• Revista Nº 175
  • Por Miguel Laborde Duronea

Especial

Gastón Soublette: sin miedo al “otro”

El más reciente Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanidades, hoy nonagenario, creció en un siglo XX que en Occidente se fue volviendo nihilista, autoflagelante y falto de sentido y razón de ser. Inquieto –músico, filósofo, esteta-, exploró nuestra filosofía, la de China y la de la India hasta encontrar sus valores presentes en la sabiduría popular de Chile, un sentido de vida.

Tuvo una herida síquica de niño. Brutal. Su madre le dijo que su verdadera progenitora era otra; podía ser, por ejemplo, una pobladora de los cerros de Valparaíso. El quién soy yo, la pregunta final, la vivió desde niño. Y le abrió los ojos, muy abiertos, desde temprano. Nunca dejó de buscar el otro lado de las cosas, la música que viene de otros mundos, las cosmovisiones que nacieron en otras latitudes.

Los estudios de Derecho y Arquitectura, en sus inicios universitarios, no lo dejaron tranquilo y los interrumpió. Decidido a ser músico partió al Conservatorio de París, pero, en paralelo, comenzó a buscar un sentido a su vida. Un innovador discípulo de Mahatma Gandhi, el filósofo italiano Giuseppe Lanza del Vasto, fundador de la Comunidad del Arca, lo conectó con la India y el pacifismo.

Las filosofías orientales le abrieron otro mundo, y también una comprensión profunda de lo cristiano; ya no dejará de mirar a Jesús, una y otra vez a lo largo de toda su vida, lo que finalmente plasmará en el libro Rostro de hombre (Ediciones UC, 2006).

El ahondar en los sabios chinos, lo que también será origen de otros libros, como Tao Te King, libro del Tao y su virtud Lao Tse (Editorial Cuatro Vientos, 1990), o El I Ching y la sabiduría histórica (Ediciones UC, 2022), lo puso en contacto con una dimensión que desconocía; más allá de la academia y las bibliotecas, fuera de las universidades, existía un conocimiento humano, patrimonio de la humanidad, que se transmitía en forma oral muchas veces, de alto contenido valórico. Confucio y Lao Tse no habían sido grandes creadores, sino excelentes estudiosos, que habían llevado la sabiduría oral al mundo de los libros.

No es casual que su reciente libro, Marginales y marginados: Ensayo autobiográfico (Ediciones UC, 2021), tenga ese título. Su vida intelectual lo llevó de Occidente a Oriente, pero también –en Chile– de la ciudad al campo.

 

Otro Chile. En el Instituto de Estética UC, que él mismo dirigió de 1978 a 1980, Soublette encontró el lugar propicio para sumergirse en un Chile poco explorado. Ahí encontraría a un gran aliado: Fidel Sepúlveda.

DONDE VIVÍAN LOS OTROS

A través de Violeta Parra descubrirá que esos jóvenes y modestos provincianos que llegaban a la ciudad siendo portadores de una cultura tradicional que era sabiduría ancestral –gente como ella misma o Pablo Neruda–, en el frío ambiente urbano eran marginados, desconocidos, apenas bajaban del tren y salían de la Estación Central.

Neruda, ícono comunista, generaba cercanías o distancias. Soublette no podrá dejar de indagar en los mensajes de su obra, y en ella, en ese “otro” ideológico, encontrará valores que resaltar. Cristianos, incluso.

Le dedicará dos libros: Pablo Neruda, profeta de América (1979), y La ciudad amarga (2018), los dos publicados por Ediciones UC. En el primero expone cómo el poeta maneja los mensajes bíblicos para crear un nuevo Adán y un nuevo paraíso en América Latina; puesto que esta humanidad creció lejos, aislada, en principio no descendiente de Adán y Eva –porque los tres hijos de Noé poblaron los tres continentes históricos, Asia, Europa y África–. El poeta, plantea Soublette, especialmente en Alturas de Machu Picchu, crea un relato que incorpora al indígena americano a la humanidad; el poeta se transforma en mediador, el que oye y padece –como Cristo en la cruz– los dolores del hombre americano, hasta entonces marginado.

Soublette celebra las alturas de su poética, como cuando en el poema “Siento tu ternura” escribe: “Siento que soy la aguja de una infinita flecha/ y va a clavarse lejos, no va a clavarse nunca, / tren de dolores húmedos en fuga hacia lo eterno”.

Ve hablar ahí al ser humano de siempre, el que se ofrece ante el misterio. Un Neruda capaz de escribir, en otro poema: “Muy bueno, pero mi oficio/ fue/ la plenitud del alma”.

EL SENTIDO DE VIDA

En el Instituto de Estética UC, que él mismo dirigió de 1978 a 1980, Soublette encontró el lugar propicio para sumergirse en ese otro Chile, el provinciano que venía del campo, ajeno a la cultura oficial. Ahí encontraría un aliado, profundo conocedor de la cultura tradicional chilena junto a la misma Violeta Parra, Margot Loyola y Oreste Plath: Fidel Sepúlveda Llanos. También director del mismo instituto en dos periodos, en 1987 crearía el programa de Arte y Cultura Tradicional en la Universidad Católica. Como Soublette, estaba convencido de que todas las universidades debieran tener departamentos de cultura tradicional chilena, porque en sus personajes, creaciones, refranes, dichos, mitos y leyendas el ser humano se acompasa con el territorio, con el sentido de vida del país.

Para Soublette y Sepúlveda, el propio Jesús había emergido de ese mundo. Y por esos mismos senderos rurales seguían vivos los valores de los Evangelios. Así como Fidel Sepúlveda escribe el libro A lo humano y a lo divino –Premio Academia de la Lengua 1990 como mejor obra literaria de ese año–, Soublette avanza en su recolección de textos orales que culminarían con su obra Sabiduría chilena de tradición oral (Ediciones UC, 2009).

Soublette y Sepúlveda se preocupaban porque veían al pueblo chileno, portador de una cultura mestiza y original, forjada a lo largo de varios siglos, transformándose en masa consumidora de cultura de inferior calidad. Apurados por rescatar esa sabiduría antes de que desaparecieran los últimos sabios populares, antes de que se despoblaran los campos por la creciente migración a la ciudad, dejando vacíos los pueblos.

EL SEÑOR DE LAS CLAVAS

Vive en Limache, con una huerta que lo nutre de verduras frescas y árboles que mueve el viento. Como Martin Heidegger, prefirió conservar el contacto con la tierra, la vida, las raíces. Es también un retorno a la infancia, cuando siendo un adolescente viñamarino se internaba en los cerros de la Cordillera de la Costa, hacia Quebrada de Alvarado, Villa Alemana, la misma Limache. De espaldas al mar, adentrándose en las quebradas y rinconadas donde el mundo campesino seguía vivo.

Se le ve pasar con su poncho mapuche, cómodo y abrigado, símbolo de su vivo interés por el otro, el portador de otras culturas. Hace medio siglo comenzó a reunir creaciones de esa cultura, especialmente las de valor simbólico. Llegó a reunir una de las mejores colecciones de clavas líticas; abierto ese espacio, siguió adelante estudiando y reuniendo otras creaciones simbólicas, inca, moche, diaguita, Arica, Atacama, Nazca y Tiwanaku. Es el origen del Aula de los Pueblos Originarios, instalada el Centro Cultural Oriente de la universidad, donde se exponen al público cerca de 300 piezas de interés cultural de pueblos andinos. El mismo Instituto de Estética, el que abrió las puertas de la universidad a la cultura popular, era el introductor de las culturas indígenas, ahora representadas con su importante colección.

Soublette siempre reconocerá que fue Violeta Parra quien le entreabrió la puerta, cuando él era director de la radio del Arzobispado y ella llegó a su oficina con su cabeza saturada de canciones aprendidas de memoria. Quería su ayuda para que él las pasara a partituras. Eran cerca de tres mil.

Entre Cantos a lo humano y Cantos a lo divino, ante sus ojos comenzaría a emerger una ancha cordillera de sabiduría humana, con notables similitudes con otras que habían nacido en continentes separados. Y es que todas apelan a hechos fundamentales, a preguntas esenciales, como reflejan algunos de los refranes recogidos por Soublette: “El que no se conoce a sí mismo, a sí mismo se asesina”. Un llamado, desde el campo chileno, a una vida auténtica, una vida con sentido.

Si cuando apareció Violeta en su vida creyó que ella era una folclorista, con el tiempo comenzaría a descubrir su condición de portadora de sabiduría. Muy pronto, y ligado a lo mismo –ella también había recolectado música de pueblos originarios–, este otro espacio comenzó a interesar al músico y filósofo.

Como cristiano, todas esas excursiones intelectuales y espirituales lo han conmovido en lo más profundo. Le sobrecoge ver, miles de años atrás y en distintos continentes, que el llamado de Jesús había sido intuido, presentido, adivinado y casi anunciado de distintas maneras en las diferentes culturas. En uno de sus libros, El Cristo preexistente (Ediciones UC, 2016), ahonda en ese camino en la cultura china, una que, a primera vista, parece tan lejana.

En los años 60, cuando muchos alumnos se extasiaban con el budismo zen o el I Ching, que él mismo había aprendido a apreciar, los instaba a conocer bien sus propias raíces, a sumergirse en su propia sabiduría a partir del mensaje de Cristo. Su misma fe profunda le permitía reconocer los valores de las otras tradiciones espirituales.

Sin miedo al otro, sin “tolerar” al “otro” en su diversidad sino asomándose a conocer, gozoso, sus riquezas. En su ensayo autobiográfico relata encuentros con seres extraños, que deambulan por calles o caminos, causando cierto temor en quienes los ven pasar, ajenos al mundo de todos los días. Él también ha ido en su busca, inspirado en la misma sabiduría popular campesina y cristiana, la que dice: “todo sabio tiene a un loco por hermano”.

 

Poncho icónico. Gastón Soublette y su poncho mapuche, cómodo y abrigado, es un símbolo de su vivo interés por el otro, el portador de otras culturas.