ilustración del Cosmos según Ptolomeo ilustración del Cosmos según Ptolomeo
  • Revista Nº 154
  • Por Miguel Laborde Duronea

Especial

La belleza del Cosmos y el hechizo geométrico

Tal fue el asombro del ser humano ante el espectáculo de las estrellas girando en el espacio, en armónica regularidad, que sus religiones y creencias, el trazado de sus ciudades y la forma de sus templos, los calendarios y las fiestas –incluso el esquema de la República platónica– nacieron inspirados en la belleza del Cosmos y en el deseo de ser parte de ella. Después, como en el caso de las censuras a Galileo, para los astrónomos no fue fácil modificar lo que la especie humana había imaginado.

“Como es arriba es abajo”  es  la frase que se atribuye al mítico  Hermes Trismegisto de Egipto. Fue la intención de las culturas en la Antigüedad de reflejar aquí el mismo orden  que  se  veía en lo alto. Al percibir proporciones, simetrías, el ser humano intentó que toda su existencia se rigiera así. Muy pronto se interesó en “la música de las esferas”, para replicar la armonía de las noches estrelladas, la misma que asombra hasta el presente. En esa misma línea, en sus inicios la filosofía se interesó por entender las relaciones entre lo alto y lo bajo para actuar, idealmente, en sintonía con el orden universal. Según Pitágoras, los tonos musicales que emiten los planetas dependen de las proporciones aritméticas de sus órbitas, lo que permitía aventurar la forma en que está diseñado el Universo. La causa de su asombro era que, por las distancias, el resultado sonoro era armónico. Algo tan sobrecogedor que comprometía el destino humano.

El complemento vino de un matemático italiano del siglo XII, Leonardo Fibonacci, quien descubrió que el mismo orden numérico está presente en las plantas. Como es arriba es abajo. Mucho después, Johannes Kepler aportó otro respaldo a la creencia de que el Universo sigue un plan geométrico de contenidos matemáticos. En su libro La armonía de los mundos (1619) postula que cada planeta produce un tono musical en su movimiento alrededor del Sol y que la Tierra canta Mi-Fa-Mi. Este astrónomo compuso seis melodías, por los seis planetas entonces conocidos, y planteó cómo habría sonado el acorde al inicio del Universo y cuál se oiría al final.

Isaac Newton, creyente en la armonía universal, influyó en la ciencia contemporánea, la que, con sus frecuencias y resonancias registradas, con su mecánica cuántica y fractales, sigue sorprendiendo al ser humano y dando nuevos ímpetus a quienes sienten la presencia de un orden inteligente, pero también a quienes prefieren pensar en un azar extraordinario. Esto también tiene proyecciones actuales. Fueron 27 los países que colaboraron para lanzar la nave Cassini, que terminó su misión hace dos años, la que cumplió con captar, entre otros encargos, “la música del Sol”.

El orden universal de Platón

El orden universal de Platón

Platón y Aristóteles en La escuela de Atenas, pintura de Rafael. Platón está sosteniendo el Timeo y Aristóteles exhibe una copia de su Ética a Nicómaco. Platón afirmó que la teoría geocéntrica era la única aceptable. Fotografía la Scuola di Atene, Raphael, Museo Vaticano.

ASTRÓNOMOS PERSEGUIDOS

El esplendor del Universo resulta cada vez más sobrecogedor, pero, quienes han cultivado la disciplina han debido enfrentar prejuicios, censuras y persecuciones por siglos, en especial desde el mundo religioso. Ya sucedió con los griegos, desde que Pitágoras celebrara la organización del Universo, lo que se leyó como prueba de que el mundo es bueno y divino. A su forma le dio el nombre de kosmos, por su orden bello y armonioso, en el que las partes se corresponden.

Para los egipcios y los babilonios los cálculos astronómicos eran útiles en muchas actividades y se regían por sus ciclos, en una relación directa con la agricultura; pero explicar el mundo o el Universo eran temas aparte. Algo que correspondía a los teólogos y sacerdotes. Los griegos, desde Tales en adelante, se preguntaron cómo es el mundo, dando origen a la cosmología. Luego, cuando Tales planteó nuevas visiones del Universo, incomodó a los líderes religiosos de la época. En algunos aspectos la religión aceptó cambios, por cuanto había datos de respaldo, pero no en otros. El choque fue inevitable.

Al asombrarse los griegos con el mundo de las formas geométricas, llegaron a pensar que la geometría podía explicarlo todo. No sucedían las cosas por antojos o anhelos de los dioses, sino en función de leyes constantes. Al principio no hubo dificultad porque algunos, como Pitágoras, plantearon que la geometría y las matemáticas eran, con su admirable omnipresencia, pruebas de un orden universal. Sin embargo, ya se había abierto la puerta a preguntarse sobre todo.

Después, apareció Heráclito, capaz de afirmar  que nada es permanente, que todo cuanto vive proviene de la destrucción de algo. Más que un orden perfecto, se planteaba que existía tensión entre opuestos, una lucha vital e incesante. Eso sí, se advertían “regularidades, seguridades indefectibles” y “fuerzas naturales demoníacas” que estaban  a su servicio. Anaxágoras, en cambio, padeció en lo personal. Genio intuitivo, dio un salto al explicar los eclipses que parecían no seguir ley alguna, y al afirmar que el material de la Tierra y la Luna eran similares. Esto sí generó duras persecuciones y los sacerdotes pidieron para él la pena de muerte por negar la condición divina del Sol y la Luna. Un exalumno lo defendió: Pericles, quien logró rebajar el castigo al destierro. Se dice que, decepcionado del mundo, partió y se dejó morir de hambre.

Demócrito también inquietó a los sacerdotes, pero su pensamiento estaba lejos de los temas de su época. Él fue el primer pensador ateo, para quien no había divinidad alguna involucrada en un diseño cósmico. Fue un pensador pionero del atomismo y el materialismo –afirmaba que el mundo, autocreado, está hecho de átomos–. Para muchos él es “el padre de la física moderna”. Su influencia perduró por siglos; incluso, en la tesis doctoral de Karl Marx: “Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro”.

Como su mentor Leucipo, Demócrito creía en la existencia de un número infinito de “mundos”, cada uno compuesto por un número infinito de átomos; pensaba también que en algunos habría planetas como la Tierra, con un sol o dos; o con ninguna luna o varias; con planetas de distintos tamaños y más o menos aptos para acoger formas de vida. Sin pruebas empíricas, su “ciencia ficción” se adelantó a muchos descubrimientos posteriores. De familia noble y rica, ni siquiera tuvo problemas al plantear que la Tierra no tenía por qué ser el centro del universo.

La melodía del universo

La melodía del universo

Johannes Kepler aportó otro respaldo a la creencia de que el Universo sigue un plan geométrico de contenidos matemáticos. En su libro La armonía de los mundos (1619), postuló que cada planeta produce un tono musical en su movimiento alrededor del Sol. En la imagen, vemos el modelo de los sólidos platónicos del Sistema Solar, propuesto por Kepler en 1596. Fotografía Mysterium Cosmographicum.

EL ORDEN DIVINO

Fue Platón, un poco más joven, el pensador decisivo para los siglos siguientes. Más afín a las ideas religiosas, afirmó que la teoría geocéntrica era la única aceptable, lo que fue una barrera insalvable para generaciones de astrónomos en los siglos siguientes.

Su modelo cosmológico, idealista, de cómo debía ser el Universo –más allá de los experimentos científicos– recurre a contundentes argumentos religiosos y éticos, lo que también resultó una influencia negativa para el desarrollo astronómico basado en datos empíricos: “… gracias a Platón se pasó a valorar estas actividades como algo degradante. La vida por excelencia era la filosófica, entendida como contemplación de las realidades eternas que eran las ideas” (Valenzuela Vila, 2010). Enamorado del orden universal, Platón  llegó a plantear  en La República que las sociedades debían organizarse de la misma forma, bella y perfecta, del Universo, ser su expresión en la política.

Si el mundo de las ideas es superior al de los fenómenos; y el de la metafísica al de la física, aunque los viera complementarios dejó en segundo lugar a todo aquel que quisiera modificar la visión del Cosmos. Cualquier cambio alteraría su belleza geométrica y el lugar del ser humano como protagonista en una Tierra que, por su naturaleza superior, debía ocupar el centro del universo: “El propósito del Timeo (diálogo escrito por Platón en torno al año 360 a. C.) es relacionar la República (tal y como la concibe Platón en su obra del mismo nombre) con la organización del Universo: La República es solo el aspecto político del Universo y el Timeo es la justificación cosmológica de la República; la moral humana viene a ser un reflejo de la inteligencia cósmica” (Salinas, 1995).

Así, cuando Aristarco planteó que el Sol estaba en el centro, Cleantes lo acusó de querer “desplazar el corazón del Universo”, con lo que inició una controversia religiosa con acusaciones de impiedad y nuevas persecuciones.

Siglos después, Ptolomeo –que nació en el año 100 d.C.– seguirá dejando a la Tierra en el centro, con el beneplácito de cristianos y musulmanes que, todavía, verán en ello una expresión del orden divino opuesto al caos demoníaco. La Edad Media amó sus diseños hasta el paroxismo, e hizo un arte de esas representaciones bellas y perfectas. Tanto es así, que Nicolás Copérnico escondió largo tiempo sus escritos heliocéntricos, hasta 1453, por temor al rechazo religioso y sus consecuencias. Su muerte lo salvó de ver, ese mismo año, la mala recepción que tuvo, tal como temía.

Visiones Lunares

Visiones Lunares

La ilustración es parte de los primeros dibujos de la Luna realizados por Galileo Galilei y data del 30 de noviembre de 1609. La Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) recordó la imagen recientemente, afirmando en BBC News que “estas imágenes cambiaron la perspectiva de la humanidad sobre nuestra identidad y nuestro lugar en el mundo”. Fotografía Agencia Espacial Europea.

LO INSONDABLE

Cuando llegó Galileo Galilei en el año 1600, con telescopio y mejores argumentos, la Iglesia Católica quedó con poco espacio para negar sus tesis. Porque, además, ya había astrónomos creyentes respaldándolo. Aun así, pasó todo un siglo más antes de que el Vaticano comenzara a aceptarlo. Galileo debió enfrentar todo tipo de acusaciones; hasta las manchas solares fueron un tema, porque, de existir, negarían la incorruptibilidad del astro rey.

Aunque haya  sido recibido con honores en 1611, demostrando sus hallazgos con un telescopio en el Colegio Pontifical de Roma, ese mismo año, la Inquisición inició su seguimiento y cinco años después lo censurará oficialmente. Pero su protector, el cardenal Maffeo Barberini, fue elegido Papa bajo el nombre de Urbano VIII el año 1622, lo que alivió su situación. Sus enemigos no cejaron y el año 1633 es condenado; el Papa le conmutó la prisión –que era un arresto domiciliario– y su amigo el arzobispo de Siena lo invitó a recluirse en su villa cercana a Florencia, donde morirá nueve años más tarde.

Aunque con algunas señales de reconocimiento a partir del Papa Pío XII, es recién el año 2009 cuando, con ocasión de celebrarse el Año Internacional de la Astronomía, la Santa Sede organizó un congreso internacional dedicado a Galileo.

A estas alturas, nada queda del Universo geométrico que sedujo a los sacerdotes griegos, y luego a los del mundo medieval cristiano y musulmán. Sin embargo, ese Universo resulta hoy prosaico en comparación con el que ha ido develando la ciencia astronómica reciente. Es ahora un infinito sobrecogedor, donde pensar en 55 millones de años luz nos proyecta a una realidad que ni siquiera acepta descripciones. Es la percepción de lo insondable. Así lo entiende Heino Falcke, el físico alemán (Colonia, 1966) que ideó en 1993 la estrategia para fotografiar un agujero negro, algo tan improbable que tardó décadas en obtener fondos para hacerlo posible este año. Entrevistado por BBC News el 14 de abril, sobre su condición de cristiano y si estaba “intentando comprender la mente de Dios” –es ministro de la Iglesia protestante– respondió: “Intento entender su creación y la belleza de esa creación. Pero hay puntos que tal vez jamás podamos trascender”.

En contra de la corriente

En contra de la corriente

En la ilustración vemos a Galileo Galilei con su telescopio en la Plaza de San Marcos. Con este instrumento y mejores argumentos, en 1600, la Iglesia quedó con poco espacio para negar sus tesis. Fotografía Wellcome Library, London.

Para leer más

  • Valenzuela Vila, M. (2010). “El nacimiento de la astronomía antigua, estabilizaciones y desestabilizaciones culturales”.  A Parte Rei.  Revista de Filosofía 70, Sociedad de Estudios Filosóficos, Madrid, España.
  • Salinas, A. (1995). “La imagen del mundo en la Antigüedad. La evolución de las ideas sobre la forma de la Tierra, de Tales de Mileto a Ptolomeo”. Revista de Geografía Norte Grande 22, Santiago de Chile, Ediciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile.