punta de una pluma para escribir
  • Revista Nº 160
  • Por Nicole Dimonte y José Tomás Aldunate

Dossier

Millennials: un mundo suficiente

La pandemia y el confinamiento que estamos viviendo es una situación de mucha complejidad para todos. Como parte del equipo de salud estudiantil de la UC, estamos en contacto permanente con los estudiantes, funcionarios y docentes de esta universidad, y varios somos parte de los llamados millennials (los nacidos entre 1981 y 1996), la generación que tendrá que hacerse cargo de un futuro como nunca antes, lleno de incertezas.

Esta es una generación que vive inmersa en una cultura de mercado, donde la producción, el consumo y el deseo son protagonistas permanentes de la escena. Esta lógica trasciende al mercado propiamente tal y permea gran parte de las instancias de nuestra vida cotidiana. La ambición por siempre crecer y adquirir más likes en redes sociales, inversiones y proyectos profesionales, viajes, nuevos desafíos y logros son parte de los objetivos de la gran mayoría de estos jóvenes. Desde allí que la figura del emprendedor emerge como un ideal laboral para muchos.

Desde temprana edad ellos están acostumbrados a hacerse cargo de muchas cosas al mismo tiempo para aumentar la eficiencia. El multitasking se convierte así en un ideal muy valorado. Además, este llegar a todas partes, de manera casi instantánea, no ha sido un escenario propicio para el desarrollo de la tolerancia a la frustración. “Querer es poder” y “ahora ya” parecen imperativos de un voluntarismo desmedido, que poco comprende de la realidad y sus limitaciones, de tiempos y de procesos.

Con la pandemia y el confinamiento se produce un remezón impetuoso de muchas certezas que esta generación creía tener: un lugar en la sociedad, una estabilidad económica, una gran red de contactos, salud y bienestar asegurados, entre otros. De un momento a otro, muchas de las redes de apoyo que los definían y sostenían se vieron restringidas, varios proyectos laborales se vinieron a pique y con eso el estatus económico rápidamente se desestabilizó. Por supuesto, ya nadie puede tener su salud asegurada, por muchas verduras orgánicas que se compren o kilómetros que se troten.

De la noche a la mañana, este joven millennial se vio obligado a reducir considerablemente los estímulos externos y a relegarse a espacios que estaban parcialmente olvidados: el hogar, la intimidad.

Con todo lo radical y compleja que ha sido esta experiencia, el confinamiento también ofrece una contracara interesante: el volver a contactarnos con las raíces, con nuestra esencia, con lo simple.

Contentarnos con estar en casa, sanos, con nuestra familia. Agradecer si tenemos un jardín o una terraza donde poder respirar aire puro y ver un poco el paisaje, o disfrutar de un rico plato de comida. Al parecer necesitábamos cuatro meses de encierro total y pausa obligatoria para apreciar aquello que no vemos bien a toda velocidad: un abrazo, un almuerzo familiar, un encuentro con nuestros amigos, poder pasar la tarde en una plaza o simplemente caminar a la cafetería de la esquina.

¿Podemos ser felices sin la necesidad de tener un logro a la mano que nos enriele en una carrera frenética de estímulo-recompensa o sin la necesidad de sentir que nos libramos del agobio de los plazos, horarios y metas para entrar en otro?

¿Se puede incluso pensar la felicidad como un estado simple, compartido, el placer de ser y estar con otros sin el mandato compulsivo del crecimiento? Los cuestionamientos que esta generación tendrá que hacerse parecen ir en esta dirección, ahora que es más que evidente que el mundo en el que vivimos está ecológica, social y económicamente agotado, y que acaso no necesitamos “más” ni “mejor” (y su consiguiente constante insatisfacción), sino “suficiente”.

Así como la lógica de mercado permeó nuestros hogares y lugares más íntimos, la reconstrucción quizá tenga que ver ahora con una subversión interesante: llevar la lógica del hogar, del compartir, la del vínculo significativo como horizonte vital y sus ciclos y tiempos propios, a nuestros intercambios sociales y a nuestros planes. Salir al mundo externo con otra mirada, con un traje distinto.