Alicia Vega en una historia sin fin
En 1985, el país estaba en plena dictadura y la pobreza afectaba a muchos chilenos. En ese momento, la investigadora detectó que enseñar sobre cine a los niños y niñas de las poblaciones más vulnerables era una manera de devolverles las ganas de soñar. En 2025, en una sociedad inundada de celulares y contenidos chatarra, los personajes han cambiado, pero el llamado de la cultura adquiere la misma urgencia. “Ahora la gente está más solitaria, más pobre, más triste”, afirma Alicia. Por eso, ha preparado cuidadosamente su legado, que ya está listo para unir a nuevas generaciones en torno a la magia del cine.
Ella misma sale a abrir la puerta. Con su paso lento pero firme, a sus 94 años y toda su sabiduría a cuestas. Con una calidez instantánea que se percibe en su sonrisa, su tono reflexivo de voz, su porte bajito, su cara deslavada y austeridad en el vestir. Nada llamativo por fuera, pero tanta luminosidad por dentro. Se siente la emoción de conocer a un personaje icónico: Alicia Vega, la protagonista de Cien niños esperando un tren (1988), el documental de Ignacio Agüero que la grabó en la memoria de muchos chilenos. En esa historia admiramos su pasión y talento para enseñar una disciplina tan llena de luces, efectos especiales, cámaras y despliegue, en un escenario donde la miseria constituye el paisaje.
La académica e investigadora de cine ha sido distinguida muchas veces por el ímpetu con el que realizó por 30 años el taller de cine para niños en las poblaciones más vulnerables de Santiago y luego de Chile, entre 1985 y 2015. Lo mismo que enseñó a los universitarios más privilegiados de Chile, ella lo adaptó para el aprendizaje de niños y niñas de entre cinco y 12 años.
Con pocos recursos y exceso de creatividad supo otorgar a sus estudiantes los conceptos básicos del séptimo arte, aunque muchos de ellos no habían pisado una sala de exhibición. Portadora de un gran carisma, logró acercarlos a la magia del cine. En cada sesión algunos se sintieron directores, otros actores, viajaron por otros países y cambiaron la pobreza por futuro.
Este año se cumplen 40 años desde que realizó el primer taller en la población Huamachuco de Renca. Con esta distancia temporal, la profesora Alicia Vega describe el primer momento en que pensó en dejar de liderar esta iniciativa(*):
—Le preguntamos a un alumno por qué no venían sus amigos y él contestó: “Porque son fojos”. Duermen la mañana completa y no les interesaba ir al taller, porque es increíble la cantidad de niños que tienen celulares, por muy pobres que sean. Ahí están ellos entreteniéndose el día completo, y tampoco están estudiando para la escuela ni nada que les sirva. Es muy triste que pierdan tanto tiempo en cosas que son estímulos momentáneos y que no les van a aportar nada a su persona. Eso es un problema para la infancia hoy.
—¿Qué diferencia a la infancia de los 80 con la actual?
—El niño o niña va cambiando de acuerdo a lo que la sociedad le va presentando. Cada edad va teniendo estímulos distintos. Entonces, si tienen adultos que los conduzcan bien, los pueden aprovechar y si no, desaparecen. (…) Claro que yo encuentro que el celular los malenseñó, en el sentido de que están pegados mirando algo en una pantallita muy chica y entonces dejan de conversar y socializar.
—¿Cómo lo hacían entonces para capturar la atención de sus alumnos y alumnas?
—Bueno, nosotros dábamos la película no más y el que estaba mirando su celular lo seguía viendo. Eso no tiene otra solución.
Esta nueva generación transformada por la penetración de la tecnología significó un quiebre para la investigadora y pensó que ya era el momento de entregar el mando.
Pero para hacerlo, ella ha preparado minuciosamente su legado. Uno que comenzó a reunir desde el primer taller, del cual todavía conserva los trabajos realizados por los niños. Los mismos que se pueden revisar en la exposición permanente que se ha montado en la Fundación Alicia Vega. Esta institución fue creada en 2017 para perpetuar su metodología de enseñanza a través de una red nacional de talleristas.
Además, durante la pandemia escribió de puño y letra tres cuadernos que se convirtieron en un libro: Cuadernos de Alicia (2020, Ocholibros): “Aquí están todos los elementos con los cuales yo trabajé, de manera que esto lo dejo como un testimonio. (La idea es que) la gente se inspire en un trabajo que tiene una historia y resultados, que tiene una experiencia. Entonces, eso lo pueden tomar y adaptar a lo que están haciendo”, explica.
“El trazado de pensamiento de la autora está contenido en la edición de estos tres cuadernos que portan un valor inestimable (…). La autora de esta épica formativa, Alicia Vega, atravesó su propia frontera académica, la universidad, para llegar hasta aquellos sitios recorridos por la desigualdad social e inscribir, en estos territorios, un proyecto liberador que imprimió signos y símbolos inesperados y urgentes en paisajes marcados por la carencia. Alicia Vega entendió que la primera infancia es vital como sede de experiencias estéticas y se volcó a diseminar sus saberes en aquellos sitios donde más lo requerían”, afirma la escritora Diamela Eltit en la presentación del texto.