plantación en las cercanías de Cañete, Chile, este tipo de plantación altera el cambio climático plantación en las cercanías de Cañete, Chile, este tipo de plantación altera el cambio climático
  • Revista Nº 156
  • Por Pablo Marquet

Especial

Cambio climático: todavía es posible de revertir

La evidencia científica es contundente: el calentamiento observado en el planeta es producto de la actividad humana y este tiene y tendrá un enorme impacto sobre el funcionamiento del sistema terrestre. Por ello, se debe propiciar un cambio radical en la forma en que se desarrollan las actividades agrícolas, ganaderas y forestales, y en cómo se genera energía para los procesos industriales. Hay que actuar ahora, con decisiones transformadoras.

Nuestro planeta está vivo. Todos sus componentes son esenciales para posibilitar la existencia, tal como la conocemos. Tiene una historia de profundos cambios asociados a las modificaciones que han sufrido los distintos componentes del denominado sistema terrestre: hidrósfera, geósfera, biósfera, atmósfera y criósfera.

La composición de la atmósfera, por ejemplo, ha cambiado repetidas veces a lo largo de sus más de 4.500 millones de años, desde una atmósfera reductora, con hidrógeno, helio, metano, amonio y agua, a una dominada por nitrógeno y oxígeno. Esta modificación en su composición es, en gran medida, producto de la vida y del surgimiento de grandes innovaciones biológicas como, por ejemplo, la fotosíntesis, que permite capturar la energía solar en compuestos ricos en carbono y transferir esta energía para alimentar a una gran diversidad de organismos y procesos biológicos que sustentan nuestra vida y hacen posible la existencia humana, incluyendo nuestros sistemas sociales y económicos.

Nuestra especie es producto de la evolución del planeta. Somos un fenómeno planetario y estamos insertos en la naturaleza. Este es un hecho de la causa que lleva consigo una serie de consecuencias. Entre otras, que todo aquello que hacemos en la Tierra tiene impactos sobre su funcionamiento y sobre nosotros. Qué más claro que la crisis climática que enfrentamos, que representa la consecuencia de nuestra manera de estar en el mundo.

A partir de la revolución industrial, asociada a la invención de las máquinas y procesos que funcionan con combustibles fósiles y, en particular, a su escala planetaria a partir de 1950, se produce lo que se denomina la gran aceleración en nuestra transformación del planeta y, como consecuencia, una profunda transformación en el ciclo del carbono. Este se acumula en forma de CO2 en nuestra atmósfera, junto con otros gases de efecto invernadero, como el óxido nitroso y el metano, y genera un calentamiento global que hasta la fecha se estima en 1 ºC. De hecho, las actuales concentraciones de carbono atmosférico son comparables a las experimentadas por nuestro planeta hace 2,5 millones de años. Durante ese tiempo, el Ártico era apreciablemente más cálido, con temperaturas que se estiman sobre los 15 ºC, y el nivel del mar era 20 metros más alto que en el presente. De no revertir esta situación, podemos enfrentar serias consecuencias en nuestro modo de vida.

fotografía muestra el polo ártico en un antes y después: con hielo y luego el derretimiento

El efecto invernadero: una verdad científica

Lo que sabemos respecto del cambio climático es parte de nuestro acervo científico y representa casi doscientos años de investigación interdisciplinaria. Desde que Joseph Fourier, el gran matemático y físico francés, postulara en 1837 que el clima de la Tierra era determinado por el balance entre la energía solar que entra y la que se refleja. Esta idea, que fue elaborada en 1838 por Claude Pouillet, llevó a afirmar que la absorción del calor en la atmósfera hace posible que esta tenga una temperatura mucho mayor, que se estima en 15 ºC.

Posteriormente, en 1856, la estadounidense Eunice Foot planteó que la atmósfera juega un rol relevante en el clima y que los gases que ella contiene son los que absorben el calor. La científica y activista demostró con sus experimentos que el vapor de agua y el CO2 son capaces de absorber el calor.

Sin embargo, como sucede demasiado a menudo, este descubrimiento se le atribuyó al físico irlandés John Tyndall, quien en 1865 midió la absorción de calor de distintos gases, incluidos el CO2 y el vapor de agua, y señaló su importancia en la temperatura y en el clima de la Tierra.

Así, Tyndall junto a Eunice Foot sentaron las bases de lo que ahora denominamos efecto invernadero: el calentamiento de nuestra atmósfera producto de la absorción de la energía solar reflejada por la tierra y el océano, en los gases que la componen, principalmente dióxido carbónico (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (NO2). El efecto invernadero, que se conoce hace 163 años, ha sido medido en la atmósfera y reproducido en el laboratorio, por lo que constituye una verdad científica indiscutible. En el mismo tiempo en que se sentaban las bases científicas del concepto anterior, Louis Agassiz sugirió (en 1840) que grandes extensiones de los continentes del hemisferio norte han estado cubiertas por masas de hielo o glaciares, cuyo movimiento ha quedado “registrado” en la forma de los valles y en las rocas.

En Suecia, Gerhard De Geer realizó un gran descubrimiento, la posibilidad de datar eventos geológicos a través del estudio de los sedimentos lacustres. Esto permitió darnos cuenta de que la última era glacial terminó hace 10.000 años y constatar que el clima cambió durante la historia de la Tierra. La hipótesis que prevalecía en estos tiempos le atribuía un rol dominante a las modificaciones en la elipticidad de la órbita terrestre. Sin embargo, el físico y meteorólogo sueco Svante Arrhenius se dio cuenta de la existencia de mecanismos de retroalimentación que podrían dar cuenta de cambios en el clima. En particular, señaló que el calentamiento de la atmósfera a causa de un incremento en CO2 generará que se eleve también el vapor de agua, producto de una mayor evaporación, lo cual, a su vez, causaría mayor calentamiento. Lo contrario, el enfriamiento, pasaría si decreciera la concentración de CO2. Para demostrar esto, Arrhenius tuvo que hacer mediciones precisas del efecto invernadero.

Arrhenius realizó estos cálculos en el año 1896 y cuantificó por primera vez el cambio esperado en la temperatura para incrementos y decrecimientos de las concentraciones de CO2 en la atmósfera (desde 0,67 a 3 veces el nivel basal). Uno de sus descubrimientos fue que si doblamos la cantidad de CO2 en la atmósfera, la temperatura se incrementaría en 5,7 ºC. Además, exploró la posibilidad de que las emisones humanas de CO2 pudieran causar un calentamiento global, pero estimó que gran parte de las emisiones debieran ser removidas por disolución en el océano.

Un planeta que se derrite.

Un planeta que se derrite.

El hielo en el Mar de Beaufort, frente al Océano Ártico, sufrió fracturas y rupturas significativas a mediados de abril de 2016 y no a fines de mayo, cuando esto suele ocurrir. Los especialistas en hielo de la NASA atribuyen el cambio a temperaturas del aire inusualmente cálidas durante los primeros meses del año y a los fuertes vientos causados por un sistema de alta presión estancado en el área. La imagen de la izquierda es de abril de 2015 y la otra de un año después. Fotografías U.S.Geological Survey (USGS) Landsat Missions Gallery; “Beaufort Sea ice experiences unusually early breakup”; Departamento del Interior de EE.UU. / USGS y NASA.

Sin embargo, no contempló que las emisiones de CO2 se incrementarían rápidamente y que el CO2 puede permanecer por más de cien años en la atmósfera, por lo que solo el 20% de las emisiones de CO2, desde el comienzo de la revolución industrial hace más de 150 años, se han disuelto en el océano. En consecuencia, su acumulación podría llevarnos a un calentamiento progresivo. Tuvieron que pasar más de 100 años hasta que los descubrimientos de Arrhenius fueran tomados seriamente. Esto se produjo una vez que fuimos capaces de medir la concentración y la acumulación del CO2 en la atmósfera. Esto sucedió en 1958, cuando Charles Keeling desarrolló un método para calcularla y demostró que este se incrementaba debido al uso de combustibles fósiles.

Un mayor conocimiento del ciclo del carbono nos ha permitido realizar las primeras proyecciones de la acumulación de este en la atmósfera y, por lo tanto, del calentamiento del planeta. Así se ha comprendido, por ejemplo, la bomba biológica en el océano por medio de la cual los microorganismos fotosintetizadores capturan carbono, el cual luego es depositado en las profundidades del mar. También el rol de la deforestación en generar los grandes flujos del carbono, que estaba capturado en los árboles, hacia la atmósfera.

Junto a estos avances científicos, hubo desarrollos tecnológicos claves, como el lanzamiento de los primeros satélites de observación metereológica en la década de los 60 y la elaboración de computadores que permitieron modelar el clima global. El surgimiento del movimiento ambiental en la década de los 70, asociado al reconocimiento de la disminución de la capa de ozono y la lluvia ácida, llevó a una evaluación de los problemas ambientales globales.

En 1970 y 1971 se realizaron estudios en preparación de la conferencia de las Naciones Unidas de 1972, acerca de la humanidad y el ambiente, que pusieron el acento en el impacto del hombre sobre el clima y en el relevamiento de los problemas ambientales, entre los cuales figura la amenaza del calentamiento del planeta. La necesidad de contar con una evaluación exhaustiva y coordinada al respecto se materializó con la creación de distintos foros, informes y convenciones que desembocaron en la creación, en 1988, del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), bajo el auspicio del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente (UNEP, por sus siglas en inglés) y de la Organización Metereológica Mundial (WMO, por sus siglas en inglés).

El IPCC elabora evaluaciones periódicas sobre la evidencia científica respecto del cambio climático, sus bases físicas, sus implicancias y futuros riesgos, así como la identificación de opciones de mitigación y adaptación. El primer reporte del IPCC en 1990 fue discutido en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en esta se acordó generar una propuesta para la implementación de una Convención Marco para el Cambio Climático (FCCC, por sus siglas en inglés) para ser evaluada en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Ambiente y el Desarrollo o Cumbre de la Tierra, que se realizó en Río de Janeiro (en 1992). La propuesta fue adoptada y entró en vigencia en 1994, estipulando que los países signatarios se reunirían anualmente (en asambleas conocidas como Conference of the Parties o COP) para evaluar los progresos en las medidas para lidiar con el cambio climático, la primera de las cuales tuvo lugar en Berlín en 1995. Desde esa fecha, se han implementado distintos mecanismos para fomentar la acción colectiva de los países con el fin de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Desde el fallido protocolo de Kioto en la COP3 hasta el Acuerdo de París en la COP21, cuyo objetivo es asegurar un calentamiento bajo los 2 ºC y hacer esfuerzos para que este sea, a lo más, de 1.5 ºC, las naciones han sido llamadas a tomar acciones antes del 2020.

La COP25 que se llevará a cabo en Chile puede marcar un hito para tomar acciones concretas respecto del calentamiento del planeta y la crisis climática que enfrentamos. Es tiempo de actuar y de adoptar decisiones relevantes y transformadoras.

Gráfico que muestra la contaminación desde la revolución industrial

Un desafío Mayúsculo

El cambio climático es una de las mayores amenazas que enfrenta la sociedad moderna y es un enorme desafío social, científico, técnico, político, ético y filosófico. Es una oportunidad para pensar el fenómeno humano, de constatar que somos parte de los ciclos naturales y que los cambios que generamos en ellos ya nos están afectando, y que podrían impactar muy severamente los soportes que hacen posible nuestra calidad de vida en el planeta.

Es tiempo de reflexionar sobre las problemáticas que tiene la sociedad actual. De entender cabalmente el fenómeno del cambio climático. La crisis ambiental se puede revertir, pero para ello se requieren acciones a nivel individual, como modificar nuestros hábitos de consumo, a nivel de las empresas y los gobiernos; se requiere migrar hacia una matriz productiva neutral en carbono; fomentar una agricultura que minimice el uso de fertilizantes nitrogenados y limite así las emisiones de óxido nitroso; desarrollar una ganadería que reduzca las emisiones de metano y propiciar una empresa forestal que potencie la captura y secuestro de carbono, y minimice sus efectos sobre el ciclo del agua y los incendios forestales.

Parte de la respuesta está en las llamadas soluciones basadas en la naturaleza. Estas implican un gran desafío tecnológico y, sobre todo, cultural. Tenemos que propiciar un cambio radical en la manera en que desarrollamos nuestras actividades agrícolas, ganaderas y forestales, y en cómo generamos energía para nuestros procesos industriales.

Somos parte de la naturaleza y como cualquier otra especie, nuestro destino está unido al del planeta Tierra. Esperamos que este hito de la COP25, que ya se aproxima, sirva al propósito de comunicar el desafío global que el cambio climático significa para Chile y, en especial, de cómo podemos mitigar sus efectos, y adaptarnos a aquello que no podemos reducir. Eso implica conocer cuáles son los probables escenarios futuros e impactos del cambio climático sobre nuestra economía, infraestructura, seguridad alimentaria, acceso a recursos fundamentales como el agua, los recursos marinos y las contribuciones que los ecosistemas nos proveen, y que permiten que podamos seguir prosperando como sociedad.

Tiempo de cambio.

Tiempo de cambio.

Debemos modificar la forma en que generamos energía para nuestros procesos industriales. Es tiempo de reflexionar sobre la existencia humana, de constatar que somos parte de los ciclos naturales y que los cambios que generamos en ellos ya nos están afectando.