globo terraqueo con la palabra Closed encima
  • Revista Nº 159
  • Por Ricardo Paredes

Dossier

Economía y pandemias: emerger después de la cuarentena

El reciente estudio conjunto entre la OMS y el Banco Mundial “un mundo en peligro”, publicado el año 2019, advertía que los costos de las pandemias han sido considerables en el planeta en términos económicos. Por su parte, Chile ha tenido una capacidad de reacción muy significativa a lo largo de su historia. Los años de austeridad fiscal y la independencia del Banco Central que controló el endeudamiento del gobierno han trazado un camino sólido. Datos internacionales muestran que, actualmente, el esfuerzo fiscal del país está en el promedio de las naciones más desarrolladas y es sustancialmente mayor al del resto de Latinoamérica.

La historia del mundo muestra enormes pérdidas de vidas asociadas a las pandemias. Por ello, aunque no son tan recurrentes como los terremotos o huracanes, sí han dejado una huella imborrable. La  peste negra en el siglo XIV costó la vida del orden de 75 millones de personas; la Gran Plaga de Sevilla, a mediados del siglo XVII, a alrededor de dos millones y la Pandemia Rusa de cólera, en el siglo XIX, a un millón.

Desde fines del siglo XIX han sido recurrentes las plagas asociadas a las vías respiratorias; en 1889, la Pandemia Global mató a un millón de personas y la gripe española, de 1918, a más de 50 millones. La influenza asiática de 1957, la hongkonesa en 1969 y la pandemia por H1N1, en 2009, cobraron gran cantidad de vidas, aunque lo hicieron en forma decreciente.

Chile no ha sido inmune al contagio. Decenas de miles de muertos, paralización de actividades productivas, de las labores de funcionarios públicos, de clases, de oficios religiosos, políticas para descongestionar los autobuses, son titulares que parecen actuales, pero se refieren a la epidemia de tifus exantemático que rebrotó, entre 1932 y 1939, del primer episodio ocurrido entre 1918 y 1919. En total, casi 20.000 fallecidos, un 0,4% de la población (Laval, 2013).

Y es que el contagio tiene que ver con la integración, no solo en las ciudades, sino que en el mundo. La velocidad de propagación, por cierto, ha cambiado. La influenza asiática, en 1957, cobró la vida de 20.000 chilenos, un 0,3% de la población. La puerta de entrada fue marítima, Valparaíso, y condujo a tener los mayores índices de muertes del mundo. La literatura sobre el impacto económico de las pandemias es escasa y se ha centrado en trabajos puntuales.

Un estudio a partir de todas las pandemias en las que hubo sobre 100.000 muertos registrados sugiere que los efectos en la producción y en la riqueza global han sido muy negativos e incluso más permanentes que los de una guerra (Jordà et al., 2020).

En la misma línea, el reciente estudio conjunto entre la OMS y el Banco Mundial “Un mundo en peligro”, publicado el año 2019, advierte que los costos económicos de las pandemias han sido considerables, identificando distintos canales a través de los cuales se impactaron las economías. Ellos incluyen la paralización por medidas profilácticas, ausentismo por enfermedad, pérdida de ingresos, gastos médicos y muertes.

Este y otros trabajos recientes también muestran que las pérdidas de vidas y las económicas afectan en forma muy distinta a cada grupo socioeconómico, siendo los de más bajos ingresos los que, por sus menores esfuerzos preventivos, la consecuente mayor prevalencia de enfermedades y sus reducidas posibilidades de cuidado una vez declarada la afección, sufren los costos más elevados. Sin embargo, los estudios agregados históricos son una mala fuente para predecir lo que ocurra en esta y en futuras pandemias, pues el avance tecnológico y la comprensión de los hechos es muy superior.

Sin perjuicio de lo anterior, sí hay elementos que deben ser base de cualquier predicción futura. El primero, que esta epidemia será, como otras, transitoria, pero que seguiremos sufriendo con nuevos virus. No es coincidencia que varios trabajos publicados antes de que se identificara el covid-19 previeran que existía un peligro inminente de la llegada de un nuevo virus respiratorio, originado en Asia, que se generaría a partir de la búsqueda de nuevas proteínas animales, y que estaría potenciado por la convivencia de especies, lo que finalmente facilitaría la transmisión entre humanos.

El segundo, una cara negativa de la globalización económica, los virus tienen el potencial de transmitirse más rápidamente.

Epidemia y guerra

Epidemia y guerra

En la imagen vemos la emergencia de un hospital en Camp Funston, Kansas, en 1918, durante la epidemia de influenza. Esta enfermedad golpeó a Estados Unidos mientras se encontraba en guerra, y llegó a través de los barcos de las tropas que viajaron por el océano Atlántico. Fotografía Otis Historical Archives, National Museum of Health and Medicine.

El esfuerzo fiscal que rinde frutos

El resto de los elementos que sí conocemos son positivos. El sistema de salud en Chile, en particular, no solo se fue preparando también a raíz de pandemias pasadas, sino que, muy especialmente, la experiencia actual ha mostrado que el ordenamiento legal permite el trabajo completamente integrado de los subsistemas de salud público y privado.

Un temor que surgía de la operación año a año, de lo observado en las crisis de invierno, era que el sistema público colapsara cuando el privado mantenía importantes holguras. La gestión centralizada que surgió en la crisis ha significado un virtual control completo de las UCI por parte del Ministerio de Salud y esa inequidad de acceso, aparte de la mayor eficiencia, está abordada.

Un segundo elemento clave respecto de la permanencia y los efectos de largo plazo en la economía se relacionan con el conocimiento y la capacidad de un país para tomar las medidas que atenúen el problema económico que sigue a un brote. Después de la Gran Depresión de los años 1930 sabemos más cómo abordar una crisis macroeconómica profunda. Comprendemos que el punto de vista financiero es clave; no se puede interrumpir la cadena de pagos y de financiamiento. También sabemos que, desde la salud, al menos en el corto plazo, lo ideal es que todas las personas pudieran aislarse por un período, en un confinamiento estricto y total.

Sin embargo, ello suele no ser posible porque la cadena de suministros de bienes y servicios esenciales debe continuar y, muy especialmente, porque las condiciones económicas de las familias son tales que, a menos que alguien sustituya, al menos por una parte y por un tiempo los ingresos que los trabajadores no recibirán, se verán forzados a la búsqueda de su sustento diario incumpliendo el confinamiento.

Aquí, hay un rol claro para el Estado. Por otra parte, si las empresas no producen, carecerán de recursos para pagarle a quienes no trabajan. Es un problema de liquidez, no de solvencia; las empresas pueden tener un buen futuro en un plazo razonable de seis meses, pero no cuentan con caja ni capacidad de endeudamiento para continuar sus pagos. También ellas requieren de la intervención del Estado de modo que les sustituya esos fondos que temporalmente no reciben.

Aunque el Estado de Chile está lejos de la capacidad estructural que tienen países como los Estados Unidos y los miembros de la UE, entre otros factores, por la posibilidad de emitir moneda que es aceptada internacionalmente como medio de pago –y por ende diluyen en el mundo el efecto inflacionario que puede generarse–, el país ha tenido una capacidad de reacción muy significativa. Los años de austeridad fiscal y la independencia del Banco Central que controló el endeudamiento del Gobierno, le permitió enfrentar la crisis subprime con una posición de acreedor neto e implementar un ambicioso programa, que hizo que Chile se recuperara rápidamente de la misma.

También permitió echar mano a cuantiosos recursos después del estallido social de octubre de 2019 y, ahora, a propósito de la crisis de salud, ha podido inyectar recursos que, hasta mayo pasado, comprometía US$ 17.105 millones de gasto público (6,9% del PIB), y la posibilidad de utilizar otros US$ 12.000 millones del ahorro para el seguro de desempleo.

Datos internacionales desarrollados en Pineda et al. (2020), muestran que el esfuerzo fiscal de Chile está en el promedio de los países más desarrollados y es sustancialmente mayor al del resto de los países latinoamericanos.

Expansión planetaria

Expansión planetaria

Mapa global con la reconstrucción de la propagación geográfica (actualizada al 5 de junio de 2020) de los virus SARS-CoV-2, tipo de coronavirus, causante de la enfermedad por coronavirus de 2019. Los colores se distribuyen por región. Fuente https://nextstrain.org/

La recuperación

La importancia de esta capacidad (de reacción) que Chile ha generado, a costa de esfuerzo y también de crítica, es que la capacidad de recuperación económica será proporcional al aporte que haga el Estado y que permita a las familias y empresas “financiar el confinamiento”.

A menor destrucción de empresas y empleo, menos habrá que reconstruir. En este contexto, la recuperación de Chile debiera ser relativamente rápida. Pero aparte de las políticas macro señaladas, el diseño de mecanismos de incentivo, algo esencial del área de la microeconomía y la aplicación de tecnología, constituyen parte del instrumental al que estamos apelando y que hacen que no solo esta pandemia, sino las futuras, tengan menor impacto y puedan superarse más eficientemente.

Desde luego, los testeos rápidos y la trazabilidad requieren políticas que no hagan recaer el costo en el contagiado, sino en toda la sociedad, como son aquellas de ayuda focalizada y que inducen al autocuidado y, además, a la responsabilidad social. No se trata solo de justicia, sino de inducir a comportamientos virtuosos.

Por cierto, un conjunto de cambios en el comportamiento que pudieron adelantarse, se ven inescapables en el futuro cercano. La precipitación de estos, avizorados desde al menos una década, permitirán una transformación cultural y social que se experimentará prontamente. Nos referimos a la complementariedad del trabajo presencial con el teletrabajo, a limitar desplazamientos, viajes y prolongaciones innecesarias de reuniones.

 

Fotografía antigua del edificio del Banco Central de Chile

Desde su creación (en 1925, tras la crisis financiera de los años 20 y como propuesta de la Misión Kemmerer) ha sido fundamental para paliar y superar la crisis económicas chilenas. Fotografía Archivo del Banco Central.

 

Si bien es improbable que las concentraciones humanas en ciudades decrezcan, ya que ellas son muy eficientes en generar bienes públicos, la posibilidad de interactuar a través de plataformas ahorrará tiempo y mejorará la productividad. También deberemos repensar la mejor forma de retribuir la innovación en salud, de modo que la velocidad para los descubrimientos y tratamientos revisados en este episodio se mantenga.

Finalmente, en el orden mundial, deberemos darnos mecanismos más efectivos para compartir información y tomar políticas de carácter planetario. En pocos casos es posible observar tan nítidamente lo que el Premio Nobel de Economía George Akerlof nos señalaba: “pequeñas desviaciones a un comportamiento racional (o si se quiere aquí, a un comportamiento responsable) pueden tener consecuencias graves en el equilibrio global”.

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