitario, sostenible, pareciera que usted sigue esperanzado ante el futuro.
—Siempre he pensado que si hemos de ser optimistas no es tanto como un imperativo moral, sino por razones de tipo cognitivo. Detrás de un pesimista hay siempre alguien que asegura saber que las cosas serán peores en el porvenir. Un porvenir que cree conocer con certeza. Yo no dispongo de ese privilegio y por eso mi ignorancia me lleva más bien al optimismo. El pesimismo requeriría más razones de las que tenemos.
URGENCIA EN EUROPA
Aunque de temperamento racional, el destacado filósofo respira un sentido de urgencia respecto del momento político que está viviendo el mundo europeo, tema que es su especialidad. No le gusta perder tiempo, ni caer en añoranzas. Es tajante cuando afirma tener “una profunda desconfianza hacia la comparación con el mundo de ayer”, porque las realidades, agrega, son demasiado diferentes: “Las sociedades han cambiado profundamente, las condiciones en las que se ejerce el liderazgo político apenas son comparables y debemos juzgar a cada uno de acuerdo con la naturaleza de los problemas a los que se tiene que enfrentar y los recursos de los que dispone. Nunca ha sido tan difícil gobernar bien como ahora”.
Por lo mismo, accedió a la entrevista a pesar de su atestada agenda, que lo lleva por todo el Viejo Mundo. Aunque comenzó en la Universidad de Navarra, completó sus estudios en Alemania, Suiza e Italia, lo que lo dejó con lenguas y contactos que le facilitaron su autodesignada misión de pensar Europa, el mundo occidental, y las formas de gobierno que se requieren en este presente.
Es miembro del consejo editorial de varias revistas, como Iris –European Journal of Philosophy and Public Debate– y en San Sebastián está su centro de operaciones. Y es que allí, en el hermoso Parque de Aiete, su Instituto de Gobernanza Democrática llegó a un acuerdo con las autoridades para ocupar parte del palacio del lugar. De 1893, es una célebre residencia de varios reyes de España –Isabel II, Alfonso XII, María Cristina y Alfonso XII–, y también de verano de Francisco Franco, quien ahí celebraba sus Consejos de Ministros.
Es un lugar cargado de historia política, pero sus amplios espacios permiten que sean numerosos los pensadores convocados por Innerarity; en su equipo, frente a los complejos momentos presentes, cargados de incertidumbres y exigiendo respuestas rápidas en distintos frentes, hay conciencia de que es un privilegio el poder estar ahí pensando con tiempo y en paz. Sus redes –es miembro de la Academia de la Latinidad y de la Academia Europea de Artes y Ciencias, con sede en Salzburgo– le permiten vivir en plenitud su condición de europeo. A su vez, su instituto prestigia a la ciudad de San Sebastián —¿Por dónde considera usted que se debiera avanzar y qué acciones priorizar? ¿Cuál es el mayor riesgo para las democracias occidentales de hoy?
—En estos momentos, y como titular de la cátedra de Inteligencia Artificial y Democracia que llevamos conjuntamente entre nuestro centro vasco y el Instituto Europeo de Florencia, me preocupa especialmente que pensemos sobre el impacto que este conjunto de tecnologías va a tener sobre nuestras democracias. ¿Qué le pasa a la política y a sus instituciones específicas cuando cambia radicalmente el entorno tecnológico? ¿Qué transformaciones políticas asociamos a la robotización, la digitalización y la automatización? Mi contribución a este debate pretende, en los próximos años y mediante la reflexión acerca de los presupuestos teóricos del concepto de decisión democrática, elaborar una filosofía política de la inteligencia artificial.
Le agradecemos su tiempo, sabiendo por la prensa que, fuera de todos sus roles previos, ha aceptado uno más, la dirección de BBK Kuna Institutoa, el centro de pensamiento de la recién inaugurada Casa de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). En ella, y con otro equipo diferente de expertos, reflexionará y planteará propuestas ante los grandes desafíos que enfrenta Bilbao, su ciudad natal.
No es su especialidad, bien lo sabe. Pero, siente que no podemos marginarnos de la conciencia de vivir en una sociedad que, recuerda que decía su maestro Ulrich Beck, se autoamenaza con sus formas de vida.
Además, responde así a su ciudad de origen, lo que también es armónico con su filosofía política; que las acciones deben considerar la escala menor, la de las ciudades, la de los barrios, donde puede participar más efectivamente la ciudadanía haciendo gobierno desde abajo.
En 2004, la revista francesa Le Nouvel Observateur lo incluyó entre los 25 grandes pensadores del mundo. Fue un reconocimiento, pero también un acto de confianza, ya que tenía apenas 45 años. En un nuevo libro, La sociedad del desconocimiento (2022), para muchos inquietos por “la incompetencia de los políticos y la ignorancia de la ciudadanía”, cansados de navegar entre negacionistas, populistas, crédulos e incrédulos, Innerarity plantea que el conocimiento no debe limitarse a la innovación tecnológica y al crecimiento económico, sino, cada vez más, a hacer política; para volver a confiar y creer en el rigor, la búsqueda de la verdad, el saber metódico, la racionalidad y los datos. Esto no significa delegar todo en los expertos, sino en hacer más profesional la política, la que, entre los valores y los intereses, nunca dejará de ser polémica porque “la democracia es un régimen de opinión”. Por lo tanto, a pesar del conocimiento, cada uno tendrá que pensar por sí mismo. Nos invita a trabajar y pensar, porque, “tendemos a añorar un pasado de certidumbre y confianza que realmente nunca existió”, aclara.