• Revista Nº 148
  • Por Olof Page Depolo

Dossier

Mirarnos a los ojos

El autor afirma que somos seres eminentemente relacionales y necesitamos creer en los otros para desarrollarnos. La visión optimista de este concepto presume la capacidad del ser humano para establecer vínculos de cooperación que no están siempre mediados por el propio interés, sino por el valor que tienen en sí mismos. Para los pesimistas, en cambio, solo los incentivos (entre los cuales están las sanciones) pueden asegurar los comportamientos deseados. Olof Page asegura que ambas posibilidades justifican y dan sentido a la existencia de este atributo. “No somos ángeles, pero tampoco somos demonios, y es justamente por eso que necesitamos de la confianza”.

¿Qué es lo que queremos afirmar cuando decimos que confiamos en un robot, en que mañana no lloverá, en el gobierno o en una persona? En todas estas situaciones hay expectativas en juego, pero la diferencia está en que, si las dos primeras no se cumplen, no parece apropiado decir que nos decepcionaron o, peor aún, que nos traicionaron. En cambio, algo de eso sí puede decirse respecto de un gobierno (o de las instituciones en general) y, más claramente todavía, respecto de las personas.

Este último ejemplo es un caso paradigmático y el que determina, por tanto, nuestra manera de entender la confianza como una relación y un vínculo entre individuos.

Entonces, ¿qué tipo de relaciones son esas en las que la confianza y la desconfianza sí tienen un espacio? ¿Puede este ser un atributo de, por ejemplo, un gobierno?

Organizaciones de la sociedad civil

Organizaciones de la sociedad civil

Los bomberos lideran las cifras de valoración de la población en Chile, según diversos estudios. Uno de los atributos que se les reconoce es su entrega desinteresada y sin esperar recompensa. En la imagen vemos un desfile del Cuerpo de Bomberos de Santiago, en los años 60. Fotografía “Memorias del Siglo XX": Bomberos. Fotografía donada por Amanda Carrasco con la colaboración de Biblioteca Pública N°145, Purranque. Programa "Memorias del Siglo XX", DIBAM.

Un salto al vacío

Las personas deben tener ciertas competencias que justifiquen el que las consideremos como potenciales depositarios de confianza. Estas características son las que hacen que nuestro acto no sea un salto al vacío. Considerando la naturaleza de eso que queremos revelar –por ejemplo, un importante secreto–, podemos ser reacios a confiar algo a una persona impulsiva porque, dadas ciertas condiciones, podría no guardar esa información.

Por lo tanto, debe existir algo que uno de los sujetos de la relación valore y que, por diversos motivos, decide confiar a la otra.

Además, no somos seres autosuficientes, por lo tanto, necesitamos a los demás para satisfacernos y desarrollar así nuestra identidad. Por último, somos falibles, es decir, no siempre estamos a la altura de las expectativas que los demás ponen en nosotros. Cuando alguien cree en otro, lo hace porque piensa que hay buenas razones para estar seguro de que no será defraudado y porque le concierne. ¿Por qué podría importarle? Las razones que surjan de esta pregunta ayudan a aclarar si el tipo de relación es de confianza o de mera conveniencia.


Una sociedad que tiene altos índices de confianza es una en la cual cabe esperar que las personas desarrollen ciertas disposiciones interiores (morales, si se quiere), como el respeto, la tolerancia y la civilidad.

Es posible que a alguien le interese no defraudar o traicionar porque le importa una persona y, eso es así, porque la aprecia. Pero también podría ser porque le resulta conveniente. El sujeto que solo se mueve por conveniencia no es confiable en general, porque su respuesta a nuestro acto de fe está condicionada por las buenas consecuencias personales que esto le genere. Esta es la creencia del pesimista.

Esa sería una buena razón para considerar a la confianza como un elemento más bien decorativo de nuestra vida moral. Esta idea establece que los demás actuarán según mis expectativas porque, de no hacerlo, serán sancionados.

De lo que habría que preocuparse, dice el pesimista, no es del desarrollo de virtudes, sino de la creación de incentivos (entre los cuales están las sanciones) que aseguren, en la medida de lo posible, los comportamientos deseados.

Por el contrario, el optimista cree en la capacidad del ser humano para establecer relaciones de cooperación que no están siempre mediadas por el propio interés, sino por el valor que estas tienen en sí mismas. Bajo esa premisa, la confianza es un acto que sí tiene un espacio relevante en nuestra vida moral, es decir, es algo que cabe esperar de nuestras relaciones interpersonales. Pero este es un tipo de optimismo moderado porque, al creer en esta cualidad, se considera también la posibilidad de ser defraudados.

El acto de confiar da cuenta de nuestras expectativas y, al mismo tiempo, de nuestra vulnerabilidad. Es justamente esta necesidad de confiar y la posibilidad de ser traicionado lo que hace de esta cualidad algo valioso. El optimista a secas –que razonablemente podemos pensar que es solo una posibilidad teórica–cree que los actos de fe encontrarán, en general, buena acogida pues el ser humano es, desde el punto de vista de su naturaleza, un ser social solidario y plenamente colaborativo y no un ser egoísta y receloso, como lo puede pensar el pesimista.

El optimista moderado concibe al ser humano como un ser falible, es decir, del que cabe esperar respuestas positivas, pero también como un ser que, dadas ciertas circunstancias, puede no responder de esa manera. Son ambas posibilidades las que justifican y dan sentido a la existencia de este atributo. No somos ángeles, pero tampoco demonios y es por eso que necesitamos de la confianza.

Lazos familiares

Lazos familiares

Concebir a los demás como potenciales sujetos de confianza implica valorarlos y, a la vez, entendernos como seres relacionales. En este contexto, la familia continúa siendo una de las instituciones sociales más creíbles. Fotografía de: "Memorias del Siglo XX: Familia Soto Almonacid. Región de Los Lagos, Cochamó. 1980. Fotografía donada por Luis Almonacid con la colaboración de Biblioteca Pública N°371, Cochamó. Programa "Memorias del Siglo XX", DIBAM.

Intereses comunes

Intereses comunes

Las relaciones de confianza refuerzan el sentimiento de pertenencia a un grupo y, con ello, la idea de que compartimos con los demás un destino común. En la imagen vemos una asamblea de la junta de vecinos N°29 de Coquimbo, año 1969. Fotografía de: "Memorias del Siglo XX": Reunión de la Junta de Vecinos N°29. Región de Coquimbo / Coquimbo / Tongoy, 1969. Fotografía donada por Alex Halles con la colaboración de Biblioteca Pública N°323 "Davíd León Tapia". Programa "Memorias del Siglo XX", DIBAM.

¿Cuál es la relevancia de este concepto? La respuesta involucra varios aspectos, porque produce bienes de variado tipo. Ella permite que los costos de transacción de las relaciones sociales –cuánta precaución tomar frente al comportamiento de los demás– sean menores a los que serían si fuésemos escépticos respecto de su existencia. Es decir, si creyésemos que lo racional y lo razonable es, salvo contadas excepciones, no confiar en los demás.

La confianza permite que la complejidad que caracteriza el funcionamiento de la sociedad se reduzca, se haga más manejable y también facilita la generación de objetivos comunes que no sean la mera suma de objetivos individuales.


Es justamente la necesidad de confiar y la posibilidad de ser traicionado lo que hace de este atributo algo valioso.

Las relaciones de confianza refuerzan el sentimiento de pertenencia a un grupo (por ejemplo, la comunidad política) y, con ello, la idea de que, respecto de ciertas cuestiones consideradas importantes, compartimos con los demás miembros del grupo un cierto destino común. Eso es lo que, descrito aquí en términos muy esquemáticos, llamamos bien común.

El valor de la democracia

El valor de la democracia

La confianza tiene la virtud de hacer que la relación entre representante y representado sea sensible a los intereses e ideales de los segundos. Permite también que las personas desarrollen disposiciones interiores como el respeto, la tolerancia y la civilidad.

Respeto, tolerancia y civilidad

Una sociedad que tiene altos índices de confianza es una en la cual cabe esperar que las personas desarrollen ciertas disposiciones interiores (morales, si se quiere), como el respeto, la tolerancia y la civilidad. Es posible que en una nación con bajos niveles de esta cualidad también existan, desde el punto de vista de lo que se observa, actitudes de respeto, tolerancia y civilidad. Pero, de ser así, estas deberían ser entendidas en términos más bien estratégicos y, por tanto, sujetas a la inestabilidad que caracteriza a las relaciones establecidas con esos fines.

La confianza tiene también la virtud de hacer que la relación entre representante y representado, que es uno de los elementos que caracteriza la vida democrática de las sociedades contemporáneas, sea sensible a los intereses e ideales de los representados. La desconfianza, en este plano, hace que ese vínculo sea concebido en términos más bien antagónicos. Cuando eso sucede, la política deja de ser el espacio de la comunicación y de la deliberación común y se convierte en un sitio de la disputa por la disputa.


La confianza permite que la complejidad que caracteriza el funcionamiento de la sociedad se reduzca, se haga más manejable y también facilita la generación de objetivos comunes que no sean la mera suma de objetivos individuales.

Comienza así a desaparecer la veracidad, entendida como el respeto y la preocupación por la verdad en sus diversas dimensiones, pues ahí donde hay antagonismo, el otro deja de ser visto como alguien que puede contribuir con ese respeto y preocupación.

Que la confianza reduzca los costos de transacción en nuestras relaciones sociales y haga, entre otras cosas, que el funcionamiento de las instituciones sea menos pesado de lo que sería si, a falta de ella, lo recargásemos de controles, es compatible con la generación de bienes más fundamentales que se siguen de su existencia. Concebir a los demás como potenciales sujetos de confianza implica valorarlos. Mirarnos a nosotros como posibles depositarios de esta cualidad significa entendernos como seres esencialmente relacionales, es decir, no solamente por conveniencia –como podría pensar el pesimista– sino que, porque así lo somos desde el punto de vista de nuestra humanidad.

Que la confianza pueda tener un valor de este tipo lo muestra el hecho de que, a pesar de que pueda ser defraudada (una y otra vez), no estamos dispuestos a renunciar a su existencia porque, de hacerlo, nuestra vida se vería, en términos humanos, seriamente empobrecida.