• Por Miguel Laborde Duronea

Americana

Juan Manuel Santos: “Seguimos siendo el continente del futuro”

El Premio Nobel de la Paz 2016 se refiere aquí a la eterna promesa de desarrollo en América Latina. En un momento complejo de la región cree que la cultura puede ayudar a lograr una mayor integración. Como expresidente de Colombia, una de las naciones más golpeadas por la violencia y el narcotráfico, reflexiona además sobre la democracia y la necesidad de acuerdos.

El apellido Santos pesa en Colombia. Desde el comienzo de esa república, la célebre heroína de la Independencia Antonia Santos, hermana del tatarabuelo de Juan Manuel Santos, es reconocida como una de las mujeres más representativas de su historia. El apellido pesa también desde que el respetado humanista, presidente de la Academia Colombiana de la Historia y presidente de la República en 1913, Eduardo Santos (1938-1942), compró el diario El Tiempo, un influyente medio de tendencia liberal y formador de opiniones.

Esta relación cercana con el poder ha marcado la biografía de Juan Manuel Santos, quien luego de estudiar dos carreras en Estados Unidos, Economía y Administración de Empresas –en la Universidad de Kansas–, fue contratado por nueve años para representar en Londres a la poderosa Federación Nacional de Cafeteras de Colombia, en los que adquirió un roce internacional que le sería muy útil en el futuro al participar en rondas negociadoras del mercado mundial defendiendo productos de su país. En paralelo, completó su formación con un posgrado en la London School of Economics, más otro de Periodismo y uno de Leyes y Diplomacia.

Quedó listo como para asumir un rol relevante en El Tiempo o para iniciar su carrera a la presidencia. Se decidió por las dos. Se convirtió en vicepresidente del diario y presidente del comité editorial, pronto se le vería actuar en el plano internacional como vicepresidente de la Comisión para la Libertad de Prensa de la Sociedad Interamericana de la Prensa de Colombia (SIP). En 1991, ingresó directamente a lo público, como flamante ministro de una cartera nueva, Comercio Exterior, para abrir Colombia a la economía global. Tenía 40 años y desde entonces no dejó de crecer su perfil como figura latinoamericana.

RECUPERAR EL ESPÍRITU DE CONCERTACIÓN

Entre las visitas que recibió la universidad el primer semestre de este año, fue una de las principales. Felipe Larraín, director de Clapes UC, tuvo la idea de realizar un ciclo de seminarios presidenciales, que contó con la presencia de cuatro expresidentes: Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera. Sus ponencias fueron el origen del libro Chile 2050: Un país. Cuatro presidentes (Ediciones UC, 2024), en el que se sumaron artículos de varios personeros del país como José Miguel Insulza y Mariana Aylwin.

Para su lanzamiento, Juan Manuel Santos vino a Chile en una breve visita en la que –tal vez por su pasado en la prensa– estuvo dispuesto a recibirnos, a pesar de lo compacto de su agenda. Tranquilo, acostumbrado a las presiones, sonriente, comenzó por comentar que se dice que hay mucha afinidad entre bogotanos y santiaguinos, “por el sentido de humor”. Él no lo pierde cuando le preguntamos por el momento actual de América Latina. Aunque reconoce que vivimos un momento de “mucha desintegración”, asegura que no le inquieta el futuro de la región a mediano plazo.

—Usted abrió mucho Colombia al mundo: fue impulsor del TLC con Estados Unidos y de la Alianza del Pacífico, y partidario de las economías libres. ¿Qué le parece la idea del presidente Petro de que su país ingrese al BRICS?

—Eso lo lamento, son medidas que pueden alejar al futuro, no le encuentro mucho sentido. ¿Qué tenemos que ver nosotros con los BRICS? Tal vez Brasil, por su tamaño, tenga algunos motivos, ¿pero Colombia? No, no le veo ningún aspecto positivo. En cambio, sí veo que puede tener costos, porque en la competencia geopolítica hemos tenido mejores relaciones con Estados Unidos, las que se van a resentir si se concreta lo del BRICS. No quiero decir que nos vamos a entregar a Estados Unidos, tampoco, yo más bien creo que debemos jugar un papel de acuerdo con los dos o tres poderes que mueven este lado del mundo; a favor nuestro, pero sin tomar partido.

—Usted que ha conocido la región. ¿No cree que hay un problema con el presidencialismo? ¿No debiéramos, como varios países europeos, acercarnos al parlamentarismo para evitar personalismos y así fortalecer las instituciones?

—Pues lo que pasa es que, en el caso de Chile, y también en el caso de Colombia en este momento, tenemos algo muy inconveniente al respecto, que es una excesiva cantidad de partidos políticos. Y eso hace que, con un sistema parlamentario, como se ve con la India, sea difícil gobernar.

—La Concertación chilena, como otros países en años recientes, buscó un camino intermedio, de cambios con crecimiento económico, de reformas financiables, lo que parecía razonable, pero esa vía parece haberse debilitado. ¿Qué piensa de ese rumbo, visto desde el presente?

—Me parece a mí que Chile debe recuperar su espíritu de concertación, de colaboración, que se perdió con el estallido social, pero yo lo encuentro vivo aquí todavía. Están las condiciones, en este momento, para volver a recuperar ese espíritu y de tener políticas de Estado de provincia, con acuerdos en lo fundamental para recuperar el liderazgo de largo plazo. Respetando que existen diferencias, pero diferencias no radicales que impidan el diálogo.

EL GRAN CONCILIADOR

No oculta su aprecio por Chile. Colombia, una de las sociedades más cultas y tradicionales de la región es, al mismo tiempo, una de las más golpeadas por la violencia y el narcotráfico. Una realidad en la que él ha sido un protagonista de primera línea; primero durante los gobiernos de Uribe, con el que llegó a ocupar la cartera de Defensa para liderar el combate a la narcoguerrilla, con una “mano dura” que se celebró ampliamente, a lo que sumó una eficaz campaña –complementaria– para erradicar plantaciones de coca.

De paso, el año 2009 firmó con Estados Unidos un Acuerdo de Cooperación y Asistencia Técnica en Defensa y Seguridad, que incluía siete bases militares de utilización conjunta en territorio colombiano. Esto generó controversias y no llegó a término.

Al acceder él mismo a la presidencia en el periodo siguiente se transformó en el gran conciliador, logrando coordinar a cerca del 80% de los congresistas. Con apoyo ciudadano pudo decir a las FARC que debían claudicar porque “terminarán en la cárcel o en la tumba”. Con su muñeca política, logró iniciar con ellas un proceso de conversaciones por la paz en Oslo y La Habana. El año 2013 comenzaría el proceso para la desmovilización, con anuncios de que se daría paso a la participación de la guerrilla en la vida política democrática, lo que fue un proceso duro, con problemas pendientes, en el que perdió el apoyo popular y a duras penas logró ser reelegido. El respaldo de Barack Obama y el Premio Nobel de La Paz en 2016 le aliviaron la carga.

—Creía en la paz mucho antes de ser presidente. ¿Qué lo llevó por ese tema, al parecer distante de su formación?

La capacidad de hacer transacciones, eso es muy importante en cualquier democracia y por eso yo valoro tanto el evento de hoy, aquí, con asistencia del presidente Gabriel Boric, en un lanzamiento de un libro donde participaron cuatro expresidentes, para pensar el Chile del año 2050. Eso es impensable en Colombia, en muchos países de América Latina e impensable en muchos países del mundo, inclusive en los Estados Unidos de hoy en día.

En cuanto a su pregunta, para mi generación, para mi propia familia, no ha habido un solo día de paz en Colombia. Recuerdo que cuando yo era muy pequeño íbamos al campo y a veces el Ejército nos tenía que proteger porque estaban los que llamábamos bandoleros en la contienda liberal-conservadora, y mi familia viene de un origen muy liberal.

En el periódico El Tiempo, donde yo trabajé cuando fui periodista, veía lo que estaba sucediendo, el costo de la guerra. Esto tuvo mucha influencia en mi vida, por ejemplo, cuando fui ministro de Comercio Exterior y me tocó abrir la economía. Yo, entre

otras cosas, usé a Chile como el ejemplo. En ese momento viajé con el ministro de Hacienda a Nueva York a vender la nueva política del país y estábamos en una conferencia y en la mitad, con los presidentes de las compañías más importantes, recibimos la noticia de una bomba en un centro comercial en Bogotá… Por supuesto, fracasamos, y el presidente de una de las compañías se acercó y me dijo: “Mire, su cuento es muy interesante y atractivo, pero mientras ustedes continúen con esa guerra, nunca van a tener una verdadera inversión”.

Muy poco tiempo después estuve en Sudáfrica. El día que llegué prendí el televisor y vi un programa surrealista de las víctimas y los victimarios firmando un acuerdo en tiempo real, encontrándose por primera vez. Algunos se abrazaban, otros se gritaban y esa tarde yo tenía que entregarle a Mandela la presidencia de la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo, UNCTAD. Entonces, le dije: “¿Qué es ese programa que yo vi esta mañana?”. Y una entrevista que era una reunión que teníamos programada para 20 minutos se convirtió en una reunión de 5 horas, en la que comenzó a explicarme todo, su historia y por qué hizo la paz. “Sin ella, no hay salida”, me dijo.

Luego, Mandela agregó: “Mire, Colombia y Sudá-frica se parecen mucho, tienen muchas deficiencias, pero mientras ustedes mantengan esa guerra nunca van a despegar”. Viendo esas cosas, el costo del conflicto bélico para tantas personas, decidí dedicarme a buscar la paz, y una de las condiciones era la de cambiar el balance militar a favor del Estado y eso lo logré hacer cuando fui ministro de Defensa, pero haciéndolo de una manera propicia para la paz, tratando de humanizar la guerra, si es que eso se puede decir así. Fue posible porque yo le decía a los militares y a los policías que respetaran los derechos humanos de las comunidades e inclusive de sus adversarios. Y que no los llamaran enemigos, porque a los enemigos se les elimina, no a los adversarios.

EL CAMINO DE LA RECONCILIACIÓN

En el plano internacional, el presidente Santos de Colombia también vivió su momento relevante cuando estuvo el año 2011 entre los fundadores del Área de Integración Profunda (AIP), del que surgió la Alianza del Pacífico, firmada junto al chileno Sebastián Piñera, Alan García de Perú y Felipe Calderón de México. Pero las dificultades se fueron sumando.

—A propósito de nuestra integración, tan difícil hoy, pareciera que lo que realmente circula y nos une es la música, la pintura, la literatura. ¿Por qué, entonces, siendo tan clave la cultura para acercar a los países tiene una relevancia tan limitada en nuestros gobiernos?

—El arte y la cultura es lo que funciona, la música cruza nuestras fronteras y, sin embargo, los gobiernos latinoamericanos han sido débiles en apoyar lo cultural; se maneja casi en forma autónoma, hay poco apoyo y al final nuestros libros, por ejemplo, cuesta que circulen por la región. Es un tema muy importante el efecto y la influencia de la cultura en el desarrollo de las naciones, en la integración de las naciones inclusive. Lo vivimos en Colombia con el Proceso de Paz. Para lograr una cultura de la paz, a través de las diferentes expresiones culturales, se vuelve indispensable que la sociedad pueda reconciliarse.

Recuerdo que el Papa Francisco, cuando yo le decía que fuera a Colombia y me diera una manito en el Proceso de Paz, él me decía: “Yo rezo mucho por ustedes”. Y yo le decía: “¡Uy, Santo Padre!, si usted tiene que rezar por mí es que estoy en serios problemas”. Él me decía que siguiera perseverando y escogió ir a Colombia cuando el Proceso de Paz estuvo firmado, el año 2017, diciendo que iba a Colombia a empujar a los colombianos en esa difícil tarea: el camino de la reconciliación. En eso le daba mucha importancia a las expresiones culturales, diciendo que nosotros tenemos unas expresiones artísticas maravillosas.

nuestros países han sido creadores de utopías, de grandes relatos, de sueños, pero con escaso apego a la democracia, lo que se traduciría en revoluciones y dictaduras…

—Sí, ese cuento se repite en todas partes, que América Latina es el continente del futuro, y seguimos siendo el continente del futuro durante tanto tiempo por falta de concreción, de ideas, pero nuevamente doy a Chile como ejemplo: después de la dictadura logró una Concertación y esa fue la época de oro de Chile. Porque se pusieron de acuerdo en políticas de largo plazo y no permitieron que las diferencias políticas entorpecieran la efectividad de la democracia. Ese era el ejemplo para todo el resto de América Latina, y ojalá pudieran recuperar ese espíritu para el resto, esa actitud, para nosotros decir: “Mire, tuvimos que hacer algo parecido”. Es tan importante, porque si no, nos vamos a quedar como el continente del futuro para siempre.

—Usted conoce bien el mundo de la prensa, por su familia en el diario El Tiempo, que en otras épocas marcaba el rumbo de la opinión pública, aglutinaba, rol que ha desaparecido con las redes sociales que, justamente, alejan, polarizan a las sociedades. ¿Qué le parece este desafío para nuestras sociedades, cuando tanto empuja hacia la dispersión?

—Esta misma dispersión sube con el tiempo. Los medios de comunicación eran grandes aglutinantes, y esto con las redes sociales ha reventado. En las nuevas generaciones no hay relatos colectivos, es un mundo muy individualista, de grupos, de nichos. Curiosamente, la primera vez que vine a Chile fue para defender un medio, La Tercera, de la censura de Pinochet. Me tocó enfrentarme porque yo era del comité de libertad de prensa de la SIP y recuerdo esa conversación con Pinochet que fue muy dura. Después de esa visita me fui a Nicaragua, a defender a Violeta Barrios de Chamorro, que era directora de La Prensa, contra la censura de Ortega, y ahí me di cuenta de la situación de Nicaragua porque los propios sandinistas me abordaron para denunciar lo que vivían, lo que era el gobierno de Ortega por entonces, el año 85. Regresé con mi hermano y escribimos cuatro crónicas sobre la farsa de la revolución sandinista y nos ganamos el primer Premio Rey de España de Periodismo.

Con las redes sociales se ha deteriorado la capacidad de hacer buen periodismo porque, entre otras cosas, el papel del editor o el director ha desaparecido. Ellos decidían qué era noticia y cómo se presentaba. Hoy son las redes sociales o el llamado trending topic. Como las redes sociales están cada vez más manipuladas y son muy manipulables, su influencia en el periodismo serio se ha vuelto un grave problema. Estamos viendo una degradación del periodismo serio en el mundo entero, con el agravante monetario. Como están cada vez más pobres, tienen que reinventarse todos los días, y eso también afecta mucho el papel de los medios.

No se ha cansado con el viaje a Chile y la agenda intensa. Con los recursos económicos que le aportó el Premio Nobel, creó una fundación, con oficina en Bogotá, desde donde se mueve hacia sus múltiples invitaciones por el mundo. Más distante de lo cotidiano –aunque lamenta que la implementación de los acuerdos de paz haya sido más lenta de lo esperado–, Santos opina que los expresidentes se ven mejor cuando se mantienen en silencio. Sin embargo, sigue siendo fiel a su vocación de comunicador en los temas de largo plazo, más allá de la contingencia.