• Revista Nº 166
  • Por Pablo Rojas Durán

Especial

Infancia y cultura: de testigos a protagonistas

¿Podemos afirmar que cada niño, niña y adolescente que vive en Chile tiene garantizado su derecho a participar libremente en la vida cultural y en las artes? De ser así, la pregunta que sigue es si las políticas de participación reconocen la cultura propia, junto con respetar o incentivar la capacidad de elaborar y construir cultura por parte de los niños y las niñas. Para ello, es clave potenciar a la escuela como un espacio de desarrollo de la creatividad y el pensamiento crítico.

La  “Convención de los Derechos del Niño”, ratificada por nuestro país en 1990, señala que: “Los Estados miembros respetarán y promoverán el derecho del niño a participar plenamente en la vida cultural y artística y propiciarán oportunidades apropiadas, en condiciones de igualdad, de participar en la vida cultural, artística, recreativa y de esparcimiento” (art. 31.2). Malaguzzi, en la pedagogía Reggio Emilia, avanza un paso más: “(Los niños y niñas) son ostentadores de una habilidad para elaborar cultura, son capaces de construir su cultura y de contaminar la nuestra”.

¿Podemos afirmar que cada niño, niña y adolescente que vive en Chile tiene garantizado su derecho a participar libremente en la vida cultural y en las artes? De ser así, la pregunta que sigue es si las políticas de participación reconocen la cultura propia, junto con respetar o incentivar la capacidad de elaborar y construir cultura por parte de los niños y las niñas.

Dada la edad y características del grupo en cuestión, estas políticas públicas encuentran en la familia y en la escuela sus principales agencias, como es el caso del programa “Chile Crece Contigo”, que asume en parte la tarea con la primera infancia, poniendo a disposición de las familias cartillas y materiales para acompañar el proceso de formación que incorporan cuentos, audiolibros y música.

Por otra parte, el sistema escolar, sin declarar específicamente como objetivo el promover la participación de las y los estudiantes en la vida cultural y artística, se aproxima a ello en la Ley General de Educación.

Esto se observa tanto en la declaración de fines y principios de la educación como en las bases curriculares que, desde la Educación Parvularia hasta la Enseñanza Media, incorporan las artes, la literatura, la filosofía y las ciencias sociales, entre otras áreas, para el logro de objetivos en el ámbito del conocimiento y la cultura; y el desarrollo de habilidades y actitudes asociadas a maneras de vivir en el mundo. Se suman a estos esfuerzos los diferentes programas educativos y formativos generados o apoyados desde el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, principalmente en el ámbito de la educación no formal y también en colaboración con la enseñanza formal.

 

LOS GRANDES REFERENTES

¿Qué sabemos en concreto del acceso temprano a actividades artístico-culturales? La Encuesta Nacional de Participación Cultural (ENPC) del año 2017 se aproxima a ello a través de diferentes preguntas, buscando, en primer lugar, entender si existe alguna relación entre acceso temprano y participación cultural en la adultez y, en segundo lugar, conocer quiénes median estas experiencias tempranas.

El estudio, en el que participaron más de 12.000 personas de todo el país, se pregunta por el papel de la socialización en las artes por parte de la familia versus lo que se puede adquirir en la escuela. Concluye que la socialización temprana, a través de ambas vías, ha demostrado tener un impacto considerable en la participación cultural de las personas. Si bien el grupo de menor edad diferenciado en la ENPC va entre los 15 y los 29 años, se consultó además si padres, madres u otros adultos motivaron la participación artística entre los 12 y los 15 años. A partir de ello, determinaron que los incentivos para participar en artes durante el rango de edad estudiado tienen como consecuencia una participación significativamente más alta en la adultez, tanto en lo que refiere a asistencia como a prácticas artísticas.

Al revisar la participación por edad, se observa que el grupo más joven tiene una concurrencia más elevada que la mayoría de los otros en nueve actividades artístico-culturales (teatro, danza, ópera, música clásica, música actual, cine, exposición de arte, compra de artesanía y circo). Este patrón se mantiene cuando se consulta sobre la asistencia a museos, centros culturales y bibliotecas. Otro dato significativo asociado a variables socioeconómicas, como ingreso y nivel educacional, es que a mayor rango educacional (universitario completo o no) más alta es la asistencia a eventos de este tipo.

Lo anterior permite concluir que la educación formal es uno de los espacios más importantes para impulsar la participación y nivelar las oportunidades de acceso al mundo del arte y la cultura. Los resultados de la encuesta establecen, por ejemplo, que cinco años de escolaridad adicionales aumentan la probabilidad de haber ido a un espectáculo de teatro en cinco puntos porcentuales, de haber asistido a un centro cultural en ocho puntos porcentuales o bien de haber ido al cine en 14 puntos porcentuales.

Infancia creativa

Infancia creativa

La participación cultural se expresa bajo distintas formas o modalidades. La más recurrente e importante es la distinción entre formas “activas” o “pasivas”, que se traducirían en un posicionamiento diferenciado entre actor y público o audiencias. En la foto, el proyecto “Los grillos del sueño”, realizado por el Centro de Creación de la Ligua.

LA ESCUELA NO ES UNA ISLA

Ahora bien, la participación cultural se expresa bajo distintas formas o modalidades. La más recurrente e importante es la distinción entre formas ‘activas’ o ‘pasivas’, que se traducirían en un posicionamiento diferenciado entre actor y público o audiencias. Bajo esta distinción, la información anterior se identifica más con lo pasivo, puesto que asocia la participación cultural con públicos que asisten a actividades artísticas y, por lo mismo, no se despega de la concepción de cultura como sinónimo de un corpus de obras intelectuales y artísticas, de expresiones limitadas y más bien exclusivas. Esto induce a varios errores como, por ejemplo, caracterizar al grupo de menor acceso a actividades artísticas como “no participantes culturales” y, con ello, a focalizar las políticas de participación en el incremento del acceso a actividades artísticas profesionales y no hacia acciones que reconocen que las personas y comunidades son creadores de contenidos, prácticas y obras con representación simbólica, con derecho a participar activamente en el desarrollo cultural del país. Es decir, a fomentar la participación cultural.

Esta distinción es clave para la relación de colaboración entre el campo educacional y artístico-cultural, tanto por el hecho de compartir el proceso de creación de contenidos como por la incidencia en el desarrollo cultural de las personas y sus comunidades. Por lo mismo, le ofrece (o reclama) a la escuela, y no solo a la educación, un rol fundamental. La escuela es un sistema cultural y multicultural. Es espacio y comunidad que contiene la interacción de una diversidad de personas y de culturas en un grado de intensidad diferente de acuerdo tanto con las características de sus integrantes como también con factores asociados a los territorios que las contienen y a su riqueza y diversidad cultural. Por ello, el proceso educativo que sucede en este continente cultural, en interacción con este sistema, no es aislable. La escuela no es una isla, como señala Bruner. Lo interesante es que es parte del continente de la cultura y contenedora a la vez.

¿Qué estrategia puede tener un colegio para fortalecer el proceso de reconocimiento, valoración e integración entre educación y cultura? Sin duda las disciplinas artísticas juegan un rol clave. Parece obvio que conocer, contemplar, interpretar o representar un corpus de obras musicales, plásticas, escénicas, literarias u otras del patrimonio cultural de la comunidad local o nacional ayudarán a fortalecer el tejido entre educación y cultura.

Sin embargo, no es suficiente instalarse en las funciones expresivas o de desarrollo del goce estético, tradicionalmente valoradas en la educación artística. Es necesario que las artes actúen en su mayor potencial, como una forma de hacer y de pensar, no como una cosa que se hace o representa. Es decir, que se entiendan como disciplinas que tienen método capaz de producir conocimiento propio y desarrollar habilidades diferentes y complementarias a otros campos disciplinares, partiendo por la capacidad de observar el entorno, que incluye el patrimonio cultural material e inmaterial, y de recrearlo. De mirarlo con ojos propios para comprender, valorar o tensionar la mirada que se nos ofrece como herencia en todo ello.

Es clave potenciar con esto a la escuela como un espacio de desarrollo de la creatividad y el pensamiento crítico de los niños, niñas y adolescentes, para avanzar desde el modelo de reproducción cultural hacia uno de movilidad cultural.

PARA LEER MÁS

Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. “Encuesta Nacional de Participación Cultural 2017”.

Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. “Panorama de la Participación Cultural en Chile. Una Mirada desde la Experiencia” (2020).

Ley 21.045, art. 1 y 2. Principio de Democracia y Participación Cultural.