• Revista Nº 148
  • Por Fredy Parra Carrasco

Dossier

El llamado del futuro

En un escenario de desconfianza en la política, de falta de proyectos comunes en la ciudadanía e incluso de divergencias en cuanto a qué es desarrollo y qué es progreso, crece la demanda por un nuevo imaginario. Todo en pos de un mundo más sustentable, justo y pacífico, donde se comparta la alegría de la vida.

En los últimos años la conciencia ciudadana en Chile ha evolucionado hacia apreciaciones muy críticas de las instituciones en su conjunto y a una desconfianza generalizada en las estructuras e instituciones del Estado. Así lo muestran diversos estudios desarrollados en los últimos años. En la Encuesta Nacional Bicentenario UC-Gfk Adimark 2015, por ejemplo, un 85% considera que Chile es un país corrupto, tema y pregunta inexistentes en las evaluaciones sociales hace una década.

Esta visión más bien pesimista y la consiguiente desafección hacia las instituciones políticas contrastan con la perspectiva más positiva de los ciudadanos respecto de su vida personal y familiar, y con las expectativas de progreso en este ámbito particular.

Por otra parte, la fuerte desigualdad reinante en el país también contribuye a socavar la pertenencia y la valoración de las instituciones políticas del sistema democrático. El reciente informe “Desiguales” del PNUD (2017), en una de sus reflexiones conclusivas asevera que en contextos de gran desigualdad socioeconómica –como el nuestro– “la democracia es el sistema que mejor garantiza que quienes son sujeto de injusticias puedan reclamar, movilizarse y elegir representantes que defiendan sus intereses y derechos. Pero la sobrerrepresentación de los grupos de alto estatus en los espacios de toma de decisiones hace que el resto de la ciudadanía considere la dirigencia política –y, en último término, la propia democracia– con percepciones de lejanía y clausura” (“Desiguales”, PNUD, 2017).

No hay duda que, por distintas razones, se han debilitado los vínculos sociales y la credibilidad socioinstitucional.

Individualización y globalización

Después de siglos de cultura moderna y de una primera fase de la modernidad, es decir, de una combinación compleja de industrialización, de capitalismo liberal y democratización, basada en la sociedad del Estado-nación y en identidades colectivas firmes y dadas como pilares sólidos e incuestionables, la sociedad actual transita hacia nuevos desarrollos y desafíos como la creciente individualización (Ulrich Beck), la fluidez de las relaciones, la globalización económica, política y cultural, y una conciencia mayor de crisis ecológica.

Es la fase movible de una segunda modernidad, más líquida al decir del sociólogo Zygmunt Bauman. De una lógica de estructuras, más fijas y estables, se pasa irremediablemente a una de flujos.


Sin horizontes de futuro, es decir, sin proyectos claros y compartidos, es muy difícil percibir sentido en los esfuerzos sociales y políticos preocupados del desarrollo humano integral tanto en el país como en la región.

Muertos vivientes

Muertos vivientes

El sociólogo Ulrich Beck afirma que la sociedad transita hacia nuevos desarrollos y desafíos como la creciente individualización. También se refiere a las categorías zombis, que son conceptos sociales que están muertos y vivos al mismo tiempo, como las clases sociales o la vida de barrios. Fotografía por Karina Fuenzalida.

Hace tiempo que Beck habla de “categorías zombis” para referirse a conceptos sociales que están muertos y vivos al mismo tiempo, como la clase social o el vecindario. Estas son entidades sometidas a metamorfosis constantes y en transición hacia formas nuevas e insospechadas en algunos casos. Lo mismo tal vez se podría decir de la sociedad, el Estado, los partidos políticos u otros actores.

La familia también se ha visto sometida a cambios significativos. El año 2013, en el ámbito francés, Alain Touraine publicó El fin de las sociedades, en el que apela a la reconstrucción del sujeto como actor social desde la conciencia de sus derechos, y de la consecuente defensa y promoción de los derechos humanos universales.

Ciertamente se ha modificado la conciencia espacial y temporal. Separando espacio de tiempo y, más recientemente, espacio de lo local (el ciberespacio), la modernidad tardía producida por la globalización ha intensificado la interconectividad universal y ha hecho posible múltiples relaciones entre ausentes. La distancia ya no es obstáculo para la comunicación a todo nivel.


La lógica del mercado global y nacional tiende a colonizar la acción política. Hoy cuesta más determinar el ámbito de la ciudadanía; la sociedad civil se confunde muchas veces con una privatización de los comportamientos.

Tan lejos, tan cerca

Tan lejos, tan cerca

Se ha modificado la conciencia espacial y temporal. La modernidad tardía producida por la globalización ha intensificado la interconectividad universal. La distancia ya no es obstáculo para la comunicación a todo nivel. Fotografía: Pxhere.com

Este mismo proceso trae nuevos desafíos a la construcción de la identidad. Suplantada la presencia real –el cara a cara– de las personas que tradicionalmente ayudaban a los individuos en su proceso de construcción de identidad, se han multiplicado los “otros significativos” a través de los medios. En consecuencia, la familia, los amigos, la escuela, la comunidad, hace tiempo no son los únicos capaces de influir en los sujetos que constantemente construyen o recrean su ser. Es una tendencia cada vez mayor el hecho de que las personas deban definir por sí mismas sus objetivos, sus relaciones, valores y proyectos.

Se impone actualmente la necesidad de una “reflexividad generalizada” (A. Giddens), donde la mayor parte de los aspectos de la vida personal y social están sometidos a continua revisión y evaluación a la luz de los nuevos conocimientos, informaciones y apreciaciones plurales. Construir identidad obedece a un proceso de reflexividad y libertad de elección permanente, no solo en el ámbito de lo cotidiano sino, sobre todo, en el amplio campo de los valores de la esfera interpersonal, laboral, política y económica, de la familia y de la religión.

Individualización no es sinónimo de individualismo ni de egoísmo. Es, más bien, la forma posible en que las personas enfrentan los procesos de la modernidad.


Individualización no es sinónimo de individualismo ni de egoísmo. Es, más bien, la forma posible en que las personas enfrentan los procesos de la modernidad.

En este contexto, individualización no es sinónimo de individualismo ni de egoísmo. Es, más bien, la forma posible en que las personas enfrentan los procesos de la modernidad, que han socavado los roles e instituciones tradicionales. Es la forma de restablecer la identidad en medio de los incesantes cambios existenciales que padecen. El sujeto se ha vuelto “nomádico” (U. Beck y S. Lash). Más que depender de un juicio estilo kantiano de prescripciones ya dadas y determinadas, se ha convertido en “un buscador de reglas”
(S. Lash), creciendo así las posibilidades del riesgo y la incertidumbre.

Con-fianza: ¿Salto al vacío?

Como es obvio, su origen etimológico es el mismo de fianza, en tanto garantía que le damos a alguien. No se deposita esta palabra en aquel que no la ha ganado. Para entregarla, debemos creer en la sinceridad del otro, en sus capacidades y confiablidad demostrada en el tiempo.

Es una expectativa positiva que se sustenta en conductas pasadas, las que nos hacen esperar que ellas se repetirán en el futuro. Como en todo fenómeno humano, la certeza nunca es total. Es por eso que en el origen griego del término, la confianza también se relaciona con “denuedo”, valor o intrepidez.

Implica una esperanza, que nos permite superar la incertidumbre y, gracias a ella, entregar nuestra confianza.

La falta de seguridad total se traduce en que hay en esta entrega un cierto “salto al vacío”. La raíz aramea es algo diferente; en el mundo bíblico se refuerza el deseo, e incluso la voluntad positiva, de que sucederá lo esperado. Confianza aquí se traduce por “sin duda”, “seguramente”, y viene del verbo leha’amin, que significa creer (de la raíz amn, “ser digno de confianza”). Es la misma raíz de “amén” e implica también un acto de fe. Claramente, la historia del término está aquí marcado por su proyección religiosa, de vivir una vida con fe.

En términos sociales, y ya en el pensamiento contemporáneo, este atributo se considera fundamental para estrechar lazos verdaderos y profundos entre dos o más personas, como requisito, por ejemplo, para tener un con-fidente. En un nivel más amplio, especialmente en la teoría estructural funcionalista, a la confianza se le define como, nada menos, la base de todas las instituciones.

Por Revista Universitaria

Participación y democracia

La conciencia del tiempo social y político también se ve afectada por los factores ya señalados. En efecto, la globalización ya interiorizada está produciendo un evidente redimensionamiento del espacio político al desgarrarse el marco nacional de la política. Se alteran las distancias internacionales y aumentan las internas.

La lógica del mercado global y nacional tiende a colonizar la acción política. Hoy cuesta más determinar el ámbito de la ciudadanía; la sociedad civil se confunde muchas veces con una privatización de los comportamientos. Las distinciones tradicionales entre política y economía, Estado y sociedad civil, público y privado, no logran dar razón de la nueva situación. Y estas transformaciones están afectando la valoración de la democracia. La renovada conciencia moderna de la igualdad en todas las relaciones y de la justicia en todo ámbito, la valoración del diálogo razonable y la búsqueda de consensos y participación real en la toma de decisiones produce también un efecto crítico de las democracias reales y levanta la necesidad de profundizar este sistema, a pesar de que los vínculos siguen bastante debilitados.

La primacía de lo económico sobre lo político que corroe la esencia de la democracia, la sostenida desigualdad ya señalada y la llamada naturalización de lo social, contribuyen en la profundización de la pérdida de credibilidad de las instituciones democráticas vigentes.


Crece la conciencia en torno a que el medio ambiente, los pobres del mundo y las generaciones futuras son víctimas absurdas del sistema tecnocrático, político y económico global, atravesado por la idea de un crecimiento indefinido que aún pretende explotar el planeta más allá de sus límites.

La naturalización de lo social, consciente o inconscientemente, acaba congelando la convivencia en un sistema inamovible y distante, que implica una especie de sacralización de la lógica del sistema imperante.
La sociedad se presenta como un orden natural, irrevocable, donde no cabe sino adaptación (sin actores nuevos ni participación ciudadana).

Frente a esto, corresponde reintroducir la subjetividad y la conciencia de la libertad responsable en la vida social, política y económica. Es más, se observa que al parecer “vivimos en la omnipotencia y la primacía del presente” (N. Lechner), donde pasado y futuro tienden a desvanecerse.

Las tendencias culturales más significativas, a saber, la simultaneidad creada por la globalización, la mediatización de las comunicaciones, la satisfacción inmediata en medio de una cultura del consumo, etcétera, debilitan las bases de la historicidad, el tiempo largo y, con todo, el tiempo de las instituciones.
Sin horizontes de futuro, es decir, sin proyectos claros y compartidos, es muy difícil percibir sentido en los esfuerzos sociales y políticos preocupados del desarrollo humano integral tanto en el país como en la región.

En suma, se constata una “extraña levedad del Nosotros”, según la acertada expresión de N. Lechner. Los ciudadanos no logran apropiarse del proceso social porque, a la vez, carecen de un imaginario democrático que los convierta en sujetos, junto a otros, de los cambios en curso.

Hay deseos de transformar la sociedad, pero no se confía suficientemente en el sistema de partidos políticos ni en la política misma como mediación insoslayable de los necesarios cambios sociales y económicos, que lleven a superar las profundas desigualdades, abusos e injusticias existentes.

La hegemonía del presente

Buscar y trabajar por la participación auténtica, la libertad y la justicia, condiciones de la verdadera paz que anhelamos, no solo implica procurar las condiciones que hacen posible estos valores esenciales, sino que también es preciso hacerlos deseables.

Hoy, una vez más, necesitamos abrir nuestras puertas a una inédita pasión por la alegría compartida, en un mundo humana y humildemente habitable en medio de la fragilidad que nos interpela y nos duele por todos lados, como nunca antes.

El año dos mil el mundo conoció la “Carta de la Tierra” que, tal vez, pasó desapercibida en esos años y que señala en su preámbulo: “Estamos delante de un momento crítico en la historia de la Tierra, en una época en que la humanidad debe escoger su futuro. A medida que el mundo se torna cada vez más interdependiente y frágil, el futuro enfrenta, al mismo tiempo, grandes peligros y promesas.

Para seguir adelante debemos reconocer que, en medio de una magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una familia humana y una comunidad terrestre con un destino común. Debemos sumar fuerzas para generar una sociedad sustentable global, basada en el respeto a la naturaleza, en los derechos humanos universales, en la justicia económica y en una cultura de la paz”.

He ahí un potente llamado a la responsabilidad que abraza todos los tiempos: pasado, presente y futuro.

Confianza entre ausentes

Confianza entre ausentes

Un 37% de los encuestados sostienen que las redes sociales entregan información creíble. Ya no es necesario mirar a la cara para conocer la verdad, opinan algunos. “La mayor parte de los aspectos de la vida personal y social están sometidos a continua revisión y evaluación a la luz de los nuevos conocimientos, informaciones y apreciaciones plurales”, asegura el autor.

Responsabilidad, memoria y utopía socioambiental

Crece la conciencia en torno a que el medio ambiente, los pobres del mundo y las generaciones futuras son víctimas absurdas del sistema tecnocrático, político y económico global, atravesado por la idea de un crecimiento indefinido que aún pretende explotar el planeta más allá de sus límites. Esta misma conciencia advierte sobre las ambigüedades de la democracia y algunos intelectuales hablan del “cuerpo nocturno de la democracia” (Achille Mbembe). De hecho, el modelo económico junto al que se ha consolidado la democracia occidental no ha significado el desarrollo y predominio de los derechos humanos para todos y todas.

La realización de una justicia social distributiva auténtica y universal sigue pendiente. El desafío de justicia ecológica, recién despertando en la cultura de la humanidad, muestra la gravedad de una crisis planetaria universal: universal porque abarca el conjunto del planeta y porque involucra todas las dimensiones de lo humano y sus relaciones vitales, abarcando la esfera propiamente ambiental, social, económica, política, cultural y, con todo, la dimensión espiritual. Así comprendemos el mensaje del Papa Francisco en su
encíclica Laudato si’, cuando exclama que los graves desequilibrios ecológicos “provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo” (LS 53). Imprescindible para cualquier análisis es considerar que “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental”, (LS 139).

Por lo mismo, “un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49). Igualmente, el clamor silencioso que viene del futuro: de los que vendrán.

Se trata de cambiar el modelo de desarrollo global y redefinir la concepción misma del progreso: “Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso” (LS 194), piensa Francisco. Esperamos y deseamos “que nuestro tiempo sea recordado por el despertar de una nueva reverencia frente a la vida, por un compromiso firme de alcanzar la sustentabilidad, por la acelerada lucha por la justicia, por la paz y por la alegre celebración de la vida” (Carta de la Tierra).