Cecilia García-Huidobro: “la memoria es contemporánea, no algo arqueológico”
Con una extensa carrera de investigación en torno a escritores locales, la académica y periodista plantea aquí el rol central de la lectura en su vida y destaca los referentes que han marcado su trayectoria. Quien fuera directora de la Revista Universitaria y editora de la Revista de Libros de El Mercurio también reflexiona sobre los desafíos que enfrenta hoy el periodismo cultural, cuyo imperativo consiste, afirma, en la reinvención urgente.
No fui una lectora temprana. De niña vivía en Santiago, pero pasaba los veranos y parte de mis tiempos libres en el campo, lo que fue un privilegio. Es un lugar de una libertad imposible de encontrar en la ciudad. Presenciaba los nacimientos y las muertes de los caballos: puras imágenes muy narrativas. No creo que haya habido un libro que pudiera competir con eso.
Me gustaba hurgar en lo que no se veía, indagar en los intersticios del mundo adulto. Entonces –tendría unos 12 años– encontré el libro Por quién doblan las campanas y me puse a leerlo. Fue un texto que me marcó. Pasé de ese mundo libre a este otro territorio, que fue la lectura. Empecé a encontrar caballos naciendo y muriendo, pero convertidos en metáforas.
Las mujeres me impresionaron. En el mundo que veía, ellas no tenían ese rol. Hay una joven que en la novela se enamora de un norteamericano que ha venido a volar un puente. Claro, yo también era esa joven: es esa posibilidad de vivir vidas que uno no ha vivido ni va a vivir.
LOS MAESTROS
Terminé el colegio a los 16 años y, por lo tanto, a los 14 ya se me pedía que me definiera. Mi papá dijo: “No me gustaría que estudiaras Periodismo”. Con mayor razón entonces pensé: “Voy a estudiar Periodismo aunque sea lo último que haga”. Él no supo que era una provocación. Cuando postulé, la Escuela de Periodismo de la Católica no tuvo admisión. Entonces, entré a estudiar Literatura pensando en cambiarme. Finalmente, hice carreras paralelas.
Nunca fui una buena alumna. Siempre me distraía en el camino. Pero fue maravilloso entrar a la universidad. Ahí encontré un lugar donde me sentí cómoda.
En general, todos tenemos maestros. Yo los tuve: Hernán Godoy, profesor de Sociología, y Alfonso Calderón, de la Escuela de Periodismo. Me hicieron resignificar la memoria; entender que la memoria es contemporánea y es proyección, no algo arqueológico. Eso ha marcado mi trabajo. Y encontré en el periodismo cultural el espacio donde confluían las dos cosas: el periodismo y la literatura.
Una vez que busqué referentes femeninos, ya tenía inoculado el mal de los papeles viejos. He ido admirando a muchas mujeres. Por ejemplo, a Lenka Franulic, quien colaboró en la creación de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile y el Círculo de Periodistas. Tradujo a varios autores. Tiene Cien escritores contemporáneos (1940), un libro importante en la época que prácticamente introdujo a los grandes escritores norteamericanos en Chile.
LAS REVISTAS
La Revista Universitaria para mí significó mucho. Cuando uno es joven, se tiene un diagnóstico crítico del acontecer. Estamos hablando de los años 80: un momento bastante complejo, especialmente en el campo cultural y comunicacional. Y de repente me encontré situada en un lugar de acción.
Me propuse hacer una revista entendiendo que había dos ejes tomados del nombre: la revista, que es una segunda mirada, y la universidad, donde hay distintas perspectivas disciplinarias. Me pareció que había que evitar la idea de que la universidad está encapsulada y estudia tanto que, finalmente, significa hablar entre 10 personas.
En la Revista de Libros también traté de dar diversidad. Había cosas que yo compartía, como su énfasis en la literatura chilena, aunque me pareció que tampoco había que excederse en eso para no ser provincianos. Quise otorgar pluralidad.
El destino de las revistas es reinventarse o morir. Decir reinventarse significa probar formatos que probablemente ahora ni siquiera imaginamos. En este momento, veo en Chile un fenómeno interesante desde la perspectiva del periodismo cultural, y es que las instituciones están haciendo buenas revistas. Se han hecho cargo, dado que, de acuerdo al modelo de negocio, no son sustentables.
DONOSO IN PROGRESS
Inicialmente, accedí a José Donoso en ese cruce entre periodismo y literatura. Hice una recopilación que al final fueron dos libros con sus artículos periodísticos y sus crónicas.
A veces hay una escisión entre lo que un escritor publica como creación y, luego, lo que se supone que escribe, a veces para pagar la cuenta de la luz, en una revista. Como que son dos cosas esquizofrénicamente distintas. Ajenas: esa sería la palabra. Yo dije: “Me resisto a esa oposición”. Luego me involucré más y caí en el archivo. Mi fascinación son los archivos. Trabajo en el de José Donoso, concretamente. Acaba de salir el tomo dos de sus diarios íntimos: Diarios centrales. A season in hell. Queda todavía el tomo tres. Y el archivo tiene muchas otras cosas.
Durante el estallido releí imaginariamente El obsceno pájaro de la noche. Sentí que esta era una versión 2.0 o 5.4 de la metáfora sobre lo que somos como sociedad en esa ambigüedad de lo monstruoso. Si recordamos cómo termina El obsceno pájaro…, el personaje del Mudito se va al Mapocho y se desarma. Esta sociedad, que parecía tan armada, tenía dentro de ella su propio desarme, su propia negación: una compulsión de disolución. Y eso no sabemos cuándo va a desaparecer.