ilustración del foro romano ilustración del foro romano
  • Revista Nº 163
  • Por María Gabriela Huidobro
  • Ilustraciones de Mario Ubilla

Especial

Ecos de Grecia y Roma: ser politikoí y cives hoy

En un año como 2021, parte de esta herencia cultural, política y conceptual constituirá un eje del quehacer constitucional en Chile. Los debates políticos, conflictos ciudadanos y movimientos sociales que han marcado el acontecer del país desde octubre de 2019 se han estructurado sobre lenguajes, acciones y expectativas basadas en este patrimonio clásico, demostrando que se trata de un bien cultural que no está muerto ni es inmóvil.

 

Volver sobre el legado de las antiguas culturas de Grecia y Roma en nuestra sociedad supone el riesgo de caer en algunos lugares comunes. Resulta innegable que ciertas bases de nuestra llamada “civilización occidental” constituyen herencias grecolatinas: el derecho, la lengua, el alfabeto, la democracia, el calendario, instituciones políticas, estilos artísticos, patrones arquitectónicos, por mencionar algunas. Podríamos olvidarlas, desconocerlas, pero no prescindir de ellas: inconscientes, estas herencias gravitan en nuestro lenguaje y en prácticas cotidianas.

El problema es que, en algunos casos, no pasamos de reconocer esta enumeración, a la usanza de una repetición aprendida desde la escuela, que no siempre permite dimensionar la complejidad y el valor de este legado. Sin embargo, en un año como 2021, parte de esta herencia cultural, política y conceptual constituirá un eje del debate y quehacer constitucional en Chile.

Ya en estos últimos meses, hemos vivenciado este legado con intensidad. Los debates políticos, conflictos ciudadanos y movimientos sociales que han marcado el acontecer de nuestro país desde octubre de 2019 se han estructurado sobre lenguajes, acciones y expectativas basadas en ese patrimonio clásico, demostrando que se trata de un bien cultural que no está muerto ni es inmóvil. Por el contrario, está vivo en nuestros ideales de la democracia (Δημοκρατία), en la necesidad de situar los procesos en un marco republicano (res publica), en el resguardo del derecho (ius) y en la valoración de la persona como un ser político (πολιτικός) y ciudadano (cives).

Son todos conceptos que damos por hecho, como principios canónicos, obvios y propios de nuestro tiempo, aunque quizás, por lo mismo, han ido perdiendo complejidad y profundidad, alejándose del sentido que tuvieron en su origen. Los asumimos mecánicamente, sin reconocernos, necesariamente, en los fundamentos de ese pasado que les dio vida. Sin embargo, vale la pena detenernos en ellos, en la comunidad que podemos hallar con el mundo antiguo, para rescatar el valor que sus ecos pueden tener para nuestro presente y para el ejercicio de nuestra condición política y ciudadana.

ilustración de una teatro griego

IDEALIZACIÓN DE UN PASADO REMOTO: NO HAY MODELOS PERFECTOS

Un error común al pensar en las herencias de la cultura clásica consiste en nuestra tendencia a idealizar los modelos de Grecia y Roma: ubicados en un pasado remoto –casi atemporal–, entre el mito y la historia, su imagen y recuerdo nos evocan culturas perfectas, cuyas prácticas políticas parecen modélicas. Platón, Aristóteles y Cicerón, entre otros, se nos vienen a la cabeza de un panteón de sabios incuestionables.

El problema es que concebirlos así nos distancia de ellos. Nos aleja de la posibilidad de pensar en sus obras y propuestas como modelos realmente aplicables, o bien, nos conduce a perseguir una quimera imposible de alcanzar. Basta con detenernos en sus casos emblemáticos: la democracia ateniense y la república romana, que suelen mencionarse como recursos retóricos para enrostrar a nuestro presente su propia imperfección, presentándose como modelos ideales a seguir, imposibles de lograr.

La democracia ateniense no fue perfecta y su sistema no se corresponde con la definición que hoy damos al mismo concepto. Esta consideró solo  a una minoría (hombres mayores de edad, hijos de padre y madre ateniense, correspondientes a cerca de un 6% de los habitantes de la polis), excluyendo de los derechos de participación política a las mujeres, a otros griegos y a los esclavos. La hegemonía de Atenas en el mundo helénico se mantuvo por la imposición de esta polis sobre sus aliadas, a las que forzó a adoptar un sistema democrático a semejanza suya y a tributar impuestos. Prácticas poco democráticas para un sistema que, en realidad, alcanzó a implementarse por menos de un siglo.

La república romana tampoco fue perfecta, aunque en su formulación se acercaba a un ideal. Tal como explica Polibio, temiendo la corrupción propia de los regímenes políticos tradicionales (monarquía, aristocracia y democracia), Roma aspiró a establecer un sistema mixto de gobierno que garantizara el equilibrio de poderes y una participación equitativa de los ciudadanos. La res publica, decía Cicerón, es lo que compete al pueblo, definiendo a este como una corporación jurídica, una multitud de personas cuyo vínculo común era la ley que debía regir sobre todos por igual. No obstante, en su implementación, Roma estuvo lejos de llegar a ese estándar, sobre todo a medida que el imperio fue expandiéndose y que las brechas entre ricos y pobres, así como la corrupción y ambiciones de poder de los líderes políticos, se hicieron evidentes.

¿Cómo, entonces, se constituyeron en modelos? ¿Por qué volvemos constantemente a ellos? Tal vez porque no es la importación mecánica de los sistemas griego y romano lo que deberíamos perseguir, sino el ejercicio de problematización y reflexión profunda que los antiguos nos legaron, frente a los desafíos que supone el solo hecho de vivir en sociedad. Ni Grecia ni Roma fueron perfectas y ahí radica, quizás, el mayor mérito de su herencia, la razón por la cual su cultura y sus pensamientos pueden aún tener relevancia para nosotros.

Las sociedades griegas y romanas, en su esencia, no fueron tan distintas a nosotros. Los afectaban similares problemas existenciales y cotidianos. El poeta Hesíodo, hacia el siglo VII a.C., ya se quejaba de la mala educación de la juventud afirmando que todo tiempo pasado fue mejor, se sentía viviendo en la peor de las épocas. Aristóteles, en el siglo IV a.C., reclamaba por el hecho de que las autoridades de su tiempo, aun sabiendo que la educación era una de las principales responsabilidades de cualquier gobierno, nunca lograban ponerse de acuerdo sobre el sistema formativo que debía implementarse. Y el filósofo Séneca, en el siglo I d.C., llamaba a aprender a aprovechar el tiempo valorando los verdaderos bienes de la vida, y criticaba a sus contemporáneos por acumular riquezas que, llegada la vejez, no les servirían.

Los ciudadanos de Grecia y Roma eran personas de carne y hueso. De ahí que su legado tenga valor, pues trascienden en su imperfección, humanidad y humanismo, ofreciendo perspectivas que, bien atendidas, pueden tener sentido para nosotros hoy. En especial, a la hora de entendernos como ciudadanos y seres políticos.

ilustracion del foro romano

¿CÓMO VIVIR EN SOCIEDAD?

La herencia política del mundo antiguo no se queda en la estructuración de un sistema de gobierno o de una fórmula de participación ciudadana, sino en los fundamentos a partir de los cuales elaboraron propuestas sobre cómo vivir en sociedad. La política no era entendida como el solo ejercicio de gobernar o administrar un estado. Cuando Aristóteles define al hombre (a la persona) como zoon politikón, afirma que la humanidad es y se realiza necesariamente inmersa en sociedad. No puede haber escisión entre la vida personal y el quehacer de lo público; todo es política. La sociedad es por sus miembros tanto como sus miembros son por la sociedad en la que viven. Nada que afecte a la polis podría ser indiferente a sus polítes.

De ahí que el legislador ateniense Solón haya propuesto una ley que castigaba la desidia o indiferencia política, pues más peligroso que alguien que tuviera una opinión partidista opositora era aquel a quien no le importara tener posición política alguna. Los romanos, por su parte, pensaron la república como un asunto que compete a todos, más allá del régimen administrativo que repartiese el poder. Ser político, hacer política o ser ciudadano en Roma tenía un sentido existencial. Hablar de “los políticos” como una clase diferente a la del ciudadano común no sería posible. Por supuesto, hubo quienes hicieron carrera en cargos de gobierno y fueron criticados por caer, en algunos casos, en la corrupción. Pero eso no eximía a los demás ciudadanos de la responsabilidad de pensarse, ellos también, siempre hacia la polis.

Este año tendremos la posibilidad de plantearnos políticamente en el más profundo sentido del concepto. La clave está en que los debates, reflexiones y decisiones que se adopten no nazcan del mero afán de vencer, descalificar o perjudicar a quien piense distinto. Griegos y romanos, con aciertos y fracasos, nos legaron un desafío importante, pero no imposible. Independiente de las posturas partidistas, estas serán políticas en la medida en que lo que tengan en mente sea el bien de la polis. Porque, al fin y al cabo, ese supone también el bien de todos y todas.

PARA LEER MÁS.

  • Beard, M.; La herencia viva de los clásicos. Tradiciones, aventuras e innovaciones, Editorial Crítica, 2013.