La Astronomía en Chile: brillar en el firmamento
Este texto no pretende ser un artículo de historia, sino más bien un ensayo que muestra, a través de la trayectoria de esta disciplina, las oportunidades que hemos perdido como país, pero que no podemos seguir dejando pasar. La inversión en ciencia y educación sigue siendo muy baja. Si no desarrollamos la capacidad de reacción necesaria, volveremos al modelo en el que no estaremos a la altura de los desafíos que el mundo nos pone por delante.
En el año 211 a.C., durante el saqueo que siguió a la toma de Siracusa por el ejército romano, el científico Arquímedes, cuyas máquinas de guerra habían contribuido a la defensa de su ciudad, fue asesinado. ¿Cómo seguiría la historia si los romanos hubieran sabido que, más allá de su sangrienta rivalidad con Cartago (con quien Siracusa estaba circunstancialmente aliada), el tesoro más valioso de esa ciudad estaba justamente en la mente de ese anciano?
Pese al crimen de haber ahogado a la civilización helenística, Roma construyó una organización socioeconómica que perduró casi 1.700 años desde ese magnicidio. Si la hubieran incorporado creativamente, quizás hoy la “lingua franca” serían el latín o el griego y habríamos llegado a la Luna en el primer milenio, y no en el segundo.
Los historiadores dirán, con gesto serio, que lo anterior es un pensamiento “contrafáctico”. Y tendrán razón. Aclaro entonces que no soy historiador y que este texto no pretende ser de historia. Soy un científico interesado en ella porque sus hechos, a veces, resultan de decisiones humanas. La miro como una motivación para hacer preguntas, con la esperanza de encontrar respuestas o al menos formular hipótesis que nos ayuden a construir hechos que hagan posible un futuro mejor.
Y para contrapesar el gesto serio parafraseo a Nicanor Parra diciendo “la historia morirá si no se la ofende”. Lo que sigue es, entonces, un texto antihistórico.
EL OBSERVATORIO ASTRONÓMICO NACIONAL
A mediados del siglo 19, el teniente de la Armada J. Gilliss impulsó en Estados Unidos la creación del Observatorio Naval (1844) y, luego, una campaña astronómica a Santiago (Dick, 2003). El gobierno de Chile se mostró interesado por esta expedición. Las presidencias de Manuel Bulnes y Manuel Montt les facilitaron su instalación en el cerro Santa Lucía, proporcionaron un profesor de matemáticas y dos de sus mejores alumnos para que asistieran con las observaciones, a la vez que aprendían astronomía y el uso de los instrumentos, además de entregar un centinela para protección.
También convino la compra de los equipos del Observatorio Naval que pasaron a constituir el Observatorio Astronómico Nacional de Chile (OAN). Su primer director fue Karl W. Moesta, un doctor en matemáticas alemán que llegó a los 25 años, en 1852, a tiempo para interactuar con los astrónomos estadounidenses antes de su partida (Keenan, Pinto y Álvarez, 1985).
Desde 1852, la historia del OAN estuvo marcada por traslados forzados por el crecimiento de la ciudad: a Quinta Normal, en 1862; a Lo Espejo, en 1911, y luego a cerro Calán, en 1963. En 1927, el OAN pasó de reportar directamente al Ministerio de Instrucción Pública a ser un instituto dentro de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.
Tanto Moesta como quienes lo sucedieron se quejaron por la inestabilidad del presupuesto, la falta de asistentes técnicamente competentes y la necesidad de tener que enseñar numerosos cursos para complementar su salario (Keenan, Pinto y Álvarez, 1985). Algunos de ellos sufrieron presiones administrativas y políticas, tanto internas como externas, posiblemente dirigidas al ministro o al mismo presidente.
En el caso de Friedrich Ristenpart, director del OAN entre 1908 y 1913, su destitución lo llevó al suicidio (Quintana y Salinas, 2004). Respecto de Federico Rutllant, que fue quien lideró el traslado al cerro Calán e inició los tratos que culminaron con la instalación de los observatorios estadounidenses en el norte chico, estos hechos condujeron a su renuncia a la Universidad de Chile, en 1963 (Keenan, Pinto y Álvarez, 1985). En ese largo siglo, decenas de alumnos tomaron cursos de astronomía e interactuaron con los directores y sus ayudantes. Estos produjeron publicaciones con afán docente que todavía están en los anaqueles de nuestras bibliotecas.
Se produjo un desarrollo tecnológico local en el área de la radioastronomía y campañas de observación exitosas con el resto del mundo. Sin embargo, también se realizaron miles de observaciones astrométricas que nunca fueron publicadas y se perdieron, centenares de placas tomadas y reveladas que no se midieron, observaciones publicadas en los Anales de la Universidad de Chile que quedaron lejos del alcance del resto del mundo, y que fueron relegadas definitivamente por la divulgación posterior de mayores y mejores catálogos de otros observatorios (Keenan, Pinto y Álvarez, 1985).
EL OBSERVATORIO MANUEL FOSTER
En 1903, otra expedición estadounidense llegó a Chile. Astrónomos del Lick Observatory, de la Universidad de California, iniciaron un proyecto astrofísico de cinco años para medir las velocidades de algunos miles de estrellas y así poder determinar la dirección de movimiento del Sol en la Vía Láctea. El telescopio, de casi un metro de diámetro, se instaló en el cerro San Cristóbal. Las observaciones fueron tan exitosas que la misión permaneció por casi 26 años. Ese telescopio fue el más grande y el único espectrógrafo por mucho tiempo en el hemisferio sur.
En 1929, el doctor Manuel Foster compró las instalaciones y se las donó a la Universidad Católica. El equipo de California permaneció un año más en Santiago para entrenar al joven alumno Rubén Toro, quien asumió como director interino hasta que la UC contrató al doctor Erich Heilmaier, en 1933 (Silva, 2019).
La incorporación del Observatorio Foster y de Rubén Toro como profesor de astronomía tuvo un impacto significativo. “En 1929, en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas hubo que clausurar rápidamente la matrícula para no exceder el número que puede atenderse debidamente en su formación científica” (Silva, 2019). El entusiasmo fue pasajero. Pese a que solo había en el mundo diez telescopios iguales o mayores que el Foster en ese momento, y a que hay registro de que se tomaron observaciones, no lo hay de actividad asociada a publicaciones profesionales, por décadas. Solo existen algunos artículos de Heilmaier en Revista Universitaria o Noticias Universidad, y algunas apariciones en prensa (Silva, 2019).
En 1948, posiblemente durante una aluminización del espejo, Rubén Toro sufrió un accidente que lo llevó a perder un ojo. La evidencia de la precariedad de las condiciones de trabajo llevó al director a suspender la actividad del Foster. Heilmaier reveló otro motivo más tarde: le pareció absurdo seguir acumulando placas espectroscópicas cuando no contaba con los recursos para reducirlas y extraer los datos que necesitaba para la investigación astrofísica. Así, seguiría trabajando muchos años con los registros ya adquiridos (Silva, 2019). Heilmaier jubiló en 1981, a los 74 años.
De sus 48 años en la UC quedan también un par de libros: uno sobre la visión (1952) y otro de apuntes de astrofísica (1978). El astrofísico que contrató la UC para reemplazarlo, Hernán Quintana, encontró un equipo incapaz de hacer una docencia de calidad, distanciado del estudiantado y desprestigiado entre sus colegas del Instituto de Física (UC, 1998).
LA CALIDAD DE NUESTROS CIELOS
A fines de los años 50, Federico Rutllant visitó los Estados Unidos para promocionar la calidad de los cielos de Chile y proponer la construcción de un observatorio interamericano. Su iniciativa se consolidó con el apoyo de la National Science Foundation y culminó con la construcción del observatorio del cerro Tololo, en 1967. A través del lobby de astrónomos de la UC y de la Universidad de Chile, un consorcio de países europeos (ESO) decidió instalarse en Chile, en el cerro La Silla (1965). En 1969 lo hará la Carnegie Institution, en el cerro Las Campanas. Durante los primeros años de actividad, astrónomos de esas instituciones viajaron semanalmente a Santiago para dar cursos de capacitación a sus colegas chilenos, en el uso del instrumental recientemente instalado. Los registros de publicaciones profesionales desde los años 70 en adelante muestran que este esfuerzo tuvo un impacto mínimo.
HECHOS DE LA ERA (MÁS) MODERNA
Treinta años atrás (1989), el Observatorio Astronómico Nacional cumplía 137 años y pertenecía hace 62 a la Universidad de Chile, el observatorio Foster cumplía 86 años y tenía 60 de pertenencia a la UC, y los observatorios del norte chico cumplían 20 o más años. En ese contexto, el país tenía solo 22 astrónomos adscritos a dos universidades, que bajarían a 20 al año siguiente (ver Gráfico de más arriba) y la mayoría de ellos no podía aprovechar las nuevas tecnologías.
Los de la UC podían acceder al observatorio del cerro Tololo solo por fuera del cupo chileno, que estaba reservado para la Universidad de Chile. Ninguno tenía paso especial a ESO, debiendo competir en un ilusorio pie de igualdad con los colegas europeos. El país no tenía licenciaturas específicas en astronomía, solo un magíster en la Universidad de Chile. El número de chilenos que accedía a un doctorado en astrofísica en todo el mundo era menor a uno por año y no había una sociedad profesional de astrónomos en el país.
Paralelamente, en esos 137 años habían sucedido muchos avances. Entre ellos, en 1912, Henrietta Leavitt descubrió la relación período-luminosidad de las estrellas cefeidas, en placas obtenidas con un pequeño telescopio en Perú, de las mismas Nubes de Magallanes, que para ese entonces habían pasado casi 22.000 noches por arriba de los telescopios del OAN. Ese descubrimiento posibilitó la medición de la Vía Láctea y nuestra posición en ella (Shapley, 1918), el descubrimiento de la estructura del universo en galaxias (Hubble, 1925) y de la expansión cósmica (Hubble, 1929).
En 1925, Cecilia Payne descubrió la composición química del Universo usando datos que podían obtenerse con el telescopio Foster. En esas décadas, Einstein propuso la Teoría de la Relatividad, otros desarrollaron la mecánica cuántica, descubrieron el núcleo atómico y las reacciones nucleares. Incluso con recursos pobres, con los instrumentos que teníamos a fines del siglo 19 y las primeras décadas del 20, en especial con el Foster, desde 1929, y el contacto con los colegas de California, podríamos haber hecho más. Algo falló y las oportunidades nos pasaron por delante.
ESPECULACIONES SOBRE ÉLITES Y NERDS
Hay una reflexión de Carl Sagan que me persigue desde que era estudiante de Licenciatura: “Un problema básico en el Tercer Mundo (político) es que las clases educadas tienden a ser los hijos de los ricos, interesados en el statu quo, o bien no acostumbrados a trabajar con sus manos o a poner en duda la sabiduría convencional. La ciencia se ha arraigado allí con mucha lentitud” (Sagan, 1980).
El ejemplo chileno parece demostrar que entre los entusiastas nerds extranjeros que pasaron sus vidas enteras en el país, y las élites locales que son mayoría en la academia, no ha habido una comunicación efectiva. Los científicos extranjeros no han llegado a pasarnos el mensaje de que la educación en ciencia es vital, mucho más que un divertimento intelectual para coronar un café o una cena. La lente de 16,5 cm de diámetro que trajo el teniente Gilliss, un hijo de la clase media, en su telescopio principal, fue la primera de tamaño y calidad significativa que se pulió en los Estados Unidos (año 1849). ¿No habrá sido eso, en parte, lo que permitió que esa nación llegara a la Luna 120 años después?
Mirando el gráfico anterior, uno se ilusiona. Pero ¿cambiamos el entorno realmente? Aunque Chile esté desarrollando su clase media a pasos agigantados, no veo a las élites de poder y económicas dispuestas a dar los pasos para convertirse en la vanguardia inteligente que necesitamos. La inversión en ciencia y educación del país sigue siendo muy baja. Estamos en una época en la que los cambios suceden a una velocidad creciente. Si no desarrollamos la capacidad de reacción necesaria, volveremos al modelo en el que dejaremos pasar las oportunidades que el mundo nos pone por delante.
Para leer más
- Dick, S. J. (2003). Sky and Ocean Joined: The US Naval Observatory 1830-2000. Cambridge: Cambridge University Press.
- Keenan, P. C., Pinto, S. y Álvarez, H. (1985). EL Observatorio Astronómico Nacional (1852-1965). Santiago: Centro de Estudios Humanísticos Universidad de Chile.
- Quintana, H. y Salinas, A. (2004). “Cuatro siglos de astronomía en Chile”. Revista Universitaria 83, p 53-60.
- Sagan, C. (1980). Cosmos.
- Silva, B. (2019). Espejos para las estrellas.
- SOCHIAS. (s.f.). Sociedad Chilena de Astronomía. Recuperado el 4 de abril de 2019, de Censo de profesores de astronomía en Chile: www.sochias.cl