• Revista Nº 172
  • Por Matías Broschek

Dossier

Democratizar los patrimonios culturales

Por mucho tiempo lo “patrimonial” en Chile fue sinónimo de monumentos y obras clásicas. Sin embargo, este concepto ha evolucionado en el tiempo y la valoración se ha extendido al mundo popular e indígena. Además, ha logrado sumar el interés de una ciudadanía ávida por redescubrir su entorno.

“¿Cómo puede considerarse patrimonial a cités y palafitos con olor a ratón?”. La primera Bienal de Arquitectura y Urbanismo de Chile, celebrada en 1977 en el Palacio de Bellas Artes y dirigida por el Premio Nacional de Arquitectura  Cristián Fernández Cox, generó un verdadero escándalo que se propagó rápidamente a las secciones de carta de los diarios nacionales de la época.

Un grupo de arquitectos, entre los cuales se encontraban Cristián Boza y Humberto Eliash, le había encargado a diversos fotógrafos recorrer Chile para captar registros del patrimonio arquitectónico nacional. La muestra fue luego expuesta en el museo. Si bien se incluyeron iglesias, el palacio de La Moneda, el edificio del Congreso, también se dispusieron obras populares como los cités, los conventillos de Valparaíso y los palafitos de Chiloé.

Pese a las airadas críticas contra una propuesta que rompía todos los esquemas, la bienal marcó un importante punto de inflexión. En los cités había valor porque respondían a un primer esfuerzo de densificación urbana de ciudades como Santiago, Valparaíso y Concepción. Edificios acostados, con espacios comunes, que permitieron mitigar la presión migratoria del campo a la ciudad tras la Gran Depresión de 1929. Los palafitos de Chiloé, por su lado, tienen una doble función: por medio de un pequeño muelle se conectan con el agua, solución ingeniosa para recoger la pesca, y también se vinculan a la tierra y al cultivo de vegetales.

En el momento de la bienal, varios de los palafitos habían sido quemados, porque se les consideraba insalubres al no contar con sistemas de alcantarillado. La repentina valoración de su contribución arquitectónica cambió radicalmente el paradigma. A 45 años del evento, el valor del metro cuadrado de estas edificaciones es uno de los más caros de la ciudad de Castro. Revestidos de alerces resisten notablemente la humedad y se trata de una construcción altamente sustentable, propiedad valorada en tiempos de cambio climático. Barrios como Matta Sur, Yungay y la Plaza Brasil en Santiago o las edificaciones de los cerros de Valparaíso incrementaron su atractivo y reafirmaron el hecho de que el valor de lo patrimonial no solo lo dicta la elite, ni tampoco se define por lo monumental.

Adicionalmente, historiadores como Rómulo Trevi y Leopoldo Castedo incursionaron en el tema urbano y mostraron la relevancia del patrimonio industrial y las salitreras, que actualmente miles de turistas de Chile y el mundo recorren cada año.

Construcción sustentable

Construcción sustentable

El valor del metro cuadrado de los palafitos es uno de los más caros de la ciudad de Castro. Revestidos de alerces resisten la humedad y se trata de una construcción altamente sustentable.

MUSEOS A TOPE

Programas de televisión como City Tour –conducido por el arquitecto Federico Sánchez y el periodista Marcelo Comparini– e iniciativas como Santiago Adicto –encabezada por Rodrigo Guendelman– han contribuido al interés por el valor patrimonial en los últimos años, extendiéndose su divulgación a espacios multiformatos, radiales y diversas redes sociales. El día de los patrimonios, que se celebra desde 1999, este año contó con más de 1.100 organizaciones que realizaron actividades y sobre un millón y medio de visitantes en todo Chile. Esta avidez también se ha extendido a los museos. Macarena Ponce de León, directora del Museo Histórico Nacional, sostiene que a pesar de la pandemia y el consiguiente temor que generó, tras la reapertura en junio de 2021 los visitantes llenaron los recintos. “Hay un gran interés de la ciudadanía por venir. El estallido social provocó también una gran conciencia de lo que tenemos en el espacio público, que tiene que ver con el patrimonio cultural e histórico. Hay un redescubrimiento de la sociedad por la importancia de la cultura y de cómo esta permite crear interrelaciones entre las personas”, afirma. La doctora en historia cree que esta valoración está asociada a los momentos de crisis y desarraigo que se viven. “Hay una desconfianza hacia el futuro, y siempre cuando pasa eso en la historia, el pasado cobra una nueva revitalidad. Buscamos no solo respuestas de lo que está pasando y sus causas, sino que también ciertos elementos identitarios y sentido de pertenencia”, comenta.

El fenómeno de la globalización también tiende a producir el efecto de volcar la mirada hacia lo interno. “La vuelta y valoración de lo local, de lo vernáculo, de la propia cultura y patrimonio empieza a tener más sentido”, dice Macarena Ponce de León.

Otro cambio que se ha dado es un tránsito de la idea asociada a lo monumental del patrimonio a valorar expresiones inmateriales. El propio Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio cuenta con una Subdirección de Patrimonio Inmaterial, que también reconoce la importancia de prácticas, saberes, conocimientos y trayectorias humanas. Producto de este nuevo enfoque, el propio Museo Histórico Nacional ha buscado conectarse con las comunidades. Según explica su directora, los museos no pueden ser vistos como lugares que resguardan reliquias intocables para una elite que logra comprender su valor, sino que también como espacios que se abren a la comunidad para crear nuevas colecciones.

Es de esta manera que recientemente el museo realizó un proyecto conjunto con la mencionada Subdirección de Patrimonio Inmaterial del ministerio: una muestra con dos mujeres que fueron declaradas como patrimonio humano vivo por la Unesco. Se trata de dos arpilleras de Peñalolén, Patricia Hidalgo y María Teresa Madariaga, quienes crearon durante seis sesiones con la comunidad y estudiantes de diseño la obra “Arpillera de la Memoria”, que retrata desde el golpe de Estado en Chile al estallido social del 18 de octubre de 2019. “Es una obra que fue expuesta, muy importante y forma parte de nuestra colección. Representa un periodo del cual no tenemos muchas piezas”, cuenta Macarena Ponce de León.

Otro proyecto se realizó con la Fundación Rüf Che y rescata el patrimonio mapuche. “Trarikan, atar y desatar la memoria” consiste en mantas confeccionadas mediante una técnica ancestral de Cholchol para vestir a los loncos, los jefes de las comunidades.

Artesanía patrimonial

Artesanía patrimonial

En la imagen, “Trarikan, atar y desatar la memoria”, que son mantas confeccionadas mediante una técnica ancestral de Cholchol para vestir a los loncos.

LA VALORACIÓN DEL PATRIMONIO INDÍGENA

El académico de la UC Pedro Mege, antropólogo social y doctor en estudios latinoamericanos, explica que el interés por el patrimonio de los pueblos originarios en Chile fue de cierta manera inspirado por prácticas realizadas por europeos y norteamericanos, que en diversas expediciones recolectaron cultura material e inmaterial para exponerlos posteriormente en sus museos. Esta tendencia ha sido reforzada en el último tiempo por el proceso de recuperación que han realizado los mismos representantes de estas etnias. “Esta recuperación supone una instalación política a través del patrimonio que es muy potente”, dice Mege. Si hasta la década de los noventa se exponían momias en vitrinas de museos nacionales –célebre es el caso de Miss Chile”, de la localidad de San Pedro de Atacama– los mismos pueblos originarios lograron revertir esta práctica tras una discusión muy profunda, que muchas veces ha concluido con la restitución a través de ciertos rituales y políticas de repatriación.

“Este proceso de patrimonialización permite poner en valor, situar e identificarte con tu propia cultura. Antes eras castigado por hacerlo. El patrimonio que era algo considerado de elite, muy centrado en la arquitectura, de la noche a la mañana se transforma en un elemento político crucial, de recuperación y de visibilización”, sostiene. Esta emergencia indígena, como ha sido denominada, fue más temprana en países de la región como México y Perú, sobre todo por la monumentalidad arquitectónica y una riqueza arqueológica notable. Sin embargo, Pedro Mege afirma que esta visión centrada en lo monumental y en hitos como Machu Picchu y Teotihuacán está dando un giro en la percepción de lo patrimonial asociadado a otras materialidades y prácticas, muchas de ellas simbólicas, identitarias, pero también productivas.

Un ejemplo muy notable es el manejo y gestión del recurso hídrico de los pueblos que habitaban en el desierto chileno y que aprendieron a adaptarse a su entorno. Se trata de un aprendizaje interesante en tiempos que el país enfrenta una sequía muy adversa. Las técnicas de guerra, de defensa y ataque del pueblo mapuche, que le permitieron resistir hasta el día de hoy, son otro aspecto que resalta Mege. “Hemos aprendido de ellos cómo relacionarnos con nuestro medioambiente, sin ser destructivos y depredadores”, resalta.

Otra dimensión a considerar que destaca el antropólogo social es la irrupción del valor de la lengua y de expresiones como la poesía. “Nos dimos cuenta de que hay una cantidad de poetas mapuche impresionante, también aimaras y quechuas que estamos rescatando”, afirma.

La integración del bilingüismo en las escuelas podría representar una revolución importante, según Mege, para avanzar en este ámbito, tras la implementación hace un año de los programas de estudio de la asignatura Lengua y Cultura de los Pueblos Originarios Ancestrales de 1° y 2° año de enseñanza básica para los recintos que cuentan con alumnos pertenecientes a alguno de los nueve pueblos originarios.

El académico no desconoce la importancia de los monumentos. “Son hitos y materializan ciertas sensibilidades del momento que no se puede desconocer”, dice. Eso sí, no siempre resultan representaciones felices. En la Plaza de Armas de Santiago se encuentra un indio americano con un especie de falda de plumas, que era la forma en que los europeos representaban a los indígenas. Caupolicán en el Cerro Santa Lucía es otro ejemplo curioso. “La escultura de Caupolicán es muy importante, porque instala una figura del indígena, modelo Tarzán, con el torso desnudo. Él jamás hubiera andado así, no se sacaría su ‘súper’ manta de lonco, por ningún motivo”, comenta Mege.

Pero también en la Plaza de Armas de Santiago se encuentra otra escultura, “Al Pueblo Indígena” de Enrique Villalobos, que para Mege resulta más valiosa. La proliferación de banderas mapuche y de etnias andinas (Wiphala) también es un fenómeno que rescata la instalación, recuperación y reconocimiento de estos pueblos. Según el académico, el tema pendiente es encontrar fórmulas de convivencia en las que no baste el diálogo y el respeto. “Tenemos que darnos cuenta de que esta unión con los pueblos originarios supone un beneficio y una ganancia en aprendizajes de prácticas, cultura, arte, gastronomía, medio ambiente. Esto reducirá los niveles de discriminación y de racismo”, comenta Mege. Como ejemplo, el académico menciona el caso de investigadores de las universidades de Berkeley y UC Davis que descubrieron gran valor en los sistemas de policultivo maya en la zona de Guatemala. “En Chile podríamos aprender mucho del manejo y respeto por bosques y el agua. En materia de resolución de conflictos, el mundo aimara tiene formas de organizarse muy eficientes”, agrega.

Más allá de los avances que se han registrado en las últimas décadas en materia patrimonial, todavía quedan desafíos importantes, lo cual se ha evidenciado con la destrucción de obras o rayados que han proliferado en diversas ciudades del país.

“Como pueblo y país nos falta formación, educación en esta materia”, afirma Macarena Ponce de León. La historiadora argumenta que la educación patrimonial no está explícitamente incluida en cursos que deberían considerarla, como en los de formación ciudadana en la enseñanza secundaria. Si bien los museos resguardan lo patrimonial y tienen una misión importante en materia de formación, las visitas que se hacen son bastante esporádicas todavía. Además, afirma, es importante resaltar que lo patrimonial está en el espacio público y en la naturaleza. “Uno cuida lo que conoce, la interpretación que podamos hacer de una obra de arte, un monumento o la naturaleza es distinta si tenemos arraigo, conciencia y conocimiento de lo que es”, añade. En ese sentido, afirma que la educación patrimonial incluso podría contribuir a una convivencia más pacífica. “El patrimonio puede cooperar sustancialmente a forjar lazos más densos con el pasado y el presente, podría aportar a una mayor cohesión social”, concluye.

 

"Arpillera de la memoria"

La obra, de las arpilleras Patricia Hidalgo y María Teresa Madariaga, retrata desde el golpe de Estado en Chile al estallido social del 18 de octubre de 2019. El trabajo fue expuesto recientemente en el Museo Histórico Nacional.