Estallido social ¿El fin del Chile excepcional?
En estos tiempos, la percepción que trasunta un sentimiento de orgullo nacional por los logros conquistados, pero empañado por las metas inalcanzadas, corre el riesgo de equivocar el diagnóstico y tropezar con las mismas piedras que otros lo hicieran antes. ¿Qué pasó con esa particularidad tan reconocida y valorada? ¿Por qué el país se enfrenta a una crisis social no anticipada, ahora profusamente analizada, pero aún no debidamente explicada?
Puede ser el aislamiento geográfico que hace de Chile un país isla, su clima y mares fríos, el carácter más bien reservado e introvertido de sus habitantes, el temple aguerrido de una población enfrentada a continuos desastres naturales, lo que explique que los chilenos se perciban distintos a sus vecinos.
Su historia política reciente –y en especial la transición democrática–, su progreso económico, los comparativamente bajos niveles de violencia delictual y la gran estabilidad de sus instituciones lo hacen diferenciarse de muchos otros países de la región. La encuesta Bicentenario UC 2019 lo evidencia al constatar que un 76 por ciento de los chilenos cree que no existe una cultura común entre los latinoamericanos, pues se piensa que cada país tiene su propia identidad, lo que lleva a favorecer una política exterior independiente y no de bloque, ya que se considera que Chile es único en cultura y democracia.
Los índices de las últimas décadas reafirman esa percepción de excepcionalidad chilena al dar cuenta de un sostenido avance hacia un mayor desarrollo, permitiendo una eficaz reducción de la pobreza desde casi el 50 por ciento a principios de los noventa, hasta llegar a menos del 9 por ciento actual, con una gradual, aunque lenta, disminución de la desigualdad.
El ingreso a la OCDE nos ubicó entre los países más avanzados y aunque todavía no igualáramos su nivel, el hecho de formar parte de ese grupo exclusivo nos dio nuevos bríos. Ello ha quedado plasmado en diversos sondeos, en los que Chile ocupa los primeros lugares de América Latina en cuanto a perspectivas de progreso, satisfacción de vida y situación económica, como lo confirma la encuesta Latinobarómetro 2018.
Es así como mayoritariamente los chilenos reconocen la gran movilidad social que han experimentado en estos últimos años, no solo en términos materiales, como ingresos, vivienda y empleo, sino también en aspectos relativos al tiempo libre y la calidad de vida familiar, en comparación con la realidad que vivieron sus padres. Sin embargo, las expectativas de seguir avanzando hacia un mayor progreso integral comenzaron a decaer.
¿Qué pasó con esa excepcionalidad tan reconocida y valorada? ¿Por qué el país se enfrenta a una crisis social no anticipada, ahora profusamente analizada, pero aún no debidamente explicada?
Las respuestas difieren y abarcan variables que incluyen desde tendencias transnacionales propias de una sociedad global interconectada, en la que se multiplican las protestas por demandas insatisfechas, tanto en el plano material como inmaterial, donde la igualdad y la búsqueda de un reconocimiento identitario (Fukuyama, 2018) movilizan a grupos que buscan reafirmar identificación; hasta el efecto de la llamada “trampa del ingreso medio”, que debilita las expectativas de quienes aspiran a alcanzar mayor bienestar personal. El anhelo por un mayor reconocimiento o progreso individual se frustra cuando –como un espejismo– este se aleja y parece inalcanzable.
La pregunta que ha surgido en estos meses es cómo no se vio venir esta disrupción social que ya se prolonga por meses y que parece haber cambiado el rostro del país, quebrando una cohesión social que, aunque frágil, parecía capaz de sostener el sentido de comunidad.
CONFLICTIVIDAD Y DESCONFIANZA
Realizada meses antes de la convulsión social de octubre, la encuesta Bicentenario UC 2019 dio muestras – al comparar con resultados anteriores– de una mayor preocupación de las personas por un cierto deterioro de las condiciones de progreso referidas al acceso a una vivienda, posibilidades de emprendimiento o –incluso– de ingreso a la educación superior para una persona de menores recursos, evidenciándose también la percepción de una menor capacidad del país para alcanzar o avanzar hacia la consecución de ciertas metas como disminuir la pobreza (aunque las cifras indiquen lo contrario), reducir la desigualdad de ingresos o resolver el problema de la calidad de la educación.
Paralelamente a esta visión más realista (o pesimista) respecto de su entorno, se agrega una variable preocupante: la apreciación de un aumento de la conflictividad en las relaciones sociales, especialmente entre ricos y pobres; trabajadores y empresarios, variables que, según la encuesta Bicentenario UC, subieron en un año de 48 a 67 por ciento en el primer caso y de 48 a 55 por ciento en el segundo.
Esto denota una tendencia a una mayor polarización entre grupos y segmentos, afectando el sentido cohesionador tan relevante en una sociedad democrática. Esta percepción de conflictividad se agrava con un aumento de la insatisfacción con la democracia (de acuerdo a Latinobarómetro 2018, más del 70 por ciento de los consultados en Chile cree que se gobierna para un grupo de poderosos) y con una acentuada pérdida de confianza en las instituciones, lo que si bien no es un fenómeno propio de la situación chilena, en este caso la caída se manifiesta de manera más severa y extendida, llegando a porcentajes de uno y dos por ciento en el caso de los partidos políticos y de los parlamentarios, respectivamente (Bicentenario UC, 2019).
Preocupa la profundidad de la crisis de confianza que enfrenta la sociedad chilena que se ilustra en el caso de la Iglesia Católica, una institución emblemática por su influencia social y autoridad moral, gravitante en una sociedad donde sus miembros se declaran mayoritariamente creyentes y que no ha estado ajena al fenómeno de la pérdida de confianza, bajando a niveles en torno al 20 por ciento, mientras el promedio en América Latina todavía se mantiene más elevado.
En este contexto de desconfianza institucional, de mayor conflictividad social y bajas expectativas de progreso, pareciera contradictorio que las personas se vuelvan hacia el Estado en búsqueda de una solución. Sin embargo, diversos estudios dan cuenta de que, pese a percibirse una valoración positiva de la iniciativa individual como motor de desarrollo personal, se exige al Estado garantizar derechos básicos y la ayuda necesaria para proveer igualdad de oportunidades. No parece incidir que sea la capacidad de gestión del Estado la que ha sido puesta en entredicho por su ineficiencia e incapacidad para llegar a aquellos que más necesitan de su asistencia de manera de minimizar inequidades.
El debilitamiento institucional percibido en diferentes ámbitos hace aflorar un sentimiento de vulnerabilidad, especialmente entre aquellos grupos que han dejado atrás condiciones de pobreza, pero que ven con preocupación que, ante cualquier eventualidad, pueden volver a una condición desfavorable. Entonces viene la incertidumbre y el miedo.
Sociedad temerosa
Estudios de amplia difusión como Por qué fracasan los países (Acemoglu y Robinson, 2012) y otros posteriores, con similares aproximaciones, sitúan a las instituciones como pilares fundantes de la democracia representativa. Su debilitamiento –especialmente por la pérdida de confianza ciudadana– deriva en una sensación de desamparo frente a la adversidad, pues es el orden institucional el llamado a aplacar dichas inseguridades. Los datos recopilados en la Bicentenario UC 2019 lo confirman.
Los principales temores de los chilenos se relacionan con el miedo a no disponer de suficiente dinero para afrontar la vejez y no tener cómo financiar gastos médicos en caso de una enfermedad grave, porcentajes que se elevan a niveles muy superiores, comparativamente con sondeos similares hechos en países de mayor desarrollo. No es de extrañar entonces que el centro del debate se refiera a las pensiones y al precio de los medicamentos.
Igualmente transversales parecen ser los temores sociales expresados en la presencia e influencia de los grupos de narcotraficantes (83 por ciento dice temerles mucho o bastante) y los grupos extremistas que usan la violencia para conseguir sus objetivos (74 por ciento), lo que se traduce en un alto respaldo a normas sancionatorias contra estas acciones.
La sensación de inseguridad ante la delincuencia también está muy presente: el 80 por ciento dice temer que entren a robar a su propiedad, sentir que –según el informe de Paz Ciudadana del año pasado– ha experimentado un alza significativa, subiendo al doble el porcentaje de familias que vivencian un alto nivel de temor. Si bien los niveles de inseguridad distan mucho de acercarse a la situación que se vive en otros países de la región, cunde la intranquilidad entre los chilenos respecto del riesgo a sufrir algún tipo de daño, tanto en el ámbito de la propiedad privada como de la integridad física. Al respecto, son las mujeres las que manifiestan un alto temor de ser acosadas o agredidas por un desconocido, pero también por alguien cercano, explicando la proliferación de voces femeninas denunciantes.
Punto de inflexión
Después de tres décadas de la reinstauración de la democracia, Chile se enfrenta a la búsqueda de consensos que logren trazar lineamientos que permitan avanzar, asumiendo los nuevos y globales desafíos, pero también las preocupaciones ciudadanas. Para muchos, la crisis actual tiene variables intergeneracionales, económicas, sociales, políticas y otras explicaciones que intentan canalizar el intenso flujo de expresiones emocionales que se multiplican por las redes sociales. Estas se traducen en imágenes y en tuits que congregan, polarizan, informan, falsean, dividen, unen y se propagan con una vorágine de inmediatez. Ello redunda en una mayor complejidad al momento de intentar construir acuerdos, pues el sentido de pertenencia y de comunidad que permite establecer objetivos compartidos se disgrega, las lealtades se esfuman y las divisiones horadan el sentir comunitario.
Cuando se sindica al Estado como “fallido” por su ineficiencia, al sector privado como “abusivo” y a los líderes como “corruptos”, parece más complejo el surgimiento de liderazgos responsables, comprometidos y convencidos de que la salida al actual cuestionamiento social, político y económico está en el prudente avance hacia el entendimiento y la concordia por la senda institucional. Ejemplos vecinales hay muchos, con mejores y peores resultados.
En estos tiempos, la percepción de excepcionalidad chilena que trasunta un sentimiento de orgullo nacional por los logros conquistados, pero empañado por las metas inalcanzadas, corre el riesgo de equivocar el diagnóstico y tropezar con las mismas piedras que otros lo hicieran antes. La caída es súbita, mientras que la recuperación es dolorosa, larga y costosa. Es oportuno recordarlo en este momento de inflexión del devenir nacional.
PARA LEER MÁS.
- Encuesta nacional Bicentenario Universidad Católica 2019: la muestra comprende 2.047 respuestas efectivas con un margen de error de +/2,2%. Fecha de terreno: 1 de julio al 17 de septiembre de 2019.
- Latinobarómetro 2018. Se aplicaron 20.204 entrevistas cara a cara en 18 países, entre el 15 de junio y el 2 de agosto de 2018, con muestras representativas de la población nacional de cada país, de 1.000 y 1.200 casos, con un margen de error de alrededor del 3 por ciento por país.
- Fukuyama, F.; Identity, Macmillan Publishers, 2018