• Revista Nº 168
  • Por Alejandro Álvarez
  • Fotografías Joice Bacian y Reuters

Especial

Crisis migratoria en Colchane: caos en la frontera

Hambre. Cansancio. Frustración. Vulnerabilidad. Varios elementos se cristalizan en cada migrante que tras un largo recorrido por el desierto más árido del mundo termina atrapado en una especie de limbo territorial. Individuos de diversas nacionalidades, en su mayoría venezolanos, recorren como almas en pena este poblado aymara, incapaz de satisfacer las necesidades que sus países no supieron entregar.

 Vivir en verano (o más bien sobrevivir) en Colchane, ubicado en la zona fronteriza de la Región de Tarapacá, no es cualquier cosa. El gran transporte de humedad que se desplaza desde el Amazonas se conecta con la alta radiación que existe en ese territorio manifestándose a través de precipitaciones, tormentas eléctricas, granizos con temperaturas que llegan hasta los 8 grados bajo cero y con alturas que en algunos puntos de la comuna se empinan casi a los cinco mil metros sobre el nivel del mar.

Las lluvias estivales (mal llamadas por algunos como “invierno boliviano”) hacen aún más sombrío este territorio de 4.015 metros cuadrados, que integra a una treintena de asentamientos aymaras cuya población total no suma más allá de los 1.600 habitantes, pero que se ha duplicado debido a la situación migratoria.

Si bien –por sus características geográficas y por ser la conexión de Chile con Sudamérica– Colchane cuenta irremediablemente con una vocación migratoria, a partir del inicio de la pandemia esta localidad sufrió una transformación que la tiene convertida en un escenario muy parecido al de una guerra: con armamentos, tanques, zanjas, divisiones, hambre, muertes y mercado negro.

Ni siquiera los más de 20 fallecidos que se registraban hasta fines de marzo en este paso fronterizo desde 2021, ni la decretación de Estado de Excepción que concluyó el pasado 16 de abril, desincentivan la aspiración de miles de personas, en su mayoría venezolanos, de buscar una mejor vida en Chile.

 

Migrante

Migrante

La dominicana Yokar Acosta, quien con su pareja y sus hijos busca traspasar la frontera. Asegura que unos “hermanos” cristianos la esperan en Colina, en la Región Metropolitana, “con un techo y abrigo”.

EL PEZ DE LA ESPERANZA

Desde la antigua terminal de buses de Oruro, en Bolivia, salen cada diez minutos “surubíes” (furgones que llevan el nombre de un tradicional pez que habita lagos y ríos bolivianos) rumbo a la localidad de Pisiga Bolívar, último reducto de la vecina nación y paso obligado antes de atravesar a Colchane.

Gran parte de las personas que llegan hasta la frontera vienen bajo la tutela de lo que ellos llaman “asesores”. Estas son organizaciones que se articulan desde Colombia hasta Chile para, muchas veces en condiciones infrahumanas, facilitar el paso de los migrantes en sectores fronterizos no habilitados.

Entre los pasajeros de uno de estos vehículos viaja una madre venezolana, que prefiere reservar su identidad, y que desde Pisiga Bolívar busca ingresar a Chile por segunda vez, ahora con sus hijos. Ella cuenta que en su primera incursión al país pagó junto a su esposo, que hoy labora en el puerto de San Antonio, mil quinientos dólares a una red de venezolanos y colombianos.

Explica que fueron cuatro países los que tuvieron que cruzar, cada uno con una experiencia traumática. “Cuando ingresamos a Bolivia desde Perú viajamos por muchas horas en un bus que iba al doble de la capacidad. Todos eran migrantes, mientras que al llegar a Chile tuvimos que caminar en la noche con grados bajo cero. En Iquique los ‘asesores’ nos dejaron tirados y sin dinero, mientras lo pactado era llegar a Santiago”.

La dominicana Yokar Acosta, quien con su pareja y sus cinco hijos, también busca traspasar la frontera, cuenta que unos “hermanos” cristianos la esperan en la comuna de Colina, en la Región Metropolitana “con un techo y abrigo”. La mujer dice que sabe del frío capitalino, pero que en su país la vida “es muy dura y más con cinco hijos”. Manifiesta su esperanza por lo que viene: “Queremos vivir en Chile a pesar de todas las dificultades que tuvimos en el camino, en varios países nos engañaron, nos cobraron de más (los asesores) amenazándonos de que vendría la policía, que nos dejarían en cualquier lado, pero de igual forma, Dios se glorifica y ya estamos aquí. Tenemos la confianza de que Dios hará algo con ellos, pero no quiero venganza, no me gustaría que les pase algo malo, si ellos actúan así es porque no tuvieron una buena crianza y amor”.

En busca de mi destino

En busca de mi destino

Militares custodian a las personas que se aglomeran en este paso fronterizo anhelando un nuevo destino.

ENFRENTAR LA CRISIS CON UNA MIRADA REGIONAL

Por su parte, el nuevo delegado presidencial en Tarapacá, Daniel Quinteros, quien previo a su nombramiento cumplía funciones como investigador del Núcleo de Estudios Criminológicos de la Frontera de la Universidad Arturo Prat, precisa que las autoridades pasadas no dimensionaron la magnitud y profundidad de la crisis humanitaria que se registra. Los venezolanos han copado la frontera, agudizándose el problema social en Tarapacá.

“Esta región no es solo un área de tránsito, sino que también al ser zona franca cuenta con aduanas internas que actuaron como barreras sanitarias, provocando un colapso en la ciudad porque la población migrante tenía que esperar una cierta cantidad de días para continuar su viaje hacia la zona centro-sur”. Respecto de la aprobación del Congreso de la segunda prórroga del Estado de Excepción en la frontera e impulsada por el Ejecutivo (y que concluyó recientemente), Quinteros sostuvo que “recordemos que Colchane es un humedal de altura, muy difícil de transitar y el resultado es que hasta la fecha llevamos más de 20 fallecidos. El cierre de este acceso provocó que las personas buscaran rutas alternativas para ingresar de manera irregular, cruzando muchas de noche, arriesgando su vida y quedando atrapadas en pozos de agua, con temperaturas de menos 8 grados Celsius”. El delegado presidencial agrega que sumada a la función humanitaria que ejercen los militares en la frontera se ha podido, junto a las policías, profundizar una labor investigativa y disuasiva de las bandas de crimen organizado que operan en la región, que durante el último tiempo han pasado desde el narcotráfico a las armas o a la trata de personas con fines de explotación criminal.

Quinteros advierte la complejidad que tiene la frontera norte, detallando la dinámica delictual en el extenso territorio. “Nos preocupa particularmente lo que está pasando con la ketamina, que es una droga que no está regulada a nivel internacional y que en Perú no tiene una regulación estricta como en Chile”, afirma.

Sin embargo, y dado su nuevo rol como delegado presidencial del gobierno entrante, asegura que trabajan en la fórmula que permita otorgar más seguridad a la población tarapaqueña y mejores condiciones de vida para los migrantes. Agrega que se encuentran diseñando una estrategia que otorgue soluciones definitivas a los habitantes del extremo norte del país. “Lo importante es desarrollar iniciativas que resuelvan esta crisis con una mirada regional y en conjunto con los demás países latinoamericanos”.

Desamparo

Desamparo

Justo al lado de la salida del Complejo Fronterizo Integrado de Colchane se erigen unos rucos, hechos de cartón y nylon, habitados por migrantes que pudieron traspasar la frontera, pero que quedaron retenidos en ese lugar, sin agua, dinero ni alimentos.

EL SUEÑO SE CONVIERTE EN PESADILLA

Al otro lado de la zanja, ya en el poblado de Colchane, es decir en el objetivo final de esta larga diáspora, los migrantes se agolpan en las calles, albergues y centros de servicios básicos. Después de días o a veces meses, desalentados por lo vivido muchos retornan por Bolivia sin rumbo conocido ni dinero en sus bolsillos.

Es el caso de María Ángel Piña, su pareja Hendrick José Silva y su hijo del mismo nombre, quienes se van del país voluntariamente. Cuentan que solo alcanzaron a estar durante un mes en Chile, todo eso tras un largo peregrinar que los llevó hasta Santiago. Hendrick, quien en Venezuela cumplía funciones como sargento de la Guardia Nacional, cuenta que hace 6 años decidió salir de su país, afincándose por dos en Colombia y cuatro en Ecuador y que llegaron a Chile motivados por estar cerca de su suegro, “pero nos vamos por la discriminación, nos gustó Chile pero definitivamente no nos adaptamos a este trato”, se lamenta.

Para el alcalde de Colchane, Javier García Choque, lo que vive hoy su comuna representa una señal inequívoca del trato centralista y excluyente que se tiene con las zonas fronterizas, criticando las medidas que implementó el gobierno saliente, calificándolas como “comunicacionales más que prácticas” y “tardías e insuficientes”.

Aclara que su visión no es antimigrante y que su lucha está dada por la seguridad de sus vecinos, el respeto a la cultura aymara y el impacto que provoca la militarización en la zona. “El gobierno anterior promovió acciones que incentivaron el ingreso irregular, instalando refugios, alimentos, disponiendo de un bus para el traslado de los migrantes, lo que constituyó una mayor motivación para que viajaran personas, aumentando un flujo de 200 a casi mil personas que ingresaban al país diariamente”, explica.

El edil afirma que hasta antes de la pandemia se disponía en el consultorio de una atención promedio de nueve personas diarias. A partir del incremento del flujo migrante se llegaron a registrar hasta cien prestaciones al día, por lo que se tuvo que habilitar el gimnasio como centro de atención sanitaria.

“Hasta la fecha el centro de salud migrante cuenta con medicamentos, atención y traslado de urgencia destinado a personas que han sido abandonadas en la frontera y rescatadas con hipotermia o aquellas que llegan con enfermedades terminales o para tratar niños que vienen con evidentes signos de desnutrición”, explica el alcalde y agrega que todos los gastos médicos han debido salir desde las arcas municipales. Además, el hospital más cercano está a 250 kilómetros de Colchane.

García reclama por la militarización, la falta de diálogo de las autoridades nacionales de Chile con Bolivia y el daño que se ha generado entre los poblados fronterizos. “Esperamos la apertura del Complejo Fronterizo, para que se puedan comercializar los recursos básicos”. Junto con lo anterior, lamenta la situación en que se encuentran 40 niños bolivianos de Pisiga, quienes diariamente asistían a clases en la localidad, situación que se ha visto impedida por las actuales condiciones: “Hemos presentado un recurso de protección por estos estudiantes, que son niños a quienes no se les puede negar la educación según lo establecen los tratados internacionales”.

 

Se multiplican los habitantes. Ni siquiera los más de 20 fallecidos que han ocurrido durante esta crisis migratoria desincentivan la aspiración de miles de personas, en su mayoría venezolanos, de buscar una mejor vida en Chile.

FRAGILIDAD

Justo al lado de la salida del Complejo Fronterizo Integrado de Colchane, se erigen unos rucos, hechos de cartón y nylon, habitados por alrededor de 15 migrantes que pudieron traspasar la frontera, pero que quedaron retenidos en ese lugar, sin agua, dinero ni alimentos.

Uno de ellos se pasa su gorro de lana sobre la infección que tiene en el párpado de su ojo izquierdo, tal como un perro se lame tristemente sus heridas. Al interior del ruco, un hombre quejumbroso cuenta que perdió dos uñas del pie derecho tras ayudar a una compatriota a ingresar por un paso no habilitado.

Andrés Gómez, migrante colombiano, relata que logró cruzar durante la madrugada y desde hace dos días no ha comido. Por su parte, José Alpino, proveniente de Venezuela, relata que salió hace dos semanas de su país, gastando todo su dinero para llegar a Chile. “Veníamos por una luz de esperanza para nuestros hijos y mira, aquí estamos retenidos. Me devolveré caminando a mi país, al menos allá estaré pasando hambre, pero en mi casa”, dice. Es el triste final de la travesía de estos migrantes. Impedidos de avanzar a otras ciudades del país, estas almas permanecen atrapadas en el limbo, pagando culpas que no merecen e intentando sobrevivir.