El museo Krasznahorkai
El de László Krasznahorkai fue un premio Nobel sin sorpresa, pero muy celebrado: el autor llevaba ya varios años obteniendo importantes galardones como el Prix Formentor, quedando en la lista corta del National Books Critics Circle Award, ganando el Booker Prize, entre otros. Su obra llevaba un tiempo circulando también en español de la mano de la editorial Acantilado y de la traducción del chileno Adan Kovacsics. Era de los autores favoritos para ganar este 2025. De lo más cerca que hemos estado a la crónica de un premio anunciado.
Su obra es desafiante, difícil. Brutal y hermosa a la vez. En ella, el mundo (algún mundo) siempre se está acabando. Hay pueblos en decadencia, traicioneros; hay circos y ballenas. Sin embargo, lo oscuro y esa sensación ominosa o de universo estancado trae siempre el resplandor de un humor filoso, o el destello de la pureza en personajes inolvidables que brillan y duelen en medio de la oscuridad que los rodea. Son historias en las que la naturaleza también muestra sus garras, en las que la lluvia cae sin cesar, como en la magnífica Satantango (llevada al cine en película monumental de siete horas por Bela Tarr) sin que los hogares pueden mantenerla a raya (nada protege, o nunca del todo, a los personajes de Krasznahorkai) pero también deslumbra la paciente belleza de contemplar el agua y su movimiento, o una garza que de pronto se queda quieta en ese libro extraordinario que es Seiobo descendió a la Tierra en el que incluso un capítulo se lee desde las pistas de un crucigrama.
En ellas hay caos, sí, pero también (pero sobre todo) atención minuciosa. Frases largas y casi sin puntos finales porque el punto final debe ser para Dios, o así ha dicho el autor en sus entrevistas. Oraciones largas porque el autor ve en las frases cortas de sus contemporáneos la urgencia de lo autoritario y para él la reflexión y el diálogo siempre se da en idas y vueltas. Así, las oraciones sinuosas de Krasznahorkai nos van acostumbrando a su particular vaivén y a su celebración de la literatura (esa conversación infinita, esa forma de la paciencia). En ellas nos perdemos en las cabezas de sus protagonistas y sus divagaciones, o en pasillos de bibliotecas o las calles la ciudad de Nueva York siguiendo la pista del autor Herman Melville (y de la obsesión por él de Malcolm Lowry) en los zapatos de un hombre llamado herman melvill (ahora sin la e final y con minúsculas), cuyo acto de rebeldía es no entregar un libro solicitado por un lector, buscando así crear un palacio de libros que no se prestan, sino que se cuidan y guardan como un tesoro, en Spadework for a Palace (aún no traducida al español pero disponible en inglés y, en mi opinión, uno de sus libros más bellos), o buscamos preservar un manuscrito (que quizás no existe realmente) antes de tomar una decisión fatal en Guerra y guerra.
Su obra es desafiante, difícil. Brutal y hermosa a la vez. En ella, el mundo (algún mundo) siempre se está acabando. Hay pueblos en decadencia, traicioneros; hay circos y ballenas. Sin embargo, lo oscuro y esa sensación ominosa o de universo estancado trae siempre el resplandor de un humor filoso, o el destello de la pureza en personajes inolvidables que brillan y duelen en medio de la oscuridad que los rodea.
El universo de László Krasznahorkai es un museo en el que hay que caminar con cuidado y prestar atención y en el que se despliegan murales inmensos como Melancolía de la resistencia o su aún no traducido al español (pero sí al inglés) Herscht 07769 y miniaturas bellísimas como Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río, probablemente la novela más amable para ingresar al mundo de este autor. Una historia en la que el nieto del príncipe Genji intenta llegar a un muy particular jardín: un jardín diminuto, escondido dentro de un monasterio lejano. Ese jardín al que el personaje llega por culpa de un libro cuya lectura desata la obsesión y que después pierde. Es el absurdo, es la espera. Es también: la lectura, ese amor, ese deslumbramiento. Esa que mutará a esperanza oscura o luminosa desesperanza. Esa que a veces florece en parajes extranjeros.
La de Krasznahorkai es una obra que va desafiando los límites de lo que consideramos una novela, un cuento, para seguir celebrando la maravilla y el desafío que es aún la literatura (y la lectura) en un mundo difícil como el nuestro. Sin duda un gran premio.