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  • Revista Nº 175
  • Por Alejandra Celedón

Columnas

El mundo hierve

El mundo está en crisis, nos advierten en todos lados.

Pero la crisis ha sido la firma suprema de la modernidad: el modo fundamental de interpretar el tiempo histórico como una crisis constante y permanente (Koselleck, R.; 1988).

Estos días, sin embargo, los presagios apocalípticos del futuro aparecen como lo único que nos articula en un relato común. La ONU la está llamando “la era de la ebullición”, ya habría terminado la del calentamiento global. El síndrome de la rana hervida –la fábula de Olivier Clerc convertida en experimento real– demostró que, si el agua se calienta a 1,2 grados por hora y la rana permanece dentro, muere. Si en cambio la lanzan al agua hirviendo, salta y se salva.

El agua hirviendo es la gallina y el huevo de todas las otras crisis. Esta determinará las potenciales zonas inhabitables del planeta donde ya sea imposible la vida y las consecuentes migraciones climáticas. Desde inundaciones a sequías e incendios, el planeta habitable se va reduciendo y la biodiversidad desapareciendo.

La crisis social solo se acentúa frente a la emergencia que discrimina entre barrios (los de una ciudad, pero también del mundo). Hay entonces derechos que deben cumplirse pública y globalmente, acuerdos mínimos para engañar momentáneamente al futuro y responder a la incertidumbre.

Estuve recién en el observatorio ALMA: lo más cercano a un “laboratorio del futuro”, el título de la última Bienal de Arquitectura de Venecia de este año. Desde edificios herméticos “oxigenados” para contrarrestar la altitud, a la innovación de materiales para climas extremos, fuertes cambios de temperatura y vientos, estructuras que permiten ser levantadas con intervención humana mínima, y la exploración de una colonia de 200 personas en un campamento base a 3.000 metros de altura.

Tres instituciones (ESO de la Comunidad Europea, NRAO de Estados Unidos-Canadá, y NAOJ de Japón-Corea del Sur-Taiwán) y tres continentes (América del Norte, Asia y Europa) están detrás de la iniciativa. Chile (América del Sur) es el suelo anfitrión desde donde vigilar el cielo. ALMA es un ejemplo de que el planeta es uno solo y que las fronteras pueden desdibujarse para pensar nuestros orígenes e imaginar futuros. Es también uno de esos raros ejemplos en los que la tecnología se cruza con la belleza.

En cambio, el mundo tiende a fortalecer sus muros en medio de brotes de nacionalismo y autoritarismo. Se imponen como fuente de certeza promoviendo lemas articuladores simples ante la falta de idearios comunes. La crisis es también cultural. Los desafíos planetarios ya no son una advertencia tibia sino una urgencia ardiente en un mundo fracturado. El mundo interrumpido de la pandemia fue un ensayo donde si había algo que aprender, no lo aprendimos: ahora el mundo hierve. En un momento entre alternativas polarizadas, la universidad puede ser el lugar donde la crisis y la crítica desarrollen su origen etimológico común. Cuando la crisis es el elefante en la mitad de las salas de clases, y el agua en la fábula de la rana sigue calentándose a vista y paciencia de todos, la responsabilidad de la universidad es promover juicios, decisiones e inflexiones basados en el uso de la razón y la crítica.

El tiempo nos acorrala. Como lo enunció Paulo Freire, necesitamos entornos pedagógicos donde todos los integrantes sean cocreadores (no espectadores), tanto de la pedagogía como del mundo. La universidad es el lugar donde se puede construir colectivamente: desde el interior de nuestras escuelas preguntarnos cómo es que volvemos a delimitar nuestra relación con el planeta.

PARA LEER MÁS

  • Koselleck, R. (1988). Capítulo 8: “The Process of Criticism” (Schiller, Simon, Bayke, Voltaire, Diderot and the ‘Encyclopedie’, Kant). Critique and crisis: enlightenment and the pathogenesis of modern society. Cambridge MA: The MIT Press.
  • Freire, P. (2020). Pedagogy of the oppressed, 30th anniversary ed. New York: Continuum, 80.a