Humanidades para iluminar la mente
Este conjunto de disciplinas vive hoy una angustia del futuro, en el que se multiplican los discursos catastrofistas y distópicos. Los nuevos tiempos parecen haber cambiado la noción misma de nuestra especie. Si el “ser humano” pasa hoy por una interacción con tecnologías que modifican su manera de conocer, de pensar, de interactuar y de existir, las “humanidades” podrían ser muy distintas a las que conocemos.
El texto que sigue fue escrito antes de octubre de este año de 2019 y, probablemente, habría sido distinto si lo redactara ahora, sobre todo en su ritmo de reflexión.
Releyéndolo durante la crisis social que hoy afecta a Chile, varios de sus aspectos me parecen valiosos para recordar en esta contingencia. El primero es el carácter excluyente que ha tenido la cultura humana, incluso en sus manifestaciones más excelsas. Recordaba en el texto, por ejemplo, a los atenienses: cuna de la ciudadanía, por cierto, pero una ciudadanía sin derechos para esclavos ni mujeres. La distinción entre quién es “humano”, plenamente, y quién no lo es parece ir de la mano con la construcción de las civilizaciones. Excluir es un gesto humano que hoy, en Chile, ya no resulta aceptable. Estamos pagando el precio de la ceguera ante la exclusión, de la normalización de la exclusión social y económica que se tradujo en enormes desigualdades e injusticias.
Otro aspecto que se puede destacar es el estallido del centro, la irrupción de una multipolaridad cultural y valórica que deja sin horizontes comunes y sin vínculos recíprocos a sectores muy grandes de la población del país.
Y un tercero, esperanzador esta vez: el saber, como “la monedita del alma” del poeta Antonio Machado, “se pierde si no se da”. Y al compartirse, el saber no necesita seguir la lógica mercantil que nos ha llevado donde estamos. Añado esta introducción solo para hacer evidentes algunos vínculos entre el texto y las acuciantes preocupaciones de hoy.
LAS HUMANIDADES HASTA HACE MUY POCO
¿Qué es esto de ser persona humana? Las artes y las humanidades se han dedicado desde siempre a explorar los espacios que abre esta pregunta. Las humanidades, según Dilthey, eran “ciencias del espíritu” (versus las “ciencias de la naturaleza”) y su campo de estudio era, por oposición al mundo externo, el de los productos de la mente humana: la filosofía, la historia, la literatura, el lenguaje. Conocerlas era adentrarse en el pasado de la especie humana, en su experiencia, acumulada en diversas civilizaciones y recogida fundamentalmente en la escritura. Era también conservarlo, más allá del ciclo natural de nacimiento y muerte, abriendo a la persona una vida más duradera, “de la fama”, como escribió siglos atrás Jorge Manrique.
Conocer a las humanidades era intentar estar al tanto de la realidad de la especie humana. Sin conocer los productos de la mente, “las teorías filosóficas y psicológicas, las doctrinas históricas y toda suerte de especulaciones y descubrimientos”, además de las religiones, hubiera sido muy difícil tener una idea de lo que ha pasado con la humanidad. La vida de millones de personas se ha perdido por esos productos de la mente, en guerras, persecuciones, exterminios masivos. Millones de otras personas han vivido cotidianamente en función de las historias que cada cultura y cada época se cuentan para darle sentido al mundo y a la experiencia humana. Esas historias crean poderosas instituciones, hechos intersubjetivos tremendamente potentes, ya no circunscritos a los límites de una mente determinada: instituciones políticas, religiosas, legales y culturales. Es más, son fuerzas determinantes del futuro, en cuanto también irán dando forma a lo que vaya surgiendo. La defensa de esas historias es tanto más apasionada cuanto más sufrimiento humano hayan causado, porque ninguna comunidad quiere que sus martirios y sus sacrificios hayan sido en vano (Harari, Y. N., 2017). El estudio de las humanidades recoge, mal que bien, siempre con sesgos inevitables, los cuentos que como especie nos hemos ido contando a lo largo del tiempo.
La especie humana, ese “embutido de ángel y bestia”, según un verso de Nicanor Parra, participa a la vez de la caducidad del ciclo animal, que la condena a la muerte y al olvido, y de una pervivencia no personal, sino cultural, en los productos de su mente. Conocer esos productos, adentrarse en ellos mediante las humanidades, ha sido históricamente no solo conocer el pasado, sino abrir la mente a múltiples posibilidades para la imaginación creadora, a modelos aparentemente inagotables, a oficios y virtuosismos que se pueden recuperar y cultivar. Ofrecían, para la reflexión personal y colectiva, horizontes más amplios y más exigentes, un modo de desarrollar al máximo las potencialidades de la especie.
Por otra parte, en la oposición tradicional entre humanitas (humano) y barbaritas (bárbaro), se daba a la “humanidad” un valor que corresponde al de la civilización: no sería propiamente “humano” quien no hubiera accedido a los saberes transmitidos por su cultura, ni quien careciera de las habilidades de urbanidad que permiten convivir civilizadamente. Es decir, aquí la “humanidad” no abarcaría propiamente a toda la especie humana. O no todos los individuos serían igualmente humanos; no lo serían quienes no participasen de la cultura, en este caso la grecorromana, donde se originó la distinción entre ambos términos. Lo bárbaro es lo ajeno, lo incomprensible, y el terreno de lo humano y de las humanidades es un terreno acotado.
Cabe aquí jugar con otra acepción más de la palabra “humano”, que no solo se oponía a animal o bárbaro; se oponía también a “divino”. En ese caso no era un valor, sino una limitación. Ni lo humano ni las humanidades son inmutables, ni eternas, ni todopoderosas. Se vinculan a lo falible y a lo perecedero, a una especie de debilidad constitutiva y, por eso, la historia es una de las humanidades indispensables: las humanidades “están conscientemente datadas y situadas” (Claro, A., 2016). Más aún, lo que es importante para una determinada cultura es producto de una selección inconsciente, condicionada: “En los sentidos hay muchas cosas que no penetran nunca en la mente. Nos afecta principalmente lo que dejamos que nos afecte, y así como la ciencia natural involuntariamente selecciona lo que llama fenómenos, las humanidades involuntariamente seleccionan lo que llaman los hechos históricos” (Panofsky, E., 1961)
Estas palabras de un insigne humanista deberían advertir acerca de la necesidad de un permanente examen de conciencia en relación con la noción más tradicional de las humanidades y de lo que estas consideran “humano”. Pueden abrir la puerta a varias nociones que las muestran a ellas, las humanidades tradicionales, como “datadas y situadas”. Estas ideas surgen en torno al vertiginoso cambio histórico y tecnológico propio de nuestra época, desde la cual las miramos retrospectivamente. Es decir, vistas desde ahora, a nuestras humanidades se les notan claramente tres supuestos fundamentales que hoy no necesariamente pueden darse por evidentes. El primero: la centralidad de una cultura, la occidental: the center does not hold, verso célebre de W. B. Yeats, ha servido de epígrafe a muchísimos estudios en todos los campos del saber. El segundo: el alcance del término “humano”, si se percibe como excluyente de personas esclavas o de género femenino o de culturas ajenas, como lo hacía el ágora de la antigua Grecia y se hace, en muchos casos, hasta ahora. El tercero: el alcance del término “humano”, si se considera que los aparatos técnicos creados por la mente humana son meramente instrumentos, que en nada modifican lo que hasta ahora se ha entendido por “humano”… o si se consideran extensiones humanas de lo humano, valga la redundancia.
En ese caso, podrían considerarse los nuevos contornos que la persona está adquiriendo, sus nuevas capacidades. El relato de las humanidades tradicionales dependía del cultivo de una determinada racionalidad y, en gran medida, del instrumento de la escritura. ¿Cuáles serán los relatos posibles ahora?
La introducción de un concepto como el del “antropoceno” hace vacilar incluso la distinción entre “ciencias del espíritu” y “ciencias de la naturaleza”, con la que iniciamos esta reflexión.
EL PRESENTE ES VÉRTIGO
En el siglo XXI, la velocidad de los cambios tecnológicos y sociales desafía las capacidades de cualquier imaginación. El presente es de mutación tecnológica, de comunicaciones inmediatas y efímeras, de encuentro entre pueblos y culturas diferentes, de migración de los datos, informaciones, dineros, trabajos y personas. El presente es el vértigo.
Este es un clima que prácticamente ha barrido con el espacio de las humanidades tradicionales y con el de la reflexión y la distancia propias de su trabajo. Hoy las humanidades ya no son puente entre las disciplinas, conversación común entre ciudadanos ilustrados. Parecen aspirar a tecnificarse, a ser una de las muchas especializaciones que van repletando el mundo académico y universitario, incomunicadas unas de otras. Menos “útiles” que otras especializaciones, parece, en términos de rendimiento económico inmediato, de “impacto” cuantificable, de formularios burocráticos: el estudio de las humanidades ha ido reduciendo sus alcances, su importancia y sus presupuestos en el marco de las universidades en todo el mundo. (Hay honrosas excepciones recientes en Chile, muy alentadoras y a las que debemos seguir atentamente la pista).
Además, los nuevos tiempos parecen haber ido cambiando la noción misma de lo que es “humano”. Y, entonces, ¿qué pasa con las “humanidades” en tiempo de los cyborgs o de los avatares? Si el “ser humano” pasa hoy por su interacción con tecnologías que modifican su manera de conocer, de pensar, de interactuar y de existir, las “humanidades” de este nuevo humano podrían ser muy distintas a las que conocemos. Podrían tener papeles muy distintos en la sociedad. Podrían iluminar zonas de la mente que, por el contrario, contribuirían a adocenar a la gente, a transformarlos en meros instrumentos de producción de valor en un sistema cualquiera.
HUMANIDADES EN EL SIGLO XXI: ANGUSTIA DE FUTURO
Las humanidades viven hoy una angustia del futuro y se multiplican los discursos catastrofistas y distópicos, que sirven de advertencia sobre la pérdida de lo que tradicionalmente entendemos por “humano”. Los personajes de las novelas futuristas son seres que han extendido sus capacidades gracias a la tecnología, por una parte, y que por otra han comprometido sus conciencias, tal como se entiende hoy la conciencia. Están ubicados en sociedades alarmantes para un lector. Esa es, precisamente, la función de una novela distópica. Dada la rapidez de los cambios en el mundo, la ciencia ficción, antes un género secundario y un placer más bien culpable, ha llegado a ser una forma que resultaba más “realista”, entre comillas, que las descripciones de hechos y costumbres del presente, que caducan en un dos por tres. Y la ciencia ficción ilumina posibilidades tanto utópicas como distópicas del futuro. Da curiosidad por las posibilidades “humanas”, entre comillas, y preocupa también por esas nuevas posibilidades.
Si cambia “lo humano”, en el futuro; o si ya ha cambiado, ¿qué pasa con las “humanidades”, que hoy toman su nombre de una noción de lo humano que tal vez no está vigente, o que caducará rápidamente?
No pretendo responder esa pregunta. Por una opción más bien ética, quiero subrayar algunos rasgos de las humanidades que podrían no solo sobrevivir el aluvión del futuro, sino contribuir a que tenga un signo más positivo. El saber es una riqueza que se puede transmitir sin empobrecerse (Ordine, N., 2013) y, por lo tanto, es capaz de escapar a la lógica puramente mercantil, y debería hacerlo. “La monedita del alma” (cito a Antonio Machado) “se pierde si no se da”, lo que está en contradicción tan flagrante con un mundo basado en pérdidas y ganancias que hoy hasta los economistas dirigen sus esfuerzos hacia negociaciones para lo que llaman, en inglés, win-win situations. En una dimensión utópica, a la que cabe tener siempre como horizonte, las humanidades deben aspirar a una forma generosa de enseñanza, que enriquezca a la vez a quien la imparte y a quien la recibe.
Uno de los signos de la barbarie contemporánea es acaparar el conocimiento. Otro semejante es ocultar información y restringirla. Cabe oponerse razonablemente al intento de secuestrar los trabajos de los investigadores en humanidades sujetándolos al pago y sometiéndolos a la lógica del lucro; también a la tendencia a especializaciones que los condenan al gueto de una especialidad técnica más. Las humanidades como tales –huelga decirlo– mueren en ese nicho.
Los avances de la inteligencia artificial han vuelto redundantes algunas de las tareas más minuciosas. La mente humana tiene que desarrollar preferentemente aquellas aptitudes que la diferencian de esta. Además, en una era de avances tecnológicos vertiginosos, los “contenidos” que se transmiten pueden caducar rápidamente y perder su valor. No pasa lo mismo con lo que se aprende de un maestro, en una relación personal de aprendizaje: queda con el alumno una forma de investigar, de resolver, de abordar temas, de colaborar, y ese será siempre el legado más importante para abordar los nuevos desafíos del conocimiento en una era inimaginable. El filósofo Jacques Rancière habla de “emancipar” y lo opone a “estultificar” (simplificar hasta la estupidez). Emancipar es lo contrario de ser espectador del saber y del brillo de los demás. Es lo contrario del “star system”, donde unos son dioses y otros meros fans.
Se acaba el espacio y quedan pendientes temas que he tratado en otra parte: lo transdisciplinario y lo interdisciplinario, lo cosmopolita y lo multicéntrico, las nuevas comunidades que se han ido creando con los nuevos medios tecnológicos, entre otros. Termino diciendo que para las nuevas humanidades veo una función indispensable. El conocimiento de la experiencia de lo humano como especie habrá de servirnos de vigía mientras navegamos en un futuro que todavía no logramos imaginar.
PARA LEER MÁS
- Harari, Y. N.; Homo deus: Breve historia del mañana, United Kingdom, Harper, 2017, pp. 151 y 160.
- Claro, A.; “Inquisitio y sentido de estilo (de la comprensión de las humanidades)”, The Clinic, Santiago, 13 de julio de 2016.
- Valdés, A.; Redefinir lo humano, las humanidades en el siglo XXI, Editorial UV, 2017.
- Panofsky, E.; La historia del arte y las disciplinas humanistas. Portal de Revistas Académicas de la U. de Chile, 1961.