Catherine Cesarsky: un astro en tierra de hombres
La primera mujer directora general de ESO (European Southern Observatory), Catherine Cesarsky, fue decisiva para terminar de instalar en Chile los cuatro telescopios gigantes (VLT), impulsar el proyecto ALMA e iniciar el plan para crear “el mayor ojo del mundo” (ELT). Esta serie de hitos posicionó a Chile como el país líder de la astronomía mundial. Sin embargo, su trayectoria no fue fácil: el cielo estaba reservado a lo masculino.
En la carrera celestial, el gran proyecto ELT –Extremely Large Telescope o Telescopio Extremadamente Grande– fue clave para que los europeos tomaran la delantera y un refuerzo al prestigio científico y tecnoindustrial del Viejo Mundo. Este avance se debe, en gran parte, a una mujer que siendo una niña inquieta y brillante le preguntó a un profesor cuál era la mejor escuela de ciencias de Francia, a lo que este respondió que la Politécnica. Ella le dijo entonces que allá quería ir. Él sonrió y afirmó: “En la Escuela Politécnica no hay chicas”.
Nacida en Francia, Catherine Cesarsky se formó en Argentina –fue en Buenos Aires, en los años 50, donde se produjo ese hiriente diálogo que marcó su destino–. Aunque el vecino país se caracterizaba por tener un ambiente muy masculino, ella logró estudiar ciencias exactas. Este fue el inicio de una larga trayectoria que, en años recientes y gracias a los cielos de Atacama, ha podido abrir un espacio apto para conocer planetas extrasolares, la formación de galaxias y la energía oscura. Áreas que han sido la obsesión de la astronomía desde hace varias décadas.
Con una personalidad porteña que le facilitó el camino – llegó a Buenos Aires de dos años y medio–, no se altera al ver que el hotel donde nos recibe, en Vitacura, está rodeado de adolescentes fanáticos de la música k-pop. Le divierte saber que Chile es líder en América Latina de esta tendencia surcoreana que tiene aquí miles de seguidores: “Vivimos en un mundo pequeño”, ironiza.
OJO CON ESA MUJER
A sus 76 años, es dueña de una serenidad a toda prueba y de un humor a flor de labios. Atributos muy útiles para su carrera abundante en roces, tensiones y puntos de quiebre. Como cuando todavía se llamaba Catherine Gattegno y estaba de novia de un compañero llamado Diego Cesarsky; tras equipar un departamento en Buenos Aires para iniciar una nueva vida, el mismo día del matrimonio les llegó la respuesta de Harvard para doctorarse: los dos habían sido aceptados. Apenas tuvieron tiempo para regalar y vender sus cosas y partir a la carrera. Aunque, recuerda, todo era turbulento por entonces. “En lo académico estábamos bien preparados por los profesores de Física de la Universidad de Buenos Aires. Hacia ellos siento una enorme gratitud. Pero pasar de las callecitas de Buenos Aires al impresionante mundo de Harvard, a una unidad de solo dos mujeres, fue un cambio muy brusco”, recuerda.
El traslado se concretó en los agitados años 60, década en la que se desarrollaron muchas manifestaciones, en especial por la guerra de Vietnam. Ellos con el pelo largo y ellas con flores: “Nosotros iniciamos un movimiento diferente al resto, marchábamos porque la universidad tenía sus telescopios en Sudáfrica, el país del apartheid, lo que nos parecía inaceptable. A una amiga francesa activista la echaron”, cuenta.
—¿El feminismo ya estaba presente?
—Leí cuanto libro encontré del tema, apoyé grupos y lo he venido haciendo desde entonces, porque los problemas se vivían a diario. Aunque Diego compartía las tareas domésticas, yo hacía mucho más que él.
Además de lo anterior, Catherine tuvo que soportar abusos en el ámbito académico: “El responsable fue el tutor de mi tesis, quien preparaba la publicación de trabajos míos sin mi firma. Lo logré atajar, pero tuve que buscar a otro en Princeton, lo que fue mejor para mí, porque en teoría esta era la mejor universidad junto con Cambridge. Con el nuevo tutor, que era un poco mayor que yo y muy apasionado, discutíamos mucho y con eso aprendí el triple”.
—De ahí partieron a California, al medio de una revolución cultural…
—Eso pasaba más bien en Berkeley, San Francisco, pero nosotros nos postdoctoramos en el Instituto de Tecnología de California, el Caltech, que está en Pasadena; allá todo era muy tranquilo y de excelente nivel, con varios premios Nobel en Física. Eso sí, casi sin mujeres alumnas –una bióloga y yo– y solo una profesora de Literatura. Reinaba el machismo a tal grado que un profesor citaba a conversar en un bar topless, un ejemplo que seguían otros; sin marido habría sido muy difícil para mí vivir esta experiencia. A mi amiga la molestaron bastante, porque era previsible que te arrinconaran en un pasillo y un candidato al Nobel te besara en la boca, como si nada.
Lo que pareció poco natural en ese ambiente fue que se embarazara. Ahí trataron de sacarla. Entre tres estudiantes –que siguen amigas íntimas hasta hoy– se apoyaron y, luego, respaldaron al resto de las mujeres de la unidad. “Hicimos un estudio sobre el trato abusivo a las secretarias, con estadísticas y eso se logró publicar, lo que fue un avance”, confiesa.
Su retorno a Argentina, en 1973, coincidió con el regreso definitivo del expresidente Juan Domingo Perón, hecho que generó un choque brutal entre facciones conocido como “La masacre de Ezeiza”, porque dejó trece muertos y más de 300 heridos. Fue el inicio de muchos años turbulentos en ese país. Por lo mismo, siguieron su viaje a Francia.
—¿Su marido no ha debido hacer renuncias, por sus altos cargos y desplazamientos?
—Él no ha sacrificado nada. Incluso, en ese momento le habría sido más difícil porque era yo la de nacionalidad francesa, aunque era él quien más deseaba estar allá. Hemos hecho carreras paralelas, él a su medida –es muy trabajólico, incluyendo fines de semana– y yo a la mía, más ambiciosa.
TIEMPO DE ESTRELLAS
Al poco tiempo, gracias a su gran currículo, Catherine Cesarsky estaba a cargo de la Dirección de Ciencias de la Materia (DSM) en el Centre d’Études Nucléaires de Saclay, Francia, un equipo de tres mil personas de alto nivel dedicado a estudiar el planeta desde la física, la química y la geofísica.
—Como astrónoma que evalúa cuerpos celestes con frecuencia, ¿cómo ve la Tierra? ¿Qué le parecería si usted la hubiera descubierto?
—Es una cosa frágil. Y es un milagro de la naturaleza que esté justo donde está. También la Luna o el planeta Júpiter con su forma, todo coincide a la perfección para que sea como es. Tanto así, que sin ese orden preciso no estaríamos aquí.
—Trabajar con “los mejores climatólogos de los años 70 y 80”, ¿le hizo tomar conciencia de esa fragilidad terrestre?
—Ellos sabían lo que se venía, los ciclos, el calentamiento global, el Antropoceno. Es mi mayor problema, no por la Tierra, sino por el futuro de la humanidad; yo pensaba mucho en mis nietos, al grado de no poder dormir a veces. Ya llegó el cambio, incluso para mis dos hijos, para todo el mundo, y se ve en imágenes de la Tierra, incluso desde lejos.
—¿Qué le parece la vida en la Tierra como fenómeno?
—Fred Hoyle diría que las chances de que se generara vida aquí eran tan mínimas, que debía haber empezado en otros lados y después llegó acá, lo que puede ser cierto. Pero es muy difícil decirlo en términos de porcentaje de posibilidades, porque cada vez se encuentra más y más vida aquí en condiciones más extremas, en desiertos y hielos.
DE CHILE A SUDÁFRICA
Como presidenta de la Unión Astronómica Internacional (UAI), tiene una visión panorámica de los polos mundiales en el desarrollo de su disciplina, lo que le permite comparar realidades. Así, no considera que Chile debiera tener telescopios propios, como es la estrategia de Sudáfrica: “Con tener el 10% del tiempo de observación de todos los grandes, Chile no necesita más. En Sudáfrica soy yo quien lidera el proyecto South African Astronomical Observatory (SAAO), que es un centro nacional de astronomía óptica e infrarroja, lo conozco bien, pero es muy distinta esa realidad, incluso son otro tipo de telescopios. Aquí, en cambio, vienen y vendrán todos: los japoneses, los chinos, ustedes no necesitan nada más”.
Se entusiasma y agrega: “El Llano de Chajnantor tan seco, tan alto y a más de 15 kilómetros de distancia de cualquier actividad humana, de inmediato comenzó a entregar resultados extraordinarios”.
—¿Cuáles, diría usted, son los resultados más interesantes entregados por los observatorios nuevos?
—Cuando me tocó organizar la construcción de ALMA y era necesario interesar a más países para poder financiarlo, yo les decía que con él podríamos saber cómo se forman los planetas, desde ese disco de gas y polvo que comienza a aparecer alrededor de una estrella. Yo les hacía un dibujito y fue algo pasmoso cuando finalmente comenzó a funcionar, y pudimos ver que las imágenes eran iguales al dibujo. Lo que no sabíamos es que ese proceso comienza cuando las estrellas son muy jóvenes. Fue un gran descubrimiento.
—¿Cuál otro descubrimiento destacaría?
—La formación de las galaxias. Se creía que al principio todo era hidrógeno y la atracción gravitacional iba actuando para formar estrellas y galaxias pequeñas. Luego las grandes se unían por la aglutinación de las pequeñas. Todo constituido por hidrógeno y carbono en las estrellas, llevado por el gas interestelar –que es lo que produce los granitos que vemos en las nubes–. Pero pudimos hacer preguntas nuevas: ¿Era todo más transparente en los inicios del proceso, cuando las nubes no tenían esos granitos?… ALMA nos fue mostrando galaxias tan luminosas que pudimos ver su origen, ver que había algunas muy tempranas en la vida del Universo, que formaban nubes interestelares. No era una secuencia como se creía.
—Aquí en Chile se repite que tenemos el 70% de la capacidad de los observatorios del mundo: ¿Es tan así considerando el desarrollo en Hawái o en las Islas Canarias?
—Es que hay diferentes frecuencias de ondas. La radioastronomía necesita un ambiente de pocas radios en el aire, no tiene que ser un entorno tan seco y transparente, porque cada uno aporta distintas cosas. A mí me interesa ahora, como presidenta de la UAI, el Square Kilometer Array de Australia y Sudáfrica, formado por miles de antenas parabólicas, para generar otra clase de información y a gran velocidad; será algo complementario a ALMA. Después se sumaron varios otros países: Alemania, Holanda, India, China, menos Estados Unidos que quiere hacer algo propio.
—La Unión Astronómica Internacional, que ahora en julio cumple cien años, nunca ha realizado una asamblea en Chile ¿A qué se debe?
—Se han realizado en otros países de América Latina, en Argentina y Brasil, pero Chile nunca se ha ofrecido; en todo caso, es caro de organizar.
—La UAI escoge o aprueba los nombres de los nuevos cuerpos celestes descubiertos. ¿Es cierto que esto se abrirá a una mayor participación?
—Entiendo que es así porque hay tema para todos. Piense que conocemos apenas el 4% del total, considerando materia y energía. El resto sabemos que está ahí por atracción gravitacional y la llamamos materia oscura porque no emite ni absorbe luz y no interactúa con ella. Se espera que desde Chile se logre aclarar esa realidad desconocida, la que provoca algo tan importante como la expansión del universo sin que sepamos, todavía, qué es y cómo es.
—Y para Chile, ¿cómo ve su tema energético?
—Aquí es muy diferente porque el sol del norte no es intermitente, Chile es el mejor país del mundo para la energía solar. También en la hidráulica ustedes tienen ventajas, aquí hay oposición por lo que desfigura a la naturaleza, es cierto, pero si tuviera que dar un consejo diría que debieran tener ciencia propia en lo solar, no ir a buscarla a China o a otra parte.
Con su perspectiva, tan amplia, no duda en señalar que las dos áreas de la ciencia que conoce bien, la astronomía y la energía solar, son obligatorias en el desarrollo científico nacional, por los privilegios del país. Por todo eso no duda que seguirá viniendo a Chile, más
Un camino estelar
Catherine Cesarsky es licenciada en Ciencias Físicas de la Universidad de Buenos Aires; investigadora del Instituto Argentino de Radioastronomía (1965-1966); doctora en Astronomía por la U. de Harvard (1966-1971) y Research Fellow en el Instituto de Tecnología de California (1971-1974), en Estados Unidos. Luego, en Francia ingresó al Servicio de Astrofísica de la Dirección de Ciencias de la Materia del Centre d’Études Nucléaires de Saclay, en el cual llegó a ser directora (1994-1999).
Entre 1999 y 2007 fue directora general de la ESO y, en paralelo, la investigadora principal del ISOCAM. Esta es una cámara que estuvo a bordo del Observatorio Espacial Infrarrojo, el más sensible en su tipo en la historia de la astronomía, operado por la Agencia Espacial Europea (ESA) hasta 1998. El año 2006 fue la primera mujer electa presidenta de la Unión Astronómica Internacional (2006-2009).
En los primeros años de su carrera se dedicó al estudio de la composición y propagación de los rayos cósmicos galácticos, la materia y campos del medio interestelar, y la aceleración de partículas en situaciones astrofísicas, aunque en los años 90 derivó a lo que sería su mayor aporte, la astronomía infrarroja. Esta ha permitido conocer mejor la formación de estrellas y la evolución de las galaxias, ámbito al que llegó desde el European Southern Observatory (ESO) y la acercó a Chile.