• Revista Nº 168
  • Por Roberto Méndez
  • Ilustración Amanda Rodríguez

Especial

Chile en su peak migratorio

El flujo de caminantes se torna incesante. Este fenómeno que se vive desde mediados de la década pasada no tiene antecedentes en la historia, desde la perspectiva de la cantidad de personas que arriban, mucho menos en la velocidad con que esto se produce. En un periodo no superior a 5 años se ha incorporado a nuestro país un grupo que representa ya el 7,5% de la población y cerca del 10% de la fuerza de trabajo.

El fenómeno de la migración hacia Chile se ha transformado en un tema de alta preocupación para la población, el Gobierno y también el mundo académico relacionado con las políticas públicas. Tampoco ha pasado desapercibido el efecto que el conflicto tiene sobre el proceso político, ya evidente en las últimas elecciones.

La migración constituye un hecho social de magnitud, un fenómeno que ha sido materia de estudio para las ciencias sociales, con miradas bastante diversas (cuando no divergentes) tanto sobre el diagnóstico del fenómeno como de las políticas públicas más apropiadas para enfrentarlo. Una ola migratoria del tamaño y velocidad de lo que ha experimentado este país en los últimos años afecta a la sociedad completa. Sería inverosímil esperar que no ocurran efectos económicos, laborales, de convivencia social o políticos y, desde luego, que no emerjan graves conflictos éticos y de derechos humanos. Ya los hemos experimentado.

LA OLA MIGRATORIA

El número de extranjeros residiendo en el país está bien documentado en los censos de población que se han realizado regularmente en Chile desde 1854, cuando recién inaugurábamos la república. Con algunos tropiezos, los datos existen hasta el último Censo (2017), además de una más reciente estimación realizada por el INE junto al Departamento de Extranjería y Migración (DEM) a diciembre de 2020.

El fenómeno migratorio que vive Chile desde mediados de la década recién pasada no tiene antecedentes en nuestra historia; no lo tiene desde la perspectiva de la cantidad de personas que arriban, mucho menos en la velocidad con que esto se produce.

Al observar la serie histórica conviene detenerse, más atrás, en el primer fenómeno migratorio que vivió Chile a partir de 1870 y se prolongó hasta inicios del siglo XX. Los gobiernos de la época, especialmente los liderados por los presidentes Aníbal Pinto, Domingo Santa María y José Manuel Balmaceda patrocinaron importantes inmigraciones de alemanes, croatas, italianos y españoles. Además, en la primera década del siglo XX ingresó un importante contingente de origen palestino, que llegó a formar el más importante grupo de esa procedencia fuera del Oriente Medio. Producto de todo lo anterior y, tal como puede apreciarse en los datos, en el Censo de 1907 la población extranjera residente en Chile significaba un 4,1% de la población (hoy es 7,5%). Sin embargo, esta proporción de inmigrantes fue disminuyendo progresivamente por todo el resto del siglo XX, hasta que la tendencia se revirtiera súbitamente en este siglo, en los últimos 5 años.

En lo más reciente, desde fines de 2017 a fines de 2020 se aprecia un flujo inmigrante superior a 200.000 ingresos por año. Esto, aun considerando que la llegada se frena bruscamente en 2020, probablemente por efectos de la pandemia. En un periodo no superior a 5 años se ha incorporado a nuestro país un grupo que representa ya el 7,5% de la población y cerca del 10% de la fuerza de trabajo (Banco Central de Chile).

Abrir o cerrar la puerta

Abrir o cerrar la puerta

Como muchas de las solicitudes de refugio no se registran ni tramitan, es difícil saber cuántos migrantes llegan a Chile buscando asilo. Sin embargo, hay documentos que advierten una situación crítica. Una minuta estadística elaborada por el Servicio Nacional de Migraciones en agosto de 2021 muestra que el gobierno de Piñera recibió el año pasado 1.359 solicitudes de refugio y solo se otorgaron 14.

SEÑALES DE HOSTILIDAD

A pesar de la repentina intensidad del fenómeno migratorio hacia Chile en los últimos años, el número total de extranjeros viviendo en el país es hoy todavía relativamente bajo en comparación con países desarrollados en otras latitudes.

Según la ONU, en Estados Unidos los extranjeros representan más del 15% de la población, en España, el 13%, en Italia 10% y en Suecia sobre el 17% de sus habitantes.

La Encuesta Bicentenario UC, de periodicidad anual, incluyó por primera vez en 2017 el aspecto migratorio en sus contenidos y lo ha repetido anualmente hasta el presente. Ya en la primera medición, hace cuatro años, llamó la atención el alto nivel percibido de “conflicto entre chilenos e inmigrantes”.

Para quienes analizamos en 2017 el sorpresivo resultado de la primera consulta sobre conflicto entre chilenos e inmigrantes, nos pareció un resultado exagerado, posiblemente exacerbado por el entorno político del momento (finales del gobierno de la presidenta Bachelet y cercano a una elección presidencial) donde el aspecto migratorio estaba siendo uno de los temas de campaña. Es por esta razón que las expectativas para los años siguientes, ya pasada la elección, era de una esperada moderación de la conflictividad percibida. Pero como se ve, ha ocurrido justo lo inverso.

Existe otra evidencia empírica que confirma la negativa tendencia antes descrita. Se trata del Estudio Longitudinal Social de Chile que anualmente realiza el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES). En su versión 2021 muestra un persistente deterioro en la confianza hacia los migrantes por parte de la sociedad chilena en el periodo 2018-2021. Esta caída de la confianza que determina COES es muy significativa; en el caso de inmigrantes de origen peruano el descenso va del 28,2% al 15,5% en el trienio. Algo parecido ocurre con migrantes de origen venezolano y haitiano.

La comparación de estos resultados con las actitudes que miden encuestas internacionales lleva a una conclusión triste: la actitud dominante en la población chilena hacia los migrantes es una de las más negativas del mundo. Los datos disponibles muestran que al finalizar 2018 éramos más hostiles hacia la migración que los alemanes, franceses o españoles. Desde entonces, atendiendo el resto de la evidencia disponible, las cosas solo pueden haber empeorado.

 

LA AMENAZA

Resulta claro que una proporción importante de los habitantes del país mantiene actitudes negativas hacia los migrantes. Se trata de una mala noticia, algo que, sabemos, puede evolucionar en conflicto o violencia; también, hacia el futuro, alentar movimientos o propuestas políticas que utilizan el temor para conquistar adhesión. Las posturas antinmigración han sido y están siendo actores relevantes en los procesos electorales de España, Francia, Estados Unidos y otros lugares del mundo. No se trata de algo que podamos ignorar. Se trata quizás del problema geopolítico más acuciante de nuestra era, algo que ya está marcando la política alrededor del mundo y que muy probablemente se relacione con los más graves conflictos que enfrente la humanidad en los próximos años.

Lo que hasta ahora sabemos del resentimiento que ha despertado la inmigración entre los chilenos, aparte de su extensión, es bastante limitado. Los indicadores de Bicentenario UC establecen en general que la aprensión principal es de tipo económico; un temor que se vincula al empleo, los salarios, el acceso a servicios de salud, vivienda. La buena noticia es que el temor no se asocia mayormente a violencia, criminalidad, drogas u otros fenómenos delictivos; de hecho, las experiencias de conflicto violento con inmigrantes aparecen como extremadamente escasas, casi inexistentes. Es, quizás, el resultado más esperanzador de esta indagación, uno que permite mantener algún optimismo respecto de la evolución esperada para los próximos años en la relación entre chilenos e inmigrantes.

Es necesario observar con cuidado lo que está sucediendo en nuestro país con la realidad migratoria. Estamos ante un fenómeno inédito en la historia de Chile, pero con amplias analogías en otras realidades globales. Las balsas que se hunden repletas de migrantes en el Mediterráneo o el horror de las muchedumbres apiñadas en la frontera de México y los Estados Unidos son hoy una realidad. La pandemia parece haber hecho disminuir la presión a nivel global, pero nadie puede asegurar que no se reinicie. Vendrán otros a golpear nuestra puerta, quizás con mayor intensidad y apremio. El primer artículo de la nueva ley de migraciones (Ley nº 21.325) se inicia con un mandato y un sueño: “El Estado deberá proteger y respetar los derechos humanos de las personas extranjeras que se encuentren en Chile, sin importar su condición migratoria”. Como se ve, con lo que está ocurriendo en algunas zonas del país, la tarea de defender los derechos de los migrantes puede significar proteger los de nuestros propios connacionales.

Constatar que existe temor y desconfianza de parte de la población hacia los migrantes es una noticia que debe preocupar a todos. Esto ya había sido detectado por primera vez en 2017. La nueva evidencia aquí presentada es que el proceso viene empeorando, tal como lo señalan Bicentenario UC y COES. Como se ha visto, estas actitudes pueden devenir en violencia y conflicto. Que esto no ocurra depende en parte del diseño de políticas públicas que faciliten la integración de los migrantes a la fuerza laboral; y, por supuesto, de que la economía chilena se desarrolle suficientemente rápido para lograrlo sin afectar el mercado laboral, sin tensionar la oferta de servicios públicos y finalmente la ansiada convivencia.

Ordenar el proceso migratorio parece hoy una tarea pendiente. El desafío para el próximo gobierno es gigantesco. Los riesgos de no enfrentarlo son enormes.

 

CUADRO N° 1. ¿Ud. Cree que la cantidad de inmigrantes que existe en el país es excesiva, adecuada o baja?

PARA LEER MÁS

  • Rojas, N. y Vicuña, José Tomás (SJ), Migración en Chile. Evidencia y mitos de una nueva realidad. Lom Ediciones, 2019.
  • Aninat, I. y Vergara R.; Inmigración en Chile, una mirada multidimensional. CEP-Fondo de Cultura Económica, 2019.
  • United Nations, International Migration Report 2020.