El futuro del trabajo en medio de la tormenta
Que cada persona pueda decidir a qué hora trabaja, dónde lo hace y cómo lo hace es algo que irrumpió con la pandemia, pero que debe ser estudiado en detalle en tiempos de normalidad. Sus efectos no son iguales en países desarrollados que en naciones emergentes, así como su nivel de penetración. A su vez, el desarrollo de la tecnología y la amenaza de los robots sobre los humanos no es ciencia ficción. Son transformaciones aceleradas con las que se debe aprender a convivir.
El ámbito del trabajo está cambiando de manera acelerada. Las transformaciones tecnológicas, la mayor integración mundial de la producción, la flexibilidad y diversos cambios culturales importantes han contribuido a que se modifique dramáticamente lo que los trabajadores hacen y cómo lo hacen. La literatura económica ya ha estudiado en detalle estos fenómenos en países ricos. Pero ¿podemos pensar que estos aspectos puedan tener un impacto diferente en economías emergentes como Chile? Eso es lo que nuestro centro de investigación Núcleo Milenio sobre la Evolución del Trabajo (M-NEW, por su sigla en inglés) quiere analizar y comprender.
¿QUÉ CONSECUENCIAS TIENE UN CAMBIO TECNOLÓGICO PARA EL EMPLEO?
Es poco probable que las máquinas reemplacen a las personas como para generar un desempleo tecnológico, porque el reajuste consecuente en los sueldos atenuaría el cambio en el mercado laboral. Si bien Marx postulaba que la máquina reemplazaba al obrero calificado como el artesano por uno no calificado que la operaba (y puede haber sido así en su época, según Lafortune, J.; Lewis, E.; y Tessada, J.; 2019), hoy pensamos que las nuevas tecnologías sustituyen a empleados menos calificados. Este sería el caso de los cajeros de supermercado o bencineros versus las máquinas de autoservicio.
Sin embargo, para afirmar lo anterior es importante considerar las diferentes condiciones económicas. A nivel tecnológico, las últimas innovaciones de la tercera y la cuarta revoluciones industriales han permitido suplir tareas rutinarias, ya sean cognitivas o no. Esto contradice la afirmación anterior que establece que solo los menos competentes serían sustituidos. Por ejemplo, todavía es muy difícil para una máquina cambiar pañales o cortar el pelo. Así, muchas de las ocupaciones no calificadas del sector de servicios no están en peligro e incluso, algunas, como el reparto a domicilio, se potencian vía las nuevas tecnologías. ¿Qué tipo de ocupaciones entonces están en riesgo? Tanto las actividades rutinarias no calificadas (como por ejemplo, muchas de las actividades en una línea de producción de una firma manufacturera), como las rutinarias que requieren conocimiento (como las de las bibliotecarias o asistentes contables) son más fáciles de reemplazar por una máquina. Un sitio web, basado en la investigación del investigador senior Carl Frey, permite obtener una respuesta exacta para una gran gama de ocupaciones (“Will robots take my job?”).
Así, es necesario distinguir entre la posibilidad de que nuestras tareas sean capaces de ser realizadas por una máquina y el hecho de que nuestro empleo esté en peligro. Si una persona puede hacer su labor mejor o con un costo menor que el sistema computacional que lo puede reemplazar no veremos una caída en el empleo. Aquí es donde la situación entre países ricos y emergentes puede ser radicalmente diferente. Los sueldos en los segundos son normalmente menores y con más desigualdad. Esto hace que algunas de las tareas que se han automatizado en naciones ricas puedan no serlo en una emergente.
Pensamos simplemente en todas las máquinas de autoatención que se han implementado en lugares públicos como clínicas o servicios del Estado, que siguen teniendo a un trabajador que asesora a los asistentes al momento de ingresar sus datos. El segundo factor que puede diferir es el costo de la tecnología. Estas innovaciones tenderían a ser más caras en naciones emergentes que en las ricas, por su precio de adquisición, pero también por su mantención. Si no hay ingenieros en informática que reparen el computador cuando tiene un problema, la ventaja de automatizar algunas tareas desciende. Tecnologías de precognición de voz, por ejemplo, tienen más debilidades en idiomas con menos experiencia en ese ámbito.
En tercer lugar, en países ricos los cambios tecnológicos y la subcontratación internacional pueden influir en el empleo de la misma manera. Pero en países emergentes, este puede aumentar en algunas tareas que son subcontratadas desde naciones ricas y caer por cambios tecnológicos al mismo tiempo.
Finalmente, las transformaciones tecnológicas en países ricos han demostrado generar lo que se denomina polarización, es decir que son los trabajadores del medio de la distribución de ingreso quienes han visto su empleabilidad y sus salarios caer más (Autor, D.; Katz, L. y Kearney, M.; 2008; Autor, D.; 2015; Goos, M.; Manning A.; y Solomon, A.; 2014). Con nuestros coautores, Mario Jeldres y José Tessada, repetimos el análisis para cinco países de América Latina y no encontramos los mismos patrones. Esto parece indicar que, aunque la misma tecnología está disponible, no se ha adoptado con la misma intensidad que en Estados Unidos y no tendrá automáticamente el mismo impacto.
No solamente estamos cambiando las tareas que hacemos como trabajadores, también estamos modificando la relación que tenemos con nuestro “trabajo”. La nueva manera de organizarlo incluye reglas de flexibilidad de horario, de teletrabajo, de relación contractual más tenue entre funcionarios y empleadores, incluso a veces mediada por una plataforma. ¿Es eso igual en países ricos y pobres?
FLEXIBILIDAD: UN TEMA DE GÉNERO
La flexibilización de la relación contractual puede ser distinta en un país como Chile, que ya tiene una baja tasa de sindicalización y una tasa de informalidad mayor a la de países más ricos. Por ejemplo, al flexibilizar el mundo laboral formal, en vez de precarizar el empleo agregado, podría disminuir el uso del empleo informal y así mejorar las condiciones promedio de los trabajadores.
Otro aspecto relevante para considerar es el de género. América Latina, y Chile en particular, tienen tasas de participación femenina bajas comparadas con otros países del mismo nivel de empleo. Los contratos poco flexibles en términos de horario parecen ser particularmente problemáticos para las mujeres. Un estudio en Colombia (Bustelo, M. et al., 2022) muestra que mujeres de mediano y bajo ingreso están dispuestas a sacrificar cerca de un 15% del sueldo mínimo en este país para tener flexibilidad horaria en su contrato laboral. Eso sugiere que, incluso en países emergentes con sueldos menores, hay una demanda de parte de mujeres para obtener este beneficio; algo que las discusiones sobre nuevos arreglos laborales tienen que tomar en cuenta.
LAS 40 HORAS
Actualmente, se está discutiendo la reducción de la jornada laboral a cuarenta horas semanales. Muchos economistas están preocupados por tal cambio, especialmente, dado el contexto en que se encuentra el país. A los cambios tecnológicos que hemos mencionado se suma la incertidumbre sociopolítica que estamos enfrentando, en un entorno sanitario peculiar que ya sacudió al mercado laboral. Se teme que muchas compañías no estén dispuestas a contratar más empleados si sus trabajadores están menos tiempo en la empresa. Otra preocupación posible es que los salarios puedan sufrir un reajuste a la baja (Prescott, E.; Rogerson, R. y Wallenius, J.; 2009; Marimon, R. y Zilibotti, F.; 2000). Algunos estudios han confirmado tal preocupación en un contexto de crisis para los casos de Francia y Alemania en los años 80 (Crépon, B. y Kramarz, F.; 2002; Hunt, J.; 1999). Sin embargo, la mayoría de los estudios empíricos no han documentado un impacto negativo significativo en el empleo (Chemin, M.; y Wasmer, E.; 2009; Skuterud, M.; 2007; Raposo, P.; Van Ours, J.; 2010), incluso en el caso de la reforma anterior chilena (Sánchez, R.; 2013). Una posible explicación es que estas investigaciones no consideran periodos de crisis, pero debemos reconocer que la heterogeneidad en los hallazgos de los estudios empíricos genera desafíos intelectuales para los economistas.
¿Cómo y cuándo la reducción en la jornada laboral no afecta el empleo y los salarios, si hemos visto que las personas trabajan significativamente menos horas una vez que se implementaron tales reformas? ¿Será que la productividad del trabajador no se relaciona mucho con la cantidad de horas que pasa en la empresa?
¿Habrá otras características de la sociedad moderna que expliquen tal inconsistencia entre los estudios? Una posible respuesta a estas preguntas se entrega en el libro publicado por Pedro Gomes, en 2021, Friday is the new Saturday: el mayor tiempo libre de los trabajadores puede permitir el fomento de otras industrias como, por ejemplo, las que están relacionadas con el ocio o el turismo. Incluso se documenta que, en estados de Estados Unidos, donde se trabaja menos horas, se dedica más tiempo a la compra y el consumo (Janiak, A.; 2022). Estos canales podrían ser relevantes dada la revolución industrial en servicios que documentan algunos. Los economistas Chang-Tai Hsieh y Esteban Rossi-Hansberg afirman que las empresas grandes hoy se desarrollan localmente. Pueden proveer servicios a gran escala, pero a diferencia del sector manufacturero, necesitan estar cerca del cliente. En este contexto, se podría pensar que la relación entre producción y horas trabajadas no es tan lineal como quizás lo era cuando el sector manufacturero era el dominante, y si el cliente está más involucrado en las transacciones modernas, una reducción en la jornada laboral podría tener un efecto distinto en la sociedad moderna. ¿Seguirán economías emergentes como Chile el mismo patrón?
PARA LEER MÁS
- D. H.; Katz, L. F. y Kearney, M. S. (2006): “The Polarization of the U.S. Labor Market”. American Economic Review, 96(2), 189–194.
- Bustelo, M.; Díaz, A.M.; Lafortune, J.; Piras, C.; Salas, L. y Tessada, J. (2022), “What is the price of freedom? Estimating women’s willingness to pay for job schedule flexibility”, Economic Development and Cultural Change, forthcoming.
- Chemin, M. y Wasmer, E. (2009). “Using Alsace-Moselle Local Laws to Build a Difference-in-Differences Estimation Strategy of the Employment Effects of the 35-Hour Workweek Regulation in France”. Journal of Labor Economics, 27(4), 487–524.
- Crépon, B. y Kramarz, F. (2002): “Employed 40 Hours or Not Employed 39: Lessons from the 1982 Mandatory Reduction of the Workweek”. Journal of Political Economy, 110.
- Goos, M.; Manning, A. y Salomons, A. (2014): “Explaining Job Polarization: Routine-Biased Technological Change and Offshoring”. American Economic Review, 104(8), 2509–2526.
- Gomes, P. (2021): Friday Is the New Saturday: How a Four-Day Working Week Will Save the Economy. History Press Limited.
- Hunt, J. (1999): “Has Work-Sharing Worked in Germany?”. The Quarterly Journal of Economics, 114(1), 117–148.
- Lafortune, J.; Lewis, E. y Tessada, J. (2019). People and Machines: A Look at the Evolving Relationship between Capital and Skill in Manufacturing, 1860-1930, Using Immigration Shocks. The Review of Economics and Statistics 2019; 101 (1): 30–43.
- Marimon, R. y Zilibotti, F. (2000): “Employment and distributional effects of restricting working time”, European Economic Review, 44(7), 1291–1326.
- Prescott, E. C., Rogerson, R. y Wallenius, J. (2009): “Lifetime Aggregate Labor Supply with Endogenous Workweek Length”, Review of Economic Dynamics, 12(1), 23–36.
- Raposo, P. S. y Van Ours, J. C. (2010): “How working time reduction affects jobs and wages”, Economics Letters, 106(1), 61–63.
- Sánchez, R. (2013): “Do reductions of standard hours affect employment transitions?: Evidence from Chile”, Labour Economics, 20(C), 24–37.
- Skuterud, M. (2007): “Identifying the Potential of Work-Sharing as a Job-Creation Strategy”, Journal of Labor Economics, 25, 265–287.