¿El fin de la edad de oro?
La ficción comercial suele dividir las etapas de una industria en edad de oro, edad de plata y edad de bronce. La primera apunta a los albores, cuando la explosión creativa está en su máxima velocidad; la segunda a la etapa crucero y la tercera al presente, en tanto básicamente se avanza a puro impulso. La definición es básicamente estadounidense, ya que sabemos que al otro lado del Atlántico las cosas se mueven en otro ritmo, qué decir en la cuenca del Índico o el Pacífico oriental, que casi es otro planeta.
Mientras expresiones industriales del relato como son el cine, el cómic o la novela comercial se desplazan tranquilamente por la etapa de bronce, el llamado imperio del streaming se supone está recién en su edad de oro, la del estallido de autores, propuestas e ideas refrescantes. ¿Pero es tan así?
Hasta el inicio del streaming las series eran vistas como un producto menor, de bajo presupuesto, donde iban a caer directores, productores y actores que Hollywood había condenado a la baja.
Todo eso cambió desde que HBO estrenó Los Soprano y, años después, una cadena de renta de VHS y DVD llamada Netflix tuvo la idea de reinventarse en la era de las redes. Las series se transformaron en el danzarín más bello del baile, la firma del showrunner subió a categoría literaria y tanto directores como actores de esa categoría llamada
A (esta industria es una pirámide alimenticia) optaron por la pantalla chica en lugar de la grande.
Raya para la suma: la era del streaming no lleva más de 15 años y en esta década y media nos ha legado historias que se han enquistado para siempre en ese marco teórico que es la cultura pop: para una generación entera el “winter is coming” de Game of Thrones cogió la posta del “que la fuerza te acompañe” de la incombustible Star Wars. Y he ahí el plot twist de esta columna.
En 2023, dos años después de que “el streaming salvara a la humanidad durante la pandemia”, la cuestión es dónde está el nuevo Juego del calamar o la nueva Casa de papel. Ok, ha habido fenómenos puntuales como Succesion, mas lo cierto es que es puro nicho, porque la verdad es que el drama estrella de HBO la vio muy poca gente. Y claro, se entiende que la plataforma apunte a un público más sofisticado, pero eso no sostiene una industria. Ya lo sabe la propia HBO que en su fusión con Discovery va directo a terminar como el streaming de los realities. Similar el caso al de Netflix, que por obra y gracia del algoritmo se ha transformado en una máquina de fórmula donde todo se parece, donde por querer quedar bien con todos, todo da lo mismo. Bucear en su interfase es el nuevo zapping. El panorama no es muy distinto en Amazon y qué decir de Disney, dueña de las franquicias más grandes de la industria que se ha especializado en destruir, precisamente, ese valor de marca. En las antípodas, Apple hace lo que quiere, pero, claro, su negocio son los teléfonos y las series un valor agregado por un par de años, hasta que venga lo de revisar los números.
No es un detalle que Betty la fea y las teleseries mexicanas sean hoy lo más visto en el streaming a nivel mundial. Esto vuela la cabeza a ejecutivos demasiado jóvenes y ansiosos: ¿gastar miles de millones para quedar tercero detrás de un culebrón colombiano? Es que esa es la lección: a las masas no les interesa que les redescubran la rueda ni les traigan a la estrella más rutilante de la galaxia, les importa que los emocionen, que les cuenten un buen cuento, que le traspasen a la pantalla eso que les relataban sus papás cuando eran niños. El viejo e inmortal “érase una vez”. Y ahí está Paramount+, que por detrás de los colosos del streaming saca cuentas felices con los vaqueros de Taylor Sheridan o con la reinvención de la eterna Star Trek, manteniendo la esencia de la serie de los 60 pero con efectos especiales del siglo XXI.
¿Se acabó la edad de oro, entonces? Lo cierto es que no. De hecho está recién empezando. Lo que hemos pasado ha sido solo el aprendizaje. El ensayo y el error.