Antonio Bentué: ¿Cómo construir una sociedad más feliz?
Antonio Bentué, doctor en Teología y experto en la historia de las religiones, hace visible la muy difícil tarea de avanzar como sociedad, inmersos ahora en una cultura que no encuentra su razón de ser.
CRISTIANISMO DEL ORIGEN
Pensador icónico en la UC –este año cumple medio siglo de profesor–, se le conoce como un dialogante; y es que, estudioso de las grandes culturas de la humanidad, ha aprendido a respetar y apreciar distintas visiones del mundo.
Sonríe cuando le preguntamos cuál aporte del cristianismo le parece más relevante en medio de un mundo tan difuso, transcultural y globalizado, en la construcción de mejores sociedades. “En todo conviene ir a la raíz, sondear en el origen, porque con la historia todo se vuelve ambiguo. En el comienzo de nuestra fe el acento no estaba puesto en el poder, sino en la alteridad; es un llamado a salir del interés egocéntrico, de lo que a mí me conviene, para fijarme en mi relación con el otro”.
Bentué nos recuerda que el cristianismo era una religión perseguida por el poder hasta el siglo IV, cuando se transforma en la oficial del imperio: “Ahí comienza su relación ambigua con el poder, con los abusos políticos, lo que fue generando desconfianzas. Ahora mismo es un gran desafío recuperar las confianzas”.
Se apura en reconocer que parece muy difícil esa tarea, puesto que “el cristiano, a diferencia de los creyentes de otras religiones, está llamado a perfeccionar el mundo, a involucrarse en hacer una sociedad más solidaria. Tiene una vocación activa ante la pobreza, lo que irrita a muchos que quisieran verlo encerrado en una experiencia personal, puertas adentro, sicológica y mística”.
Le preguntamos si ese rasgo central del cristiano es incomprendido. El de un ser humano que nace en una comunidad, con otros, en solidaridad con el dolor ajeno, de ese otro que siempre contiene un resplandor divino. Al responder, el académico vuelve a referirse al origen: “En los Hechos de los Apóstoles aparece el ideal de una comunidad cristiana, casi utópica, de personas que lo abandonan todo por seguir a Jesús, sin propiedad privada y todo en común, algo medio idílico pero que implica algo muy importante, que es lo relacional; lo relevante no es “yo” sino el “yo-tú”; es una fe relacional de un Dios que no es distante porque se acercó a dialogar con el mundo a través de Jesús”.
El amor después del amor
Autor de numerosos libros, como Dios y dioses. Historia religiosa del hombre, Antonio Bentué profundiza en este hecho esencial de lo cristiano y que resulta muy significativo en una sociedad que se apresta a redactar una Constitución: “El énfasis está puesto en lo relacional, en lo que le sucede al otro, incluso a costa de lo propio”.
Por la importancia del concepto, lo contextualiza en la historia de la fe cristiana: “Jesús no busca el poder. Da el ejemplo con su propia vida, que va en la dirección contraria, orientada a servir a los demás”.
Como historiador de religiones, Bentué ve que este es un tema que, desde Jesús en adelante, ha sido clave en el cristianismo: “Jesús se ubica lejos del poder, el que tiende a los abusos y al final debilita a la autoridad y, además, es siempre sospechoso de narcisismo”.
A su juicio, “el aporte principal del Concilio Vaticano II fue su postura contra las relaciones históricas de la Iglesia con el poder y contra el poder de ella misma. De ahí que se insista en volver a ser una Iglesia centrada en el servicio y, en primer lugar, al ‘pueblo de Dios’. Ahora mismo vemos al Papa Francisco preocupado del servicio, lo que choca con los que quieren conservar el dominio de la Iglesia y, también, el suyo propio”. Dado que Chile vive un ciclo de polarizaciones y de debates tensos –incluso entre quienes tienen idearios similares–, le pedimos que se refiera a un tema central de toda Constitución, cual es el equilibrio entre el individuo y su comunidad.
Bentué cuenta con un doctorado en Teología con mención en religión protestante, creencia que, se dice, se enfoca más en el individuo –por ejemplo las constituciones de países nórdicos y anglosajones–, y conoce desde adentro el mundo católico al que pertenece, que se orientaría más a la comunidad, tal como las constituciones de origen grecolatino. Su respuesta tiene el peso de su trayectoria: “Es parte de mi curso esa tesis sociológica de Max Weber, quien observa que el desarrollo es mayor en los países protestantes. Eso tiene que ver con una hipótesis calvinista de que Dios ya ha predestinado a algunos por gracia. Haga uno lo que haga, su destino está marcado. Pero hay signos para saber si uno está entre los favorecidos: el éxito es señal de bendición”.
El teólogo agrega que ello fue especialmente central en la cultura de Estados Unidos: “Es lo que se llama ‘el Evangelio de la prosperidad’, según el cual el éxito en mis empresas, mis proyectos, refleja el favor divino, algo que se rechaza en el mundo católico; en el nuestro, el éxito es señal de nada. La nuestra es una ética de la solidaridad, no competitiva; para nosotros hay éxito si hay una relación correcta con los demás, y lo que importa es quién sirve mejor. Mi actividad no es a costa de los demás, ni contra los demás”.
Comenta Bentué que ello ha sido una línea de reflexión compartida con el rector Ignacio Sánchez: “Lo que debiera distinguir a la Universidad Católica es la calidad de su servicio, la importancia de incluir a los que no tienen recursos; de ahí la cantidad creciente de becas”.
Le preguntamos si considera que el servicio a la sociedad se podría considerar como un imperativo moral para el católico: “Exacto, y esto tiene mucha relevancia en un proceso constitucional: ¿Qué valores le darán sentido? ¿Qué tipo de seres humanos promovemos?”.
Comenta que en su curso siempre habla de tres objetivos, y que dice a sus alumnos que son “para la vida”. Los que también podrían ser referencia en un proceso constitucional: “Primero, ‘La Relación’, que implica apuntar a una mejor relación con los otros, conocerlos, para poder trabajar en equipo. Segundo, ‘La Expresión’, que significa expresar lo que somos para lograr relaciones transparentes y así avanzar hacia una comunidad verdadera. Tercero, ‘Reflexión’, es ir más allá de las apariencias, ejercer un pensamiento crítico que se pregunta por la verdad y busca un pensamiento que no es pasivo frente al mundo.
Le comento que Elicura Chihuailaf, en entrevista reciente para esta revista, se cuestionaba: “¿Y cuándo vamos a hablar de amor?”. Le pregunto si no debiera estar el amor dentro de la conversación constitucional y no solo la tolerancia.
Responde que “la naturaleza funciona por el poder del más fuerte; qué mala suerte ser cordero, qué bueno es ser león. En ese contexto, el hombre recurre a su inteligencia, pero eso no es lo propio del ser humano, la que además nos puede llevar a la autodestrucción con tecnologías cada vez más eficientes y peligrosas en sus luchas por el poder”.
En la pantalla del computador su rostro se acerca subrayando lo central de la idea: “Lo que falta es la conciencia de un sentido y, en el presente, desde la posmodernidad, como dice Gianni Vattimo, padecemos un vacío al respecto. Lo tenemos todo, pero tal vez para nada. Solo nos entretenemos. Ahora vemos que no basta con tener un poder sobre la naturaleza, y ante ello el cristiano toma conciencia de los otros y se pregunta: ‘qué vale la pena, qué es lo trascendente’; y ahí está el amor”.
Al respecto, Bentué se acuerda de su amigo, el siquiatra Ricardo Capponi: “Él hablaba del amor después del amor, decía que el amor instintivo dura unos cinco años y luego, en busca de un amor renovado, venía la pregunta de cómo profundizar en la relación, y hacer así posible la fidelidad si hay alternativas. Lo mismo vale para la sociedad. Nos preguntamos cómo actuar para que valga la pena esta sociedad y, frente a ello, qué nos humaniza y qué nos deshumaniza, cómo podemos vivir el amor al otro”.
VIAJE A UN TERRITORIO FÉRTIL
En los pasillos de la universidad, el teólogo Bentué es parte del paisaje humano, ya que forma parte de él desde hace cinco décadas. Pero no siempre estuvo ahí, es catalán y se formó en Francia, en la ciudad de Estrasburgo, justo en la frontera francoalemana.
Tiene vivas sus raíces y las recuerda con agrado: “Yo crecí en Gerona, en los años de la España franquista. Era una sociedad muy cerrada y Cataluña, por su frontera con Francia, siempre ha estado muy cerca de lo europeo. Estrasburgo está en el centro del continente, por eso es justamente la ciudad sede de la Unión Europea y aspira a ser su capital política. Me gustó ir allá a estudiar Teología, por su apertura. Su universidad tiene una gran tradición en esta disciplina, tanto que, siendo una facultad laica, es reconocida por el Vaticano. Otorga un título civil, lo que es algo excepcional en esta carrera. En lo religioso es muy interesante, en parte francesa y católica, y en parte alemana y protestante; incluso, fue la ciudad de Calvino. Hay un diálogo interreligioso en ella”.
Esa cultura atrajo al joven Bentué. Su interés iba por la Teología fundamental, la que justamente explora diálogos: el de frontera con el ateísmo, el interreligioso y el ecuménico, entre diferentes cristiandades.
Una vez licenciado se preguntó qué hacer en la España de entonces con un título de teólogo con esa formación. Entonces pensó que América Latina podría ser un territorio más fértil para cultivar su disciplina, mientras redactaba su tesis de doctorado: “Tenía unos amigos de Gerona que se habían trasladado a Chile, con cierto espíritu misionero, y me pareció buena idea venir por dos años. Tomé el barco, luego el tren de Buenos Aires a Mendoza y Los Andes, y así llegué a San Felipe en el tren trasandino. Crucial sería el obispo Enrique Alvear, el que valoró su trayectoria y le presentó al entonces decano de Teología en la Universidad Católica, Juan Ochagavía: “Por suerte o providencialmente, se retiró el profesor de Teología Fundamental, mi especialidad, y así entré. Aunque volví a Europa a terminar el doctorado, opté por Chile y regresé para siempre”.
Casado con chilena, padre de cuatro hijos y abuelo de seis nietos también chilenos, le interesa el destino del país, el que vive como si fuera propio. Como cabeza de familia, le planteamos si la Iglesia debilitada no ha sido capaz de cumplir su rol de formadora ética para estos tiempos: “El discurso cultural actual, con sus valores mercantiles de competencia, lo hace difícil. Eso es cierto. Porque, ¿qué entendemos por felicidad? Si se trata de acumular placeres, estamos mal. Eso lleva a la competencia por lograrlos, ya que me prometen que con ellos seré feliz; voy a competir, aunque sea robando un banco si no tengo mejores oportunidades, con tal de alcanzar esa felicidad. Es distinto si ella pasa por una conciencia de sentido; ahí nos preguntamos qué placeres tienen sentido y cuáles no, cómo construimos una sociedad más feliz, qué vale la pena y qué nos permite avanzar. Las evidencias fácticas, los datos, no aseguran que seamos más felices. El cristianismo original tenía eso claro, que el haber descubierto un sentido de vida hacía felices a los creyentes, incluso en pobreza. Ya lo decía la encíclica Gaudium et spes 31, que el futuro de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones futuras razones para vivir. O sea, un sentido de vida. Familias y educadores tenemos que motivar a los jóvenes para que su vida tenga sentido y ofrecerles vidas con sentido.
—En ese contexto, ¿cómo percibe la inclusión de los pueblos originarios en el proceso constitucional?
—Nosotros damos por sentado que es mejor nuestro modelo de desarrollo, pero el indígena puede no estar convencido de querer vivir de otra manera. Hay necesidad de mejores relaciones que nos permitan ver al otro, dialogar con el otro, descubrir cómo hacerlo, incluso con qué lenguaje. Ahora impulsamos una constitución porque queremos ser más felices, pero para ello, necesitamos crear una sociedad con sentido.
—¿Cómo aporta Fratelli tutti que, pareciera que, con nueva energía, nos llama a ese perfeccionamiento del mundo más solidario y fraterno?
—El título mismo lo dice. Es un llamado a una humanidad más fraterna, para todos y todas, menos competitiva y más relacional. Justamente, se refiere al peligro de los nacionalismos, los racismos, las eficiencias armamentistas, porque todo eso afecta las relaciones. La fraternidad universal, como ideal, consiste en ir contra todo lo que nos aleja de ella, contra lo que nos deshumaniza; ella nos acerca al cristianismo originario, crítico del poder.
Para Bentué, la relevancia del proceso constitucional es clara; porque, en su ideario, “la política misma es un elemento humano para tener mejores relaciones entre las personas”.