La juventud: la edad de los incomprendidos
Exploración. Intensidad. Emociones. Jóvenes y adolescentes, estresados por los cambios y búsquedas que le toca vivir en su paso hacia la adultez, hoy están más tensionado que nunca por el mundo individualista, exitista y en transformación que habita.
Cada vez con más frecuencia se encienden las alarmas en Facebook y Whatsapp para conocer el paradero de algún escolar o universitario chileno a quien se le perdió el rastro. Familias y amigos lanzan desde el mundo virtual intensas campañas de búsqueda, con mensajes que se viralizan a gran velocidad por la red.
Las noticias tardan poco en llegar. Tras horas de ausencia, la chica o muchacho es encontrado o –en el peor de los casos– aparece sin vida, dando pie a un nuevo debate digital: cuáles son las raíces del malestar de tantos jóvenes que no logran encontrar sentido a su existencia, tomando opciones a veces tan radicales como el suicidio.
La preocupación por el bienestar de adolescentes y jóvenes se da en el mundo y en Chile. Tanto es así que en 2018, la Organización Mundial de la Salud (OMS) junto a la Federación Mundial para la Salud Mental centralizaron en este segmento el día mundial de la salud mental, celebrado el 10 de octubre.
Durante esos días la opinión pública se enteró que la mitad de las enfermedades psiquiátricas comienzan antes de los 14 años, pero que en la mayoría de los casos ni se detectan ni se tratan. Entre las afecciones más frecuentes a nivel mundial, en adolescentes, surge la depresión con el tercer lugar de prevalencia.
En Chile, según explica el jefe del Departamento de Salud Mental del Ministerio de Salud y psiquiatra infanto-juvenil, Matías Irarrázaval, uno de cada cinco adolescentes ha padecido una enfermedad mental en el último año. De acuerdo a las estadísticas que maneja el organismo, la tasa de suicidio para el segmento adolescente (10 a 19 años) se incrementó de 4,8 el año 2000 a 7,5 en 2008, para luego descender a 4,1 en 2016. En el caso del segmento joven (20 a 24 años), la cifra fue de 12,8 en 2000; subió a 18,7 en 2008 y bajó a 13,2 en 2016. Si bien los números son más bajos que en los rangos mayores, la situación es reconocida por las autoridades como “una realidad que debe ser enfrentada en forma seria y consistente”.
Por su parte, Matías Irarrázaval hace un llamado a reconocer que, en general, los adolescentes chilenos gozan de buena salud mental. “La gran mayoría pasa las etapas más difíciles de este ciclo en forma adecuada. A veces pareciera que es una época llena de problemas y no lo es”, explica el médico formado en la Universidad de Chile, con un magíster en Salud Pública y Salud Mental en la Universidad de Harvard y una especialización en Psiquiatría Infantil en la Escuela de Medicina de Harvard y el Judge Baker Children’s Center, Estados Unidos.
Para el doctor, es importante tener en cuenta que adolescentes y jóvenes tienen altos y bajos emocionales y que, por ello, suelen ser poco comprendidos por los adultos. “Lo que no puede pasar es que por no entenderlos los tachemos de padecer alguna enfermedad. Un adolescente puede dormir mucho, pero no por eso padece un trastorno del sueño. O presentar síntomas del ánimo, pero no necesariamente estará deprimido”.
En este marco, destaca que existen parámetros claros para que papás, mamás o profesores detecten y consulten a un especialista. “Estas referencias tienen que ver con duración, intensidad y consecuencia de los síntomas”, enfatiza. En la misma línea, hace un llamado a potenciar la cohesión y la empatía social en torno al tema. “Es necesario evitar el estigma. El prejuicio puede llevar a pensar que la enfermedad mental es irreversible. Pero no es así, la mayoría de las personas que se tratan pueden tener una vida normal”, explica el psiquiatra y enfatiza: “La mayoría de los adolescentes chilenos son sanos, proactivos, hacen cosas brillantes, pero necesitamos que la sociedad entienda y acoja a ese 20% de chicos y chicas que en la actualidad pueden padecer una enfermedad mental”.
ENTORNO Y CONTENCIÓN
Alejandro Gallegos, psicólogo asesor del programa nacional de Salud Integral de Adolescentes y Jóvenes, define la adolescencia como una etapa “estresante”, en la que los seres humanos sufren cambios biológicos, físicos, cognitivos y emocionales y donde la búsqueda de identidad –desde el ámbito de género hasta lo profesional– es lo central. Complementa la psicóloga clínica de la Universidad Católica, Valentina Quiroga: “Se trata de un periodo bonito, pero difícil en cuanto a gasto de energía psíquica y física. Si le agregas las exigencias ambientales, es obvio que el adolescente entra en un estado de estrés importante. Y si carece de un contexto que lo contenga, regule y modere, se puede exponer a situaciones de riesgo que podrían llegar a constituir una enfermedad de salud mental”.
En el entorno familiar, padres y madres están menos disponibles para ejercer su rol parental de escuchar, acompañar y poner límites. Al respecto, Verónica Pérez, psicóloga clínica del Centro Vínculos Salud y Psicoterapia, explica: “También tenemos adultos muy estresados y exigidos. No están en condiciones de educar y contener. Por lo tanto, el grupo de amigos y las redes de apoyo de adolescentes y jóvenes son potentes, tanto como factor protector o de riesgo”.
Algo así vivió Diego, alumno de tercero medio. Sensible y arriesgado desde chico, a los 14 años comenzó a juntarse con un grupo de amigos externo al colegio, al que conoció por redes sociales. Se acercó especialmente a uno que había desertado del sistema escolar y que no tenía mayor contención ni apoyo por parte de su familia. Su mamá recuerda: “Todo fue muy rápido. Diego salió un viernes y no supimos de él hasta el lunes. Lo buscamos por todos lados. No respondía el celular. Pensamos lo peor. Volvió raro, con actitud desafiante y agresiva, diciéndonos que esa era su vida y que lo dejáramos tranquilo. Parecía otra persona, estaba incontrolable, no nos hacía caso en nada. Sospechamos que había consumido alcohol y marihuana, lo que se confirmó después. Esto nos bastó para consultar con distintos especialistas en salud mental y un psiquiatra súper recomendado, experto en adicciones, nos sugirió internarlo para cortar el problema de raíz. Ni siquiera lo había visto”.
Diego pasó más de 20 días en una clínica psiquiátrica. “Al principio no nos dejaban hablar con él. Pasaba todo el día medicado. Estábamos muy confundidos, intuíamos que ese no era el camino. Al final, cuando pudimos verlo, nos pedía que lo sacáramos de ahí”, detalla angustiada y agrega: “Claramente no era el lugar para mi hijo, le tocó vivir cosas que no correspondía, no era un drogadicto. A las tres semanas lo dejaron salir, pero con la condición de que siguiera asistiendo a un centro terapéutico del mismo médico. Pasó poco tiempo en eso y decidimos cortar. Nos cambiamos de doctor”.
Actualmente Diego está bien. Volvió al colegio, se reintegró a su curso y a su grupo de amigos. En casi dos años ha pasado por varios psiquiatras, sigue medicado, pero hasta la fecha, nadie le ha dado un diagnóstico claro a la familia. “Mirando todo lo que pasamos… creo que la única receta que sirve es tratar de estar lo más posible con tus hijos. Conocer a los amigos y, a pesar de las caídas, mantener siempre abierta la comunicación. Que tengan la certeza de que los vas a apoyar en forma incondicional, no como un amigo, sino que desde el rol de mamá y papá”, afirma la mujer, quien prefirió no dar a conocer su identidad.
FUTURO INCIERTO
La preocupación por el mundo juvenil no es exclusiva del siglo XXI y se arrastra desde tiempos antiguos. “Históricamente la juventud ha sido cuestionada por los adultos”, explica Cristián Montenegro, sociólogo e investigador joven en el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP). “Acarrea una tensión para la sociedad, porque existen muchas expectativas puestas en los jóvenes como actores de cambio y responsables de que el país avance. Por eso hay tanta preocupación por sus conductas”, explica.
Tras cuatro años de estudio en Inglaterra y de regreso con un PhD in Social Research Methods (doctorado en métodos sociales para la investigación), el sociólogo coincide en que los jóvenes chilenos están estresados, aunque en la actualidad no solo por los cambios propios de su edad, sino por la transformación del mundo que los recibe. “Viven con la incertidumbre característica de estos tiempos, donde –por ejemplo– estudiar una carrera universitaria no les garantizará una mejor calidad de vida”, explica Montenegro. De esta forma, los jóvenes que siempre han escuchado que son “el futuro del país”, se enfrentan a un destino incierto. “Aunque se esfuercen por hacer las cosas bien, no es seguro que sus planes a largo plazo den frutos. Creo que esta es la clave para entender su ansiedad actual”, opina.
En la misma línea, la carencia de un proyecto de vida tendría un impacto claro en la salud mental de los jóvenes. “Muchas veces tener objetivos claros es lo que nos mantiene con los pies en la tierra. Pero cuando los planes son difíciles de organizar, porque el mundo cambia a gran velocidad, es difícil darle sentido a lo que estás haciendo. Y a los jóvenes esto es lo que más les cuesta, sobre todo en un sistema que comienza a medirlos a tan temprana edad. Las exigencias en los colegios son altas. El rendimiento que tengan en quinto o sexto básico incluso podría tener repercusiones en su futuro”.
En su libro El elemento, el educador, escritor y conferencista Ken Robinson, nombrado “Sir” en reconocimiento a sus aportes al currículum escolar británico, destaca que en pleno siglo XXI varios países aún mantienen una estructura educativa industrial con alumnos más parecidos a obreros que a estudiantes. Con la misma pasión que desarrolla dos de sus frases célebres –“La creatividad es tan importante en educación como la alfabetización, por eso debemos tratarla con la misma importancia” o “Los niños de ahora harán trabajos que aún no están inventados”–, cuestiona la rigidez de las jornadas, la separación de los alumnos por edades, la descompensación horaria de las materias y el hecho de priorizar el producto manufacturado al talento.
En esta misma lógica, Cristián Montenegro opina que el sistema escolar chileno debería mostrar a los alumnos que en la vida existen varias opciones para desarrollarse y que las escuelas deberían generar condiciones para mostrar distintos tipos de intereses y habilidades –físicas, artísticas y manuales–, que van más allá de la Prueba de Selección Universitaria (PSU). “Los niños pasan muchos años en el colegio, parte de su personalidad estará condicionada por lo que ahí vivieron. Si pudiéramos mirarlos así y darles herramientas de largo plazo, para las próximas etapas que les tocará vivir, relajaría la tensión en etapas posteriores. Porque la diversión y la felicidad, por ejemplo, también se aprenden”, afirma.
TERAPIA INTEGRAL
Si Javier, estudiante de Economía, hubiera aprendido a divertirse sin necesidad de recurrir a sustancias, hábito que según relata adquirió en octavo básico, cuando comenzó a consumir alcohol con sus compañeros de colegio, no habría tomado MDMA (metilendioximetanfetamina), droga sintética conocida como éxtasis, que actúa como estimulante y alucinógeno, generando euforia y felicidad.
En su caso, le gatilló un cuadro depresivo que se extendió por varios años. “Tiene que ver con una historia personal de inmadurez, sicológica y emocional. A los 21 años no sabía bien si me gustaba lo que estaba estudiando y evadía las responsabilidades. Venía ya en un riel medio autodestructivo y probé esta droga en un entorno nada seguro, con amigos poco cercanos”, recuerda hoy a los 24 años.
“Después de que pasó el efecto, empecé a sentir mucho miedo e incomodidad y con los días, un gran bajón. Tanto, que dejé de ir a la universidad. Fui a un psiquiatra que me diagnosticó psicosis exógena por droga y me empezó a tratar con una anfetamina, que menos mal no tomé por mucho tiempo porque era súper fuerte. Tuve que congelar la universidad. Pasé por otros dos médicos y con el tercero, que me diagnosticó trastorno del ánimo bipolar, duré dos años. Me trató con litio y con otro estabilizador, medicamentos que según él tendría que tomar toda la vida. Era demasiado severo, me decía que si dejaba el tratamiento iba a volver atrás y, además, que no le contara a nadie lo que me estaba pasando para evitar el estigma social”.
Luego, el cambio de psiquiatra y el regreso a la universidad fueron claves: “El nuevo doctor me suspendió de a poco los fármacos y me dijo que no veía un trastorno bipolar en mí. Ahora me siento más contento, he vuelto a sentir emociones en forma normal. Solo ha mejorado mi calidad de vida”.
Si bien Javier reconoce que el tratamiento con litio lo ayudó a estabilizarse, dice que en algunos momentos ha sentido rabia porque fueron dos años los que estuvo expuesto a fuertes remedios y a una baja autoestima: “a veces los medicamentos te ayudan a salir, pero luego es bueno una terapia más integral. Mi psiquiatra actual me dice que trate de hacer deporte, que medite, que me alimente bien”, concluye
Ojos bien abiertos
Además de prestar atención a la prevalencia de enfermedades mentales y al suicidio en adolescentes y jóvenes , los especialistas destacan dos focos de riesgo a los que hay que prestar atención en los tiempos que corren:
- Abuso de sustancias
Tal como lo anunció al país el Presidente Sebastián Piñera al presentar el programa “Elige Vivir Sin Drogas”, a comienzos de abril 2019, el consumo de drogas por parte de adolescentes y jóvenes en Chile es el más alto de América. De acuerdo a datos del Décimo Segundo Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar 2017, elaborada por el Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (SENDA), el 30,9% de los estudiantes entre octavo básico y cuarto medio declara haber fumado marihuana en el último año. Por su parte, el 31,1% del mismo segmento manifiesta haber bebido durante el último mes y de este grupo, el 61,7% afirma haberse embriagado o bebido más de cinco tragos en una sola ocasión.
En este marco, la ingesta de sustancias es una problemática importante en esta etapa del desarrollo, porque está comprobado que la exposición temprana a ciertos productos podría aumentar el riesgo de enfermedades mentales y dependencia. Por ello, psicólogos y psiquiatras insisten en retardar la iniciación hasta después de los 18 años, límite de edad que en otros países se extiende hasta los 21 años
- Redes sociales y ciberacoso
Hace pocas semanas se dieron a conocer los resultados del estudio “Generación App en Chile: Nuevos Desafíos para la Convivencia Escolar”, de Tren Digital, think tank ligado a la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica.
Aplicado a más de 10.000 estudiantes de séptimo básico a cuarto medio en todo el territorio nacional, la investigación da cuenta de que existe una alta dependencia de adolescentes y jóvenes a sus teléfonos inteligentes. El 33,6% de los encuestados declaró usar el dispositivo por más de tres horas cada día, situación que aumenta a mayor edad de la muestra, superando incluso las seis horas diarias. El 98,4% confirmó participar en al menos una red social y el 65,2% reconoce dormir con el celular junto a la cama.
En este escenario, el acoso virtual ya es materia de salud pública. Un equipo interdisciplinario de Salud Mental y Ciclo Vital DIPRECE de la Subsecretaría de Salud Pública está trabajando en una estrategia comunicacional dirigida tanto a víctimas como a victimarios, familias y profesionales de la salud.
La iniciativa entregará lineamientos concretos para enfrentar este fenómeno que en poco tiempo se ha convertido en un gatillante de depresiones juveniles y también de suicidios, como fue el caso de Katherine Winter, la joven de 16 años que en mayo de 2018 decidió terminar con su vida producto del hostigamiento virtual. Meses más tarde, su familia lanzó una fundación con el objeto de hacer un llamado a los adultos a informarse sobre cómo influyen las redes sociales en las vidas de sus hijos menores de edad.
Entre los esfuerzos realizados destacó la campaña #NoMásCiberBullying, con la presencia de una decena de rostros de la televisión, y el apoyo de autoridades de Salud y Educación, para sensibilizar y tomar conciencia del daño que puede causar el ciberacoso.