No es tan fácil ser feliz: la ruta estoica
El mundo parece incierto, incluso hostil. Peligroso. No es la primera vez que es percibido así y es por eso que, a lo largo de la historia, siempre ha habido pensadores interesados en adaptarse a los tiempos difíciles.
Una de las rutas clásicas hacia la felicidad, la de los estoicos, vuelve a estar en lo más alto de la popularidad. Las frases de sus creadores griegos y romanos se replican en las publicaciones de los influencers: “Veo cada problema como una oportunidad”; “Deja que el mundo tiemble, tú permanecerás firme”; “Las cosas grandes toman tiempo, ten paciencia y sigue esforzándote”, son solo algunas muestras. De esa forma, se consolida una cultura en la que las emociones se gestionan y manejan en nuestro favor.
La filosofía del estoicismo fue creada hace más de 2.000 años. Hoy es un refugio en el que cada vez más personas buscan antídotos contra los problemas de la vida contemporánea. Un ejemplo es el español Pepe García, un destacado gestor del estoicismo. Él es reconocido por su proyecto El Estoico (@ElEstoicoEsp), que sumando sus cursos, conferencias y podcast ha llegado a más de diez millones de personas. Acaba de publicar Manual para la serenidad (Plataforma Editorial, 2024). Su caso se repite en diferentes países donde los seguidores modernos de una filosofía milenaria se multiplican.
LA RESISTENCIA GRIEGA
Sofía Lombardi, filóloga italiana que vino a Chile para doctorarse en Filosofía en la UC, pasó largo tiempo buscando textos estoicos antiguos y, en el caso de los griegos, tuvo que estudiar su lengua en la versión clásica. Son escasos esos restos: “Lo que circula del periodo estoico es casi todo romano, ya que lo griego es más bien hostil al estoicismo. Es algo que surge en un periodo difícil, cuando muere Alejandro Magno y el hombre griego pierde las referencias del mundo antiguo. De ser un ciudadano libre pasa a ser vasallo de una monarquía y empieza a preguntarse cómo vivir de una manera práctica y directa, sin recurrir a Aristóteles o Platón. Es decir, vivir de otra manera. Es una filosofía abierta a todos, también a las mujeres y esclavos, dando respuestas personales para la vida cotidiana, útil para una humanidad que se encontraba desencantada y sin valores”, afirma.
Sobre las razones por las cuales el mundo griego se resistía a aceptar la cultura estoica, la filóloga explica: “Los platónicos, como Galeno y Plutarco, consideran que las pasiones son racionales, pero también irracionales. El estoico, en cambio, busca enfrentarlas de manera racional para no dejarse arrastrar por ellas. Los romanos son más sencillos. Por eso, la mayoría de las frases que circulan en Instagram son de Epicteto y Marco Aurelio. En todo caso, siempre han estado presentes en la filosofía, en grandes figuras como Spinoza y Kant, que les deben mucho”.
Aunque reconoce que el estoicismo se centra en el individuo, Sofía Lombardi aclara que no es una disciplina egoísta, ya que se preocupa de que cada persona pueda aprender a vivir. “Es una tarea personal en relación con las pasiones, a poder manejarlas según la razón, la virtud, la naturaleza. Posteriormente, otros filósofos exageraron en nuestra capacidad de gestión y ahí comenzó una nueva conciencia del poder de la humanidad y la divinización del ser humano. Se considera que gracias a la razón las personas pueden unirse al logos divino”.
Lombardi afirma que el estoicismo filosófico requiere mucho trabajo, entrenamiento y tiempo. “Ellos hablan de lo virtuoso, lo vicioso y lo indiferente. Lo indiferente son cosas que no deben afectarte, distinto a lo que ocurre en el caso de los vicios y virtudes, que sí dependen de ti. No es fácil llevarlo a la vida cotidiana, no es algo liviano”.
La académica aclara que lo que está de moda actualmente es lo terapéutico del estoicismo, que surgió entre filósofos y terapeutas de Inglaterra y Estados Unidos. “Yo misma participé en encuentros en línea con gente muy interesante, todo al margen de los libros de autoayuda que te dan ideas para empezar el nuevo día, cosas así. Hay una mezcla entre lo profundo y esas recetas simples para vivir mejor”, cuenta.
“El estoicismo te plantea cómo enfrentar la vida, incluso la muerte de un ser cercano, por la anécdota de Anaxágoras, a quien le avisaron de un hijo que había muerto y respondió que no lo había engendrado inmortal. Eso ilustra ese camino, que no es de reprimir las pasiones, sino de enfrentarlas racionalmente para conectarse con el logos divino”.
DIOS EN EL CAMINO
Como las frases de Marco Aurelio caben en un posteo en la red X, aparecen en sitios que suben una al día, como el Daily Stoic, que tiene cerca de 600.000 seguidores. La Universidad de Exeter, pionera en este tópico, tiene una semana estoica anual desde el año 2012. Se toman en serio que las personas sientan carencias y busquen respuestas.
El teólogo francés Xavier Morales, director de la licenciatura en Teología UC, es otro de los que se han sumergido en esta filosofía. Eso sí, rechaza la idea de que el estoicismo o el cristianismo sean ideologías de la resignación: “Eso mismo critica Marx del cristianismo, de que pueda ser una herramienta usada por los poderosos para apaciguar a los pobres y mantenerlos en su estado de sumisión, pero no se trata de eso. El mismo estoicismo en la Antigüedad era la moral de los fuertes”, afirma.
“Para poder penetrar entre los intelectuales, el cristianismo tuvo que tender puentes con la filosofía y lo hizo primero en el siglo II. Tomó el platonismo como interlocutor privilegiado, porque su metafísica reconocía un principio divino, más allá del mundo, semejante al Dios creador de la Biblia. Las demás alternativas, como el estoicismo, consideraban a Dios como inmanente dentro del mundo, difuso en la naturaleza. Pero en el estoicismo, un cristiano como Clemente de Alejandría podía encontrar reflexiones morales interesantes sobre las tendencias del corazón, las pasiones, los vicios”, explica.
El académico afirma que el cristianismo toma su fenomenología de las emociones del estoicismo y la radicaliza a partir del gran mandato cristiano: “Amarás a Dios más que a todo” y “El objeto absoluto del amor debe ser Dios”. Agrega que con Él debe ser la relación más fuerte y absoluta, para que no haya nada más importante a la hora de tomar una decisión. El cristiano antiguo busca la impasibilidad, la ausencia de perturbaciones anímicas, como el estoico, y lo hace para dedicar todo su corazón a Dios.
“En el cristianismo hay un camino muy distinto al ideal estoico. En muchos escritos cristianos se lee un lenguaje amoroso, como en Santa Teresa, y eso ya está presente entre los teólogos de la Antigüedad: se habla del amor a Dios, que no es carnal ni material, sino afectivo, como cuando Ignacio de Antioquía, en el siglo II, habla de Cristo como de su eros. La teología protestante tendió a enfatizar la diferencia entre el amor griego (eros) y el amor cristiano (ágape), el uno pasional y profano y el otro purificado y desinteresado, pero en realidad, hay una continuidad, como lo demostró Benedicto XVI en su encíclica Dios es amor. El eros nunca desaparece del todo. El mismo Gregorio de Nisa, al comentar el Cantar de los cantares en el siglo IV, adopta un lenguaje muy sensual; ahí el paradigma estoico de la impasiblidad estalla, porque todo esto se aleja mucho de la serenidad que ellos buscan. Gregorio considera que el movimiento del cristiano hacia Dios es infinito, nunca se queda tranquilo, siempre va en busca de más. Incluso tras la muerte sigue hacia el infinito, porque el objeto deseado es infinito; es imposible saciarse. Dionisio el Areopagita, en el siglo VI, dedica un capítulo de su libro sobre Los nombres de Dios al eros, y dice que este es extático, te llama a salir de ti mismo, en lo que Dios es un modelo: salir de uno para ir hacia el otro, en un movimiento que te lleva hacia afuera. Esto también es opuesto al estoico, que busca recogerse dentro de sí mismo”, aclara.
Sobre el auge de los manuales de autoayuda frente al declive de las religiones, el profesor Morales afirma que una explicación posible es la preocupación moderna por la persona y, en este sentido, para la antropología cristiana, la persona está en el centro y es lo más importante, no la familia o la nación: “Para poder desarrollar sus potencias personales, el cristiano no debe someterse al grupo, no debe sacrificarse por el partido político, por ningún totalitarismo que apague su proyecto. En este sentido, el cristianismo es personalista. El problema, eso sí, es la reducción del proyecto personal a lo cómodo, sin dolor; esto es falta de ambición personal. El budismo o el estoicismo pueden parecer caminos atractivos para escapar del dolor, pero no lo son; el primero te invita a mirar de frente todo lo negativo de la vida y a aceptarlo, integrarlo, pero no a evitarlo. Igualmente pasa con el estoico, que es para los fuertes, que te obliga a ir más allá de la contingencia de tus pequeños problemas y a ocupar tu lugar dentro del gran proyecto del universo. La diferencia con la religión es que esta va más allá todavía, te hace preguntarte por el sentido de estar acá, por cuál es el principio del universo y te invita a mirar más lejos cada día”.
El académico agrega que, en este escenario, el poder del individualismo viene de que las metas que la sociedad actual propone no son suficientemente atractivas para que las personas salgan de sí mismas. En cambio, la religión ofrece ver más allá, lo que, lamentablemente, para algunos se transformó en un “aquí resígnate y quédate tranquilo”. “Es sano que la gente ya no quiera esto, porque es una versión falsa y ajena al cristianismo. Falta volver al deseo de ir más allá, de ir hacia ‘el reencantamiento del mundo’”, concluye Morales.
UN COLAPSO ESPIRITUAL
Tal como la visión desde la filosofía es diferente a la de la teología, lo mismo sucede desde la psicología, disciplina en la que se formó Carlos Cornejo, profesor titular de la Escuela de Psicología de la UC y doctor en Filosofía por la universidad alemana de Colonia. Cornejo no está de acuerdo con la idea de que el estoico reprima las pasiones. Por el contrario, reconoce que implica un trabajo de largo aliento, para superar las emociones negativas: “No se trata de aplicar unas frases y listo. El estoicismo consiste en ejercicios permanentes de carácter espiritual. No es una postura teórica o puramente intelectual, pues exige la integralidad de la persona y una participación vital”.
El psicólogo explica que lo que gatilló el retorno del estoicismo, al igual que el de otras herramientas de búsqueda personal u orientación espiritual como el New age o la sicología humanista, fue el colapso espiritual de la humanidad después de la II Guerra Mundial. Esta sensación de derrumbe venía de antes, del ennui, el mal del fin de siglo, el malestar creciente de la sociedad occidental por los efectos colaterales negativos de la industrialización, el vaciamiento de sentido por “la muerte de Dios”, lo que fue aumentando a lo largo del siglo XX. Cornejo afirma que cuando se mostraron las evidencias del Holocausto, que revelaron una crueldad serial y estatalmente organizada, más las sombras nucleares –por probar las bombas, porque Japón ya estaba casi derrotado–, se produjo un derrumbe espiritual, un sinsentido, un sentimiento donde apareció el estoicismo como fórmula de autoayuda.
Sobre el fin de los grandes relatos que vivimos en la actualidad, Carlos Cornejo asegura que este proceso comenzó con el productivismo contemporáneo, donde hay un subtexto personal: “Tienes que estar bien para producir más”. “El estado ideal consiste en estar bien y ser positivo. Eso es parte de la vida, pero hay otros estados de ánimo. Hoy existe una presión social por estar bien y verse bien, y hasta las terapias juegan a veces el mismo rol, para que optimices tus capacidades y vuelvas a estar alegre. La sociedad productivista no acepta bien el dolor, las secuelas de una tragedia, como que hay que salir de eso, buscar alguna técnica para dejar de estar triste y ahí aparecen esos libros como: ‘10 reglas estoicas para ser feliz’, o para ser más rico y exitoso. En estas fórmulas resultadistas hay una incomprensión del estoicismo primitivo y de la espiritualidad humana en general”, dice.
Cornejo considera que las nuevas generaciones son solo una parte más del tablero de la sociedad productivista, según el cual la vida es una guerra y cada cual debe luchar por su sobrevivencia y, en ese contexto, todo sirve para reforzar una imagen de héroe. El que se adapta, sobrevive, y de ahí las máximas de Marco Aurelio o el libro El arte de la guerra, pero desenraizados de las técnicas espirituales del estoicismo, de la meditación que implica. “Se orienta a ser winner, algo lejano a la idea original”, explica.
El académico complementa otro uso muy popular que se le da a la filosofía, popularizado por la película La sociedad de los poetas muertos, a través del comando carpe diem (una premisa hedonista, que establece que hay que disfrutar ahora, porque el mundo se va a acabar). “Eso es diferente a lo que enseñó Séneca, que la única posesión que realmente es nuestra es el tiempo, y que, por lo tanto, no hay que actuar como inmortales, porque puede que después no haya un después”.
“Nunca me han sido gratas esas máximas estoicas, como el memento mori, eso de no olvidar que hoy puede ser el último día. Creo que hay que complementarlas con su contraparte memento vivere: ‘Acuérdate de vivir’”, dice y asegura que hay una enseñaza tradicional estoica en eso, presente en Goethe, por ejemplo, en la certeza de que la eternidad está en el momento presente. “La presencia es la única diosa que adoro”, escribió Goethe alguna vez. Eso implica comprender que todos vamos a morir, pero además, tener una conciencia plena del momento presente que estamos viviendo.