• Revista Nº 157
  • Por Miguel Laborde Duronea

Dossier

Jorge Acevedo: “Se necesita un proyecto de futuro”

Lo que enlaza a unas personas con otras se volvió tema central en el pensamiento del filósofo Jorge Acevedo, cuando ya no es la raza, la religión ni la lengua: “Ahora, en países como Chile existe una gran diversidad, por lo que tenemos que repensar el concepto de nación: ‘¿Qué nos une más allá del territorio?’”.

Quisimos hablar con él una vez que el estallido invadió todo y, de pronto, la sociedad chilena pareció escindida de manera profunda; sabíamos de su trabajo, por años, en torno a los elementos que, en una sociedad contemporánea y diversa, facilitan o permiten la convivencia.

Discreto y silencioso, instalado en la precordillera de Peñalolén, se le encuentra en el laberíntico interior de la Comunidad Ecológica, donde los caminos de tierra se entrecruzan y las casas desaparecen, ocultas por la vegetación. Nada indica que estamos en una de las comunas más conflictivas por estos días (enero, 2020), la que tuvo a seis carabineros heridos en un ataque a la comisaría, una toma de terreno en la Viña Cousiño Macul y una agresión con armas de fuego en Lo Hermida.

Viudo de su primer matrimonio, con un hijo y nietos que viven lejos, en España, aquí construyó hace quince años su refugio con su actual mujer, la sicóloga Ana María Zlachevsky. Subimos a compartir con él algunas inquietudes, toda vez que se rompió la burbuja –oasis– del Chile cómodo en una sociedad libre y próspera, donde cada uno podía iniciar un proyecto propio y organizar su vida a su manera. Parecía cosa de tiempo, con miles de emprendedores en acción, que el país llegara al desarrollo de los países OCDE.

LA CULTURA LATINA

Consciente de pertenecer a una cultura latina que tiene otras necesidades sociales y culturales, distintas a la del imaginario anglosajón de un individuo que se basta a sí mismo, Jorge Acevedo centró gran parte de su trabajo en estudiar, especialmente, filósofos también latinos. La excepción es el alemán Martin Heidegger, a quien ha dedicado una parte de su obra. Especialista en Ortega y Julián Marías, Acevedo lamenta que, siendo fundamentales, no tengan la tribuna que merecen a nivel mundial, por ser pensadores que escriben en español.

De su interés en los problemas presentes en las sociedades fragmentadas o sumidas en el individualismo nacieron varios de sus libros: La sociedad como proyecto. En la perspectiva de Ortega (1994); Ortega, Renan y la idea de nación (2014) y Ortega y Gasset: ¿Qué significa vivir humanamente? (2015). El primero de ellos suscitó mucho interés en Rumania, un país cuya libertad reciente lo llevó a debatir esos temas. Además, él mismo tradujo del francés una célebre conferencia de Ernest Renan, que le parece muy vigente: “¿Qué es una nación?”. En ese sentido, cuando le preguntamos qué es lo que mantiene integrada a una colectividad –pregunta obvia luego de ver tanta destrucción de edificios y símbolos nacionales a lo largo de todo Chile– nos responde desde una postura filosófica que identifica al ser humano como un ser social, que se explica y expresa con otros: “Se necesita un proyecto de futuro, porque la sociedad no es estática. Se dice que tenemos un pasado compartido dentro de un  territorio cuyas fronteras se consideran casi naturales, pero si falta el proyecto común, todo eso se puede venir abajo”.

El futuro conjunto

El futuro conjunto

Se dice que tenemos un pasado compartido dentro de un territorio cuyas fronteras se consideran casi naturales, pero si falta el proyecto común todo eso se puede venir abajo.

IMAGINAR UN FUTURO

Su mirada parece llegar desde lejos, lo que entendemos mejor cuando comenta que es hijo de madre libanesa, natural de un país donde esos fundamentos –raza, religión y lengua– todavía son razones para vivir y morir.

En cambio, a juicio de varios historiadores entrevistados en el crítico mes de octubre, Chile se caracteriza por una realidad muy distinta. Conquistadores e indígenas, ricos y pobres, criollos y mestizos, parecen no estar integrados todavía.

—¿Nos llevamos mal con nuestro origen?

—Toda sociedad necesita destilar su pasado para proyectar un mejor futuro, pero no veo eso en nuestro país, aunque haya momentos con mucha literatura histórica. Para esa tarea se necesita una sociedad que tenga un conocimiento de    sí misma, de modo que sus futuros posibles sean realizables, no simples utopías. Tal vez sea una fase natural, si recordamos que Ortega y Gasset escribió que los proyectos de vida en común suelen partir mal, con seudosoluciones, ensayos de prueba y error, hasta llegar a uno compartido, consensuado.

—Y estamos en eso, todavía…

—Es trabajo, mucho trabajo. La “imaginación del futuro”, como se le ha llamado, implica una capacidad creadora y con relación a esto no soy muy optimista; somos importadores de proyectos históricos, esto es una constante en nuestra historia, así es que habrá que esperar que surja algo que nos seduzca en otra parte, lo que no es el ideal. Las culturas son distintas, las realidades y los proyectos no se pueden trasladar simplemente; pero, parece, no tenemos otra forma de actuar socialmente.

Fiel a su disciplina, nos insiste que no es historiador. Que lo suyo es conceptual, pero, qué duda cabe, los filósofos terminan azotados por los vientos de su época. De alumno secundario conoció a un filósofo, encuentro que lo llevó a ingresar a la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile donde se formó, casualmente, bajo la dirección un andaluz y un vasco: Francisco Soler Grima –discípulo de Julián Marías y de José Ortega y Gasset– y Cástor Narvarte. A lo largo de medio siglo, su extensa obra está publicada en medios de una decena de países.

No le parece casual que fuera el español José Ortega y Gasset, portador de una nacionalidad desgarrada, el filósofo que se sumergiera en ese problema.

—¿Cuál podría ser la forma de modificar esa constante chilena, tan poco creyente en sus creadores y tan entusiasta por los modelos ajenos?

—No basta con salir del paso. Uno puede decir que Francia debiera ser nuestro referente, por el esfuerzo de Macron por enfrentar las causas del malestar y recuperar el diálogo, pero esas son respuestas de corto plazo, temporales.

—¿Qué sería algo más duradero, en Chile?

—Creo que la clase política debiera apuntar a la educación, la elemental, donde veo un déficit enorme. Comenzar por triplicar o cuadruplicar los sueldos de sus profesores.

Sabemos que Acevedo asigna una alta responsabilidad a un sector cuyo mismo nombre está hoy día desprestigiado: las élites. Pero, le parecen insoslayables: “Yo sé que es una palabra que ahora no se puede usar, lo que habla muy mal de nuestra opinión pública que así genera mucha autocensura, lo que no es bueno porque limita la libertad de expresión e impide el debate. Yo creo, como Ortega justamente, que una sociedad es una conjunción donde cada uno debe cumplir roles y ninguno tiene ‘la verdad’. Declarar que unos u otros la tienen, a veces, en función de las audiencias más populares, tampoco es bueno. No le echo toda la culpa a la clase política, porque todos somos un poco marionetas de lo políticamente correcto, pero ahora hay algo diferente más complejo”.

—¿Por la calle o por las redes sociales?

—Las dos se han acentuado fuertemente en estos últimos años; aunque la opinión pública siempre ha sido gravitante, ahora rebasó los límites razonables.

—¿Llegamos a una sociedad sin liderazgos?

—Nuevamente, hay roles que cumplir. No basta, aunque sea necesario, contar con una minoría de imaginación creadora, capaz de inspirar visiones de un mejor futuro para orientar los cambios, una minoría eficaz y no corrupta. También se necesitan las mayorías receptivas, abiertas en el buen sentido de la palabra, capaces incluso de crear mitos.

—Algo escaso en Chile…

—Aquí, por el contrario, se tiende a desmitificar, lo que es bueno en ciertos aspectos, pero en otros es muy nocivo, esto es algo que ha corroído el cuerpo social chileno.

Personas como Pablo Neruda o Gabriela Mistral son despojadas de la admiración y estima que las rodea. Para eso, se exploran y se ponen de relieve los aspectos más problemáticos de sus vidas. Ninguno era perfecto, eran seres humanos, pero había algo en ellos, digno y valioso, que merecía ser cultivado.

Como, según Ortega y Gasset, el mito es la hormona psíquica –lo que pone en movimiento, lo emocionante–, la ausencia de mitos implicaría carecer de instancias espirituales que nos animen, que den dinamismo a nuestras existencias.

Pero eso no ocurre solamente en Chile, ni solamente en referencia a personas. En un escrito de François Fédier, filósofo francés, se lee: “¿No oímos diariamente la orden terminante de desmitificar el arte?”. Él responde: “Desmitificar el arte siempre termina con suprimir el arte”. Por tanto, el arte en general –no solamente sus cultores– también es desmitificado, y esto ocurre a nivel global. Lo que pasa en nuestro país es un simple eco de lo que acontece a nivel planetario.

Con esta tendencia tan acentuada, se hace más difícil un proyecto sugestivo de vida en común, concepto que me parece más preciso que decir relato, que es más vago.

—Es más fácil desmitificar que mitificar…

—En eso hay algo que se relaciona con el desprecio o el desdén al pensamiento, tema muy hispánico: ¿En qué fuentes se inspira nuestra clase política? ¿A quiénes se cita? ¿A quiénes se alude? Esto no era así algunas décadas atrás, en el nivel de los discursos parlamentarios.

—¿A qué podría atribuirse?

—Aquí somos eternos adanes, siempre queremos  partir  de cero, hay un adanismo constante que pasa por el desdeñar nuestra historia y nuestras tradiciones, lo que no lleva a ningún lugar.

Después del estallido

Después del estallido

“Tengo la impresión, lamentable, de que hay que sufrir a fondo las consecuencias de todo esto para que se adquiera cierta sensatez histórica”, explica el filósofo.

EL CONSENSO Y LA CONCORDIA

Como Renan, Acevedo cree que la sociedad es “un plebiscito cotidiano”, algo que se va consolidando o va decayendo, que exige estar en constante alerta: “Cualquier observador de las últimas décadas de la historia de Chile puede darse cuenta de una aguda conflictividad interna, lo que me indujo, justamente, a tratar de entenderla para vislumbrar caminos conducentes a una convivencia colectiva fructífera, no destructora”.

—A propósito del estallido social, se volvió lugar común explicarlo diciendo que “no vimos las señales”; ¿hay algunos signos que debiéramos haber advertido mejor, tiempo antes?

—Los poderes legislativo y judicial no lo estaban haciendo muy bien, se iba perdiendo la confianza y la fe en ellos y eso es grave. Sin fe en el derecho, en la ley de los jueces y las cortes, se horada la convivencia social, aunque a primera vista no nos demos cuenta. Nos fijamos en las anécdotas, como la corrupción en Rancagua o las disputas en la cúspide de la Corte Suprema y el Tribunal Constitucional. Pero el derecho es algo tan fundamental que Sócrates murió por ello. Sus discípulos, que eran socialmente poderosos, le ofrecieron escapar, pero él, aunque era inocente de lo que se le acusaba, prefirió acatar el orden legal de Atenas y tragó la cicuta.

—¿Por qué nos perdimos o desorientamos mientras la sociedad se desviaba?

—La opinión pública, según el polímata francés Blas Pas-cal, es “la reina del mundo”; todo poder legítimo se funda en ella, la representa o la debe representar, pero en el presente, con las redes sociales y la calle, se prestan para la manipulación y así es más fácil la desorientación.

—Y no se ve que vaya a cambiar…

—El futuro se ve incierto, aunque “solo me es seguro lo incierto e inseguro”, como decía alguien, porque siempre es así. Por eso mismo es que hay que apoyarse en ciertos pilares, uno era el Derecho, que puede parecer inamovible, aunque periódicamente se renueve; pero, ahora, se le entiende como algo que siempre hay que estar modificando. Y eso genera incertidumbre, se debilita el pilar si no se no sabe si el mes próximo estará vigente.

Para el filósofo Acevedo, el estallido social, con todas sus aperturas a reformas necesarias, expuso una falta de concordia social y produjo una suerte de “discordia radical”: “Todo nuestro futuro está ahora abierto, entre signos de interrogación. El mismo Ortega decía no querer ningún cargo público, salvo el de inspector del consenso, de la unanimidad, de la concordia, para observar cuándo empieza a resquebrajarse. Ello porque la concordia, tan fundamental para una sociedad, se conquista de a poco y cuesta mucho recuperarla cuando  se rompe. Él distingue entre una discordia superficial y una radical; con esta última la sociedad se escinde, hay enfrentamientos. Hasta el Evangelio advierte ese peligro, creo que el evangelio según Lucas dice que una ciudad dividida entre sí misma caerá, casa tras casa”.

—¿Y en Chile?

—Tengo  la impresión, lamentable, de que hay que sufrir    a fondo las consecuencias de todo esto para que se adquiera cierta sensatez histórica, cierta creatividad mayor, aunque signifique adaptar otras conductas ajenas, de nuevo. Creo que es lo más probable.

La reina

La reina

“La opinión pública, según el polímata francés Blas Pascal, es ‘la reina del mundo’; todo poder legítimo se funda en ella, la representa o la debe representar. Pero en el presente, con las redes sociales y la calle, se prestan para la manipulación y así es más fácil la desorientación”, afirma Acevedo.