• Revista Nº 148
  • Por Claudia Labarca Encina

Dossier

El círculo de la confianza

Este atributo ha sido investigado y estudiado por las Ciencias Sociales, dada su relevancia como un mecanismo social fundamental para la cohesión y el funcionamiento del sistema. La académica y experta en el tema, Claudia Labarca, explica en el presente artículo las aristas de este concepto que sigue generando controversia en diferentes disciplinas. La confianza sí existe, aclara la autora, pero esta ha sido depositada en los amigos, familiares y conocidos. El riesgo surge cuando solo se confía en los cercanos y ya no importa lo que sabes, sino a quién conoces.

Desde hace algunas décadas, destacados pensadores de distintos ámbitos de las Ciencias Sociales comenzaron a mirar el concepto de confianza como un elemento fundamental de la cohesión social y del desarrollo político y económico. Ya a mediados de los años 70, el premio Nobel de Economía, Kenneth Arrow, afirmó: “La confianza es un lubricante esencial del sistema social. Es extremadamente eficiente, ahorra muchos problemas tener un grado justo de ella en las palabras del otro” (“Los límites de la organización”, 1974).

Otro premio Nobel de Economía, Robert Solow, lo ejemplifica aún más explícitamente cuando argumenta que ni siquiera el más completo de los contratos puede detallar todas las probables contingencias que puedan surgir entre dos partes. De hecho, explica Solow, si todo estuviera regulado por un contrato debido a la falta de confianza, el costo de cada transacción (económica, política o social) no solo sería infinitamente mayor, sino que impracticable y a la vez paralizante.

La confianza se configura como una precondición para la cooperación que ahorra costos y permite eficiencia en los sistemas. Pero no solo en este aspecto es beneficiosa, también la Literatura ha relacionado los niveles de confianza social con el crecimiento económico, ya que propicia la cooperación y evita el oportunismo.


La democracia y el estado de derecho son condiciones necesarias (aunque no suficientes) para que la confianza se fortalezca socialmente.

Así, se argumenta que países de alto desarrollo económico y bienestar (por ejemplo, las economías nórdicas) tienen elevados estándares de confianza social. Por el contrario, naciones con menos crecimiento económico –América Latina, parte del continente africano– presentarían muy bajos niveles de ella. Esto es particularmente relevante en una sociedad globalizada en la que los países deben construir relaciones creíbles con los ciudadanos y consumidores a nivel internacional. De hecho, cuando un estado no ofrece las garantías institucionales que permitan generar este clima, rápidamente se perjudica el intercambio comercial, las inversiones y el turismo, como hemos podido apreciar en el reciente caso de Cataluña.

Incluso, si se piensa en los fundamentos de la actual economía digital y colaborativa –más allá de las obvias condicionantes tecnológicas para su funcionamiento–, la confianza constituye un elemento fundamental para el éxito de estas aplicaciones, sustentadas precisamente en la posición de este atributo entre los propios usuarios y los contenidos e información que ellos generan.

La gran contradicción

La gran contradicción

Relaciones creíbles

Relaciones creíbles

Los países deben construir relaciones creíbles con los ciudadanos. Cuando un estado no ofrece las garantías para generar este clima, rápidamente se perjudica el intercambio comercial, las inversiones y el turismo, como se ha podido apreciar en el caso de Cataluña.

Reducir la complejidad

Desde la Sociología, grandes pensadores han posicionado este tema no solo como un aspecto relevante para la cohesión social, sino que indispensable para el funcionamiento básico de los sistemas. Desde la perspectiva de Niklas Luhmann, por ejemplo, esta cualidad se presenta como un mecanismo de reducción de la complejidad, ya que al creer –en el tiempo presente– reducimos las posibilidades y la contingencia del futuro. Si bien se aplica a distintas esferas, esto se ilustra mediante el acto de dar la confianza política a uno u otro candidato a través del voto. Al elegir al candidato A, se acotan las posibilidades de contingencia futura (por ejemplo, se acota el programa de gobierno a desarrollar y las perspectivas ideológicas) y, por lo tanto, se estabiliza la percepción de riesgo.

De ahí la importancia del desarrollo de lazos de cercanía con, por ejemplo, las instituciones democráticas dentro de una sociedad moderna y, a su vez, del peligro que significa para la misma el creciente grado de desconfianza con la que la ciudadanía las mira.

Otra vertiente, basada en las ideas de Mark Granovetter, James Coleman y Robert Putnam, postula que el capital social, definido en forma genérica como un recurso basado en las redes sociales que tiene un individuo, se establece en los sistemas sociales a través de redes de confianza, por tanto, se beneficia a aquellos que se insertan dentro de este engranaje.


Desde la perspectiva de Niklas Luhmann, por ejemplo, esta cualidad se presenta como un mecanismo de reducción de la complejidad, ya que al creer –en el tiempo presente– reducimos las posibilidades y la contingencia del futuro.

¿En qué colegio estudiaste?

En términos generales, existen cuatro perspectivas que argumentan cómo se crea la confianza. La primera, por adscripción, es la que de alguna manera viene “dada” por los lazos familiares y por nacimiento. Así, resulta más probable creer en la familia y en los más cercanos. En cierto modo, la anterior condición se entrelaza con la segunda perspectiva que se desarrolla por la identidad, compartir valores y creencias. Este fenómeno se conoce como la homofilia, en donde se tiende a confiar en “lo que se parece a mí”, o en quienes se consideran “como iguales”. Así, la confianza se tiñe de la idea de lo valórico, en tanto adjudico ciertas características que considero moralmente aceptables a quienes percibo como mis iguales. De hecho, para enseñar este concepto siempre le consulto a mis alumnos qué preguntaron el primer día de clases en la universidad al compañero que tenían sentado al lado.

La respuesta unánime es: “¿En qué colegio estudiaste?”. Interesante perspectiva, en un país que ha basado su economía en la interacción global con el entorno y que, recientemente, ha recibido relevantes olas migratorias de culturas latinoamericanas diferentes a la nuestra.

Un tercer elemento lo propone la visión racionalista, en la que se establece que la construcción de la confianza se basa en tres ejes fundamentales. Desde esta vereda, no es un elemento que viene dado –por adscripción o pertenencia, por ejemplo– sino que, tal como explicara el economista bengalí Amartya Sen, necesita ser cultivado. Más aún, se le considera un recurso que aumenta mientras más se utiliza.

El primer eje lo constituye el nivel de conocimiento que tengan los individuos con respecto al objeto o sujeto sobre el que se deposita la confianza. A mayor información, mayor es la probabilidad de crear lazos. Esto ocurre incluso cuando los datos obtenidos no necesariamente son positivos, ya que de igual forma generan un marco de acción y estabilizan las expectativas de los individuos. Lo mismo ocurre con la interacción y la experiencia. En el último eje los individuos tienden a cultivar comportamientos confiables, de modo de no dañar su reputación dentro de su ámbito o redes de acción. Esta visión se corresponde con la idea racionalista del ser humano que actúa de acuerdo al interés propio, ya que, si defraudo la confianza puesta en mí, también me provoco un daño personal porque deterioro mi reputación personal. Por lo tanto, ser confiable, desde esta perspectiva, tiene un claro beneficio personal.

Solidez institucional

Solidez institucional

Cuando dos actores deciden comprometerse, lo hacen porque existe la seguridad de que esa entrega de confianza será respetada. En la imagen un momento de la ceremonia de firma del Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP, por sus siglas en inglés), realizada a comienzos de marzo pasado. Una muestra del compromiso e integración regional del país.

La versión más extrema la da el cientista político de la Universidad de Nueva York, Russell Hardin, quien entiende a la confianza como una conjunción de intereses particulares entre dos agentes que buscan el beneficio propio sobre un objeto determinado. Por tanto, no existe una definición genérica, ni una predisposición del individuo a confiar, sino que lo que existe son dos agentes –uno que confía y otro sobre el cual se deposita la confianza– que tienen intereses comunes que los motivan a generar esta interacción, pero siempre con relación a un objeto determinado. Así, por ejemplo, los sujetos depositan su confianza en agentes financieros para manejar sus inversiones, pero no necesariamente creen en estos mismos para otras necesidades cotidianas (por ejemplo, el cuidado de los hijos).

Hasta aquí, independiente de si las fuentes de confianza son adscritas, racionales, identititarias o culturales, todo converge en la idea de Luhmann de familiaridad como elemento clave de construcción de confianza, lo que puede explicar la llamada “paradoja de Fenno”, que acuñó el cientista político Richard Fenno en 1978.

Un último aspecto a destacar es la dimensión institucional de la confianza. Si bien esto ocurre a un nivel distinto que la confianza interpersonal u organizacional, entrega un marco que facilita (u obstruye) la creación de lazos de este tipo entre quienes se encuentran al alero de dicha institucionalidad.

Cuando dos actores, individuos u organizaciones deciden adherir en un ambiente institucionalmente sólido, lo hacen porque también existe un grado de seguridad suficiente de que, en caso de que uno de ellos decida quebrar esa confianza, existirá la regulación necesaria para declarar ese hecho como punible o al menos reprobable.

Por eso, la democracia y el estado de derecho son condiciones necesarias (aunque no suficientes) para que esta cualidad se fortalezca socialmente.

El declive

El declive

En general: ¿cuánta confianza tiene en las siguientes instituciones?

"No es lo que sabes, es a quien conoces"

Como muchos conceptos de las Ciencias Sociales, la confianza es aún controversial. Por la infinidad de definiciones que hay a su alrededor (se le entiende como expectativa de comportamiento, una actitud, un interés relacional e incluso fe, entre muchas otras ideas que nos entrega la literatura), o porque existen diversas razones por las que tenemos disposición a confiar (por la bondad del otro o por su habilidad para llevar a cabo nuestras expectativas, su integridad). También es necesario mirar los aspectos negativos que pudiera traer esta cualidad, sobre todo aquella que se construye en torno a sistemas cerrados y que excluye a aquellos fuera de dichos sistemas.

“Can we trust trust?” (“¿podemos confiar en la confianza?”) se preguntaba el politólogo italiano Diego Gambetta a fines de los años 80. Un cuestionamiento válido si consideramos las ideas del sociólogo francés Pierre Bourdieu sobre la conceptualización del capital social como legitimador de la inequidad dentro de una sociedad. Para Bourdieu, las redes de confianza personales perpetúan la exclusión de aquellos individuos que, por algún motivo, no han sido capaces de entrar a ellas.

En términos populares, se podría decir que bajo la mirada bourdiana, la meritocracia, por ejemplo, pierde valor frente a las conexiones personales de un individuo. Por lo tanto, como reza el dicho en inglés: “it’s not what you know, it’s who you know” (“no es lo que sabes, es a quién conoces”).


En términos populares, se podría decir que bajo la mirada bourdiana, la meritocracia pierde valor frente a las conexiones personales de un individuo. Por lo tanto: “it’s not what you know, it’s who you know”.

Más aún, argumenta el sociólogo, se constituye en peligrosa cuando aquellos grupos unidos por extrema confianza en sus propios miembros mantienen, a su vez, una alta desconfianza hacia quienes quedan fuera de su círculo. Esto implica –usando la terminología de Edward Said– reconocer y ahondar una alteridad que, llevada al extremo, puede constituirse en compleja de cara a la cohesión social. Pensemos en grupos unidos por un sentimiento de superioridad –ya sea étnico o racial, económico o político o intereses comunes en desmedro del bien común– y en cómo la historia ha demostrado las consecuencias negativas de dichas agrupaciones.

Por todo ello, es válido preguntarse: “Can we trust trust?”. Quizás para responder esta duda es necesario abordarla desde sus distintas dimensiones y perspectivas y, por lo tanto, ir un paso más allá de las generalizaciones que nos impiden dilucidar este cuestionamiento.